viernes, 3 de diciembre de 2010

"Semper Fi: Lema del cuerpo de los marines: siempre fiel"


Capítulo Trece
Semper Fi: Lema del cuerpo de los marines: siempre fiel
La lluvia de noviembre golpeaba las ventanas de la oficina de Edward. Siempre le dolía la pierna cuando hacía mal tiempo y aquel día no era diferente. Tenía trabajo que hacer, pero tomó la fotografía de Bella frente al castillo de arena. La había manoseado tantas veces que empezaba a estar desgastada por los bordes, así que tuvo que colocarla en un marco. Si cerraba los ojos, casi podía oler el mar y oír su risa.
—¿Edward? —oyó una voz de hombre tras él.
Suspirando, Edward se volvió.
—Dime, Mike.
—El señor Withlock quiere que le des tu opinión sobre este proyecto —sonrió el joven ayudante, dejando un montón de planos sobre la mesa.
—Muy bien.
—Una chica muy guapa —dijo Mike al ver la fotografía—. No sabía que estuvieras casado.
—No lo estoy.
—¿Es tu novia? ¿Tú hermana?
—No, no es mi hermana. Es una mujer que conozco —contestó Edward, irritado.
—Ah, una conocida.
—No exactamente... oye, ¿a qué estamos jugando?
Mike se encogió de hombros.
—A nada, es la primera vez que veo esa foto.
Normal. Edward la había conservado en el cajón hasta que le puso un marco.
—Dile al señor Withlock que tendré esto revisado mañana.
Mike se rascó la cabeza.
—Si no tienes novia, conozco una chica a la que no le importaría tomarse una copa contigo.
—No, gracias...
—Antes de decir que no, recuerda que es sólo una copa. Yo invito.
—¿Por qué?
—Porque quiero salir con Jessica, de Contabilidad —contestó Mike, mirando hacia la puerta—. Y ella me ha dicho que aceptaría si tú te apuntas... para llevar a su amiga Tanya, de Administración.
Edward no recordaba bien a Tanya, pero sabía que era el tipo de mujer que lo habría atraído antes de conocer a Bella Black. Cuerpazo, experimentada, dispuesta a todo.
—Lo siento, Mike, vas a tener que...
—Venga, hombre. Sólo es una copa. Estás todo el día trabajando, te sentará bien.
Era cierto. Lo único que hacía era trabajar. ¿Se estaría convirtiendo en un ermitaño?
—Muy bien, de acuerdo.
—Estupendo. Mañana, después del trabajo... No lo lamentarás, Edward, te lo aseguro —sonrió Mike, entusiasmado—. Y a lo mejor tienes suerte con Tanya.
—Si no te importa, cierra la puerta —suspiró Edward, mirando los planos.
Cuando se quedó solo, volvió a tomar la fotografía de Bella. Daría cualquier cosa por volver a verla, pero ella había dejado claro que lo suyo sólo había sido una aventura, que no quería una relación con él.
La echaba de menos.
Sí, podía funcionar sin ella. Podía hacerse la comida, trabajar, incluso ver un partido de fútbol. Pero nada le divertía, nada lo entusiasmaba.
Suspirando, guardó la fotografía en el cajón. Tenía que olvidarla. Y no le iría mal tomar un par de copas con la tal Tanya. Y luego, tomar a Tanya, quizá.
Al día siguiente seguía lloviendo. La pierna le dolía mientras acompañaba a Tanya Denali a un bar cercano al estudio. Mike y Jessica iban delante, resguardados bajo un paraguas.
Tanya tenía buenas piernas, un cuerpazo y una voz nasal que lo sacaba de quicio.
No paraba de hablar de su familia, de la universidad... para cuando llegaron al bar, Edward sólo deseaba pedir algo con alcohol.
—Mike me ha dicho que estuviste en los marines. Qué emocionante, ¿no?
Él asintió.
—Sí, mucho. ¿Qué quieres tomar?
—Un martini.
—Un martini y un whisky, por favor —le dijo al camarero—. Doble.
—Cuéntame qué tal en los marines. A mí me encantan los uniformes.
—Ya no lo llevo.
Tanya le puso una mano en la pierna.
—Lo que importa es lo que hay debajo.
Edward la miró, perplejo.
—Tu martini...
—¿Quieres bailar?
«Me gustaba bailar con Bella», pensó.
—Me duele un poco la pierna...
—Ah, qué pena. Pero supongo que puedes bailar una canción lenta.
«Con la mujer adecuada, sí».
Aquello no estaba yendo como Edward esperaba. Y debía ser sincero.
—Mira, la verdad es que no me apetece estar aquí...
