Capítulo 8 “El regreso”
—Tráeme a Edward de vuelta — dijo Kate a Bella.—Quiero que le convenzas para que vuelva a casa.
El rostro de Bella no mostró su conmoción, aunque reverberaba por todo su cuerpo. Con elegancia y delicadeza posó su vaso de té sobre el pequeño posavasos sin mostrar el más mínimo indicio de nerviosismo. ¡Edward! Sólo el sonido de su nombre aún tenía el poder de traspasarla, removiendo el viejo y doloroso sentimiento de anhelo y culpa, aunque ya habían transcurrido diez años desde que lo vio por última vez, desde que todos lo habían visto.
—¿Sabes dónde está?— preguntó serenamente. A diferencia de Bella, la mano de Kate tembló cuando posó su vaso. Sus ochenta y tres años pesaban sobre Kate, y el constante temblor en sus manos era otro pequeño indicio de que su cuerpo le fallaba. Kate se estaba muriendo. Ella lo sabía, todos lo sabían. No inmediatamente, ni siguiera pronto, pero ahora era verano y seguramente no vería otro verano más. Su voluntad de hierro había soportado mucho, pero lentamente se había doblegado bajo el inexorable paso del tiempo.
—Por supuesto. Contraté a un detective para encontrarlo. Esme y Didyme lo han sabido durante todo este tiempo, pero no me lo quisieron decir, —dijo Kate con una mezcla de ira y exasperación. —Se ha mantenido en contacto con ellas, y ambas le han visitado de vez en cuando.
Bella veló sus ojos con las pestañas, llevando cuidado en no mostrar ninguna expresión. Así que lo habían sabido todo este tiempo. A diferencia de Kate, ella no les podía culpar. Edward lo había dejado bien claro, no tenía interés por el resto de la familia. Aun así, dolía. Su amor por él había sido la única emoción que no pudo bloquear. Su ausencia había sido como una herida abierta siempre sangrando, y en estos diez años no se había curado, aún goteaba dolor y remordimiento.
Pero había sobrevivido. Sin saber bien cómo, al enterrar todas sus emociones había sobrevivido. Desapareció la alegre y exuberante muchacha, rebosante de energía y travesuras. En su lugar había una fría y remota joven mujer, que nunca se precipitaba, nunca perdía los nervios, raramente sonreía, y menos aun reía abiertamente. Las emociones se pagaban con dolor; había aprendido esa amarga lección cuando su irreflexión, su estúpida emotividad había arruinado la vida de Edward.
Con su personalidad de entonces no era valorada ni querida, así que se destruyó a sí misma y de las cenizas construyó una nueva persona, una mujer que nunca conocería la cumbre pero que jamás caería de nuevo en las profundidades. De alguna forma había puesto en movimiento la cadena de sucesos que le costaron la vida a Tanya y desterraron a Edward de las suyas, así que se había asignado con determinación la tarea de la expiación. No podía reemplazar a Tanya en el amor de Kate, pero por lo menos podía dejar de ser una carga y una decepción.
Había asistido a la Universidad de Alabama en vez de a la exclusiva Universidad de chicas que al principio se pensó, y obtuvo una licenciatura en dirección de empresas así que pudo ser de ayuda para Kate en la gestión de los negocios, puesto que Edward ya no estaba ahí para hacerse cargo de ello. A Bella no le gustaba la carrera pero se obligó a estudiar duramente y a obtener buenos resultados. ¿Y qué si lo encontraba aburrido? Era un pequeño precio a pagar.
Se obligó a aprender cómo vestir, para que Kate no se sintiera avergonzada de ella. Se había apuntado a un cursillo para mejorar su forma de conducir, había aprendido a bailar, cómo aplicarse el maquillaje, a sostener una conversación educada, a ser socialmente aceptable. Había aprendido a dominar su loco entusiasmo que en tantas ocasiones la había metido en problemas cuando era una niña, pero eso no había sido difícil. Después de que Edward desapareciera su problema consistió en volver a sentir alegría por vivir y no lo contrario.
No podía pensar en nada que la angustiara más que en encontrarse con Edward cara a cara otra vez.
—¿Y si no quiere regresar?— murmuró.
—Convéncele, —contestó Kate, con brusquedad. Entonces suspiró, y su voz se tornó más suave. —Siempre ha mostrado debilidad por ti. Le necesito de vuelta aquí. Lo necesitamos. Tú y yo juntas nos las hemos arreglado bien para que las cosas siguiesen funcionando, pero ya no me queda mucho tiempo y tu corazón y tu alma no están puestos en esto de la manera en que lo estuvo Edward. Cuando se trataba de negocios, Edward tenía el cerebro de un ordenador y el corazón de un tiburón. Era honrado pero despiadado. Esa son cualidades raras, Bella, no son el tipo de cualidades que se puedan reemplazar con facilidad.
—Por eso mismo puede que no nos perdone. —Bella no reaccionó ante el menosprecio de Kate por su aptitud para dirigir el imperio familiar. Era la verdad pura y dura; por eso la mayoría de las veces todas las decisiones importantes recaían sobre los cada vez más frágiles hombros de Kate, mientras que Bella se limitaba a llevarlas a la práctica. Se había adiestrado a sí misma, se había disciplinado hasta donde pudo, pero aunque diese lo mejor de ella misma nunca era suficiente. Lo aceptaba y se protegía a si misma al no darle importancia. Nada había tenido importancia en realidad durante los últimos diez años.
