martes, 21 de diciembre de 2010

Tanya Ivanova


Capítulo 27 “Tanya Ivanova”

Llegó el verano trayendo un glorioso estallido de colores. Por todas partes se abrían flores hermosas que Bella nunca había visto antes. Conoció deliciosas frutas nuevas que la fascinaban, su favorita era el gran mango de color amarillo rojizo, y Garret Denali hacía un viaje especial desde el pueblo, donde vivía, para traerle dos de esas frutas maravillosas cada día.

Los días eran calurosos, pero soportables por la constante brisa, y las noches eran agradablemente frescas, y convertían a la isla en un paraíso. Pero el paraíso se hacía pedazos con los conflictos dentro de la casa. El mal humor de Edward había empeorado en el mes desde que llegara a la isla. Bella evitaba estar con él lo más posible, porque cada vez que él miraba su cuerpo redondeado, su ira volvía a encenderse.

Bella nunca había vuelto a su pequeño estanque en el bosque. Imaginaba que sería aún más hermoso con las nuevas flores que se abrían en todas partes, pero se decía tercamente que Edward había estropeado su placer por ese lugar secreto. En cambio, a menudo iba con su madre y a veces con Rosalie hasta una pequeña bahía donde estaba anclado el barco. Allí se quitaba los zapatos, se levantaba las faldas, y caminaba por la playa sobre la arena fresca y húmeda, sintiendo las pequeñas olas que lamían sus piernas.

Bella se sentía bien con su madre. Hablaban de cosas agradables o simplemente caminaban en silencio, perdidas en sus propios pensamientos. Cuando Sue iba con ellas, hablaban de Francia y de los amigos que habían dejado allí, pero principalmente de la gran celebración, que había tenido lugar tres semanas antes, en honor de las nueve parejas unidas en matrimonio por el sacerdote.

La fiesta había sido un éxito, y la mala disposición de Edward no había logrado estropearla. A pesar de su oposición a que se celebraran las bodas, permitió que se usara el comedor para esa ocasión. Hubo música y baile. Se sirvió una gran comida que llevó todo el día preparar, y que fue totalmente consumida a medida que avanzaba la noche. Asistieron casi todos los indios del pueblo, que llevaron un enorme cerdo asado, y bailaron también... hermosas danzas de su propia cultura.

A Bella le resultaba fácil perderse en la felicidad de las jóvenes que ahora se casaban por la iglesia. Pero Renée se sentía triste cada vez que se mencionaba el matrimonio. Bella sabía que su madre quería que ella también conociera esa felicidad. Pero no veía cómo sería posible hasta que partiera de la isla.


Una mañana, Bella estaba sola en su habitación terminando de coser una ropita de bebé que había comenzado días antes. Se sorprendió al ver entrar a Edward, porque rara vez iba a su habitación por la mañana. Se acercó a la cama donde trabajaba Bella, y vio el vestidito.

–De manera que esperas que sea una niña –dijo con sarcasmo, apoyándose contra uno de los pilares de la cama–. Entiendo que eso te divertiría si la criatura fuera mía pero, ¿qué excusa tienes para desear dar una hija a tu amado conde? Todos los hombres desean un hijo varón, y estoy seguro de que con éste pasa lo mismo.

Bella lo ignoró, porque sabía que buscaba una pelea. Como no obtuvo respuesta, Edward se acercó a la silla que había junto a la ventana y comenzó a pulir su espada. Parecían ignorarse mutuamente, aunque tenían absoluta conciencia de la presencia del otro. Después de un rato, la situación se convirtió en una competencia por quién hablada primero o quién se marcharía primero de la habitación. Pero en ese momento entró Renée, agitada y furiosa, y atrajo la atención de Bella y Edward.

–¡Por Dios! –exclamó Renée en francés. –¿Qué le sucede? –Hizo un gesto señalando a Edward.

–¿Por qué no se lo preguntas a él? –respondió Bella  tranquilamente.

–No me lo dirá, pero tú puedes decírmelo. He tratado de no interferir, pero esta pelea ha continuado durante demasiado tiempo.

–Mamá, ¿no puedes esperar a que estemos solas?

