jueves, 31 de marzo de 2011

Deseo cumplido

Capítulo 5 “Deseo cumplido”
Bella permanecía acurrucada en su cama. Se sentía miserablemente helada a pesar del calor de esa noche de verano, y estaba tan lejos de sentir sueño como cuando escapó escaleras arriba a su habitación.
Las horas que habían pasado desde que Tanya la había sorprendido besando a Edward habían sido una pesadilla. Por supuesto, el alboroto había hecho acudir a la carrera al resto de los habitantes de la casa. No hicieron falta preguntas, ya que Tanya había maldecido a gritos tanto a Edward como a Bella durante todo el tiempo que él la arrastró escaleras arriba, pero la Abuela y la tía Maggie la habían machacado con interminables preguntas y acusaciones.
— ¿Cómo has podido hacer una cosa así? —Le preguntó la Abuela, mirando fijamente a Bella con ojos tan fríos como lo habían sido los de Edward, pero Bella había permanecido en silencio.
¿Qué podía decir? No debería haberlo besado, lo sabía. Amarle no era una excusa, al menos ninguna que importase ante la unánime condena a la que se enfrentaba.
No podía defenderse haciendo referencia al comportamiento de Tanya. Edward debía odiarla en este momento, pero aún así no podía contar algo que lo heriría y que posiblemente lo haría cometer una locura. Prefería que la culpasen a ella antes que arriesgarse a que le pasase algo malo a él. Y en definitiva, las acciones de Tanya no exculpaban las suyas. Edward era un hombre casado; no debía haberlo besado. En su interior se retorcía de vergüenza por lo que su alocado e impulsivo acto había provocado.
La pelea que se había desencadenado arriba había sido oída por todos. Tanya siempre había sido poco razonable cuando no se salía con la suya y más aún cuando estaba en juego su vanidad. Sus gritos se habían impuesto al grave sonido de la voz de Edward. Le había llamado por todos los insultos imaginables, usando palabras que Bella jamás había escuchado antes. Normalmente la Abuela pasaba por alto cualquier cosa que hiciese Tanya, pero incluso ella se estremeció al escuchar su lenguaje. Bella oyó como la llamaba puta, furcia con cara de caballo, y estúpido animal que sólo era bueno para follar en el corral. Tanya le amenazaba con que haría que la Abuela le desheredara, y al escucharlo Bella miró horrorizada a la Abuela, se moriría sí por su culpa, Edward perdía su herencia, pero la Abuela se limitó a alzar sus elegantes cejas sorprendida al escuchar esta amenaza, y que haría que arrestaran a Edward por violación de una menor.
Por supuesto, la Abuela y Tía Maggie creyeron de inmediato que Bella se había estado acostando con Edward, y esto atrajo sobre ella de nuevo las duras miradas recriminatorias, aunque Tío Liam simplemente enarcó sus tupidas y canosas cejas canosas y parecía divertido. Bella, avergonzada y con el ánimo por los suelos había negado con la cabeza indefensa, sin saber cómo defenderse para que la creyesen.
Edward no era hombre que dejara pasar una amenaza. Hasta ese momento, había estado furioso pero había sabido controlar su genio. Ahora se había escuchado un golpe, y el sonido de cristales rompiéndose, y él rugió: —¡Consigue el maldito divorcio! ¡Haré cualquier cosa con tal de deshacerme de ti!
Entonces bajó por las escaleras, con expresión dura e inflexible y los ojos brillando con un helado fuego verde. Su mirada furiosa se posó en Bella, y sus ojos se entrecerraron, haciendo que se estremeciese de miedo, pero no se detuvo.
—Edward, espera—, dijo la Abuela, alargando una mano. El la ignoró, saliendo a grandes zancadas de la casa. Un poco después vieron como las luces de su coche iluminaban el césped.
Bella no sabía si había regresado ya, porque no todos los coches se podían oír desde el interior de la casa. Los ojos le ardían de estar mirando al techo, la oscuridad la envolvía como una pesada manta, sofocándola.
