jueves, 28 de abril de 2011

Traidora

Capítulo 26 “Traidora”
Edward miró con fría cólera a sir Vulturi, al otro extremo de los aposentos privados del rey. No había pronunciado una palabra acerca de los cargos imputados contra él, de hecho no se había movido de donde estaba cuando Vulturi había irrumpido en la habitación. Había seguido bebiendo el exquisito Burdeos del rey, sentado en una postura despreocupada ante el fuego.
—Como podéis ver, majestad —prosiguió Vulturi. Enrique estaba sentado a la mesa ante la carta recién firmada que iba a constituir Edenby en municipio—, esta correspondencia es una prueba irrefutable...
—De que mi padre, mi familia y yo mismo combatimos por el rey Eduardo en la batalla de Tewkesberry —interrumpió finalmente Edward. Miró a sir Vulturi con hastío, luego se acercó al rey y, deteniéndose a su lado, señaló la carta—. ¡Mirad, el conde de Warwick tiene diez años! Ésta no es la caligrafía de un niño de diez años...
—¡Tonterías! —exclamó Vulturi—. Los clérigos escribirían las cartas...
—Y si me molestara en buscar en los registros, majestad, le demostraría que esta caligrafía pertenece a Eduardo III.
Enrique apartó la carta y miró fijamente a Vulturi.
—No necesito recurrir a documentos del pasado; he estudiado muchos y sé que es la letra de Eduardo. El pergamino está viejo y gastado, y hasta un ciego sabría que no se trata de una misiva reciente, sino una antigua y borrosa correspondencia. ¿De dónde ha sacado estas cartas, sir Vulturi?
Vulturi parecía malhumorado y derrotado, pero ahora no podía volverse atrás.
—Se hallaban en poder de la duquesa de Edenby, sir. —Se inclinó hacia Edward—. La esposa yorkista de milord Cullen.
Edward se puso rígido. ¡Isabella! La habitación empezó a dar vueltas a su alrededor. Se encolerizó y se negó a creerlo hasta que finalmente tuvo que admitirlo con amargura. Bella había acudido a Bedford Heath y le había susurrado palabras dulces al oído, y él se había dejado seducir, como lo había hecho en otra ocasión. Había caído en la trampa de su sensualidad, de su dorada belleza, de su pasión.
Ella había vuelto a traicionarlo, hablándole no sólo de pasión, sino de amor; yaciendo con él una y otra vez en éxtasis, abrasándole el corazón, el alma y los sentidos. Seduciéndolo, embaucándolo de tal modo que él habría estado dispuesto a morir ahogado en su dulce fragancia.
Sintió un intenso dolor, como una puñalada que lo dejara sin fuerzas. Sin embargo, no podía desfallecer ante Vulturi. Bella era su esposa y la guerra que libraba con ella siempre había sido privada, y era la madre de Katherine... No, no podía desfallecer ante Vulturi.
Adoptó una expresión rígida y glacial.
—¿Dónde está mi esposa?
—Camino de la Torre.
—¡No he firmado ninguna orden de arresto! —bramó Enrique.
—¡Majestad, lo consideré una traición! ¡Es yorkista!
Edward hizo caso omiso de Vulturi y se volvió hacia Enrique.
—Majestad, iré a recuperar lo que me pertenece y tomaré las medidas que crea oportunas.
Enrique suspiró, observando a Edward.
—Tal vez estéis juzgándola demasiado duramente —dijo.
—No —replicó Edward con amargura—. Ha vuelto a traicionarme. Pero es asunto mío. Os pido permiso para llevármela de la corte. El asunto que nos ocupa ha quedado zanjado. Con vuestro permiso, la encerraré en mi propia torre.
El rey asintió y Edward salió raudamente de la habitación.