–No. No entiende nuestro idioma y quiero hablar contigo ahora. Me acaban de decir que esta mañana hizo salir llorando de la casa a Jessica, la criada. Ella le trajo la comida, ¡y no estaba lo suficientemente caliente para su gusto! La muchacha se niega a volver. Le aterroriza que él pueda acusarla de algo.

–Sus amenazas son solamente verbales, mamá, jamás las cumple –replicó Bella.

–Los sirvientes no lo saben. Con sus ataques de furia, tienen miedo de acercársele.

–Hablaré con las muchachas. Les explicaré que sólo busca una forma de liberar su ira, y que no les hará daño –aplicó Bella.

–Pero Sue dice que podrías terminar con el malhumor de Edward.

–¡No lo nombres, mamá! Sabrá que estamos hablando de él –interrumpió Bella.

Miró a Edward, pero él estaba concentrado en limpiar su espada y no parecía prestarles atención. Frunció el ceño ligeramente, preguntándose por qué Edward la había dejado hablar tanto tiempo en francés, cuando lo habitual era que la interrumpiera. Pero entonces, como si de pronto él hubiera visto algo en la mente de ella, se puso de pie y salió a grandes pasos de la habitación, murmurando curiosamente algo sobre las mujeres y sus malditos secretos.

Renée estaba demasiado alterada como para advertir la brusca partida de Edward.

–¿Puedes terminar con la forma en que actúa Edward? –preguntó a su hija.

–Tal vez –susurró Bella.

–Entonces, por Dios, ¿por qué no lo haces?

–¡Tú no lo entiendes, mamá!

–¡Entonces explícamelo! –exclamó Renée, exasperada–. ¿Por qué se ha comportado Edward como un monstruo desde que volvió hace un mes?

Bella suspiró y miró la puerta que había dejado abierta Edward.

–El piensa que el hijo que voy a tener es de Jacob.

–Sue me dijo que ese era el problema, pero yo no le creía –dijo Renée acaloradamente–. La idea es ridícula. Estuviste menos de un día en la casa de Jacob. Edward debe estar loco si piensa que podrías llegar a tener relaciones íntimas con Jacob antes de casarte.

–Yo le di razones para pensar que fue así.

–Pero, ¿por qué?

–Me enfurecí cuando volvió a raptarme. Y además me humilló más de lo que podía soportar, para castigarme por escapar de él. Tenía que devolverle las ofensas. De manera que le mentí y le dije que me había acostado con Jacob voluntariamente. Edward se enfureció tanto que me asustó, de manera que admití que había mentido, sólo que... lo hice en forma tal que le dejé la duda. Se olvidó de ello hasta que le dije que estaba embarazada. Entonces me preguntó de quién era el hijo que tendría. Le dije honestamente que el niño era suyo, pero otra vez lo dejé con la duda. Cuando me pidió que le jurara que el niño era suyo, me negué, y él pensó que Jacob era el padre.

–Pero, ¿por qué lo hiciste, Bella? ¿Por qué no le dices la verdad?

–Le he dicho la verdad –replicó Bella.

–Entonces, ¿por qué dejaste esa duda en su mente? –preguntó Renée.

–Tú me disuadiste de que buscara su muerte, de manera que elegí una venganza diferente. Y esta venganza fue dulce al comienzo, pero...

–¿Pero ahora te lamentas? –interrumpió Renée.

–Sí.

–Entonces habla claramente con Edward.

Bella evitó mirar a los ojos a su madre. Miró con tristeza el vestidito que tenía en sus manos.

–Ahora es tarde para enmendar las cosas. A menudo he pensado en ello. Aunque le contara todo, no me creería. Pensaría que sólo trato de apaciguarlo. Siempre dudaría de mí aunque le diera mi palabra.

–Ya no odias a Edward, ¿verdad? –preguntó Renée con suavidad.

–Ay, mamá, realmente no lo sé. El deseo que siento por él me confunde. A veces le deseo tanto como él a mí. Otras veces todavía le odio. Es arrogante, me enfurece, y nunca puedo olvidar lo que me hizo.

–Te tomó contra tu voluntad pero ahora admites que tú también lo deseas.