La pena destelló en la arrugada cara de Kate. —Desde que se marchó lo he echado de menos cada día, —dijo con suavidad. —Jamás me perdonaré el haber permitido lo que le pasó. Le tenía que haber dicho a todo el mundo que creía en él, que confiaba en él, sin embargo me regodeé en mi propio dolor y no vi lo que mi dejadez le estaba haciendo. No me importa morir, pero no me puedo ir tranquila hasta que arregle las cosas con Edward. Si alguien puede traerlo de vuelta, Bella, esa eres tú.
Bella no le contó a Kate que en el funeral de Tanya le tendió una mano a Edward, y fue fríamente rechazada. En su fuero interno pensaba que tenía menos posibilidades de convencer a Edward de regresar a casa que cualquier otro, pero eso era otra cosa que había aprendido por sí misma. Si ella conseguía bloquear sus sentimientos entonces sus emociones y miedos privados, serían justo eso, privados. Si los mantenía encerrados en su interior, entonces nadie más que ella sabría que existían.
No importaba lo que ella sintiera; si Kate quería a Edward de vuelta en casa, haría lo que pudiese, sin importar lo que le costara. — ¿Dónde está?
—En alguna pequeña ciudad dejada de la mano de Dios en Arizona. Te daré la carpeta con la información que recabó el investigador para mí. Le…han ido muy bien las cosas. Posee un rancho, nada del tamaño de Davencourt, pero no está en Edward el fracasar.
— ¿Cuándo quieres que me marche?
—Lo antes posible. Lo necesitamos aquí. Yo le necesito. Antes de que me muera quiero hacer las paces con él.
—Lo intentaré —dijo Bella.
Kate miró durante un prolongado momento a su nieta, luego una cansada sonrisa curvó su boca. —Eres la única que no aparenta falsa alegría y me dice que cumpliré los cien, —dijo, con una amarga insinuación de aprobación en su voz. —Malditos idiotas. ¿Es que se creen que no sé que me estoy muriendo? Tengo cáncer, y soy demasiado vieja para malgastar mi tiempo y mi dinero en un tratamiento cuando de todas formas la vejez me llevará muy pronto. Por el amor de Dios, yo vivo en este cuerpo. Siento como se está apagando lentamente.
No existía respuesta que no sonase falsamente alegre o cruel, así que Bella no dijo nada. Muy a menudo permanecía callada, dejando que las conversaciones pasaran por encima de ella, sin hacer el menor esfuerzo para integrarse en ellas. Era verdad que todos los demás en la casa hacían lo posible por ignorar la enfermedad, como si fuese a desaparecer al ignorarla. Ya no sólo vivían allí Maggie y Liam; sin saber bien cómo, al año de la muerte de Tanya y de la partida de Edward, Maggie había conseguido instalar a más miembros de su familia en Davencourt. Su hijo, Erick, había decidido quedarse en Charlotte, sin embargo, todos los demás estaban ahí. La hija de Maggie, Jessica, había instalado a toda su familia; a su esposo Mike y a sus hijos Lauren y Tyler. No es que fuesen unos niños; Tyler tenía treinta años y Lauren la edad de Bella. Kate dejó que se llenase la casa, posiblemente en un intento por desterrar el vacío que quedó al perder a Tanya y a Edward. Suponiendo que Bella pudiera convencer a Edward de que regresara —una gran suposición— se preguntaba qué haría con toda esta situación. Cierto, todos eran primos suyos, pero por alguna razón pensaba que se mostraría algo impaciente con ellos por aprovecharse del dolor de Kate.
—Sabes que cambié mi testamento después que se marchara Edward, —continúo tras un momento Kate, tomando otro sorbo de té. Miró fijamente por la ventana hacia la profusión de rosas color melocotón, sus favoritas, y cuadró los hombros como para tomar fuerzas. —Te nombré heredera universal; Davencourt y la mayor parte del dinero irían a parar a ti. Creo que es justo decirte que si puedes convencer a Edward de que vuelva, lo pondré todo a su nombre.
Bella asintió. Eso no influiría en sus esfuerzos; nada lo haría. Haría todo lo posible para convencer a Edward de que regresara y de hecho no sentiría ninguna pérdida personal cuando Kate cambiase su testamento. Aunque lo intentaba con ahínco, Bella lo aceptaba, sencillamente no poseía el don para los negocios como Kate y Edward. No era una persona que corriese riesgos y no podía mostrar entusiasmo por el juego de los grandes negocios. Davencourt estaría mucho mejor con él al cargo así como la miríada de inversiones financieras e intereses.
—Ese fue el pacto que hice con él cuando tenía catorce años, — continúo Kate, con voz áspera y los hombros todavía en tensión. —Si trabajaba duro, estudiaba, y se formaba para poder hacerse cargo de Davencourt, entonces todo sería suyo.
—Lo entiendo — murmuró Bella.
—Davencourt… —Kate seguía con la vista fija sobre el perfectamente cuidado césped, el jardín de flores, los pastos más al fondo, donde sus queridos caballos agachaban sus elegantes y musculosos cuellos para pastar. —Davencourt se merece estar en las mejores manos. No es sólo una casa, es un legado. Ya no quedan muchos como éste y tengo que elegir a quién creo será el mejor para cuidar de él.
—Intentaré traerlo de vuelta —prometió Bella, su cara tan serena como un estanque en un caluroso día de verano, cuando ni un soplo de brisa ondulaba la superficie. Era el rostro tras el cual se ocultaba, una máscara de indiferencia, insondable y serena. Nada podía traspasar el seguro velo que ella había tejido, excepto Edward, su única debilidad. A su pesar, sus pensamientos echaron a volar. Tenerlo de vuelta… sería como el cielo y el infierno al mismo tiempo. Poder verlo todos los días, escuchar su voz, abrazar en secreto su cercanía en las largas y oscuras noches, cuando todas las pesadillas se volvían reales… eso era el cielo. El infierno era saber que él ahora la despreciaba, que cada una de sus miradas sería de condena y repulsa.
