Capítulo 17 “Te amo”
Hacía horas que la tormenta había cesado, pero las nubes seguían cubriendo el cielo, oscureciendo el amanecer. Bella miró por la ventana buscando ansiosa a Edward. Había estado fuera toda la noche, solo y herido.
Volvería. Su responsabilidad lo obligaría a acabar el caso, aunque seguramente a ella la mandara a un piso franco, como a James. Pero ella se resistiría con todas sus fuerzas, y de algún modo lograría convencerlo de que cediera a la confianza y al deseo.
Después de un café y una ducha, se vistió con unos pantalones negros y un jersey claro, se recogió el pelo y fue al salón. Allí se detuvo en seco.
Edward acababa de entrar por la puerta principal. Tan sólo llevaba unos vaqueros, y estaba empapado y temblando de frío. Las heridas de sus pies descalzos mancharon de sangre la alfombra. La miró, y su expresión vacía confirmó los peores temores de Bella: se había encerrado en sí mismo, dejándola a ella fuera.
—Parece que te hace falta una ducha caliente y un café bien cargado —le costó un enorme esfuerzo poder hablar sin que le temblara la voz.
—¿Ha llamado Laurent? —preguntó él roncamente.
—No.
Edward se pasó la mano por el pelo y, sin decir nada más, se metió en el cuarto de baño. A Bella le fallaron las rodillas y se derrumbó en el sofá. Miró las huellas sangrientas en la alfombra y luchó por recuperar el control. Edward se había sentido amenazado y había levantado sus barreras. Tenía que darle tiempo, así que respiró hondo y se puso a preparar el desayuno. Al poco rato volvió Edward, duchado y vestido.
Desayunaron en silencio, y apenas habían acabado cuando sonó el móvil de Edward. Lo agarró y corrió hacia su dormitorio, dejando a Bella con el estómago revuelto. Cinco minutos después volvió, con los zapatos en una mano y una pistola y un cuchillo en la otra. Dejó las armas en el sofá y se puso los zapatos, sin preocuparse por las heridas.
—Es hora de trabajar.
—Laurent —murmuró ella—. ¿Dónde vas a encontrarte con él?
—No necesitas saberlo —respondió sin mirarla—. Si en dos horas no has recibido noticias mías, llama al número que te di y di que la mercancía se ha dañado en el camino y que el código de ruta es cincuenta uno, doce, guión treinta y dos. Sabrán que estoy en problemas y dónde encontrarme —se dirigió hacia la puerta.
—¡Espera! —exclamó ella. Él se detuvo con una mano en el pomo—. Ten… ten cuidado.
Edward la miró, inexpresivo, sin esa mirada cálida ni esa vitalidad risueña que ella tanto amaba. Abrió la puerta en silencio y salió. Se oyó el rugido de su motocicleta, que fue perdiéndose en la distancia. Bella se quedó reprimiendo las lágrimas, mirando la alfombra manchada de sangre. Estaba pensando en limpiarla cuando el móvil de Edward volvió a sonar. Corrió a su dormitorio y respondió.
—¿Diga?
—¿Bella? —al principio no reconoció la voz masculina.
—¿James? ¿Eres tú? ¿Qué pasa?
—Detén a tu primo —estaba frenético—. No dejes que vea a Laurent esta mañana.
—Se acaba de ir —dijo ella. Un escalofrío le recorrió la columna.
—¡Oh, no! Estoy en una cabina cerca del Blue Moon. Había salido de ver a Laurent y olvidé mi chaqueta. Al volver, oí que estaba hablando con Riley. La reunión es una trampa. Van a matar a An.
Bella sintió que la habitación daba vueltas y a punto estuvo de vomitar.
—¿Dijeron dónde sería la reunión? —preguntó, apoyándose en la pared.
—En un pesquero amarrado junto al almacén de Coast Seafood. El Lady Liberty. Es la base de operaciones de Laurent. Voy a llamar a la policía.
—¡No, la policía está implicada también! Yo lo avisaré.
—¡Bella, no lo hagas! ¡Es demasiado peligroso!