Pero lo que más le dolía era que Edward no había confiado en ella; aun conociendo a Tanya, había creído sus mentiras. ¿Cómo era posible que hubiese pensado por un solo momento que ella era capaz de causarle problemas intencionadamente?
Edward era el centro de su existencia, su paladín; si se apartaba de ella, entonces no tenía razón de ser, ninguna seguridad en este mundo.
Pero en sus ojos hubo furia y desprecio cuando la miró, como si no pudiese soportar su visión. Bella se enroscó como una pelota, gimiendo por un dolor tan insoportable que pensó que nunca se recuperaría de ello. Lo amaba; ella no le hubiese dado la espalda, hiciese lo que hiciese. Pero él si lo había hecho, y se replegó aún más en si misma cuando se dio cuenta en donde radicaba la diferencia; él no la amaba. Le dolía todo el cuerpo, como si se hubiese herido al chocarse frontalmente contra el muro de la realidad. Le tenía cariño, la encontraba divertida, puede que se sintiera unido a ella por el parentesco lejano, pero no la quería de la forma en que ella quería que la amase. Con repentina y aplastante claridad, descubrió que solo había sentido pena de ella, y esa humillación la devoró por dentro. No era compasión lo que quería de Edward, ni de ningún otro.
Lo había perdido. Aunque le diese la oportunidad de defenderse e incluso si la creía, jamás sería lo mismo. El pensaba que lo había traicionado, y la falta de confianza de él era una traición para ella. Ese conocimiento siempre estaría en su corazón, un glacial y abrasador nudo en señal de su pérdida.
Siempre se había aferrado ferozmente a Davencourt y a Edward, resistiéndose a cualquier esfuerzo por apartarla de ambos. Ahora, por primera vez, estaba considerando marcharse. No le quedaba nada aquí, haría mejor en marcharse a la universidad como todos querían que hiciese y empezar de nuevo, donde nadie la conociese y tuvieran ideas preconcebidas de cómo debía de vestir y actuar. Antes, el mero pensamiento de abandonar Davencourt le hubiese causado pánico, pero ahora sólo sentía alivio. Si, quería alejarse de todos y de todo.
Pero primero, tendría que arreglar las cosas con Edward. Un último gesto de amor, y luego dejaría todo esto atrás y seguiría adelante.
Mientras salía de la cama miró el reloj. Eran más de las dos; la casa estaba en silencio. Tanya seguramente estaría dormida, pero francamente le importaba un bledo. Podía despertarse y escuchar por una vez, lo que Bella tenía que decir.
No sabía lo que iba a hacer si Edward estaba ahí, aunque en realidad no creía que estuviese. Estaba tan enfadado cuando se marchó que probablemente aún no hubiese regresado, y aunque lo hubiese hecho no se habría metido en la cama con Tanya. Seguramente se iría abajo al estudio o dormiría en uno de los otros dormitorios.
No necesitaba luz; había recorrido tantas veces por la noche Davencourt que conocía todas sus sombras. Silenciosamente se deslizó por el vestíbulo, su largo camisón blanco la hacía parecer un fantasma. Se sentía como tal, como si nadie la viese en realidad.
Se paró delante de la puerta de la habitación de Edward y Tanya. Aún había una luz encendida dentro; un pequeño haz se filtraba por debajo de la puerta. Decidida a no llamar, Bella giró el pomo.
—¿Tanya estás despierta?— pregunto con voz suave. —Quiero hablar contigo.


El agudo chillido traspasó la aterciopelada noche, un largo, desgarrado sonido que parecía que nunca iba a cesar, estirándose, hasta que se quebró en una ronca nota. Se encendió la luz en varios dormitorios, incluso abajo, en los establos donde Harry tenía su propio apartamento. Se escuchó un torrente de soñolientas y confusas voces chillando, haciendo preguntas, y el sordo ruido de unos pies descalzos corriendo.
