martes, 19 de abril de 2011

Voy a buscarla

Capítulo 19 “Voy a buscarla”

Querida Marie,
Llevo sus cartas y todas mis esperanzas para nuestro futuro junto a mi corazón…
—¡Marks!
Cuando ese grito familiar resonó por los pasillos de Masen Park, todos los sirvientes de la mansión se pusieron firmes. Sus miradas aturdidas se clavaron en el techo mientras sonaba un golpe ensordecedor seguido de una retahíla de juramentos lo bastante fuertes como para levantar la capa dorada de los zócalos.
Se oyeron unos pasos bajando atropelladamente las escaleras y luego un agudo chillido seguido de otro juramento.
—¡Si te apartaras de mi camino no te pisaría la maldita cola!
Unas uñas repiquetearon en el suelo de mármol mientras Bells se retiraba rápidamente.
Marks intercambió una mirada ansiosa con la señora Cope antes de decir:
—Estoy en el comedor, señor.
Edward entró en el comedor hecho una furia con el ceño fruncido. Sólo llevaba una bata, y estaba blandiendo su bastón como si fuese un arma.
—¿Has visto a Bella? Cuando me he despertado esta mañana se había ido.
Alguien soltó un jadeo escandalizado. Edward se volvió despacio, dándose cuenta demasiado tarde de que no estaban solos.
Olfateó el aire abriendo bien sus fosas nasales.
—Sólo puedo oler a beicon y a café recién hecho. ¿Quién más está aquí?
—Oh, casi nadie —dijo Marks tartamudeando—. Sólo la señora Cope. Leah. Su madre. Su padre. Y… —se aclaró la garganta con incomodidad— sus hermanas.
—¿Cómo? ¿No está Sam el guarda? ¿Qué ocurre? ¿No ha podido librarse de su trabajo el tiempo suficiente para desayunar con el resto de la familia? —Edward movió la cabeza de un lado a otro—. No importa. La única persona que me interesa es Bella. ¿La has visto?
Marks frunció el ceño.
—Ahora que lo dice, creo que no. Lo cual me sorprende, porque son casi las diez y la señorita Dwyer es normalmente muy activa. Está muy entregada a su trabajo.
Mirando a Edward de arriba abajo desde sus pies desnudos hasta su pelo despeinado, su padre se rió entre dientes.
—Sí, ya se ve.
Lauren, Jessica y Alice se echaron a reír.
—¡Niñas! —exclamó su madre lanzándoles una mirada furiosa—. Podéis levantaros de la mesa. Dejadnos solos.
Mientras empezaban a arrastrar las sillas de mala gana intervino Edward:
—Deja que se queden. Ya no son unas niñas. No es necesario que las mandes a su habitación cada vez que hay una especie de drama familiar.
—¿Ves? —susurró Alice dando un codazo a Jessica mientras volvían a sentarse—. Te dije que era el mejor hermano mayor del mundo.
—Iré a ver si puedo encontrar a la señorita Dwyer, señor —dijo la señora Cope—. Quizá la haya visto alguno de los otros criados.
—Gracias —respondió Edward.
Mientras el ama de llaves salía de la habitación, el marqués se reclinó en su silla y entrelazó sus manos sobre su voluminosa barriga con un melancólico suspiro.
—Recuerdo que cuando era un poco más joven que Edward, había una atractiva doncella…
—¡Edward! —Su mujer lo miró airadamente.
Él se acercó para darle una palmadita en la mano.
—Eso fue mucho antes de conocerte, querida. Cuando puse los ojos en ti no volví a desviarlos. Sólo estaba intentando decir que eso les ocurre a los mejores hombres. No es ninguna vergüenza flirtear con las criadas.
Edward se volvió hacia su padre.
—¡Yo no estoy flirteando con Bella! La quiero y tengo intención de casarme con ella.
Sus padres se quedaron boquiabiertos.
—¿Voy a buscar el amoniaco? —susurró Lauren—. Parece que mamá va a desmayarse.
—¿Con una plebeya? —preguntó Jessica horrorizada—. ¿Vas a casarte con una vulgar plebeya?
—Puedo asegurarte que la señorita Dwyer no tiene nada de vulgar —dijo Edward.
—¡Es lo más romántico que he oído en mi vida! —exclamó Alice con sus ojos verdes resplandecientes—. Puedo verte cabalgando en tu caballo blanco para rescatarla de una vida de pobreza.
Edward resopló.
—Si alguien ha rescatado a alguien aquí, es ella.
—Hijo mío —dijo su padre—, no es necesario que tomes ninguna decisión precipitada. Anoche te enteraste de que ibas a recuperar la vista. Puedo comprender que estuvieras abrumado por la emoción. Que te dejaras arrastrar a los brazos de esa…
—¿Sí? —preguntó Edward con una expresión amenazadora.
—Encantadora muchacha —concluyó su padre alegremente—. Pero eso no significa que tengas que precipitarte a un matrimonio con unas perspectivas tan inoportunas. Cuando recuperes la vista y vuelvas a Londres puedes ponerle un piso cerca de tu casa para que sea tu amante si quieres.
La cara de Edward se oscureció, pero antes de que pudiera responder la señora Cope volvió a entrar en el comedor.
—Lo siento señor, pero no hay ni rastro de ella en ninguna parte. Nadie la ha visto. Pero he encontrado esta nota en su habitación. —Su voz se convirtió casi en un susurro, haciendo que todos se preguntaran qué más había encontrado—. Sobre su almohada.