—¡Oh, Dios! —exclamó Bella sin poder evitar estremecerse cuando la puerta del Traidor se alzó de pronto ante ella como la misma boca del infierno.
El guardián de la Torre aguardaba el bote en un resbaladizo y húmedo muelle cubierto de musgo. Bella sintió que el corazón empezaba a latirle con fuerza y pensó que no iba a ser capaz de permanecer de pie, que se desmayaría y caería.
—¡Alto allí! —oyó a sus espaldas.
Se volvió en el oscilante bote de remos y vio que se aproximaba otra embarcación semejante con Edward a bordo, la capa ondeando a sus espaldas. «¡Bendito sea Dios!», pensó ella al ver que no iba encadenado. Sostenía en la mano unos papeles, que entregó con frialdad al guardián en cuanto el bote se detuvo y él saltó a tierra.
—La dama ya no es vuestra prisionera. Debéis entregármela bajo mi custodia.
El guardián hojeó la orden con el sello del rey y asintió.
Uno de los guardias le tendió la mano para ayudarla a bajar del bote. Miró a su marido. Tenía el rostro en la penumbra, pero vio su expresión dura, y al posar los pies en el resbaladizo escalón sintió el calor de su cólera. No la tocó, se limitó a escudriñarla con frialdad. Sin embargo estaba allí para llevársela. ¡No lo habían arrestado!
—Milady, por favor —masculló e inclinó la cabeza, señalando el otro bote.
Bella se tambaleó al subir a bordo. Él la cogió por el brazo bruscamente y ella se mordió el labio para no gritar de dolor. Él la soltó y le indicó con un ademán que se sentara.
Un frío y oscuro silencio se cernió sobre ellos mientras el barquero empujaba el bote y dejaban atrás la puerta del Traidor. Soplaba la brisa y Bella volvió a oír el continuo azote del agua contra el casco del bote. Quería hablar, arrojarse a los brazos de Edward, expresarle su miedo y angustia, y decirle cuánto se alegraba de que no lo hubieran apresado.
Abrió la boca, pero no consiguió emitir ningún sonido. Lo miró y Edward le pareció extraño, y el terror se apoderó de ella mientras las estrellas se reflejaban en el foso y sobre las aguas del río Támesis.
—Edward, yo... —Finalmente recuperó el habla, pero sonó como un graznido y no tuvo fuerzas para continuar.
Él se inclinó hacia adelante y le sujetó dolorosamente la barbilla.
—Ahora no. Oiré más tarde lo que tengáis que decir.
Ella no intentó hablar de nuevo hasta que el bote los dejó en tierra. Tras una larga y agotadora caminata regresaron a sus aposentos.
Alice, que se hallaba sentada en la cama meciendo la cuna de Katherine, se levantó presurosa al verlos entrar.
—¡Bella! —exclamó abrazando a su sobrina—. Oh, estaba tan preocupada...
Edward la separó de Bella y la condujo hasta la puerta.
—Buscad a Jasper —ordenó secamente—. Decidle que mañana volveremos a casa. Pedidle que acuda al rey para recoger nuestros papeles y solicitar formalmente permiso para partir.
Alice asintió con tristeza y Edward cerró la puerta tras ella. Bella lo miró afligida, pues no atinaba a comprender su cólera. Susurró su nombre y alargó el brazo para acariciarle el rostro, pero no llegó a tocarlo. Edward la abofeteó con fuerza y el impulso la arrojó sobre la cama.
—¡No, milady! —bramó—. ¡No volveré a caer en la trampa de vuestra belleza y mentiras, a causa de mi desesperado deseo! Me susurrasteis que me amabais, y lo hicisteis con convicción, porque, necio de mí, que ya había sentido el hierro de vuestra traición, permití que volvierais a embaucarme con la dulce seducción de vuestros complacientes brazos y muslos. ¿Por qué vinisteis a Bedford Heath? ¿Acaso por amor? ¡Bah! Buscabais el modo de hundirme, pero esta vez os equivocasteis. ¡El rey no es estúpido y supo en el acto que la acusación de traición era falsa!