El Tío Liam fue el primero que llegó a la suite. Exclamó, —Por Dios Santo—, y por primera vez el almibarado y empalagoso tono que solía emplear estaba ausente de su voz.
Se tapó la boca con las manos como para que no se escapase otro grito. Bella se apartó lentamente del cuerpo de Tanya. Sus ojos castaños estaban muy abiertos y no parpadeaba, con expresión extrañamente vacía.
Tía Maggie entró corriendo en la habitación a pesar del tardío intento del Tío Liam por impedírselo, con Kate pisándole los talones. Ambas se detuvieron bruscamente, el horror y la incredulidad las dejaron inmóviles mientras asimilaban la violenta escena. Kate miraba el cuadro que presentaban sus dos nietas, y hasta el último vestigio de color desapareció de su cara. Empezó a temblar.
Tía Maggie rodeó con sus brazos a su hermana, mirando todo el tiempo enloquecida a Bella.
—Dios mío, la has matado, —balbuceó, creciendo su histeria con cada palabra. —  ¡Liam, llama al sheriff!

El camino de entrada y el patio estaban llenos de coches, aparcados al azar en diferentes ángulos, las luces azules destellaban sobrecogedoras en la noche. Cada ventana de Davencourt estaba iluminada, y la casa estaba repleta de gente, la mayoría de ellos llevaban uniforme marrón, otros uniformes blancos.
Toda la familia, excepto Edward, permanecía sentada en el espacioso salón. La Abuela lloraba quedamente y sus manos retorcían incesantemente un delicado pañuelo bordado mientras permanecía sentada con los hombros hundidos. Su rostro estaba devastado por el dolor. Tía Maggie se sentaba a su lado, dándole palmaditas y murmurando palabras tranquilizadoras pero sin sentido. Tío Liam estaba justo detrás de ellas, balanceándose sobre sus talones, contestando con importancia las preguntas y ofreciendo sus propias opiniones sobre cada teoría o detalle, disfrutando de estar en el candelero por haber tenido la suerte de ser la primera persona en la escena del crimen, sin contar desde luego a Bella.
Bella estaba sentada sola al otro lado de la habitación lejos de todos. Un ayudante del sheriff estaba parado cerca de ella. Era perfectamente consciente de que era un guardián, pero no le preocupaba. Permanecía inmóvil, sus ojos un pozo de oscuridad en su blanco rostro, su mirada ciega y al mismo tiempo abarcándolo todo mientras miraba sin pestañear a su familia al otro lado de la habitación.
El Sheriff Sam Uley se detuvo justo en la entrada y la miró, preguntándose incómodamente que estaría pensando, como se sentiría ante este silencioso pero implacable rechazo. Evaluó la delgada fragilidad de sus desnudos brazos, fijándose en lo irreal que parecía con ese  camisón tan blanco, casi tanto como su cara. El pulso en la base del cuello le latía visiblemente, demasiado rápido y débil. Con la experiencia de treinta años al servicio de la ley, se giró hacia uno de sus ayudantes y le dijo quedamente, —Ve a por uno de los médicos para que le eche un vistazo a la chica. Parece que está conmocionada. —La necesitaba lúcida y receptiva.
El Sheriff conocía a Kate de casi toda la vida. Los Denali habían efectuado siempre fuertes contribuciones a sus fondos de campaña cuando llegaba la época de elecciones. Tal y como era la política, durante años él había hecho bastantes favores a la familia, pero en el fondo de su larga relación había un cariño genuino. Garret Denali había sido un duro y astuto hijo de puta, pero decente. Uley sólo sentía respeto hacia Kate, por su fortaleza interior, su oposición a rebajar sus valores en pos de la modernidad y su intuición en los negocios. En los años posteriores a la muerte de Eleazar, hasta que Edward fue lo suficientemente mayor como para aligerarle algo de la carga, había dirigido un imperio, se había hecho cargo de un inmenso patrimonio y criado a sus dos nietas huérfanas. Por supuesto tenía el beneficio de una inmensa fortuna que le allanaba el camino, pero la carga emocional había sido la misma para ella que para cualquier otra persona.