La línea se cortó. Bella metió el móvil en el bolso, agarró las llaves del Corvette y salió corriendo hacia el coche. Recorrió a toda velocidad las calles desiertas, sin detenerse en los semáforos. Al llegar al muelle, aparcó tras el destartalado cartel de un espectáculo de striptease, a poca distancia del Coast Seafood. Con el bolso apretado contra el pecho, avanzó caminando hacia el almacén abandonado. Los edificios le ocultaban la vista del río, pero el aire apestaba a agua contaminada y pescado podrido. No se veía a nadie. Llegó de puntillas hasta la esquina, intentando no hacer ruido al respirar.
De pronto, una mano le cubrió la boca por detrás. Instintivamente, luchó por liberarse.
—Shh. ¿Intentas que te maten? —la mano se apartó y ella se giró.
— ¡James! ¿Qué estás haciendo?
—Me niego a vivir con otra muerte en mi conciencia. Hay que llamar a la policía.
—Ya te he dicho que la policía está metida en esto. Estaríamos firmando la muerte de Edw… de An. Tenemos que encontrarlo a tiempo y avisarlo.
—¿Tienes algún arma? —preguntó. Ella negó con la cabeza y James frunció el ceño—. Quizá podamos ver el pesquero desde el almacén.
Subieron por los tambaleantes escalones de madera y entraron en el oscuro almacén. James avanzó entre los escombros hasta una ventana orientada al este.
—Allí está —susurró. Bella se acercó a él—. Es el pesquero negro amarrado a la izquierda. Tú quédate aquí y busca algo que puedas usar como arma. Yo iré a echar un vistazo.
Bella se apartó de la ventana y examinó el almacén. Un tubo de hierro le llamó la atención, y se subió a unos tablones para agarrarlo.
—¿Qué te parece esto?
James se estaba girando cuando de repente se puso rígido y soltó un grito ahogado.
—¡Lo han atrapado!
Con el tubo en la mano, Bella saltó sobre los tablones y corrió junto a él.
—¿Has visto a An? —preguntó, mirando por la ventana. No se veía a nadie.
—Riley lo acaba de subir a bordo a punta de pistola. Lleva las manos atadas a la espalda.
Ella le dio el tubo y abrió el bolso para sacar el móvil.
—Voy a llamar al jefe de Edw… de An —pulsó el botón de encendido, pero el móvil siguió apagado—. Maldita sea, se ha agotado la batería. A An debió de olvidársele cargarlo —lo cual era comprensible, dado el estado de ánimo de Edward la noche anterior.
—¿Y ahora qué?
Bella miró el tubo que agarraba James y se decidió. Sus temblores cesaron.
—Ahora vamos a rescatarlo —dijo con toda su determinación.
—Bella, no creo que…
—Somos su única esperanza. Si no vas a ayudarme, cállate —buscó entre los trastos hasta que encontró otra barra de hierro—. Voy a sacarlo de ahí.
—No puedo dejar que vayas sola. Lo mejor es que nos separemos. Tú encuentra a An mientras yo los distraigo.
James salió corriendo y Bella rebuscó en su bolso por si había algo útil. Encontró una lima de uñas. No era gran cosa, pero de todos modos se la guardó en el calcetín. Escondió el bolso entre los escombros y salió para reunirse con James.
Ocultos en las sombras avanzaron hacia el muelle. El Lady Liberty se mecía sobre las aguas, sacudido por las olas que golpeaban su costado. Subieron a cubierta y se escondieron tras una gran maroma enrollada. No se veía a nadie.
—Dentro de cinco minutos empezaré a hacer ruido —dijo él, mirando su reloj—. Si todo sale bien, nos veremos en el almacén. Si no, márchate sin mí.
Con el corazón en un puño, Bella caminó hacia la puerta que conducía abajo. Tenía que concentrarse en Edward, sólo en Edward… Al abrir, las bisagras chirriaron, rompiendo el silencio. Se quedó helada, con la mano en el pomo y el pulso atronando en sus oídos. No se oyó ningún ruido, de modo que abrió del todo y entró.