Pero no, tenía que ser realista. Ella no estaría aquí. Cuando Kate –ya nunca pensaba en ella como la Abuela– muriese, Davencourt ya no sería más su hogar. Sería de Edward, y el no la querría aquí. No lo vería todos los días, posiblemente nunca más. Tendría que mudarse, encontrar un trabajo, enfrentarse a la vida real. Bien, por lo menos con su licenciatura y su experiencia, sería capaz de encontrar un buen trabajo. Tal vez no en el área de Shoals; puede que tuviese que trasladarse, en ese caso estaba segura que jamás volvería a ver a Edward. Eso tampoco importaba. Su lugar estaba aquí. Sus irreflexivas acciones le costaron su herencia, así que era justo que ella hiciese lo posible para traerlo de vuelta.
—¿No te importa?— le preguntó abruptamente Kate. —¿Perder Davencourt si haces esto por mí?
Nada importaba. Esa había sido su letanía, su maldición durante diez años. —Es tuyo para dejárselo a quien tú quieras. Edward era el heredero que elegiste. Y tienes razón; lo hará mucho mejor de lo que jamás pudiera hacerlo yo.
Podía sentir que su tono tranquilo y uniforme perturbaba a Kate, pero infundir pasión a sus palabras era algo que la sobrepasaba.
—Pero tú eres una Denali, —argumentó Kate, como si quisiera que Bella justificara su propia decisión respecto a ella. —Algunas personas dirán que Davencourt es tuyo por derecho, porque Edward es un Cullen. Es pariente consanguíneo mío, pero no es un Denali, y ni siquiera está tan estrechamente relacionado conmigo como tú.
—Pero es la mejor elección.
Maggie entró en el salón a tiempo de escuchar el último comentario de Bella. — ¿Quién es la mejor elección?— exigió, dejándose caer en su silla favorita. Maggie tenía setenta y tres años, diez años menos que Kate y mientras que el pelo de Kate era totalmente blanco, Maggie tercamente se resistía a la naturaleza y mantenía teñidos sus suaves rizos en un delicado tono rubio.
—Edward —contestó lacónicamente Kate.
—¡Edward!— Conmocionada, Maggie se quedó mirando fijamente a su hermana. —Por el amor de Dios, ¿para qué otra cosa podría ser él la mejor elección, excepto para la silla eléctrica?
—Para dirigir Davencourt, y la parte financiera de los negocios.
—¡Estarás de broma! Bueno, nadie querrá tratar con él…
—Sí, lo harán —dijo Kate, con voz férrea. —Si él está a cargo, todos harán negocios con él, o desearan no haber sido tan estúpidos.
—No sé por qué has sacado a relucir su nombre, ya que nadie sabe dónde está…
—Yo lo he encontrado —la interrumpió Kate. —Y Bella va a ir a hablar con él para que vuelva.
Maggie miró a Bella como si de repente le hubiesen salido dos cabezas. — ¿Estás loca? —le preguntó, con voz estrangulada. — ¡No lo dirás en serio, querer traer a un asesino entre nosotros! ¡Vaya, no podría pegar ojo por la noche!
—Edward no es un asesino —dijo Bella, tomándose su té sin dignarse a mirar a Maggie. También había dejado de pensar en Maggie como su tía. En algún momento de la noche, después de que Edward se alejara de sus vidas, los títulos de parentesco con los que había tratado a la gente se habían desvanecido, como si la distancia emocional que había tomado no le permitiera hacer uso de ellos. Sus familiares ahora eran sencillamente Kate, Maggie, Liam.
—¿Entonces porqué desapareció de esa forma? Sólo alguien con mala conciencia habría huido.
—¡Cállate!— le espetó Kate. —Él no huyó, se hartó y decidió marcharse. Hay una diferencia. Le defraudamos, no le culpo por darnos la espalda. Pero Bella tiene razón; Edward no mató a Tanya. Nunca pensé que lo hiciese.
—¡Bueno, Sam Uley evidentemente sí lo hizo!
Kate descartó las ideas de Sam con un gesto de la mano. —No importa. Sé que Edward es inocente, no había pruebas en su contra, así que en lo que respecta a la ley él es inocente, y yo quiero que regrese.
—¡Kate no seas una vieja tonta!
Los ojos de Kate relampaguearon con un repentino fulgor que desmentía su edad. —Creo que puedo afirmar con seguridad —dijo arrastrando las palabras —que nadie jamás me ha considerado una tonta, vieja o joven. —Y vivió para contarlo, era el mensaje que se escondía en su tono de voz. Ochenta y tres años o no, muriéndose o no, Kate aún conocía el alcance de su poder como matriarca de la fortuna Denali, y no se avergonzaba de hacérselo saber a todo el mundo.
Maggie retrocedió y se giró hacia Bella, un blanco más fácil. —No dirás en serio que lo vas a hacer. Dile que es una locura.
—Estoy de acuerdo con ella.
La ira relampagueo en los ojos de Maggie ante la queda afirmación. —¡Era de esperar! —dijo, con brusquedad. —No te creas que se me ha olvidado que tratabas de meterte en su cama cuando…
—¡Cállate!— dijo Kate ferozmente, elevándose a medias de la silla como si quisiera atacar físicamente a su hermana. —Sam explicó lo que en realidad pasó entre ellos, y no dejaré que se saque de contexto. Tampoco dejaré que atormentes a Bella. Ella sólo hace lo que yo le he pedido.