–¡Pero eso no es lo que importa!

–¿No? Entonces sigue mi consejo, amor mío, y considera qué es lo que importa. El año que te pidió pronto terminará. –Dichas estas palabras, Renée salió de la habitación, y Bella se quedó mirando el suelo con expresión vacía.

Bella pasó el resto de la mañana y la mayor parte de la tarde discutiendo consigo misma. Hasta olvidó bajar a almorzar. Pero finalmente decidió que no tenía nada que perder si confesaba todo a Edward, y sí mucho que ganar. Echaba de menos su sonrisa perezosa y la risa alegre que iluminaba sus ojos. Echaba de menos el encanto de Edward y especialmente su ternura.

Quería recuperar al viejo Edward. Ahora se sentía feliz con la idea de que tendría a su hijo y, extrañamente, deseaba que él compartiera su felicidad. No sabía por qué de pronto era tan importante para ella que Edward volviera a ser el de antes. Pero Bella salió de la habitación con la fuerte sensación de que podría lograr que él le creyera, y que se arreglarían las cosas entre los dos.

Bajó corriendo la escalera y, al no ver a nadie en el vestíbulo, se asomó a la puerta del fondo.

Edward oyó bajar la escalera a Bella desde el sofá junto a la chimenea. Se incorporó y la vio salir por la puerta del fondo. Comenzó a seguirla, pero se detuvo al oír ruidos en el patio del frente.

Bella también oyó el ruido, pero antes de que pudiera ir a investigar, vio a unos hombres que cruzaban corriendo el patio y seguían camino hacia el pueblo.
Frunció el ceño porque los hombres eran desconocidos. Luego oyó una aguda voz femenina en el salón.

–¡Edward, mi hermoso león de mar, apenas te reconocí! De manera que te has afeitado la barba. Me gusta... siempre supe que me gustaría.

–Hace tanto tiempo que no nos vemos, Tanya– dijo Edward afectuosamente.

Bella se volvió, confundida, y vio a una mujer con desordenados rizos entre rubios y cobrizos que caían a su espalda. Estaba vestida como un hombre, Pero sus pantalones estaban cortados más arriba de las rodillas, y mostraban desvergonzadamente unas largas y bellas piernas. Hasta llevaba una espada colgada en la cadera, y también un largo látigo. Estaba parada con actitud orgullosa en medio de la habitación, mirando a Edward.


–¡Dios mío! Apenas puedo creer lo que has hecho con esta vieja casa. Si no te conociera mejor, pensaría que aquí hay un toque de mujer –prosiguió la rubia–. ¡Qué hijo de perra! No habrás traído aquí a esa viuda, ¿verdad? ¿O finalmente te convenció de que te casaras con ella?

–Basta, Tanya –la interrumpió Edward, al ver a Bella parada en la puerta del fondo– Lauren no está aquí, ni ha estado nunca.

–Muy bien. De esa manera pierde ella y gano yo –rió Tanya–. Hace mucho que tenía deseos de pasar algún tiempo sola contigo. Nos encerraremos durante días en tu cálido dormitorio, ¡y al diablo con mi tripulación!

–No has cambiado –rió Edward–. Eres tan inmoral como siempre.

–A ti no te gustaba de ninguna otra manera, ¿verdad, mi amor? Ahora quiero que me saludes como me merezco antes de que comience a pensar que te has gastado con esas rameras del pueblo.

Bella tenía un nudo en el estómago, y sabía que no era por los movimientos de su hijo. La mujer de cabellos rubios echó los brazos alrededor del cuello de Edward y acercó su boca a la de él. Lo besó apasionadamente, y... él disfrutaba de ese beso, lo devolvía de muy buena gana.

Cuando alguien le tocó el brazo, Bella se estremeció, se volvió y vio a un hombre de aspecto rudo con una brillante cabeza calva. No llevaba zapatos, y sólo una camisa abierta cubría en parte su pecho desnudo. Bella reconoció de inmediato la expresión en sus ojos oscuros.