Una escalera de caracol descendía hasta una espaciosa habitación con una telaraña de tuberías en el techo. Olía a pescado y humedad. Reprimió las náuseas y avanzó pegada a la pared, escudriñando en la oscuridad.
—¿Edward? —susurró.
—Hola, encanto —respondió una voz tras ella.
Bella se volvió y vio a Laurent, con una horrible sonrisa torcida.
Sin pensárselo, cargó contra él levantando la barra sobre su cabeza. Pero Laurent se echó a reír, le arrebató fácilmente el arma de las manos y la empujó contra la pared. Bella se quedó sin aire al recibir el impacto.
—Desde el primer día has estado metida en problemas —dijo él acercando su rostro.
Por el rabillo del ojo, Bella vio que James se acercaba a Laurent por detrás, levantando el tubo de hierro. Si pudiera distraer a Laurent el tiempo suficiente…
—Tengo muchos contactos financieros. Puedo doblar tus ganancias.
Laurent soltó un bufido de incredulidad. James casi había llegado. Tres pasos más…
Entonces Riley emergió de las sombras detrás de James. Antes de que Bella pudiera avisarlo, el matón lo golpeó con el puño en la cabeza, derrumbándolo. Bella soltó un chillido, con un segundo de retraso.
—Vamos encanto —dijo Laurent agarrándola del brazo—. Tengo un trabajo para ti.
La llevó a otra habitación, donde la sentó en una silla y la ató y amordazó. Las cuerdas le cortaban la circulación en las muñecas, pero apretó los dientes para no gemir. No le daría esa satisfacción a aquel animal.
Riley llegó con un James inconsciente al hombro. Lo dejó en otra silla a unos tres metros de Bella y también lo ató y amordazó.
Laurent se cruzó de brazos y le echó una mirada lasciva a Bella.
—Ahora vamos a esperar a An. Y seguro que aparecerá. Tenemos un cebo irresistible. ¿Qué te parece un trago mientras esperamos, Riley?
Riley asintió con un gruñido y los dos hombres salieron.
Bella observó el rostro inconsciente de James. No parecía gravemente herido. Había dicho que vio a Edward subiendo a bordo con las manos atadas a punta de pistola. ¿Tendrían otro prisionero? ¿O acaso Edward había escapado? Soltó un gemido. Las divagaciones no la ayudarían. Tenía que escapar cuanto antes.
«Edward, por favor, no vengas», pensaba una y otra vez mientras intentaba aflojar las cuerdas, ignorando el daño que le provocaban las fibras rugosas. Se retorció hasta que quedó exhausta. Le faltaba el aire y tenía los músculos agarrotados, pero nada era comparado al dolor que sentía por Edward. Estaría dispuesta a sufrir lo que fuera por salvarlo.
Cerró los ojos y evocó los recuerdos de la noche anterior, cuando sus labios la cubrían de besos y sus manos…
Unas manos la aferraron por los hombros, dándole un susto de muerte.
—Tranquila, cariño —susurró en su oído la profunda voz de Edward. Ella intentó girarse y hablar, pero se lo impedía la mordaza—. No te muevas. Enseguida te desato —le cortó las cuerdas y le retiró la mordaza—. Me temo que te escocerá un poco.
—¡Es una trampa! —le susurró en cuanto pudo hablar—. ¡Sal de aquí!
Edward se echó a reír.
—Laurent y Riley están fuera de combate. Cuando despierten, estaremos lejos —silencioso como un gato, se acercó a James, le cortó las cuerdas y volvió junto a Bella—. ¿Te han hecho daño? —le preguntó, tomándole la barbilla en la mano.
—No, pero no puedo moverme.
—Date un minuto —dijo él, masajeándole los hombros.
—Me metí en la boca del lobo. Todo es por mi culpa.
—No, la culpa es mía. Sabía que esto era una trampa gracias a los micrófonos que puse en la oficina de Laurent. Tendría que haberte dicho que mi intención era tenderle mi propia trampa —deslizó los dedos hacia sus codos—. ¿Puedes moverte ya? —ella asintió—. Muy bien. Espera aquí un momento —se acercó a la puerta y le hizo un gesto desde allí—. Está despejado. Vamos.