—¿Pero por qué quieres hacerlo volver? —gimió Maggie, dejando a un lado su agresividad y Kate volvió a dejarse caer en la silla.
—Porque le necesitamos. Ahora mismo estamos llevando los asuntos entre Bella y yo, pero cuando muera, se verá desbordada de trabajo.
—Oh, tonterías, Kate, nos vas a sobrevivir…
—No —dijo Kate, enérgicamente, cortando la declaración que tantas veces antes había escuchado. —No os voy a sobrevivir a ninguno. Y aunque pudiera no quiero. Necesitamos a Edward. Bella va a ir a verle y le traerá a casa, y se acabó.
A la noche siguiente, Bella estaba sentada en la zona más en penumbra de una pequeña y lúgubre cantina, con la espalda pegada a la pared mientras observaba en silencio a un hombre sentado relajadamente en uno de los taburetes del bar. Lo había estado observando durante tanto tiempo y tan fijamente que le dolían los ojos del esfuerzo que le suponía mirar a través del oscuro y lleno de humo interior. La mayor parte del tiempo no pudo escuchar nada de lo que decía, lo acallaba la vieja máquina de discos situada en la esquina, el estrepitoso ruido de la bolas de billar chocando entre sí, el sonido de las palabrotas y las conversaciones, pero de cuando en cuando podía percibir un cierto tono, un acento, que fuera de toda duda era suyo mientras hacía un comentario casual bien al hombre que estaba a su lado o al camarero.
Edward. Habían pasado diez años desde la última vez que lo vio, diez años desde que se sintió viva. Sabía y lo había aceptado que todavía lo amaba, seguía siendo vulnerable a él, pero en cierta manera el monótono transcurrir de días durante diez años había desdibujado en su memoria lo aguda que había sido siempre su reacción hacia él. Todo lo que había hecho falta era ese fugaz vistazo de él para recordárselo. La avalancha de sensaciones era tan intensa que rayaba en el dolor, como si las células de su cuerpo hubiesen despertado a la vida. Nada había cambiado. Seguía reaccionando de la misma manera que antes, su corazón latía desbocado y la excitación tensaba todos y cada uno de sus nervios. Sentía la piel tirante y ardiente y la carne bajo de ella palpitaba dolorida. El ansia de tocarlo, de estar lo suficientemente cerca de él para poder oler el almizclado y masculino aroma de su esencia, único y que jamás había olvidado, era tan grande, que se sentía casi paralizada por el deseo.
Pero a pesar de todo su anhelo, no conseguía reunir el valor suficiente para acercarse a él y hacerse notar. A pesar de la resuelta confianza de Kate en que ella le podría convencer para que regresara a casa, Bella no esperaba ver otra cosa en esa verde mirada que aversión y rechazo. La anticipación al dolor la hacía continuar sentada. Había vivido con el dolor de su pérdida durante los diez últimos años, pero era un dolor familiar, y había aprendido a vivir con él. No estaba muy segura de poder soportar cualquier otro tipo de dolor. Un nuevo golpe la hundiría, posiblemente sin posibilidad de recuperación.
No era la única mujer en el bar, pero le dirigían las suficientes miradas masculinas de curiosidad para ponerla nerviosa. Edward no; era totalmente ajeno a su presencia. Hasta ese momento la habían dejado en paz, ya que deliberadamente había tratado de no llamar la atención. Vestía con sencillez, recatadamente, con unos pantalones holgados verde oscuro y una camiseta color crema, no era la vestimenta de una mujer que va a la ciudad buscando marcha. No miraba a nadie a los ojos y no dejaba vagar su mirada alrededor con interés. Con los años había aprendido a pasar lo más inadvertida posible, y esta noche eso la había ayudado mucho. Aunque, tarde o temprano, algún vaquero se armaría de suficiente valor para ignorar su señal de —mantente lejos— y se acercaría a ella.
Estaba cansada. Eran las diez de la noche, y su avión había despegado desde Huntsville a las seis de la mañana. Desde allí había volado a Birmingham, y desde Birmingham a Dallas —con una parada en Jackson, Mississippi. En Dallas, había soportado una espera de cuatro horas. Llegó a Tucson a las cuatro y veintisiete minutos, horario local, alquiló un coche y condujo hacia el sur por la autopista interestatal 19 hacia Tumacacori, donde el detective privado de Kate les dijo que ahora vivía Edward. Según la información de la ficha, poseía en la zona un pequeño pero próspero rancho ganadero.
No le fue posible encontrarlo. A pesar de tener la dirección, había estando dando vueltas buscando la carretera correcta, volviendo en repetidas ocasiones de vuelta a la autopista interestatal para orientarse. Estaba ya casi al borde las lágrimas cuando finalmente se encontró con un vecino de la localidad que no sólo conocía a Edward personalmente sino que dio indicaciones a Bella para llegar a este pequeño y cutre bar justo a las afueras de Nogales, dónde solía parar Edward cuando tenía que ir a la ciudad, lo que había hecho este día en particular.
Mientras conducía en dirección a Nogales, la noche del desierto había caído con todo su colorido y dramatismo, y cuando el caleidoscopio de matices se había descolorido, había dejado un aterciopelado cielo negro, lleno de enormes y brillantes estrellas como jamás había visto. Para cuando logró encontrar el bar, la hermosa e inhóspita desolación ya la había calmado, y de nuevo lucia su habitual expresión reservada.
