martes, 4 de enero de 2011

Dolores de parto


Capítulo 34 “Dolores de parto”

Bella se encontraba prisionera en la pequeña casa de James. La casa estaba en las afueras de Santo Domingo, el vecino más cercano vivía a un kilómetro y medio de distancia, y la casa se hallaba rodeada por altos muros de estilo español. La única puerta en la pared del frente se abría a un largo corredor que servía como sala. A la derecha de este corredor había dos dormitorios, con un pequeño distribuidor entre ellos. La cocina y el comedor estaban en el lado opuesto de la casa.

Las puertas externas y las pesadas persianas de madera sobre las ventanas estaban siempre cerradas con llave. Bella sabía que había un patio amurallado frente al dormitorio, pero ni una vez le habían permitido salir a caminar, para sentir la suave brisa en su rostro. Tenía libertad de andar por la casa durante el día, pero prefería quedarse en su habitación. Y por la noche, la puerta de su habitación estaba cerrada con llave.

La habitación de Bella era pequeña, pero con muebles agradables. La cama era grande, con dosel, y muy cómoda, junto a la puerta había un armario tallado a mano, y una hermosa silla tallada en un rincón junto a la cama. Había varias mesas, y contra la pared restante, frente a la ventana, una enorme biblioteca con algunos libros y muchas estatuillas de mármol, coral y marfil.

Las pequeñas esculturas tenían menos de treinta centímetros de altura, y representaban distintos animales.

Sólo había dos sirvientes en la casa, una cocinera y una criada, pero James había dado estrictas órdenes de no conversar con ella. Aunque lo hubieran intentado, habría sido inútil, porque las dos mujeres sólo hablaban español. Bella sólo vio una vez a la cocinera pero la criada le traía las comidas y agua para los baños. Muchas veces Bella trató de hablar con la criada, de comunicarse con las manos, pero la vieja la ignoraba por completo.

Bella se deprimía cada vez más a medida que pasaban los días.

Sólo veía a James por las noches, cuando cenaban juntos. Él pasaba todo el día en los muelles, observando cuidadosamente cada barco que llegaba. Todas las noches, Bella repetía que Edward no vendría; luego no decía nada más. Aunque ansiaba poder hablar con alguien, no toleraba hablar tranquilamente con ese hombre. Sabía que le estaba tendiendo una trampa a Edward, pero James no le decía nada al respecto. Y Bella no podía pensar en ninguna forma de advertir a Edward, si éste llegaba a la isla.


Hacía tres semanas que Bella estaba en casa de James. Se acercaba el final de septiembre y ella seguía preocupada por Edward. Al menos no tenía tiempo de preocuparse por el hecho de que el niño nacería una semana después. Muchas veces pensaba que había llegado el momento, porque tenía calambres y sentía presión en el vientre. Pero los calambres desaparecían y Bella se desilusionaba, porque deseaba que se produjera el nacimiento. Estas pequeñas incomodidades eran tan frecuentes que pronto dejó de advertirlas. Una mañana, al despertar, sintió que la presión en su vientre era mucho más fuerte, pero supuso que se trataba de otra falsa alarma.

Cuando la criada abrió la puerta y entró en la habitación con el desayuno, Bella observó que la mujercita parecía más alegre que de costumbre. La habitación estaba a oscuras por las persianas cerradas, pero la mujer, generalmente hosca, tarareaba una alegre melodía mientras encendía las velas. Bella supuso que la criada anticipaba la fiesta que ella y la cocinera tendrían ese día. La noche anterior James había dicho a Bella que daría el día libre a las criadas para que se divirtieran en la ciudad.

Recordaba haber pensado en ese momento que le había hablado intencionalmente sobre la fiesta para hacerla sentir aún más deprimida, porque dijo que era una lástima que ella tuviera que quedarse sola en la casa. Pero el tratamiento silencioso y frío que recibía de la criada la hacían sentir que de todas maneras estaría mejor sola.

Ese día no sería diferente de los demás, pensó Bella mientras comía algo, y luego apartaba la bandeja y se levantaba para vestirse. Pero en cuanto se puso de pie, se tocó el vientre, con miedo de moverse. Los calambres que había sentido mientras estaba en cama parecían doblemente fuertes.

En cuanto pudo moverse, Bella salió de su habitación, rogando en silencio que las criadas estuvieran aún en la casa. Fue directamente a la cocina, esperando encontrar allí a la cocinera, pero no había nadie. Bella se negó a alarmarse, pero buscó rápidamente en el resto de la casa. Pero a medida que entraba en las habitaciones y salía de ellas, encontraba cada vez más difícil mantenerse tranquila, cuando abrió la puerta de la última habitación, el dormitorio de James, sintió un pánico dentro de ella que nunca había experimentado antes.

