martes, 15 de febrero de 2011

Se ha roto la maldición

Capítulo 19 “La maldición se ha roto”

Bella debió de quedarse profundamente dormida cuando por fin consiguió conciliar el sueño, porque pasó mucho tiempo antes de que un ruido la despertara. Durante unos segundos permaneció tumbada, escuchando, hasta que el ruido se hizo molesto. Entonces se percató de que procedía de la puerta de su habitación, y de que estaba durmiendo en la cama de Edward. Y de que Edward no estaba ya a su lado.
Se levantó de un salto, cerró la puerta secreta, buscó una bata y alzó la voz para decir que abría enseguida.
Era Jasper.
—Tengo que llevarla al bosque, señorita Bella —le dijo el sirviente.
—¿Qué?
—Tengo que recoger sus cosas y llevarla al bosque. A la casa de las hermanas —le explicó él con cierta impaciencia.
Bella intentó permanecer impasible, a pesar de que se le cayó el alma a los pies. En su fuero interno intentaba negar lo que Jasper estaba diciendo. Había creído que… que Edward la quería. ¡Que la necesitaba! Pero él nunca había dicho tal cosa. Y se sentía como una tonta mientras un viento helado parecía girar en torno a su corazón. Edward le había dicho la verdad. La verdad pura y dura. Él era un conde. Ella, una plebeya. Él sentía afecto por ella, desde luego. Pero sin duda muchos hombres como él se entretenían con muchachas del vulgo.
Jasper sacó su reloj de bolsillo y lo miró.
—¿Le parece bien dentro de una hora, señorita Bella?
Ella asintió, pensativa. ¡Una hora! Y luego la mandarían al bosque como… como a una niña no deseada.
De pronto se llenó de ira. Así que el conde de Masen, fueran cuales fuesen sus motivos, la quería fuera de su castillo. Pues muy bien.
—Una hora está bien, Jasper. ¿Qué pasa con Charlie y Waylon?
—Sir Charlie ha dicho que irá donde vaya usted, y que no le importa dónde sea.
—Pero la casita del bosque no es muy grande, ¿no, Jasper?
—Sir Charlie y su criado estarán bien. Hay un sitio bastante confortable en el establo, señorita.
—¿Con los animales?
—Oh, no, allí no hay animales. Las hermanas no podrían ocuparse de ellos. ¡Tienen una niña a la que atender!
Si no había animales, no había caballos. Una vez estuviera allí, se encontraría abandonada a su suerte.
—¿Y Riley? —preguntó.
—Está bastante bien, señorita Bella. Mañana lo llevaremos a su casa.
—Una hora, entonces, Jasper. Gracias —dijo Bella amablemente, y cerró la puerta, pensando a toda prisa. Disponía de una hora. Dudó sólo un instante.
Paseó la mirada por la habitación. No había nada que guardar, naturalmente. Todo lo que había usado en el castillo se lo habían dado, y no pensaba llevarse nada. Pero sin duda se esperaba de ella que se llevara algunas cosas a la casita del bosque. Abrió la puerta de golpe.
—¡Jasper!
El criado, que iba por el pasillo, miró hacia atrás.
—Yo… me temo que tendré que llevarme algo de ropa. ¿Le importaría buscarme un maletín o algo así para que recoja algunas cosas?
Él pareció aliviado y asintió.
—Sí, sí, claro, señorita Bella. Enseguida.
Jasper regresó al cabo de un momento. Después, Bella se lavó y se vistió a toda prisa, metió algunas cosas en la bolsa y garabateó una nota que dejó sobre la cama. Luego entreabrió la puerta y dejó escapar un suspiro de alivio. El pasillo estaba desierto.


Edward llamó a la puerta y aguardó. Un momento después, vio que un ojo miraba por la mirilla. Luego la puerta se abrió.
—¿Y bien? —preguntó sir Jason.
—Ya se ha difundido la noticia. Emmett anunció que estaba muerto, que le había mordido un áspid. La persona que metió la serpiente en su piso creerá que ha muerto. La noticia de su fallecimiento ha salido en los periódicos. Así que ya sólo queda esperar a ver qué pasa. Quienquiera que esté detrás de todo esto, debe de haber recibido un anticipo, y seguramente estará desesperado. Anoche, durante la cena, estuvieron en la cripta. Eso no es nada nuevo. Yo sabía que alguien estaba entrando furtivamente en el castillo, a pesar de la muralla y de la verja, puesto que hay un túnel, como sospechaba mi padre. Pero ya hemos tapiado la entrada —hizo una pausa—. Y anoche alguien arrojó a Bella por las escaleras.