–Sabía que tendría que esperar mucho tiempo en el pueblo, de manera que vine aquí a pedir algo de comer, y mira con qué me encuentro. –Hablaba más para sí mismo que para Bella mientras sus ojos recorrían el cuerpo de ella–. ¿Hay otras como tú por aquí, o tendré que compartirte con los otros marineros?

Bella se preguntó si Edward se molestaría en rescatarla esta vez, o si estaría demasiado ocupado en la otra habitación... Decidió tratar de razonar.

–¡Monsieur, estoy embarazada! ¿Sin duda usted puede verlo, verdad?

Él la obligó a acercarse, con una sonrisa de lujuria en sus labios.


–¡Lo que veo es mucho mejor que cualquier otra cosa que haya visto en el pueblo! Hace mucho que no estoy con una mujer blanca.

–Déjeme, monsieur, o gritaré –dijo rápidamente Bella subiendo el tono de voz.

–Bien, espero que no hagas eso, porque podrías molestar a mi capitana. A ella le gusta ver cómo los demás se divierten, pero creo que ahora se está ocupando de ella misma.

Bella se liberó de la mano del hombre y echó a correr, pero cuando el hombre comenzó a perseguirla Edward lo vio. El hombre se abalanzó sobre Bella y la tomó por un brazo para atraerla nuevamente hacia él. Ella gritó con voz aguda, pero Edward ya estaba allí. Apartó al hombre de Bella, y se interpuso entre los dos.

La rubia había seguido a Edward, con una máscara de furia en el rostro. Pero antes de que pudiera decir nada, el enorme puño de Edward descargó sobre el rostro del hombre, que cayó al suelo con la nariz fracturada. Mientras el hombre se llevaba la mano a la nariz, la sangre manaba entre sus dedos y corría por su pecho desnudo. Sus ojos estaban llenos de terror al mirar a Edward.

–¡Maldito seas, Edward! –gritó la mujer llamada Tanya–. ¡No tienes derecho a tratar así a uno de mis hombres! ¿Te has vuelto...?

Se interrumpió bruscamente al ver a Bella. La gran habitación se llenó de un ominoso silencio mientras las dos mujeres se miraban por primera vez, y los turbulentos ojos cafés de Bella se encontraron cm los ojos azul hielo de la otra mujer.

–¿Quién es? –preguntó Tanya.

Edward rió y dijo.

–El nombre de esta señora es Bella.

Tanya se puso furiosa.

–¡Al diablo! ¡No me importa su nombre! ¿Qué hace aquí? Y si mi hombre la desea ¿Por qué lo detuviste?

Edward entrecerró los ojos.

–Eso podría haberse evitado, Tanya, si me hubieras dado oportunidad de hablar antes. Ahora, en cambio, se lo diré a tu hombre. –Se volvió hacia el hombre, y sus ojos parecían de hielo. – Como en tu cara hay una prueba de mis palabras, el mensaje tendrá más peso viniendo de ti. Bella no es la única mujer blanca que hay en la isla. Hay otras... su madre y su vieja criada... y está prohibido tocarlas. Pero esta, especialmente, está a mi cuidado –dijo, señalando a Bella–. Mataré a cualquiera que se le acerque. Transmitan mi advertencia a todos sus compañeros  ¡y será mejor que presten atención a lo que digo!

El hombre logró ponerse de pie y salió lo más rápidamente que pudo por la puerta del fondo.

–¿Qué quieres decir con eso de que está a tu cuidado? –preguntó Tanya con el cuerpo rígido de furia.

Bella habló antes de que Edward pudiera responder, con una media sonrisa en los labios.

–Edward fue muy amable al elegir las palabras, mademoiselle. Debería haber dicho que soy de su propiedad.

–¿Se ha casado contigo? –preguntó Tanya, asombrada.

–No.

–¡Entonces eres una esclava! –rió Tanya–. Tendría que haberlo sabido.

–Una esclava con pocas obligaciones, mademoiselle –le sonrió Bella–. En realidad, sólo sirvo a Edward en la cama.

Bella salió de la habitación sin volver a mirar la expresión divertida de Edward. Había ganado muy poco con lo dicho a esta mujer, excepto que ahora estaba furiosa con Edward. Pero, ¿cuánto tiempo duraría eso? ¿Cuánto tiempo pasaría hasta que él volviera a besarla?