Pensó, que Kate había perdido a muchos seres queridos. Ambos, los Denali y Cullen habían sufrido intempestivas muertes, demasiados jóvenes. El querido hermano de Kate, el primer Edward, había muerto a los cuarenta años, después de haber sido pateado en la cabeza por un toro. Su hijo, Hunter, había muerto a la edad de treinta y uno, cuando su pequeño avión se estrelló en una violenta tormenta en Tennessee. Garret Denali sólo tenía sesenta años cuando murió de una apendicitis, que ignoró, creyendo que era una simple indigestión, hasta que la infección se había extendido tanto que su sistema inmunológico no lo pudo soportar. Y luego Eleazar e Irina, así como la mujer de Eleazar, se habían matado hacía diez años en un accidente de coche. Esto casi quebró a Kate, pero cuadró hombros y siguió adelante.
Y ahora esto; no sabía si podría soportar este nuevo golpe. Siempre había adorado a Tanya, y la chica había sido muy popular entre la élite de Colbert County, aunque Uley tenía sus reservas sobre ella. A veces su expresión parecía fría, desprovista de emoción, igual a la de algunos asesinos que había visto a través de los años. No es que hubiese tenido ningún problema con ella, nunca había sido llamado para tapar algún pequeño escándalo; a pesar de cómo era en realidad Tanya, de su manera de coquetear o de sus fiestas, se había mantenido limpia. Tanya y Edward habían sido los niños de los ojos de Kate, y la anciana estaba muy orgullosa cuando dos años atrás los chavales se casaron. Uley odió lo que tenía que hacer; ya era bastante duro haber perdido a Tanya, sin involucrar a Edward, pero ese era su trabajo. Política o no, esto no se podía barrer debajo de la alfombra.
Un achaparrado paramédico, Turkey MacInnis, entró en la habitación y la cruzó hasta donde estaba sentada Bella, agachándose frente a ella. Le llamaban Turkey por su habilidad para imitar el sonido de un pavo sin ayuda de ningún artilugio, era competente y reconfortante, uno de los mejores sanitarios del condado. Uley prestó atención al tono casual y desenfadado de su voz mientras le hacía a la chica unas cuantas preguntas, evaluando sus respuestas al tiempo que iluminaba con una pequeña luz sus ojos, luego le tomó la presión arterial y controló su pulso. Bella contestaba a las preguntas en un tono apagado, casi inaudible, su voz sonaba forzada y dolorida. Observaba al sanitario con una total falta de interés.
Trajeron una manta y se la pusieron alrededor, y el sanitario la instó a tumbarse en el sofá. Entonces le trajo un taza de café, que Uley suponía estaría muy dulce, y la convenció para que se lo tomase. Uley suspiró. Satisfecho de que Bella hubiera sido atendida, ya no podía posponer por más tiempo su pesada obligación. Se frotó la parte de atrás de la cabeza mientras caminaba hacia el pequeño grupo al otro lado de la habitación. Liam Brennan había contado, por lo menos por décima vez, el suceso según su interpretación, y Uley se estaba cansando de esa untuosa y excesivamente estridente voz.
Se sentó al lado de Kate.
—¿Ya has encontrado a Edward? —Le preguntó ella con voz estrangulada, mientras que más lágrimas corrían por sus mejillas. Pensó que por primera vez, Kate aparentaba su edad, setenta y tres años. Siempre había dado la impresión de ser esbelta y fuerte, como el más fino acero, pero ahora se la veía encogida en su camisón y su bata.
—Aún no—, dijo, incomodo. —Lo estamos buscando—. Se había quedado corto como nunca había hecho.