—Léela —ordenó Edward buscando a tientas la silla vacía más cercana.
Mientras se sentaba, la señora Cope le dio la nota a Marks.
El mayordomo desdobló a regañadientes el papel con sus rechonchas manos temblando un poco.
—Querido lord Masen —leyó—, siempre le dije que llegaría un día en el que ya no me necesitaría. Aunque sé que es un hombre de honor, no espero que cumpla con las promesas hechas en el calor de… —Marks vaciló, lanzando a Edward una mirada angustiada.
—Sigue —dijo Edward con sus ojos sombríos.
—No espero que cumpla con las promesas hechas en el calor de la pasión. Esos fuegos arden con demasiada intensidad, cegando incluso a quienes deberían ver. Pronto recuperará la vista y su vida. Una vida de la que no puedo formar parte. Le ruego que no me juzgue con demasiada dureza. Espero que en un rinconcito de su corazón pueda recordarme con cariño. Siempre suya… Bella.
Mientras Marks doblaba la nota, la señora Cope se acercó más a él buscando su manga con los dedos temblorosos. A Alice le caían las lágrimas por las mejillas, e incluso Lauren tuvo que pasarse el pañuelo por la punta de la nariz.
—Tenías razón —dijo su madre con suavidad dejando la taza de té sobre la mesa—. Es una muchacha muy especial.
Su padre suspiró.
—Lo siento, hijo, pero sin duda alguna es lo mejor.
Sin decir una palabra, Edward se levantó y fue hacia la puerta moviendo su bastón por delante.
—¿Adónde vas? —le preguntó su padre francamente desconcertado.
Entonces se dio la vuelta para mirarles con la cara tensa de determinación.
—Voy a buscarla, eso es lo que voy a hacer.
Su padre intercambió una mirada de preocupación con su madre antes de hacer la pregunta que todos tenían en mente.
—¿Y si no quiere que la encuentren?
Bella entró en el dormitorio del ático de la gran casa de campo sin molestarse en cerrar la puerta detrás de ella. Aunque olía a cerrado y las sombras cubrían la espaciosa habitación, no se atrevía a descorrer las cortinas y abrir las ventanas. El sol de la mañana sólo le haría daño en los ojos.
Apoyó la maleta en la cama dejando caer los hombros de cansancio. Después de arrastrarla a lo largo de varios viajes en coches abarrotados de gente, parecía que llevaba en ella piedras en vez de algunas prendas de ropa interior, un paquete de viejas cartas y un fino volumen de poesía. De no haber sido por las cartas podría haberla tirado a la acequia más cercana en su largo paseo desde el pueblo. El alegre gorjeo de los pájaros que anidaban en los setos que bordeaban el camino parecía burlarse de ella.
Aún llevaba la ropa con la que tres días antes había salido de Masen Park al amanecer. El dobladillo de su falda estaba cubierto de polvo, y en la chaqueta tenía una mancha de leche que el hijo de una asistenta le había escupido en un viaje especialmente movido de Hornsey a South Mims.
Bella sabía que debería estar riéndose de esas cosas, pero un entumecimiento misericordioso había descendido sobre su alma. Incluso mientras se preguntaba si volvería a sentir algo alguna vez, tuvo que reconocer que el entumecimiento era preferible al dolor que le había desgarrado el corazón cuando dejó a Edward durmiendo en su cama.
Se sentó en el taburete delante del tocador. Había dejado esa habitación siendo una niña, pero quien la miraba desde las sombras del espejo era una mujer. Por su expresión sombría nadie habría pensado que sus ojos podían brillar de felicidad o que tenía hoyuelos en las mejillas al sonreír.
Le dolían los brazos de agotamiento mientras los levantaba para quitarse las horquillas del moño. Cuando su flácido pelo cayó sobre sus hombros parpadeó con los ojos somnolientos, unos ojos del color del mar Caribe bajo un cielo de verano.
En las escaleras sonaron los pasos de su madre, tan enérgicos y familiares que Bella sintió un arrebato de nostalgia inesperado por la época en la que ella podía aliviarle cualquier dolor, por intenso que fuera, con un fuerte abrazo y una taza de té caliente.
—A mí me parece —dijo su madre mientras subía por las escaleras—, que cuando a una le da permiso su madre para viajar al extranjero con una amiga rica, al menos podría enviarle una carta para que sepa que sigue viva y no se está pudriendo en una sucia cárcel francesa. Tampoco debería entrar en casa a hurtadillas como los ladrones en vez de anunciar su vuelta. No me habría enterado de que estabas en casa si tú hermana no…
Bella se dio la vuelta en el taburete.
Su madre se quedó en la puerta horrorizada con una mano sobre el corazón.
—¡Dios mío, Marie! ¿Qué has hecho con tu precioso pelo?

1 comentario:

  1. ¡¡¡Era la Marie!!!!!!....¿¿¿¿¿Que hizo con su pelo?????? veanlo en el proximo capitulo... en esta misma pagina..jiji.. uyyyy se me hizo cortito el capi.. pero wenoooooo.jiji.. Volviend a marcar la pared contando los dias ;)

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