Tanya era hermosa, y sus formas eran esculturales. Ahora que Bella había perdido su figura esbelta, ¿Edward acudiría a Tanya para satisfacer sus deseos? Bella le había dicho muchas veces que buscara otra. ¿Seguiría ahora su consejo? ¿Le diría que saliera de su habitación para poder compartirla con esa mujer de cabellos rubios? ¿Y por qué este pensamiento la lastimaba tanto?

Bella se volvió hacia la izquierda al llegar a lo alto de la escalera en lugar de ir a su propia habitación, se detuvo un momento a mirar con expresión ausente por la ventana la pequeña jungla verde de la terraza. Ahora se abrían allí las flores del verano, con formas y tamaños diferentes sobre el fondo verde.

Se preguntaba por qué Garret no le habría traído su fruta ese día, y por qué la casa estaba tan vacía cuando ella bajara las escaleras, más temprano. Al menos una de las dos criadas solía estar cocinando en esos momentos, y siempre se veían miembros de la tripulación de Edward descansando en el comedor. ¿Dónde estaban todos?

De pronto Bella temió que su madre no estuviera tampoco en la casa. Recorrió apresuradamente la pequeña distancia hasta la habitación de Renée y abrió la puerta, sintiéndose aliviada al ver a su madre mirando por la ventana.

–Al menos tú estás aquí –suspiró Bella.

Renée se apartó de la ventana, con gesto preocupado.

–Vi a unos hombres que corrían hacia el pueblo.

–Sí, yo también los vi. Parece que tenemos visitantes –dijo secamente Bella mientras acercaba una silla a la de su madre–. Pero, ¿dónde están todos? Cuando bajé hace un rato, encontré la casa vacía.

–Eso fue obra de Edward –replicó Renée con cierta irritación–. Cuando bajé esta mañana, después de la conversación que tuve contigo, me pidió a mí y a todos los demás que nos fuéramos de la casa.

–¿Por qué habrá hecho eso?

–Dijo que quería estar solo, pero actuaba de forma muy extraña. No nos ordenó que nos marcháramos; lo pidió cortésmente. Yo no entendía por qué había cambiado así –dijo Renée–. Pero, de todas maneras, las muchachas fueron al pueblo con Rosalie a visitar a sus padres, y Emmett llevó a Sue a mostrarle la casa que está construyendo. Yo no tenía ganas de salir, de manera que vine a mi habitación, cuando vi a esos hombres, tuve miedo de bajar, porque podría provocar la ira de Edward.

–Así habría sido, porque lo habrías perturbado –replicó Bella.

–Entonces ¿le dijiste la verdad? ¿Ahora todo irá bien?

–No, mamá. No estaba atendiéndome a mí, sino a la capitana de esos hombres que viste.

–¿Una mujer manda a esos marineros tan rudos? –preguntó Renée con sus ojos verdes muy abiertos.

–Sí, y es muy hermosa. La oí hablar con Edward. Hace mucho tiempo que la conoce, según parece, y fueron amantes. Ella sólo vino para estar con él –relató tristemente Bella.

–Aunque lo que digas sea cierto, olvidas que Edward te desea a ti –le recordó Renée.

–Ya no; lo vi besarla, mamá. Le gustaba. Y mírame a mí. ¿Crees que podría elegir mi cuerpo sin forma cuando tiene cerca el esbelto cuerpo de ella?

–¿Piensas capitular? Admitiste que lo deseas. Entonces, ¡lucha por él!

–No tengo con qué luchar.

–¡Vas a darte un hijo! Dile la verdad.

–Eso pensaba hacer, pero ahora es demasiado tarde, porque ella está aquí. Él pensará que miento... que tengo celos de ella.

–¿Y es así? –aventuró Renée con suavidad–. ¿Estás celosa de esa mujer?

–Tal vez. Me enfureció que él la besara. Me sentí enferma. Pero es sólo porque hace demasiado tiempo que Edward sólo está conmigo.

–¿Es esa la única razón?

–Ay, basta, mamá. No le amo, si eso es lo que quieres hacerme admitir. Hay muchas clases de celos... no sólo los del amor.