Sir Jason dejó escapar un gemido de sorpresa e intentó incorporarse.
—¡Bella! Dios mío, ¿está…?
—Está bien, sir Jason. Y voy a ocuparme de que sea llevada a un lugar seguro, donde nadie pueda hacerle daño.
Sir Jason parecía agitado.
—¿Está seguro? ¿Bella ya está allí?
—Estará allí muy pronto. Y también hay un policía montando guardia en la verja del castillo.
Edward se había ido sin volver a hablar con Bella. Le había dado orden a Jasper de que se encargara de llevarla a casa de las hermanas, de grado o por fuerza.
Sir Jason asintió.
—¿Qué me dice de Gathegi?
—Creo que la noticia de su muerte le asustó, pero no sé si lo bastante como para que acuda a la policía o incluso a mí. Los hombres como Gathegi pueden obsesionarse. Y, naturalmente, la posición que ostenta en su país le obligará a andarse con pies de plomo.
—¿No puede… amenazarlo sin más? —sugirió sir Jason, esperanzado.
—Sí. Pero primero quiero que esté realmente asustado. Jason, sigo creyendo que puede usted ayudarme. Y ya sabe que sólo le he dicho la verdad. Sé que no quería creer que mis padres fueron asesinados, pero si recuerda algo sobre ese día que no me haya dicho, necesitaría saberlo.
Sir Jason suspiró y le indicó que se sentaran en los sillones de la habitación alquilada.
—Hay un agente de policía al otro lado de la puerta, ¿verdad? —preguntó con nerviosismo—. Si no hubiera llegado usted a tiempo… Yo creía estar preparado. Tenía lista mi vieja pistola de la guerra, en el cajón, pero ni siquiera vi la serpiente. Si no la hubiera matado usted de un disparo…
—Eso ya ha pasado, sir Jason. Necesito que me cuente usted lo que sepa.
Sir Jason se recostó en el sillón y sacudió la cabeza.
—Ese día… En fin, ya sabe lo que ocurre cuando se descubre un yacimiento. Todo es muy lento y muy tedioso. Y sin embargo muy emocionante. ¡Y allí había tantísimos tesoros…! Muchas piezas fueron destinadas al museo de El Cairo, y su padre pagó una suma astronómica por las cosas que quería sacar del país. Incluso más de lo acostumbrado.
—Mi padre era un hombre justo en todos sus tratos —dijo Edward.
—Sí, un hombre muy notable para ser un par de Inglaterra, verdaderamente muy notable. Le echo terriblemente de menos.
—Gracias. Yo también. Pero continúe, por favor.
—Bueno, el caso es que habíamos trabajado con ahínco y casi todo estaba ya embalado. Esa noche íbamos a cenar todos juntos para celebrarlo. Tarde, por supuesto, porque habíamos trabajado todo el día y nos hacía falta un buen baño.
—¿Se marcharon juntos del yacimiento?
Sir Jason frunció el ceño mientras intentaba recordar.
—No, Félix se marchó primero. Había estado haciendo el trabajo más duro y estaba agotado. Dijo que necesitaba echarse un rato. Luego se fue Riley. Riley siempre ha sido un poco delicado de salud. Había estado enfermo y durante las semanas anteriores no había trabajado apenas, pero seguía teniendo muy mal aspecto, así que estaba ansioso por irse a descansar. James se marchó justo después que él. Lord Vulturi… ¡no, espere! Fue lord Vulturi quien se marchó primero. Quería enviar una carta, dijo que era sumamente importante. Sue y yo nos quedamos con sus padres y con nuestros colegas egipcios hasta que se hubo cerrado la última caja. Luego regresamos juntos. Nos despedimos en el centro de El Cairo. Sue se fue con sus padres, claro, y yo volví a mi hotel. Ya sabe usted que sus padres habían alquilado un viejo palacete reformado. Sue se alojaba en la casita del guarda —sacudió la cabeza—. Debería usted estar hablando con Sue. Fue ella quien los encontró.
—Los demás se reunieron en el restaurante para la cena, ¿no es cierto?