Bella supo sin ninguna duda que había llegado el momento al volver a sentir la presión, y romper aguas, que corrieron por sus piernas, y formaron un charco a sus pies. Bella se levantó la enagua con manos temblorosas: estaba empapada. El pánico que sentía no era el temor de dar a luz, sino el hecho de tener que hacerlo sin ayuda. ¿Por qué precisamente ese día la habrían dejado completamente sola en la casa?

Se acercó a la silla más cercana y se sentó, mareada. Sólo podía pensar en los gritos de agonía de Rosalie al dar a luz a su hijo. Pero luego otra contracción la hizo concentrarse en su propia situación, y en cuanto pasó se levantó, y comenzó a mirar por todas las ventanas y por las puertas para ver si alguien, por descuido, había dejado alguna sin llave. Deseaba salir de esa casa, ¡deseaba ayuda! Pero pronto volvió a la razón, y se dio cuenta de que estaba perdiendo un tiempo precioso.

El tiempo pasaba rápidamente porque ella no sabía cuánto duraría lo que estaba soportando. En las horas que pasaron, Bella logró hervir el agua que necesitaría y llevarla a su habitación. Entre las contracciones ahora cada vez más frecuentes, encontró sábanas limpias y cambió las de su cama, y trajo también una tela limpia para envolver al bebé. Encontró y limpió el cuchillo que necesitaría para cortar el cordón umbilical. Luego, mientras todavía podía moverse, se cambió la ropa interior y secó el agua que había perdido antes. Todos sus esfuerzos eran lentos porque tenía que detenerse y esperar a que pasara cada contracción. Pero ahora ya era por la tarde, y los espasmos de dolor se habían vuelto tan frecuentes y tan insoportables que ya no podía contener su agonía, y sus gritos hacían eco en la casa vacía.

Cuando Bella oyó abrirse la puerta y luego cerrarse de un golpe, se sintió aliviada. Ahora no tendría que dar a luz sola. Por más distancia que hubiera entre ella y las criadas, éstas también eran mujeres y no se negarían a ayudarla. Pero se dio cuenta de que la fiesta en la ciudad aún no habría terminado, y seguramente alguna de las mujeres sólo habría venido a buscar algo que había olvidado. Bella tendría que llamar a la mujer antes de que volviera a marcharse. Luchó por salir de la cama donde estaba  acostada pero en cuanto se puso de pie, tuvo otra contracción. Comenzó a gritar.

De pronto, se abrió la puerta de la habitación y entró James con una máscara de furia en el rostro. Fue a grandes pasos hacia ella, y antes de que Bella pudiera hablar, le dio una fuerte bofetada. Bella cayó en la cama, y el movimiento repentino le provocó una agonía aún peor, pero su orgullo le impidió gritar.

–¡Mentirosa! –gritó James, apretando los puños–. ¡Él está aquí... Edward está aquí!

–¡No... no puede ser! –tartamudeó ella–. Él está…

–¡Basta de mentiras! –dio media vuelta y salió de la habitación, pero Bella lo oyó gritar en la habitación contigua–. ¡Pensar que había comenzado a creer tus mentiras, a creer que nunca vendría! Descuidé mi vigilancia, y ahora es demasiado tarde para la trampa que pensaba tenderle. –Volvió a entrar en la habitación con una delgada cuerda en la mano, y miró a su alrededor como si buscara algo.

–Pero, ¿por qué está tan seguro de que es Edward? –preguntó frenéticamente Bella–. ¡Seguramente... seguramente usted se equivoca!

James la miró con una mezcla de miedo y furia en los ojos.

–Yo mismo lo vi caminando entre una multitud en la calle. Corresponde a una descripción que tenía de él, y cuando me acerqué, el hombre corpulento que lo acompañaba me llamó por mi nombre. Están preguntando a los campesinos dónde vivo. Y es inteligente ese Edward. No entró con el barco en el puerto como yo esperaba, sino que lo ha ocultado en la costa para poder entrar en la ciudad inadvertido. No tuve tiempo de reunir a mis hombres... ¡Debo enfrentarme solo a Edward!

Bella miró a James con rostro inexpresivo. Realmente Edward estaba en la isla. ¿Cómo podía ser? Debería estar en el otro extremo del mundo. Y, Dios mío, ¿por qué vendría ahora? ¿Por qué no ayer, o mañana en cualquier momento menos éste, cuando ella estaba a punto de dar a luz y él no podía ayudarla de ninguna manera?