Edward ya se encontraba allí cuando ella entró; fue la primera persona que vio. La conmoción casi la hizo derrumbarse. Tenía la cabeza girada hacia el lado contrario y ni se había molestado en mirar hacia la puerta, pero sabía que era él, porque cada célula de su cuerpo clamaba al reconocerlo. Sin hacer ruido se dirigió hacía una de las mesas vacías, escogiendo automáticamente una situada en la esquina más oscura, y aún permanecía allí sentada. La camarera, una mujer hispana de unos treinta y tantos años y con expresión cansada, se acercaba de vez en cuando. La primera vez Bella había pedido una cerveza, aguantándola hasta que se calentó, para después pedir otra. No le gustaba la cerveza, habitualmente no bebía, pero pensó que debería consumir algo o si no le pedirían que abandonase la mesa para que la ocupasen otros clientes que sí lo harían.
Bajó la mirada hacia el arañado tablero de la mesa, en donde numerosas hojas de cuchillo habían grabado multitud de iníciales y diseños así como surcos aleatorios y agujeros. Esperar no lo hacía más fácil. Debería levantarse, caminar hacía él y terminar con esto de una buena vez.
Pero seguía sin moverse. Sus ojos se posaron hambrientos de nuevo en él, absorbiendo los cambios que estos diez años habían causado.
Tenía veinticuatro años cuando se marchó de Tuscumbia, un hombre joven, maduro para su edad y cargado con responsabilidades que hubieran podido con alguien inferior, pero joven aún. A los veinticuatro años todavía no había descubierto el alcance total de su propia fuerza, su personalidad era un poco maleable todavía. La muerte de Tanya y la subsiguiente investigación, y el modo en que había sido aislado tanto por la familia como por los amigos, lo habían endurecido. Los diez años transcurridos desde entonces lo habían endurecido aún mucho más. Era evidente en la severa línea de su boca y en la fría e imperturbable forma en que contemplaba el mundo a su alrededor, caracterizándolo como un hombre preparado para coger el mundo en sus manos e inclinarlo a su antojo. No importaba el desafío al que se enfrentara, siempre salía victorioso.
Bella conocía algunos de esos desafíos, ya que el informe sobre él era minucioso. Cuando los cuatreros diezmaron su manada y las fuerzas locales no pudieron detenerlos, Edward había rastreado por su cuenta a los cuatro cuatreros y los siguió hasta México. Los cuatreros lo descubrieron y comenzaron a disparar. Edward devolvió los disparos. Aguantaron así durante dos días. Al final de los cuales, uno de los cuatreros había muerto, otro resultó gravemente herido, y un tercero sufría una conmoción cerebral después de haberse caído desde una roca. Edward resultó levemente herido, una cicatriz que le atravesaba el muslo, y sufría de deshidratación. Finalmente los bandidos decidieron cortar por lo sano y escapar cuando aún podían, y Edward condujo sombríamente su ganado robado de vuelta a través de la frontera. Desde entonces ningún cuatrero le volvió a molestar.
Ahora un aura de peligro que no existía antes lo rodeaba, dándole el aspecto de un hombre de palabra dispuesto a respaldarla con acciones. Su personalidad se había afilado bajo esta coraza de hierro. Edward no tenía debilidades ahora, con certeza ni un resto de la que sentía por aquella estúpida y despistada prima que le había causado tantos problemas.
No era el mismo hombre que conocía antes. Era más duro y tosco, quizás incluso brutal. Se dio cuenta de que en diez años se habían producido muchos cambios, en ambos, pero una cosa permanecía constante, y eso era su amor por él.
Físicamente, parecía más alto y corpulento que antes. Siempre tuvo un cuerpo musculoso, pero años de durísimo trabajo físico habían endurecido y definido esa musculatura, como un látigo a punto de restallar o un cable de acero tensado. Sus hombros se habían ensanchado y su pecho aumentado. Sus antebrazos, que quedaban a la vista bajo las mangas enrolladas de la camisa, eran abultados con músculos y tendones definidos.
Estaba profundamente bronceado, con arrugas a ambos lados de su boca y en las esquinas de sus ojos. Llevaba el pelo más largo y descuidado, el pelo de un hombre que no iba de forma regular a la ciudad para cortárselo. Esa era otra diferencia: ya no era un corte a la moda, sino un simple corte de pelo. Su cara estaba oscurecida por la sombra de la barba, pero no podía ocultar la nueva cicatriz que le recorría la parte inferior de la mandíbula derecha, desde la oreja hasta casi la barbilla. Bella tragó en seco, preguntándose que le habría pasado, si la herida habría sido grave.
El informe del investigador decía que Edward no sólo había comprado el pequeño rancho y lo había convertido rápidamente en una rentable empresa, sino que había adquirido sistemáticamente más tierras, no para ampliar su rancho, como sería de esperar, sino para la minería. Arizona era rica en yacimientos minerales, y Edward estaba invirtiendo en ellos. Abandonar Davencourt no le había empobrecido; tenía dinero propio, y lo había utilizado inteligentemente. Tal y como había manifestado Kate, Edward tenía un talento poco frecuente para los negocios y las finanzas, y lo había usado.
Aun siendo tan próspero como era, sin embargo, nadie lo diría por su ropa. Sus botas estaban usadas y arañadas, sus vaqueros descoloridos, y su fina camisa de cambray había sido lavada tantas veces que estaba casi blanca. Llevaba un sombrero, uno polvoriento de color marrón oscuro. Nogales tenía fama de ser dura, pero a pesar de ello, parecía haberse integrado en esta ruda muchedumbre, en este lúgubre bar de este pequeño y desértico pueblo fronterizo tan diferente a Tuscumbia como el Amazonas del Ártico.