A Bella le temblaban las rodillas, pero dio un paso hacia él. Hacia la libertad.
Un brazo la rodeó por el cuello y tiró de ella hacia atrás, al tiempo que sentía el cañón de una pistola contra la sien.
—Me temo que no —dijo una voz familiar.
Edward se quedó de piedra al ver a James sujetando a Bella.
—Suéltala si quieres vivir —lo avisó en tono amenazador—. Ahora.
—James, ¿qué… qué estás haciendo? —balbuceó Bella.
—Deberían darme un Oscar por mi actuación —se jactó él—. Los dos habéis sido manejados como peones de ajedrez. Primo An, suelta las armas y siéntate.
Con la mandíbula tensa, Edward dejó en el suelo el cuchillo y la pistola y se sentó en la silla. James le arrojó una cuerda a Bella.
—Átalo. Y hazlo bien, si no quieres que le dispare.
Bella obedeció, atándolo fuertemente para salvarle la vida.
—No lo entiendo. Me dijiste que llamara a la policía, y viste cómo intenté pedir ayuda con el móvil.
—Si hubieras llamado a la policía, habría acudido Riley —dijo James colocándose entre ella y Edward—. Por supuesto, Riley no es su nombre completo, pero sí es policía. Y en cuanto al móvil, no te hubiera permitido hacer la llamada. De todos modos, no tenía batería. Traerte al barco por tu propio pie era mucho más fácil que cargar contigo inconsciente. De un modo u otro, habrías acabado aquí.
Bella tragó saliva. De repente sentía náuseas.
—Creía que éramos amigos.
—La amistad no vale comparada al dinero. Y además tenía que librarme de Laurent. Cuando tú y An metieron las narices en el asunto, me dieron la oportunidad perfecta. Con Laurent ocupado por la intromisión de An, Riley y yo planeamos nuestra jugada. Fingí que te estaba ayudando y luego tomamos el control. El mérito de la operación será mío. Y gracias a mi posición privilegiada en el banco, ganaré millones. Nadie podrá tocarme.
—Suelta a Bella —dijo Edward—. Pon un precio.
—Hablaremos de eso más tarde —respondió James, mirándolo con una sonrisa desdeñosa.
Aprovechando que James miraba a Edward, Bella se sacó la lima del calcetín y se la puso en la palma de Edward, quien la ocultó en el puño.
—Ya está —dijo, apartándose de él.
James la ató en la otra silla y se fue hasta la puerta.
—Volveré. No se vayan —dijo en tono burlón antes de salir y cerrar.
—Edward, lo siento. Es culpa mía.
—Viniste en mi busca aunque te da pavor el agua —dijo él mirándola con admiración—. Hacen falta muchas agallas para eso.
—Caminaría descalza sobre el fuego por ti —susurró—. Quizá ahora me creas.
—Nunca nadie había… —tragó saliva—. Cuando salgamos de aquí, hablaremos sobre lo de anoche. Por ahora, centrémonos en escapar.
A Bella la sacudió un soplo de esperanza. Ella y Edward tenían un futuro… si pudieran salir de allí.
—¿Puedes cortar las cuerdas con la lima?
—Me llevará un rato, pero has inclinado la balanza a nuestro favor, Houdini —dijo riendo.
James volvió, seguido de Riley, que llevaba a Laurent inconsciente sobre el hombro.
—Maldita sea, Riley —dijo James frotándose la nuca—. Se suponía que tenías que darme un golpe para disimular, no abrirme el cráneo.
Riley se encogió de hombros, dejó a Laurent en el suelo y los dos volvieron a marcharse.
—Pensé que habías noqueado a Laurent y a Riley —dijo Bella.
—Ese tipo debe de tener la cabeza muy dura.
Un ruido seco y metálico llegó desde el exterior, seguido de un estruendo y el rugido de un motor. Una cadena gigante rozó el casco, y el balanceo del barco se incrementó.