Hubo un pequeño alboroto en la puerta, y Uley se giró, frunciendo el ceño, pero se relajó cuando Esme Cullen, la madre de Edward, entró en el salón. Técnicamente se suponía, que no se permitía a nadie entrar, pero Esme era de la familia, aunque se había distanciado durante varios años al mudarse de Davencourt a su propia y pequeña casa cruzando el río en Florence. Esme siempre había sido una mujer con una vena independiente. Aunque ahora, Uley hubiese preferido que no apareciera, y se preguntaba cómo se había enterado de lo ocurrido aquí esta noche. Demonios, no tenía sentido preocuparse por ello. Ése era el problema de las pequeñas ciudades. Puede que alguien de la oficina, hubiese llamado a casa y le hubiese dicho algo a un familiar, quien habría llamado a un amigo, quien a su vez habría llamado a un primo que conocía personalmente a Esme y se había tomado la libertad de avisarla. Así es como funcionaba siempre.
Los ojos verdes de Esme se desplazaron por la habitación. Era una mujer alta y delgada con reflejos canosos en su pelo color caramelo, del tipo que se describiría más como atractiva que guapa. Incluso a esta hora, estaba impecablemente vestida con traje de chaqueta y una pulcra camisa blanca. Su mirada se centró en Uley.
—¿Es verdad?— preguntó, su voz se quebró un poco.— ¿Lo de Tanya?— A pesar de las reservas de Uley sobre Tanya, ella siempre se había llevado bien con su suegra. Además, las familias Denali y Cullen siempre habían estado muy unidas y Esme conocía a Tanya desde la cuna.
Junto a él, Kate ahogó un sollozo, con todo el cuerpo temblando. Uley contestó a Esme asintiendo, quien cerró los ojos para evitar derramar las lágrimas.
—Lo hizo Bella, — siseó Maggie, clavando la mirada al otro lado de la habitación sobre la pequeña figura que estaba envuelta en una manta y tumbada en el sofá.
Los ojos de Esme se desmesuraron, y miró incrédula a Maggie. —No seas ridícula, — le espetó y se encaminó decidida hacia Bella, agachándose a su lado mientras retiraba el desordenado cabello de su rostro exangüe y le murmuraba bajito como solía hacer. La opinión de Uley sobre Esme subió varios puntos, aunque dudaba por la expresión de su cara, que Maggie pensara igual.
Kate inclinó la cabeza, como si fuese incapaz de mirar al otro lado de la habitación a su otra nieta. — ¿La vas a detener?— susurró.
Uley tomó una de sus manos en la suya, sintiéndose como un torpe y carnoso buey cuando sus gruesos dedos envolvieron los suyos, fríos y delgados. —No, no lo haré, — dijo.
Kate se estremeció levemente, y algo de tensión abandonó su cuerpo. —Gracias a Dios, — murmuró, cerrando los ojos.
— ¡Me gustaría saber por qué no!—chilló Maggie desde el otro lado, alzándose erizada como un gallina mojada. A Uley nunca le había gustado Maggie tanto como Kate. Siempre había sido más bonita, pero fue a Kate a quien Garret Denali echó el ojo, fue Kate la que se casó con el hombre más rico del noroeste de Alabama, y la envidia casi mató a Maggie.
—Porque no creo que lo haya hecho ella, — dijo rotundamente.
—¡La vimos inclinada sobre su cuerpo! ¡Vamos, si estaba parada en medio de la sangre!
Irritado, Uley se preguntó porqué se suponía que eso significaba algo. Se armó de paciencia. —Por lo que sabemos, Tanya ya llevaba muerta algunas horas antes de que Bella la encontrase. — No entró en detalles técnicos sobre el grado de evolución del rigor mortis, imaginando que Kate no querría saberlo. No era posible determinar la hora exacta de la muerte al menos que se hubiese presenciado, pero con seguridad Tanya había muerto un par de horas antes de la medianoche. No sabía por qué Bella había visitado a su prima a las dos de la mañana —aunque definitivamente lo iba a descubrir— pero Tanya ya estaba muerta.
El pequeño grupo familiar se quedó helado, mirándolo fijamente, como si no comprendieran este nuevo giro. Sacó su pequeño cuaderno. Normalmente uno de los detectives del condado haría la entrevista, pero esta era la familia Denali, e iba a prestar a este caso su atención personal.