Tenía el poder de destruirla. Con unas cuantas heladas y cortantes palabras podría aniquilarla. Se sentía enferma al saber el riesgo al que se exponía al acercarse a él, pero aún podía ver la esperanza que brillaba en los ojos de Kate cuando la besó esa misma mañana al despedirse. Kate, encogida por la edad, menguada por el dolor y el remordimiento, indomable pero ya no invencible. Posiblemente, el final estaba más cerca de lo que dejaba ver a los demás. Puede que esta fuese la última oportunidad de salvar el distanciamiento con Edward.
Bella sabía exactamente a lo que se arriesgaba, financieramente hablando, si convencía a Edward para que regresara a casa. Tal y como estaba en estos momentos redactado el testamento de Kate, ella era la principal heredera de Davencourt y del imperio financiero de la familia, aunque se establecía además un modesto legado para Maggie y su prole, algo para Esme y Didyme, y pensiones y alguna cantidad fija de dinero para los empleados de toda la vida: Harry, Sue y Bessie. Pero a Edward lo habían preparado para ser el heredero, y si regresaba, todo sería suyo de nuevo.
Ella perdería Davencourt. Había bloqueado sus emociones, no había dejado ver a Kate el dolor y el pánico que amenazaban con derribar su barrera protectora. Era humana; lamentaría perder el dinero. Pero Davencourt significaba mucho más para ella que cualquier fortuna. Davencourt era su hogar, su santuario, y cada pulgada le era amadísima y familiar. Se le rompería el corazón al perderlo, pero no albergaba ilusiones de ser bienvenida allí cuando Edward heredara. Los querría a todos fuera, inclusive a ella.
Pero él podía cuidarlo mejor que ella. El había crecido con el convencimiento de que a través de su alianza con Tanya, Davencourt sería suyo. Se había pasado toda la adolescencia y la juventud entrenándose para ser el mejor custodio posible, y había sido culpa de Bella que lo perdiese.
¿Cuál era el precio de la expiación?
Ella sabía el precio, sabía exactamente lo que le iba a costar.
Pero estaba Kate, desesperada por verlo antes de morir. Y también estaba el mismo Edward, el príncipe exiliado. Davencourt era su legítimo lugar, su legado. Tenía una deuda con él que jamás podría pagarle. Renunciaría a Davencourt para conseguir que regresara. Sería capaz de renunciar a todo lo que tuviese.
Sin saber cómo, su cuerpo empezó a moverse inconscientemente, y se encontró de pie y caminando a través del humo ambiental. Se detuvo detrás de él, a su derecha, con mirada febril y hambrienta mientras contemplaba con fijeza la marcada línea de su pómulo y su mandíbula. Dudando, anhelando el contacto pero temiéndolo, alzó la mano para tocar su hombro y llamar su atención. Pero antes de poder hacerlo, el sintió su presencia y volvió la cabeza hacia ella.
Unos ojos verdes, entrecerrados y gélidos la recorrieron de arriba a abajo. Una ceja cobriza se arqueó en muda pregunta. Era la mirada de un macho valorando a una mujer por su disponibilidad y su atractivo.
No la reconocía.
Respiraba veloz y profundamente, pero se sentía como si no pudiese inhalar suficiente aire. Dejó caer la mano, y sintió dolor, ya que el breve contacto que había temido le había sido negado. Quería tocarlo. Quería estar en sus brazos como cuando era pequeña, reposar su cabeza sobre su ancho hombro, y esconderse del mundo. En cambio se armó de toda la compostura que tanto esfuerzo le costó conseguir y dijo en voz baja, —Hola Edward. ¿Puedo hablar contigo?
Sus ojos se abrieron un poco y se giró en su taburete para enfrentarse a ella. En su expresión hubo un destello de reconocimiento y después incredulidad. Luego no hubo nada, y su mirada se endureció. De nuevo la volvió a mirar de arriba a abajo, pero esta vez con deliberada lentitud.
El no dijo nada, sólo se la quedó mirando. El corazón de Bella retumbaba contra sus costillas con desmesurada fuerza. —Por favor —dijo ella.
El se encogió de hombros, el movimiento tensó sus poderosos músculos contra su camisa. Sacó unos cuantos billetes de su bolsillo y los tiró sobre la barra, luego se levantó, cerniéndose sobre ella y obligándola a retroceder un paso. Sin decir ni media palabra la cogió por el brazo y la guió hacia la salida, sus largos dedos cerrados alrededor de su codo como una banda de hierro. Bella se preparó a si misma ante el cosquilleo de placer causado por ese contacto tan impersonal, y deseó haberse puesto una blusa sin mangas para poder sentir su mano sobre su piel.
La puerta del achaparrado edificio se cerró tras ellos. Dentro la iluminación había sido pobre, pero aún así tuvo que pestañear para acostumbrar a sus ojos a esta oscuridad. Se veían un montón de vehículos aparcados de cualquier modo, el guardabarros y las lunetas reflejaban la luz roja parpadeante del rótulo de BAR que estaba situado en la ventana. Después de la cargada y humeante atmósfera del bar, el aire limpio de la noche se sentía fresco y claro. Bella tembló con un repentino escalofrío. El no la soltó pero tiró de ella a través de la gravilla y arena del aparcamiento hacía una camioneta. Sacando las llaves de su bolsillo, abrió la puerta del conductor y la empujó con fuerza adentro. —Entra.
Ella obedeció, deslizándose por el asiento hasta que estuvo en el sitio del pasajero. Edward se sentó a su lado, encogiendo sus largas piernas bajo el volante y cerrando la puerta.
Cada vez que el letrero parpadeaba, podía apreciar su rígida mandíbula. En la cerrada atmósfera de la cabina podía aspirar el fresco y penetrante olor del tequila que él había estado tomando. Permanecía sentado en silencio, mirando a través del parabrisas. Arropándose a sí misma con los brazos para protegerse del frío, ella también se mantenía callada.