—¿Qué está pasando? —preguntó Bella poniéndose rígida.
—El barco está zarpando. Tranquila, Bella. No pierdas la calma, por lo que más quieras.
—N… no —obligó a sus músculos a relajarse—. Me concentraré.
—Ésta es mi chica —dijo él con una sonrisa alentadora.
«Mi chica». Las cariñosas palabras de Edward le provocaron una ola de calor y seguridad. Era un hombre tan fuerte, tan seguro de sí mismo… La sacaría de allí, no había duda.
Edward siguió frotando las cuerdas con la lima, hasta que levantó la mirada y le sonrió.
—¿Estás tatareando algo?
—Lo siento. Es un hábito.
—¿Qué cantas?
—Can't Help Falling in Love —respondió ella, ruborizándose.
—Canta en voz alta. Nos ayudará a pasar el rato.
Laurent gimió varias veces, pero no llegó a recuperar el conocimiento. Bella había acabado casi todo el repertorio de Elvis cuando los motores se pararon. Se oyó el chirrido de la cadena y un gran chapoteo.
—Han soltado el ancla —dijo Edward.
—¿Y las cuerdas?
—Un poco deshilachadas, pero no lo bastante para romperlas.
—¿Qué crees que van a hacer con nosotros?
Antes de que Edward pudiera responder, la puerta se abrió y entraron Riley y James. James desató los tobillos de Bella y le dejó las manos atadas a la espalda. La levantó y volvió a presionarle el cañón de la pistola contra la sien.
—An, supongo que no querrás que le meta una bala en su preciosa cabecita, así que compórtate, ¿eh?
Edward le lanzó una mirada asesina, pero asintió. Riley le desató los pies, dejándole las muñecas atadas por detrás. Se cargó a Laurent en el hombro e hizo avanzar a Edward hacia la puerta empujándolo con una pistola en la espalda. James salió detrás con Bella.
Cuando subieron a cubierta, Bella se quedó sin respiración al ver las oscuras y revueltas aguas del mar. Pero la mirada de Edward le dio fuerzas. Tragó saliva y se concentró en sofocar su pánico. Perder la cabeza haría que los mataran.
Riley empujó a Edward contra la pared y colocó a su lado a Laurent, a quien el aire fresco había reanimado. James llevó a Bella hasta la barandilla. El terror la asaltó y se puso a temblar.
—El océano siempre te ha aterrado, ¿verdad? Tranquila, muy pronto perderás tu miedo para siempre —dijo James poniendo una mueca—. ¿Quién quiere ser el primero? —apuntó a Edward con la pistola. A Bella se le aceleró el pulso a un ritmo frenético, pero entonces James apuntó a Laurent—. Espera. Laurent, tú conoces a Riley, alias Rick Biers, de la policía de Riverside. Pero como Victoria usaba un apellido falso, no supiste que era su hermana menor. Está un poco enfadado por lo que le hiciste, y yo tampoco estoy muy contento. Era una mujer maravillosa y le tenía mucho cariño. Pero la familia tiene prioridad.
Sin ningún aviso, Riley presionó el arma contra la frente de Laurent y apretó el gatillo.
Bella gritó. Cerró los ojos, intentando borrar la dantesca imagen. Sus esperanzas de salir con vida de aquello murieron igual que Laurent.
Oyó el siniestro sonido de algo que se arrastraba y caía al agua. Abrió los ojos y vio a Edward solo contra la pared, junto a un charco de sangre. ¿Sería él el siguiente? La agonía le traspasó el pecho.
—Ahora comprendes que vamos en serio —dijo James, en un tono horriblemente tranquilo y sereno, apuntando a Edward—. Ya te habrás dado cuenta de que las copias que te facilité eran falsas. No sirven para nada. Así que ¿cuánto sabes en realidad?
—Tengo pruebas suficientes para encerrarte de por vida —respondió Edward con la mirada entornada—. Si nos matas, esa información será enviada al fiscal del distrito.