–Usted no tiene que enfrentarse a él –dijo rápidamente Bella. –Puede escapar antes de que él llegue.

–Terminaré con esto de una vez por todas. Tengo la ventaja de ser un excelente espadachín. Nunca me han vencido, y no me vencerán hoy.

La tomó de la muñeca, la arrancó de la cama, y la arrastró hasta la pesada biblioteca. Ella lo miraba estúpidamente mientras él comenzaba a atar la delgada cuerda en su muñeca izquierda.

–¿Qué hace? –preguntó.

–Estoy asegurándome de que no me des una puñalada por la espalda mientras me ocupo de Edward.

Ella había olvidado momentáneamente al bebé pero ahora sentía el comienzo de otra contracción. El terror apareció claramente en los ojos de James mientras aseguraba una muñeca y ataba la otra a un estante bien arriba de la cabeza de Bella.

–¡No puede hacer esto! –gritó Bella–. Estoy de parto... desde media mañana. Mi bebé....

No pudo decir nada más mientras su cuerpo se retorcía en agonía, y gritó con voz aguda. Trató desesperadamente de bajar las manos para sostenerse el vientre, pero James las había atado fuertemente por encima de su cabeza. El estante de libros se inclinó peligrosamente hacia adelante.

–Excelente... ¡mejor de lo que yo había pensado! –rió James con malevolencia–  Tus gritos distraerán a Edward y actuará descuidadamente.

Cuando el dolor disminuyó, Bella levantó la mirada con los ojos llenos de lágrimas.

–¡Por el amor de Dios, déjeme tenderme en la cama!

–Esta es la única cuerda que encontré, y es demasiado corta para atarte a los pilares de la cama.

–Nada Puedo hacer en mi estado. ¡Mi bebé está a punto de nacer! –gritó Bella.

–Obviamente tú amas a Edward, porque de otra forma no habrías mentido como lo hiciste para evitar nuestro encuentro –dijo James con impaciencia. Y las mujeres pueden hacer cosas milagrosas por amor. No puedo correr ese riesgo.

–Entonces enciérreme en esta habitación si no confía en mí, pero, por favor… ¡debo acostarme! –rogó Bella.

–Lamentablemente, la llave no está en el lugar habitual, y no tengo tiempo de buscarla. Y, lamentablemente, querida mía, no soy lo suficientemente caballero como para poner tu comodidad por encima de mi propia vida. Además, con la puerta abierta, tus gritos sonarán mucho más fuertes, y ayudarán a llevar a Edward a una muerte más rápida.



–¡Pero... pero mi bebé también morirá de esta manera! ¡Debo tener las manos libres! ¡Juro por Dios que no le haré daño, pero, por favor, por favor libéreme! –rogó Bella, mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.

–¡No! Será mejor que el bebé muera. No quiero a otro Edward que me persiga en mi vejez –replicó duramente James. Salió de la habitación dejando a Bella con los ojos desorbitados de horror.

Ahora Bella sólo podía rogar que Edward llegara rápidamente, que venciera a James y que la ayudara antes de que el bebé encontrara su muerte. Pero sabía que estaba pidiendo lo imposible. Ahora sus dolores eran tan insoportables que se daba cuenta de que llegaba el final.

Bella trató de retorcer sus muñecas en un esfuerzo por liberar sus manos, pero la cuerda no cedía. Pensó en hacer caer el pesado estante, pero, al mirar hacia arriba vio que había tres estantes más por encima de su cabeza. El estante de libros caería sobre su cabeza, y aunque ella no temía por su propia vida, el bebé moriría.

Nuevamente la invadió la agonía, y tuvo que gritar. Cuando llegara Edward, si llegaba a tiempo, Bella sabía que tendría que ahogar sus gritos. Tendría que soportar... ¡Tendría que hacerlo! No podía permitir que Edward supiera que estaba a punto de dar a luz, porque él tenía que estar alerta y pensar solamente en James y en la batalla que se avecinaba. Por Dios, que Edward tenga habilidad y fuerza y que sea el vencedor...

Cuando Bella se relajaba sentía el sudor que corría por sus sienes, por sus costados y entre sus pechos. Movió la cabeza para secarse la frente con el brazo levantado, luego miró con desesperación los recipientes de agua en la mesa junto a la cama. Había preparado todo lo que recordaba que Sue había pedido para Rosalie, pero sus esfuerzos no habían servido de nada. Miró el cuchillo que habría usado para cortar el cordón umbilical y dar vida a su bebé aparte de la suya, su bebé tendría mejor posibilidad de sobrevivir, pensó, si hundiera ese cuchillo en el corazón de James.






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