Horrorizada e incrédula, Bella miró fijamente el fiero semblante de Edward, que permanecía ante ella, tan inalcanzable como un soldado indómito en el campo de batalla. Le ardía la mejilla del golpe, pero las lágrimas que acudieron a sus ojos no eran de dolor. Edward creía que había robado los documentos, que había registrado los libros y la casa para calumniarlo. Que le había mentido. Que su amor, que con tanto dolor había reconocido, no había sido más que una mentira.
—¡Te equivocas!
Había tanto dolor y sufrimiento en la voz de Bella que Edward vaciló. Deseaba creerla, alargar la mano y atraerla hacia sí. Estrecharla en sus brazos, enjugarle las lágrimas y amarla con ternura...
¡No! De nuevo trataba de engañarlo con su belleza y encantos. ¿Quién sino un necio caería una y otra vez a causa de la urgencia de su deseo y la tempestad que se desataba en su corazón?
—¡Señora, ya habéis interpretado el papel de traidora demasiadas veces conmigo!
—¡Edward, no es verdad!
—¿Ah, no? —exclamó él. Bella se encogió de miedo cuando él la sujetó por los hombros, obligándola a mirarlo a la cara. La zarandeó y le echó la cabeza hacia atrás para encontrarse con aquellos ojos llenos de lágrimas—. Entonces ¿qué?
Ella rió y lloró al mismo tiempo. Podía acusar a Jacob... y entonces él lo mataría. Pero ni siquiera eso la salvaría de su cólera, porque él creería sencillamente que había conspirado con Jacob. No tenía escapatoria.
—Edward, por favor...
—¡Hablad!
—No puedo...
Él la apartó bruscamente y ella cayó sobre la almohada, aturdida. De pronto Katherine empezó a llorar de hambre. Al oírla Bella sintió un pinchazo en los senos, rebosantes de leche. ¡Estaba tan cansada! A duras penas logró levantarse para atender a su hija, pero Edward ya se había adelantado como un tigre. Desquiciada, Bella quiso creer que cogería al bebé de la cuna y se lo tendería. Y, en efecto, lo cogió de la cuna, pero se encaminó hacia la puerta. Bella se levantó alarmada, porque él ya había abierto la puerta con su hija en brazos.
—¡Detente! —Corrió tras él, pero se detuvo cuando Edward se volvió hacia ella con una mirada glacial.
Con las mejillas húmedas de lágrimas, Bella se limitó a tenderle los brazos, suplicante.
—Edward, ¿qué os proponéis?
—No estáis capacitada para criarla.
—¡Es mi hija!
—Y la mía, milady.
—¡Oh, Dios mío, cómo podéis ser tan cruel! Por favor, tened compasión. ¡No podéis arrebatármela!
Edward permaneció de pie, despiadado e implacable. Ella cayó de rodillas ante él, con la cabeza gacha.
—Por Dios, Edward, haced conmigo lo que queráis, pero no la apartéis de mí... —Se le quebró la voz y se desplomó.
Edward bajó la vista hacia la hermosa cabeza castaña inclinada ante él. ¡Deseaba con toda su alma confiar en ella! Esperaba una milagrosa excusa que demostrara su inocencia. Ansiaba acunarla en sus brazos... La amaba con todo su ser y la deseaba más que nunca.
Se le nubló la vista y apenas podía verla, pero su fragancia lo envolvió como una nube de dorada belleza que suplicaba a sus pies.
Katherine empezó a lloriquear. Edward respiró hondo y, apretando los dientes, tendió una mano hacia su esposa y la ayudó a levantarse. Luego le devolvió el bebé, y oyó sus fervientes y turbadas palabras de gratitud.
Por un instante permaneció allí, observando cómo Bella llevaba a Katherine a la cama y se acostaba con ella. Vio al bebé aferrarse al seno de su madre y se estremeció ante la belleza de esa tierna escena que nunca dejaba de conmoverlo.
Entonces Edward se volvió y salió, cerrando la puerta tras de sí con una brusquedad más hiriente que cualquier palabra que hubiera podido pronunciar.

1 comentario:

  1. Hola me encanto este nuevo capitulo pero pienso que el es muy cruel con ella...Sigue asi..Besos..

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