—Sí, todos los demás. Luego… luego llegó Sue con algunos caballeros de la embajada. Pobre mujer, estaba desolada.
—¿James se quedó con ustedes casi hasta el final?
—Sí.
—Pero ¿se fue antes que usted?
Sir Jason alzó una mano.
—Sí, sí, ya se lo he dicho.
—¿Quién llegó primero al restaurante?
Sir Jason hizo una mueca.
—Yo. Tenía bastante hambre, y me daba la impresión de que no podría estar levantado hasta muy tarde.
—¿Y luego?
—¡Vamos, Edward, de eso hace mucho tiempo!
—Por favor, sir Jason.
—Está bien. Yo llegué primero y luego, veamos… ¿fue Félix quien llegó primero? Sí, sí, fue Félix. ¡No! Fue Riley. Me acuerdo porque estuvimos hablando de su puesto en el museo. Luego llegaron Félix, James y lord Vulturi. Lord Vulturi llegó al último —sacudió la cabeza—. Pero no sé de qué va a servirle todo esto.
—Piénselo bien. ¿A quién vio el día que encontró el recorte de periódico sobre su mesa?
Sir Jason sacudió la cabeza, disgustado.
—Félix estaba allí. Pero de los otros no me acuerdo. Usted también estuvo allí ese día. Y Bella, claro. Y yo… —se detuvo, con semblante preocupado y luego suspiró—. Me había negado a creer que alguien pudiera provocar esas muertes a propósito. Pero cuando Bella pareció convencerse de que estaba usted en lo cierto, empecé a darme cuenta de que yo también había sospechado desde el principio.
—¿Pero de quién, sir Jason?
Sir Jason vaciló un momento.
—Bueno, verá, hay un par de cosas —dijo.
—Sea lo que sea lo que piense, se lo suplico, dígamelo.
—Pero podría estar equivocado.
—Sí, pero si me dice lo que piensa…
—Creo que lord Vulturi tiene deudas. Deudas serias. Aunque, naturalmente, suene ridículo. Se trata de lord Vulturi.
—Sí, está endeudado —respondió Edward.
—Pero lord Vulturi detesta a las serpientes de todas clases —añadió sir Jason—. Ése es el quid de la cuestión. Sólo hay un hombre que yo conozca que sepa manejarlas.
—Félix Moreau.
Sir Jason asintió.

Casi por milagro, Bella pudo recorrer el pasillo, bajar las escaleras y atravesar el salón de baile sin ver un alma. Temía encontrarse con Sue, pero el ama de llaves no andaba por allí. En realidad, el castillo parecía enteramente desierto.
Desde el salón de baile entró en la capilla y de allí bajó a la cripta. Las escaleras estaban a oscuras. Por suerte, Emmett y Jasper habían completado su cometido el día anterior. Bella había tenido la precaución de llevarse una lámpara con la que descendió fácilmente por la sinuosa escalera. Sabía que, una vez en la cripta, podía sorprenderla cualquier persona de la casa, así que se movió con rapidez. Y con el mayor sigilo de que fue capaz. Pero había tantas cajas…
No quedaba más remedio que abrirlas una por una. La tarea no era difícil; Bella estaba segura de que Edward ya las había inspeccionado. Al menos diez de los cajones más grandes contenían momias. Lo único que tenía que hacer era desenvolverlas, lo cual habría hecho estremecerse de espanto a muchos egiptólogos. Pero decidió que las vidas presentes valían más que la historia.
Y así empezó a hurgar entre el polvo acumulado durante siglos. Podría haber descartado las momias de varones, pero no parecía haber ninguna. Al parecer, se había topado con el harén del sumo sacerdote.
Levantó su reloj y miró la hora. Casi se le había acabado el tiempo. Pronto empezarían a buscarla. Con un poco de suerte, harían caso a la nota que había dejado sobre la cama.
Le quedaban tres momias por revisar. Si no encontraba nada, ello significaría que la momia de Hethre estaba en el museo.
Dudó un momento. Su hallazgo no sacaría a la luz al asesino, pero al menos detendría al presunto ladrón y seguramente evitaría más muertes.


El carruaje llegó por fin a casa de lord Vulturi. Decidido a plantarle cara de inmediato, Edward dejó a Emmett en el coche y aporreó la puerta.