—El señor Brennan dijo que Edward y Tanya habían tenido esta noche una tremenda pelea, —comenzó, y vio la dura mirada que Kate dispensó a su cuñado.
Después inspiró profundamente y cuadró los hombros mientras se secaba la cara con un destrozado pañuelo. —Riñeron, sí.
— ¿Sobre qué?
Kate vaciló, y Maggie interfirió en la conversación. —Tanya pilló a Edward y a Bella liados en la cocina.
Las cejas de Uley se elevaron. Poco le sorprendía ya, pero se quedó algo atónito ante esto. Dubitativo, miró la frágil y pequeña figura acurrucada al otro lado de la habitación. Bella parecía, si no infantil, si curiosamente aniñada, y no se podía hacer a la idea de que Edward fuese un hombre que se sintiese atraído por ello. — ¿Liados, como?
—Pues liados, — dijo Maggie, elevando la voz. — ¿Por Dios, Uley, quieres que te haga un esquema?
La idea de Edward haciéndole el amor en la cocina a Bella le parecía aún más increíble. Nunca se sorprendía ante la profunda estupidez que podrían mostrar las personas supuestamente inteligentes, pero esto no sonaba a verdadero. Qué extraño, podía imaginarse a Edward cometiendo un asesinato, pero no tonteando con su pequeña prima.
Bien, se enteraría de la verdadera historia sobre el episodio de la cocina por Bella. El quería otra cosa de estas tres personas. —Así que estaban discutiendo. ¿La discusión se tornó violenta?
—Claro que sí, — respondió Liam, ansioso por estar de nuevo en el candelero. —Estaban arriba, pero Tanya chillaba tan alto que pudimos oír cada palabra. Entonces Edward le gritó que consiguiera el divorcio, que haría cualquier cosa con tal de deshacerse de ella, y luego se oyó el sonido de cristales rompiéndose. Entonces Edward bajó como un tornado y se marchó.
— ¿Después de esto alguno de vosotros vio a Tanya, o tal vez la oyó en el baño?
— Nop, ni un sonido, —dijo Liam, y Maggie negó con la cabeza. Ninguno intentó hablar con Tanya, sabiendo por experiencia que era mejor dejar que se calmase o su furia estallaría contra el primer mediador. La expresión de Kate era de creciente incredulidad y horror al darse cuenta de hacia dónde se dirigía el interrogatorio de Uley.
—No, — dijo violentamente, negando con la cabeza. — ¡Uley, no! ¡No puedes sospechar de Edward!
—Debo hacerlo, — contestó él, tratando de mantener el tono amable. —Estaban discutiendo violentamente. Bien, todos sabemos que Edward tiene bastante genio cuando le provocan. Después que se marchase, nadie vio ni oyó a Tanya. Es una triste realidad, pero cada vez que una mujer es asesinada, normalmente es su marido o su novio quien lo hace. Esto me duele mucho, Kate, pero la verdad es que Edward es el sospechoso más probable.
Ella continuaba negando con la cabeza, y de nuevo las lágrimas caían por sus arrugadas mejillas. —No pudo ser él. Edward no. —Su voz era suplicante.
—Espero que no, pero tengo que comprobarlo. Bien, ¿a qué hora exacta se marcho Edward, o tan aproximadamente como recordéis?
Kate se quedó en silencio. Liam y Maggie se miraron. — ¿Las ocho? —Aventuró Maggie, finalmente, con incertidumbre en la voz.
—Más o menos, — dijo Liam, asintiendo. —Acababa de empezar la película que quería ver.