–¿Qué piensas hacer?

–Sé que Edward me pedirá que deje su habitación esta noche para poder compartirla con ella. Me gustaría poder quedarme aquí contigo, mamá.

–Por supuesto que puedes quedarte conmigo. No hacía falta que lo preguntaras –replicó Renée–. Pero creo que te equivocas.

–No, no me equivoco, mamá. Aún no has visto a esa mujer. Edward no podría resistirse a ella aunque lo deseara. Vendré directamente aquí después de la cena. No le daré la oportunidad de que me pida que salga de su habitación.

Bella se sentía abatida, pero no se había resignado totalmente a renunciar a Edward. Seguía oyendo las palabras de su madre: Tú lo deseas, entonces lucha por él, pero tenía pocas armas para luchar. Todo lo que podía hacer era poner especial cuidado en su cabello y su ropa, y eso hizo antes de la cena.

Eligió un vestido de brocado blanco y dorado que, había terminado recientemente. Era un vestido especial que había hecho para la celebración de las bodas, pero que no había podido terminar a tiempo, y que nunca se había puesto todavía. El escote cuadrado del vestido era muy bajo y revelaba sus pechos henchidos. Las mangas eran largas y anchas, fruncidas en las muñecas, con aberturas que dejaban ver sus brazos desnudos. El vestido no tenía cintura, para acomodarse a sus formas redondeadas, y la tela se fruncía bajo sus pechos con cintas doradas.

Sue volvió y la ayudó a peinarse, mientras daba su opinión sobre la mujer capitana. Sue, al igual que Renée, pensaba que Bella no tenía de qué preocuparse, pero ella no podía olvidar el hecho de que en esos momentos Tanya estaba abajo con Edward.

Con los cabellos trenzados y recogidos alrededor de la cabeza con cintas doradas, Bella se preparó para enfrentarse a lo que vendría. La complació ver que los grandes pliegues del vestido ocultaban sus formas.

Cuando Sue abrió la puerta del dormitorio, se oyeron risas que venían desde abajo. Bella reconoció claramente la risa de Edward, y sintió un dolor en el corazón. Envió a Sue antes, porque necesitaba unos minutos para recuperarse y borrar las preocupaciones de su mente. Una vez hecho esto, salió rápidamente de la habitación, antes de volver a perder el coraje.

Cuando bajó la escalera, le sorprendió encontrar la larga mesa ocupada con miembros de la tripulación de Tanya. Los que la vieron bajar la miraron con asombro, e hicieron volverse a los hombres que le daban la espalda, porque Bella era como una luz brillante que surgiera en la oscuridad. Edward no podía apartar los ojos de ella, tampoco, pero ella sólo lo miró un momento; luego miró a Tanya. La mujer había ocupado el asiento junto a Edward, y se inclinaba excesivamente hacia él.

Tanya no se había cambiado ni bañado, porque probablemente no quería dejar solo a Edward ni un minuto. Pero no era necesario, porque la mujer llamaba la atención con su belleza, y en ese momento estaba furiosa porque toda la atención se dirigía a Bella.

La gran habitación quedó en silencio mientras muchos ojos seguían a Bella hasta el lugar que ocupó frente a Tanya. Bella veía el fuego en los ojos azules de Tanya, mientras las dos se miraban. Edward observó a las dos mujeres. En su boca había una mueca divertida.

–No me presentaste a tu amiga, Edward –dijo Bella en voz baja, rompiendo el silencio.

Edward miró los asombrosos ojos cafés de Bella y se aclaró la voz un poco nerviosamente.

Pero Tanya dijo con frialdad:

–Soy Tanya Ivanova, capitana del ‘Dragón Rojo’. Edward me dijo que te había adquirido, Bella. Pero no quiso decirme tu nombre completo... ¿cómo te llamas?

–Ya te dije antes que tenía razones para no dar esa información, Tanya –dijo Edward con frialdad–. Te pido que dejes las cosas como están.