Le abrió Demetri, el mayordomo de lord Vulturi, que lo miró con recelo.
—Lord Cullen, me temo que lord Vulturi está descansando. ¿Tenía usted cita con él?
—No —Edward dio un paso adelante, obligándolo a dejarle pasar.
—¡Cielos! Lord Cullen, ya se lo he dicho, Lord Vulturi no se ha levantado. Está en sus habitaciones. Esta mañana no me ha llamado ni una sola vez.
Edward titubeó un momento y luego comenzó a subir las escaleras.
—¡Lord Cullen! —gritó Demetri, alarmado, y salió corriendo tras él.
—¡Quédese ahí! —le advirtió Edward, y abrió la puerta sin contemplaciones.
Tal y como había temido, lord Vulturi estaba tumbado en el suelo. Edward se acercó a él, teniendo cuidado de dónde pisaba. A su espalda, Demetri dejó escapar un agudo chillido.
—¡Cállese! —le ordenó Edward, y se agachó para tomarle el pulso a lord Vulturi. Pero el corazón de éste había dejado de latir hacía tiempo. Tenía los ojos abiertos y la campanilla que sin duda usaba para llamar a Demetri estaba en el suelo, a unos palmos de distancia de su mano.
Llevaba varias horas muerto. Edward examinó meticulosamente el cuerpo y luego se levantó. Demetri empezó a gritar de nuevo.
—¡La maldición! ¡Oh, Dios mío, la maldición! ¡Un áspid! ¡Le ha mordido un áspid! ¡Oh, Dios mío, hay serpientes en la casa! ¡Tengo que salir de aquí! ¡Tengo que salir de aquí! ¡Tengo…!
—¡Demetri! ¡Basta ya! —dijo Edward de nuevo y, agarrándolo por los hombros, lo zarandeó un momento—. Lord Vulturi no ha muerto por la mordedura de un áspid. Le aseguro que habría encontrado las marcas. Por su postura y por el modo en que tiene la boca abierta, creo que debemos considerar algún otro tipo de veneno. Llame a la policía, rápido. ¿Me ha oído? Póngase en contacto con el detective Banner, de la policía metropolitana. Puede que a simple vista esto parezca un ataque al corazón. Pero hay que hacerle la autopsia. Ha sido asesinado.
—¡Asesinado! ¡Oh, Dios mío! ¡Asesinado! Pero yo no me he movido de la casa desde que volvió anoche. No ha venido nadie, lord Cullen, ni un alma… ¡Oh, Dios mío! ¡Lord Vulturi está muerto! Yo… ¡oh! Yo estaba aquí. Pensarán que yo… ¡Pero yo sería incapaz! ¿Qué voy a hacer ahora? ¿Qué pensará la policía? ¿Qué harán? ¡Me arrestarán! ¡Es la maldición! ¡Lord Vulturi debería haberse quedado en Egipto!
—Lord Vulturi estaba muerto antes de llegar a casa, sólo que no lo sabía —dijo Edward—. No se preocupe, Demetri, la policía no va a arrestarlo. Yo tengo que irme ahora. Haga lo que le digo, Demetri. ¡Dese prisa!
Edward bajó corriendo las escaleras y salió a la calle. Sabía exactamente quién había cometido el asesinato y por qué. Y debía darse prisa.


Otra momia desbaratada. Los eruditos pensarían sin duda que se merecía doscientos años de suplicio, pensó Bella. Luego empezó a desenvolver la última momia.
Incluso antes de empezar sintió una punzada de emoción. El embalsamamiento había sido hecho con gran esmero, usando un lino finísimo y una resina de excepcional calidad. La máscara colocada sobre la cara representaba el rostro de un muchacho, pero la momia era de una mujer. El vendaje era más grueso en la zona pectoral, posiblemente para aplanar los pechos, pero, pensó Bella, más probablemente para ocultar que se había guardado algo entre la envoltura.
Estaba tan enfrascada en su trabajo que no oyó pasos en las escaleras, ni se percató de que alguien la estaba observando.
Fue cortando con unas tijeras los vendajes, seccionando cuidadosamente las zonas endurecidas por la resina. Luego comenzó a rasgar el lino enmohecido. Sólo cuando oyó una voz se dio cuenta de que la habían seguido.
—¡Has encontrado algo!
Bella levantó la mirada, sobresaltada por la llegada de James. Él se acercó, y Bella sintió miedo.