Las ocho. Uley lo consideró, mordiéndose el labio inferior mientras lo hacía. Billy Black, el juez de instrucción, llevaba haciendo su trabajo casi el mismo tiempo que Uley, y era condenadamente bueno determinando la hora de la muerte. Tenía ambas, la experiencia y el don para combinar la evolución del rigor mortis con el factor temperatura y aproximarse con bastante precisión a la respuesta correcta. Billy había situado la hora de la muerte de Tanya en “Oh, alrededor de las 10”, indicando con un gesto de la mano que la hora exacta podía decantarse en un poco antes o un poco después. Las ocho era un pelín temprano, y aunque entraba en el marco de lo posible, sembraba un poco de duda en el asunto. Tenía que estar bien seguro sobre este caso antes de presentarlo ante el fiscal del condado, ya que Simmons era un político demasiado hábil para implicarse en un caso que involucraba a los Denali y a los Cullen, a menos que pudiese asegurarse de que tenía todos los cabos atados. — ¿Alguien oyó un coche o cualquier otra cosa más tarde? ¿Quizás Edward regresara?
—Yo no escuché nada, — dijo Liam.
—Yo tampoco, — confirmó Maggie. —Para oír algo aquí dentro habría que conducir un camión, a no ser que estuviésemos en la cama y con las puertas del balcón abiertas.
Kate se frotó los ojos. Uley tenía la impresión que lo que ella más deseaba era que su cuñado y su hermana se callasen de una maldita vez. —Normalmente no escuchamos a nadie acercarse, — dijo ella. —La casa está muy bien insonorizada, y los arbustos amortiguan cualquier sonido, también.
—Así que pudo haber regresado y posiblemente no se hubiesen dado cuenta.
Kate abrió la boca, luego la cerró sin decir una palabra. La respuesta era obvia. La galería que rodeaba la enorme, elegante y vieja casa era accesible desde la escalera exterior en el lado de la habitación de Edward y Tanya. Además, cada dormitorio tenía dobles puertas francesas que se abrían hacia el balcón; hubiese sido absurdamente fácil para cualquiera subir esas escaleras y entrar al dormitorio sin que lo viese nadie en la casa. Desde el punto de vista de la seguridad, Davencourt era una pesadilla.
Bien, tal vez Harry había oído algo. Su apartamento en los establos probablemente no estaba tan insonorizado como esta enorme y vieja casa.
Esme abandonó su lugar junto a Bella y se situó justo delante de Uley. —He escuchado lo que estabas diciendo, — dijo ella tranquila, con tono calmado a pesar de la forma en que sus ojos verdes lo atravesaban. –Estás ladrando al árbol equivocado, Uley. Mi hijo no mató a Tanya. No importa lo furioso que estuviese, no le habría hecho daño.
—Estaría de acuerdo contigo en circunstancias normales, — respondió Uley. —Pero ella le estaba amenazando con que haría que Kate lo desheredase, y todos sabemos lo que significa para…
—Sandeces, — dijo Esme con firmeza, ignorando la forma en que la boca de Maggie se fruncía como una pasa. —Edward no se lo habría creído ni por un segundo. Tanya siempre exageraba cuando estaba furiosa.
Uley miró a Kate. Ella se frotó los ojos y dijo débilmente. —No, jamás le hubiese desheredado.
— ¿Aunque se hubiese divorciado?— presionó él.
Le temblaron los labios. —No. Davencourt le necesita.
Bien, eso descartaba un maldito buen móvil, pensó Uley. En realidad no lo lamentaba. Le desagradaría de sobremanera tener que arrestar a Edward Cullen. Lo haría si pudiese construir un caso suficientemente sólido en su contra, pero odiaría hacerlo.
En ese momento se escucharon en la entrada principal voces agitadas, y todos reconocieron la profunda voz de Edward mientras le decía algo cortante a uno de los ayudantes del sheriff. Cada una de la cabezas en el cuarto, exceptuando la de Bella, se giraron para mirar como entraba en la habitación, flanqueado por dos ayudantes del Sheriff.
— ¡Quiero verla! dijo bruscamente. — ¡Quiero ver a mi esposa!
Uley se puso en pie. —Siento todo esto, Edward, — dijo, con voz tan cansada como se sentía. —Pero necesitamos hacerte algunas preguntas.

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