—¿Y bien?— preguntó él, bruscamente después un largo intervalo de tiempo y siendo evidente que ella no tenía ninguna prisa por hablar.
Pensó en todas las cosas que podría decir, todas las disculpas y excusas, todas las razones por las que le había enviado Kate, pero todo se redujo a tres simples palabras, y dijo, —Vuelve a casa.
El soltó una áspera carcajada y se giró de forma que sus hombros estuviesen cómodamente apoyados contra la puerta y el asiento. —Estoy en casa, o algo parecido a ello.
Bella se quedó de nuevo en silencio, como solía hacer a menudo. Cuanto más fuerte eran sus sentimientos más callada se volvía, como si su caparazón interior se endureciese ante cualquier arranque emocional que pudiera hacerla vulnerable. Su cercanía, escuchar su voz otra vez, la hacía sentir como si algo fuera a romperse dentro de ella. Ni siguiera era capaz de devolverle la mirada. En vez de ello la bajo a su regazo, luchando por controlar su temblor.
El murmuró una maldición, luego metió la llave en el contacto y la giró. El motor se encendió de inmediato y se convirtió en un potente y afinado ronroneo. Puso en marcha la calefacción, y después giró el torso para alcanzar la parte trasera de la camioneta. Sacó una chaqueta vaquera y se la tiró sobre el regazo. —Póntela por encima antes de que empieces a amoratarte.
La chaqueta olía a polvo y sudor, a caballos e inefablemente a Edward. Bella deseó enterrar la cara en la tela; sin embargo se la puso alrededor de los hombros, agradeciendo su protección.
—¿Cómo me has encontrado? —preguntó él, finalmente. —¿Te lo dijo mi madre?
Ella negó con la cabeza.
—¿La tía Didyme?
De nuevo negó con la cabeza.
—Maldita sea, no estoy de humor para acertijos —dijo bruscamente. —O hablas o te bajas de la camioneta.
Las manos de Bella se aferraron a los bordes de la chaqueta.
—Kate contrató a un detective privado para encontrarte. Entonces me mandó para acá.
Podía sentir la hostilidad que emanaba de él, una fuerza palpable que atravesó su piel. Había sabido que no tenía muchas posibilidades de convencerle para que volviese, pero no se había dado cuenta hasta ahora de la enorme aversión que sentía hacia ella. Se le revolvió el estómago, sentía el pecho vacío, como si su corazón ya no habitase ahí.
—¿Así que no viniste por tu cuenta? —Preguntó él, con aspereza.
—No.
Inesperadamente alargó la mano y le agarró la mandíbula, sus dedos se clavaron en su suave piel cuando le giró abruptamente la cabeza. Un ronroneo de leve amenaza se filtró en su voz. —Mírame cuando hables conmigo.
Impotente, así lo hizo, sus ojos devorándolo, examinando cada amado ángulo y archivándolo en su memoria. Esta podría ser la última vez que lo viese, y cuando la echase de ahí, otro poquito de ella moriría.
—¿Qué es lo que quiere? —preguntó, sujetado todavía su rostro. Su inmensa mano le cubría la mandíbula de oreja a oreja. —Si es solo que echa de menos mi sonriente cara, no hubiese esperado diez años para encontrarme. Así que, ¿qué es lo que quiere de mí?
Su amargura era mucho más profunda de lo que había esperado, su rabia tan ardiente como el día en que salió de sus vidas. Aunque debería de haberlo sabido, y Kate también. Siempre habían sido conscientes de la fuerza de su carácter; por eso, cuando tenía catorce años, Kate lo escogió para que fuese su heredero y el guardián de Davencourt. Traicionarlo como lo hicieron, había sido como dar un tirón del rabo a un tigre, y ahora tenía que enfrentarse a sus garras y colmillos.
—Quiere que vuelvas a casa y tomes las riendas de nuevo.
—Seguro que sí. La buena gente de Colbert County no se ensuciaría las manos haciendo negocios con un sospechoso de asesinato.
—Sí que lo harían. Con Davencourt y todo lo demás perteneciéndote, no les quedaría más remedio que hacerlo, o perder una enorme cantidad de sus ingresos.
El soltó una estridente y ronca carcajada. —¡Dios mío, debe de estar desesperada de que vuelva si está dispuesta a comprarme! Sé que ha cambiado su testamento, probablemente a tu favor. ¿Qué ha pasado? Ha tomado algunas malas decisiones, y ahora necesita que yo le salve el culo a la familia financieramente hablando.
Le ardían los dedos por las ansias de extenderlos y suavizar las líneas de rabia que marcaban su frente, pero se contuvo, y el esfuerzo que le supuso se reflejó en su voz.
—Quiere que vuelvas a casa porque te quiere y siente lo que ha pasado. Necesita que vuelvas a casa porque se está muriendo. Tiene cáncer.
Se quedó mirándola con fijeza en la oscuridad, y entonces abruptamente le soltó la mandíbula y giró la cabeza. Pasado unos momentos dijo, —Maldita sea —y con violencia descargó el puño contra el volante. —Siempre ha sido buena manipulando a la gente. Dios sabe que Tanya lo aprendió bien.
—¿Entonces volverás?— preguntó Bella, vacilante, incapaz de creer que era eso lo que quería decir.