—No…, nada en realidad. Pensaba que podía dármelas de erudita y encontrar algo, pero, como verás, no he hecho más que revolverlo todo. Si sir Jason estuviera vivo, seguramente me despediría.
James sacudió la cabeza, con los ojos muy abiertos.
—No, Bella, tú tenías razón. Sé lo que estabas pensando. ¡Claro! Hethre era una bruja reverenciada, pero también temida. Y la enterraron así porque querían que su alma quedara encerrada en el mundo de los muertos —hizo una pausa—. ¡Y aquí está!
Bella había encontrado la momia, pero fue James quien sacó la pieza de su pecho. El paso de los siglos no había borrado su magnificencia. No era el oro de la escultura lo impresionante, sino las joyas. La cobra estaba representada con la collera hinchada. En sus enormes ojos refulgían piedras preciosas de colores. Diamantes, zafiros y rubíes tachonaban la collera del reptil.
—¡Bella! —musitó James.
No la estaba mirando. Tenía los ojos fijos en aquella magnífica pieza. Bella se alejó de él. Él no pareció notarlo.
—James, ¿qué estás haciendo aquí? —preguntó.
—¿Qué? —él la miró—. He venido a ver a Edward, a pedirle que me deje echarle una mano en este asunto.
—¿Y por eso has bajado a la cripta?
Él sonrió. Su sonrisa aterrorizó a Bella.
—Lo creas o no, no hay ni un alma por aquí. Había un policía en la puerta. Le dije que venía a ver a Edward y me dejó entrar.
—¿No hay nadie arriba?
—No he subido.
—¿Has venido derecho aquí?
—Sí.
—¿Por qué?
—Bueno, porque…
—¡Eh! ¿Quién anda ahí abajo?
El sonido de aquella voz en lo alto de la escalera produjo en Bella una oleada de alegría tan intensa que empezó a temblar. Se apartó rápidamente de James.
—¡Aquí, Riley! —gritó mientras seguía apartándose de James.
Riley bajó. Iba trajeado y llevaba en la mano una pequeña bolsa de viaje. Bella comprendió que se disponía a volver a casa. Tenía buen aspecto.
Bella se encontró entre ellos dos. Riley esperaba, extrañado, en la escalera. Bella se volvió hacia James, que había ocultado la cobra tras su espalda.
—Riley —dijo ella, sintiéndose mareada—, llama a Jasper, por favor —James frunció el ceño—. ¡Riley!
Bella le dio un empujón a James, pasó a su lado e intentó subir por las escaleras. Pero Riley le cerró el paso.
—¡Bella, apártate de él! —la advirtió James.
Y Riley sonrió.
—¡Ah, sí! El gran aventurero, el explorador, el siempre encantador sir James Gigandet. Qué gran suerte encontrarte aquí.
Anonadada, Bella empezó a retroceder.
—Riley, siempre he sabido que eras patético. Lo que no sabía era lo triste, desgraciado y cruel que podías llegar a ser —replicó James.
—Ah, sí, cruel, mi querido, valiente y noble amigo —respondió Riley—. Veo que has encontrado mi tesoro, Bella. Dámelo, James.
—Riley, si no te quitas de en medio ahora mismo —le advirtió James—, te arrancaré el corazón de cuajo.
—No me digas.
En un abrir y cerrar de ojos, Riley agarró a Bella del pelo y la acercó a él. Al mismo tiempo, dejó caer la bolsa que llevaba. De ella salió una docena de áspides que comenzaron a deslizarse por el suelo, a los pies de Bella. Ella gritó. Riley tiró de ella; luego se detuvo y, agachándose, agarró uno de los reptiles y acercó sus colmillos al cuello de Bella.
—Voy a llevarme ese tesoro, James —dijo—. ¡Dámelo! Si lo haces, tiraré la cobra al suelo y os dejaré a los dos aquí. Así al menos tendréis la oportunidad de defenderos.
James le arrojó la cobra de oro y piedras preciosas. Riley tuvo que tirar la serpiente para agarrarla en el aire. Empujó a Bella. Ella gritó y se precipitó hacia delante, entre aquel campo de áspides.