Bella miró a Edward enigmáticamente; recordó que él tampoco había querido decir su nombre completo al capitán C.S. cuando los presentaron. El nombre Dwyer no daba motivo alguno para avergonzarse, pero Bella miró a su madre y sonrió porque, en realidad, ella no tenía derecho a usar ese nombre. Y como era ilegítima, no tenía derecho a usar el nombre Charlie, tampoco.

Tanya se puso rígida al ver sonreír a Bella a una mujer mayor, que obviamente era su madre. De modo que la muchacha se enorgullecía cuando Edward salía en defensa suya. Estaba segura de recibir su protección, pero Tanya pensaba que esto no duraría mucho tiempo.

–No sabía que ahora las esclavas llevaran ropas tan principescas, ni que se les permitiera comer a la mesa con sus amos –comentó Tanya–. ¿Las distinciones de clase han cambiado, Edward, o es sólo Bella quien recibe estos honores?

Emmett se atraganto, y Renée se puso de pie, muy enojada para protestar, pero Bella respondió con rapidez con una dulce sonrisa en los labios.

–Edward es un amo bondadoso. El...

–¿Siempre le llamas Edward? –interrumpió Tanya, con la voz llena de veneno.

–¡Basta! –gritó Edward, mientras los músculos de sus mejillas se estremecían peligrosamente–. Te dije claramente cuál era la situación, Tanya, de manera que basta de fingir, y no la molestes más.

–Me contaste muchas cosas interesantes, incluido el hecho de que el hijo que tendrá no es tuyo. –Tanya soltó una risita–. ¿Quién es el padre, entonces? ¿Uno de tus hombres? ¿Tal vez el buen amigo Emmett? ¿Él la consiguió antes, Edward?

–¡Vas demasiado lejos, mujer! –gruñó Emmett, descargando un puñetazo sobre la mesa–. Jamás he tocado a esa señora... ni la ha tocado ningún, otro hombre, sólo ese estúpido que está sentado a la cabecera de la mesa ha tenido ese placer. –Edward sonrió al oír esto, aunque nadie lo notó, porque Emmett atraía la atención de la gente, mientras seguía hablando con furia–: Y te equivocas al pensar que Bella es una esclava, porque no lo es. Está aquí solamente porque dio su palabra de que se quedaría, se marchará a fin de año.

–¿De veras? –la risa de Tanya llenó la habitación mientras se volvía hacia Bella–. ¿No te gusta este lugar?

La risa de Tanya resonó dentro de la cabeza de Bella. Miró a Edward y vio que tenía los ojos clavados en su vaso, con una expresión divertida. Sintió  lágrimas en sus ojos, y se levantó rápidamente antes de que alguien las viera. Pero mientras corría escaleras arriba, la risa de Tanya parecía crecer. Las lágrimas rodaron por sus mejillas mientras iba a su habitación a recoger sus ropas y luego corría a la habitación de su madre.


–Te he traído algo de comer, Bella, ya que esta noche no has tocado la comida –dijo Renée al entrar en la habitación–. No deberías haber permitido que esa mujer te alterara. Lo hizo a propósito, ¿sabes?

Bella estaba acurrucada en la silla junto a la ventana, y sólo tenía puesta una enagua de color amarillo pálido.

–¿Edward todavía está con ella? –preguntó con calma mientras recibía el plato que le daba su madre.

–Sí, pero no están solos. Él hizo ademán de seguirte, pero... esa perra le obligó a quedarse. ¡Ah! ¡Cómo me enfureció, tenía ganas de arrancarle los ojos!

Bella sonrió con esfuerzo.

–Esas palabras podrían haber sido mías, mamá, sólo que yo no tengo ganas de decirlas. Ya has visto cómo se ha comportado Edward desde que ella llegó. Ella le hace olvidar su furia. Ya no está de mal humor.

–¿Otra vez te rindes? ¿No has pensado que Edward sólo trata de ponerte celosa?

–¿Para qué? No sabía que yo lo estaba mirando cuando la besó. Bien, no hablemos más de esto. Es tarde, y estoy agotada.

–No es extraño, después de lo que has pasado hoy. Pero debes comer. Debes...

–Ya lo sé, mamá –interrumpió Bella con una sonrisa–. Debo pensar en el niño.

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