En vez de contestar, se volvió a girar hacía ella y tomó de nuevo su cara en su mano. Se inclinó más, tan cerca que podía ver el brillo de sus ojos y oler el alcohol en su aliento. Consternada, de pronto se dio cuenta que no estaba precisamente sobrio. Debería haberlo supuesto, le había visto beber, pero no había pensado…
—¿Qué me dices de ti?— exigió el, en tono bajo y adusto. —Todo lo que he escuchado es lo que quiere Kate. ¿Qué es lo que quieres tú? ¿Tú quieres que vuelva a casa, la pequeña… Bella… tan adulta? ¿Cómo ha conseguido que le hagas el trabajo sucio, sabiendo que si lo consigues perderás un montón de dinero y propiedades?—Hizo una pausa. —¿Supongo que era a eso a lo que te referías, que si regreso cambiará de nuevo su testamento, dejándomelo todo?
—Sí —susurró ella.
—Entonces eres una tonta —susurró él, con sorna, y liberó su cara. —Mira, porque no vuelves trotando, como el buen perrito faldero en el que te has convertido, y le cuentas que lo hiciste lo mejor que pudiste pero que no estaba interesado.
Absorbió también el dolor de ese golpe, y lo enterró en el fondo de su caparazón, donde el daño no era visible. La expresión con la que se enfrentó a él era tan plácida y vacía como la de una muñeca. —Yo también quiero que vuelvas a casa. Por favor.
Pudo sentir su intensa mirada posándose en ella, como un rayo láser identificando su objetivo. —Bueno, ¿y por qué ibas a quererlo?— le preguntó dulcemente. — A menos que de verdad seas una tonta. ¿Eres una tonta, Bella?
Ella abrió la boca para contestar pero él le puso un calloso dedo sobre los labios. —Hace diez años lo empezaste todo al ofrecerme saborear ese delgado cuerpecito. En ese momento, creí que eras demasiado inocente para saber lo que estabas haciendo, pero desde entonces he pensado mucho sobre ello, y ahora creo que sabías exactamente cómo iba a reaccionar, ¿No es así?
Su dedo seguía cubriendo sus labios, delineando suavemente su sensible contorno. Esto era lo que ella más temía, tener que enfrentarse a sus amargas acusaciones. Cerró los ojos y asintió con la cabeza.
—¿Sabías que Tanya estaba bajando las escaleras?
—¡No! —Su negación hizo que sus labios se movieran contra su dedo, haciendo hormiguear su boca.
—¿Así que me besaste porque me deseabas?
¿Qué importaba el orgullo? Pensó ella. Lo había amado toda su vida. Primero lo quiso como a su héroe de infancia, después con un desmesurado enamoramiento juvenil, y finalmente con la pasión de una mujer. El último cambio había ocurrido, posiblemente cuando descubrió a Tanya engañándolo con otro hombre y supo que no podía decir nada, porque al hacerlo le haría daño a Edward. Siendo más joven, se habría deleitado metiendo a Tanya en problemas, y lo hubiese contado de inmediato. En aquel momento había antepuesto el bienestar de Edward a sus propios impulsos, pero entonces se había rendido a otro impulso cuando lo besó, y él acabo pagando el precio al final.
Sus dedos presionaron con más fuerza. —¿Lo hacías? —insistió el. —¿Me deseabas?
—Sí —dijo en voz baja, abandonando cualquier resto de orgullo o auto conservación. —Siempre te he deseado.
—¿Y qué me dices ahora? —Su tono era enojado, inexorable, empujándola hacia una conclusión que no podía deducir.— ¿Me deseas ahora?
¿Qué quería que le dijera? Quizá sólo quería su completa humillación. Si la culpaba por todo lo que le había pasado, posiblemente éste era el precio que ella tendría que pagar.
Asintió.
—¿Cuánto me deseas? —Inesperadamente su mano se deslizó por dentro de la chaqueta y le cubrió el pecho. —¿Lo justo para dejarme probar un poco, tentarme? ¿O lo suficiente para darme lo que me ofreciste hace diez años?
La respiración de Bella se detuvo con resuello, congelada por la sorpresa. Lo miró impotente, sus ojos oscuros tan abiertos que parecían ocupar todo su pálido semblante.
—¿Qué contestas? —murmuró él, su inmensa mano aun le quemaba el pecho, apretando ligeramente como si estuviese probando la elasticidad y firmeza de su carne. —Hace diez años que pagué por esto, pero jamás lo obtuve. Regresaré y me haré cargo de los negocios de Kate, pero sólo si me das lo que todos pensaron que ya me habías dado entonces.
Paralizada, entendió por fin a lo que se refería, dándose cuenta de que los años transcurridos le habían vuelto más duro, más de lo que ella sospechaba. El viejo Edward jamás hubiese hecho algo así, o tal vez siempre existió tal rudeza en su interior pero nunca tuvo necesidad de usarla. El acero había salido a la superficie.
Así que, esta era su venganza por su romántica emboscada juvenil, que tanto le había costado. Si regresaba a casa recobraría Davencourt como recompensa, pero también quería que Bella lo recompensara personalmente, y el precio era su cuerpo.
Lo miró de frente, a este hombre al que siempre había amado.
—Muy bien —susurró.
lo amee!!!!
ResponderEliminarame el cap!!!!
OOHHH!!!!!
Este Edward duro... ayyy!!! SEXY!!!
hah, y esta Bella... uff! si q ha cambiado mucho!!!
nena... y si poner un cap extra? te comento las veces q qieras!!!
u.u!!!...lo siento, te estoe sobornando, coments x cap extra, sorry!!!
hehe, publica cuando puedas y cuando sea... el ... dia... auqn me este muriendo por eer un nuevo cap!!!
habra lemmon en el proximo capp??!!!
muero por saberlo!!!!
hehe, nos vemos...cdt!!!
besos desde México, Querétaro!!!!!
Hola carño estube visitando tu blog y te felicito me encanto y temo decirte que estaré pasando por aqui muy a menudo...Sigue asi..Besos...
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