Edward le había dado instrucciones a Emmett y había tomado prestado uno de los caballos de montar de lord Vulturi. Recorrió a galope tendido el camino de regreso al castillo de Masen y, al acercarse a él, maldijo a sus ancestros. El castillo tenía murallas, verjas de hierro y estaba rodeado por un foso. Pero aun así era vulnerable.
Al llegar a la verja se detuvo un instante para hablar con el policía que montaba guardia allí.
—¿Se ha ido ya mi criado con la señorita Swan?
—No, lord Cullen. Pero sir James Gigandet está en el castillo. Me ha dicho que era importante y que iba a esperarlo.
Edward no dijo nada más, pero recorrió a toda velocidad el camino que atravesaba el bosque y, cruzando el puente levadizo, llegó por fin a la casa.


Bella logró de algún modo pasar por encima de las serpientes sin pisarlas y rodear los cajones de las momias para acercarse a James. Luego oyeron un grito.
—¡Bella!
Riley se detuvo en las escaleras y sonrió.
—¡Cullen! —gritó—. ¡Cullen! ¡Ayúdenos! Es James. Se ha vuelto loco. ¡Intenta matarnos!
—¡No! —gritó Bella—. ¡Edward, no bajes!
Demasiado tarde. Edward estaba en lo alto de la escalera. Pasó junto a Riley… y se detuvo al ver los áspides reptando por el suelo.


—¡Mátalo! ¡Mata a James! —gritó Riley.
—¡Cuidado, Edward! —chilló Bella.
A su espalda, Riley se disponía a empujarlo por las escaleras. El grito de Bella no detuvo a Riley. Pero Edward no cayó. Riley había supuesto que podría hacerle perder el equilibrio, pero Edward estaba alerta. Luchó con Riley y logró empujarlo hacia el suelo. Pero Riley no estaba dispuesto a caer solo. Se agarró a las solapas de la chaqueta de Edward y éste resbaló por los últimos peldaños, cayendo con él.
—¡Dios mío! ¡Dame algo! —le gritó Bella a James.
—¿El qué?
Bella hurgó en el cajón más cercano y arrancó la pantorrilla y el pie de una momia. Hasta ese momento, milagrosamente, las serpientes no se habían acercado a los hombres que luchaban en el suelo. Unos segundos después desaparecerían, se esconderían en las cajas, bajo las mesas… O empezarían a atacar.
Riley, pese a ser más débil que Edward, estaba desesperado. Intentaba meterse la mano en el bolsillo mientras Edward se esforzaba por inmovilizarlo. Riley sacó un cuchillo y lo blandió bajo la garganta de Edward. Estaban enzarzados en una furiosa batalla. Los dedos de Edward se cerraban como alambre alrededor de la muñeca de Riley. Una de las cobras se deslizó hacia ellos y luego se levantó en actitud defensiva.
—¡No! —gritó Bella y, lanzándose hacia delante, golpeó a la serpiente con el pie momificado.
El cuchillo cayó de la mano de Riley. Edward se puso en pie y obligó a Riley a levantarse. Cuando Riley se disponía a lanzarse a por el cuchillo, Edward lo empujó. Riley cayó de espaldas contra la pared y se deslizó hasta el suelo. Justo al lado de una de las cobras. El animal siseó y atacó, mordiéndole en el cuello. Riley casi hizo amago de sonreír. Pero luego le mordió otra cobra. Y luego otra. Riley dejó escapar un grito desgarrador. Y luego quedó en silencio.
Bella lo miraba horrorizada.
—¡Bella!
James se acercó a ella y la apartó de una serpiente que se deslizaba cerca de sus piernas.
—¡Salid de aquí! ¡Rápido! —gritó Edward y, sacando una pistola, comenzó a disparar a las serpientes.
Los disparos resonaron en la cripta. El camino quedó despejado. Bella empezó a subir las escaleras con James tras ella. Cuando se disponía a doblar la primera curva, se detuvo, haciendo que James chocara con ella.
—¡Edward! —gritó.
Sonó otro disparo. Un instante después, Edward apareció tras ella y la obligó a subir el resto de las escaleras a empujones mientras gritaba:
—¿Cuándo demonios vas a aprender a hacerme caso?
—¡Te he hecho caso! —le replicó ella—. Jasper me dio una hora. Sólo quería aprovecharla para… ¡Oh, Dios! —cayó en sus brazos.
—¿Cómo demonios sabías que no era a mí a quien tenías que matar? —preguntó James.