—Una respuesta muy predecible. Pero no importa lo que tengas. Me he encargado de borrar mis huellas. Laurent será el único culpable —le sonrió a Bella—. No te vayas, preciosa. Aunque ya sé que no puedes ni moverte —convencido de que su fobia al agua la mantendría paralizada, fue hasta Edward y Riley—. Sé razonable —le dijo a Edward—. Riley es un maestro. Podemos mantenerte vivo durante días, pero desearás estar muerto. Y al final acabarás hablando. Todos lo hacen.
—Hombres mejores que ustedes lo han intentado —dijo Edward—. Y aunque cantara, que no lo voy a hacer, me matarías de todas formas.
—Cierto. Pero sería una muerte rápida, sin sufrimiento.
—Vete a la…
El puño de Riley se hundió en su estómago, haciéndolo doblarse sobre sí mismo. Bella se clavó las uñas en las palmas y se mordió el labio hasta hacerse sangre.
—Espera —dijo James alzando una mano—. Nuestro amigo piensa que es un tipo duro. Sería una pérdida de tiempo estar golpeándolo todo el día —se volvió hacia Bella—. Tal vez haya un método mucho más rápido y menos cansado. Me pregunto si…
A Bella le dio un vuelco el corazón. Ellos sabían que nunca podrían doblegar a Edward, ni aunque lo sometieran a una horrible tortura. Iban a matarlo.
James se giró hacia Edward y lo apuntó a la cabeza.
—Puede que tú no tengas miedo a morir, pero ¿cómo te sientes sabiendo que Bella verá tus sesos esparcidos por el suelo? A ti no te necesitamos. Le sacaremos la información a ella. Será mucho menos… penoso.
—Ella no sabe nada. Déjenla marchar —Bella vio cómo le latía el pulso en la garganta y cómo tensaba los músculos, luchando por liberarse. ¿Por qué la cuerda no se rompía?
—James, si lo matas, no me sacarás ni una palabra —aseguró ella.
James se echó a reír.
—Oh, me lo dirás, te lo aseguro. Antes de que Riley y yo acabemos contigo, lo habrás soltado todo —miró de cerca a Edward—. Lástima que no puedas unirte a nosotros. Los tres vamos a divertirnos mucho.
Los ojos de Edward ardieron de furia.
—Si le haces daño, no podrás esconderte de mí. Juro que te perseguiré hasta el infierno.
A Bella no la preocupaba lo que James pudiera hacerle a ella. Nada sería peor que ver morir a Edward. Miró las profundas y verdes aguas del océano. Nunca se había percatado de lo mucho que las olas esmeraldas se asemejaban a los ojos de Edward.
—Muy bien, pues espérame allí —dijo James, y retiró el seguro del arma. El clic sonó obscenamente fuerte en la tranquila mañana.
Bella se giró para mirar a Edward. En sus ojos vio el dolor, el anhelo, el arrepentimiento…
¡No podía verlo morir! Volvió a mirar el mar. Y de repente supo lo que tenía que hacer. Una calma total la invadió, envolviéndola con un aura de calor.
Miró a Edward por última vez. En un segundo memorizó todos sus rasgos y atesoró aquel recuerdo en su corazón. «Sin remordimientos», le dijo con los ojos. «Te amo». El silencioso mensaje quedó suspendido en el aire, entre ellos.
James y Riley estaban mirando a Edward y no vieron cómo ella se aupaba a la barandilla.
—¡No! —gritó Edward, al ver con horror lo que iba a hacer.
Entonces Bella se fijó en la gran grúa metálica que tenía enfrente y la empujó con la pierna con todas sus fuerzas. La barra golpeó a James en la espalda. Cayó sobre la cubierta y el arma se le disparó.
Había hecho todo lo que podía por Edward. El resto dependía de él. Le dedicó una sonrisa de triunfo al tiempo que el impulso del empujón la arrojaba de espaldas sobre la barandilla.
—¡Bella! —el grito de angustia de Edward resonó en sus oídos.
Fue lo último que oyó antes de que se la tragaran las oscuras aguas del Pacífico.
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