—Es una larga historia. Y me da miedo lo que podamos descubrir en el resto de la casa —dijo Edward, impaciente—. Tenemos que encontrar a los demás. Luego hablaremos.


La ansiedad de Edward despertó nuevos temores en Bella, que subió corriendo las escaleras, con James tras ella.
Al acercarse a la habitación de Charlie, oyó golpes en la puerta. Alguien estaba intentando echarla abajo, golpeándola al parecer con una silla. Y Charlie gritaba con voz ronca, pidiendo ayuda y maldiciendo a Sue Clearwater.
James descorrió el antiguo cerrojo de madera de la puerta, y Charlie y Waylon salieron dando trompicones. Charlie tenía aún en las manos la silla que había usado para golpear la puerta.
—¿Dónde está? Nos encerró, sé que fue ella quien nos encerró.
—¡Yo no os encerré, maldito idiota! —dijo Sue, apareciendo en el pasillo, despeinada. Estaba furiosa y echaba chispas por los ojos—. ¡Llevo una hora encerrada en un armario!
Edward, que todavía parecía angustiado, echó a correr.
—Todavía falta Jasper —dijo.
—¿Los establos? —sugirió James.
Edward asintió y empezó a bajar las escaleras. Todos lo siguieron. Edward echó a correr. El establo también estaba cerrado por fuera. Edward lo abrió y entró, mirando a su alrededor. Oyeron un leve gemido.
—¡Está vivo! —exclamó Sue, aliviada, y se dirigió detrás de Edward hacia las pacas de heno de donde procedía aquel ruido.
Allí estaba Jasper, intentando sentarse. Al ver a Edward sacudió la cabeza, acongojado.
—Le he fallado, señor. Estaba en el altillo, sacando los arreos, cuando ese hombre apareció por detrás y… me empujó. De no ser por el heno, ahora estaría muerto. ¡Ay, Dios mío! —exclamó, intentando levantarse—. Le he fallado, señorita… —dijo mirando a Bella—. No se quedó en su habitación, ¿verdad?
—Es más terca que una mula. Nunca hace caso —dijo Edward.
—¡Terca y encantadora! Una digna esposa para lord Cullen —dijo Sue, y Bella se giró, sorprendida. Sue le sonrió—. Te habría encantado Esme, querida. Ella también era muy terca.
Bella sintió una punzada de culpabilidad. Le devolvió la sonrisa a Sue, y estuvo a punto de decirle que lord Cullen no pensaba casarse con una simple plebeya, pero no le parecía el momento adecuado para hacerlo. Sacudió la cabeza.
—Todavía no lo entiendo. ¿Riley hizo todo esto? Pero si a él también le había mordido una serpiente… Estaba enfermo, vivía en la casa. ¿De dónde sacó los áspides? ¿Cómo se las ha arreglado para hacer todo esto?
—Puede que nunca sepamos todas las respuestas, pero yo tengo unas cuantas —le dijo Edward—. Hay que avisar al policía de la puerta para que vaya a Londres en busca del detective Banner. Sue, hay que curarle la cabeza al pobre Jasper.
—Yo iré a la verja —dijo Jasper.
—No, nada de eso —le dijo James—. Iré yo. Usted tiene suerte de estar de una pieza, buen hombre.
—Y tú también —le dijo Edward a James. Tardó un momento en añadir—: Gracias. No sé qué demonios haces aquí, pero has sido de gran ayuda. Gracias.
James asintió.
—Voy a hablar con ese policía. Creo que, si no, no tardaré en morirme de curiosidad.
—Dile que se asegure de que también traigan a sir Jason —dijo Edward.
—Sir Jason está muerto —le recordó Bella—. Supongo que te refieres a lord Vulturi.
—No —dijo Edward—. Lord Vulturi es quien está muerto. Sir Jason está vivo. Os lo explicaré luego. Jasper, apóyate en mi hombro. Vamos a llevarlo a la casa.
Ayudó a Jasper a ponerse en pie. Por un instante, sus ojos se encontraron con los de Bella, y sonrió con tanta ternura que ella vaciló y luego extendió la mano y tiró del cordoncillo de su máscara.
—Ya no la necesitas —le dijo—. Todavía estoy hecha un lío, pero creo que ya no hace falta que las bestias guarden el castillo de Masen. Me parece que la maldición se ha roto.

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