—Podemos ir a mi casa —dijo ella en voz baja.
—Tanya, yo...
—Perdón —oyó entonces una voz muy familiar—. ¿Edward Cullen está aquí?
Edward levantó la mirada, incrédulo. Bella. Era Bella. En la puerta del bar, empapada, con un ramo de rosas en una mano y el tacón de un zapato en otra.
—¡Bella!
—¡Sorpresa! —dijo ella, con una sonrisa incierta—. Soy yo. Se me ha roto el tacón cuando venía para acá... —entonces miró a Tanya—. ¿Interrumpo algo?
—No, nada en absoluto —contestó Edward.
Tanya puso cara de malas pulgas.
—Soy Tanya Denali. Trabajamos juntos.
Bella asintió.
—Me alegro. Yo soy Isabella Black. Edward y yo nos conocimos este verano... —entonces vio que Tanya tenía una mano sobre la pierna de Edward—. Quizá he venido en mal momento.
Él se levantó, nervioso, y la llevó aparte.
—No, en absoluto. He levantado el teléfono para llamarte más veces de las que podría contar.
Bella seguía mirando a Tanya.
—Ya, bueno... Creo que venir aquí ha sido demasiado impulsivo.
—Bella —la interrumpió Edward, poniendo una mano sobre su hombro—. ¿Por qué has venido?
—¿Estás con...? No tengo derecho a preguntar, lo sé. No es cosa mía...
—No estoy con ella. Es la primera vez que salgo desde que llegué a Atlanta. Mike me convenció para que saliera porque quería estar con esa otra chica...
—Así que no estás con ella.
—En absoluto. ¿Por qué has venido, Bella?
—Quería pedirte un favor.
—¿Un favor? —repitió él, confuso.
—Bueno, en realidad no es un favor. Había planeado esta escena mientras venía a Atlanta, pero se me ha olvidado todo... Toma —dijo Bella entonces, dándole el ramo de rosas—. Son para ti.
Emocionado y sorprendido, Edward sonrió.
—¿Para mí?
—Sí. Y esto también —dijo ella entonces, sacando un CD del bolso.
—¿Jimmy Buffet?
—He venido a secuestrarte. Me voy al Caribe y me gustaría llevarme a alguien muy especial —dijo Bella, mordiéndose los labios—. Y ese alguien especial eres tú.
Demasiado sorprendido como para decir nada, Edward sólo pudo mirarla, con el corazón acelerado.
—¿Lo ves? Soy demasiado impulsiva. No debería...
—¿Cuándo sale el avión? —la interrumpió él.
—Mañana.
—¿Quieres acompañarme a casa? Tengo que hacer la maleta.
Bella se quedó boquiabierta.
—¿Estás seguro? —pudo preguntar por fin.
Edward levantó la mano para acariciar su pelo. Era tan suave como siempre. Aquélla era su oportunidad y pensaba aprovecharla. Esperaba que a Jake no le importase.
—Estoy seguro.
Veinticuatro horas después, admiraban la puesta de sol desde una hamaca, en el balcón del hotel. Él bebía una cerveza, ella un San Francisco.
Sentada entre sus piernas, Bella dejó escapar un largo suspiro.
—Me alegro de haber hecho esto.
—Yo también —dio Edward, enterrando la cara en su pelo.
Habían hecho el amor tres veces, pero no hablaron de nada importante.
—Temía que me dijeras que no.
—¿Y de dónde sacaste valor para hacerlo?
—Dijiste que podía llamarte si te necesitaba.
—Sí, es verdad —sonrió Edward.
—¿Lo lamentas?
—Lo que lamento es no haberte visto en tres meses —contestó él, con una sonrisa en los labios. Cada vez le costaba más esconder la profundidad de sus sentimientos, pero quería esperar el momento adecuado.
Dejando el San Francisco en el suelo, Bella se volvió para mirarlo a los ojos.
—Yo lo lamento y no lo lamento.
—¿Cómo?
—Sé que suena raro, pero cuando te conocí estaba hecha un lío. Tú me ayudaste a salir del agujero y creo que necesitaba estar sola durante un tiempo.
A Edward se le encogió el corazón.
—¿Y ahora?
—Quiero ser fuerte para ti —dijo Bella.
—¿Qué?
—No quiero tener que apoyarme en ti todo el tiempo. No quiero que tengas que estar siempre pendiente de mí —murmuró ella, mordiéndose los labios—. Siempre he hecho eso.
Sus ojos se habían oscurecido, con una emoción que Edward intuía tan profunda como la suya, pero tenía miedo de hacerse ilusiones.
—¿Qué quieres, Bella?
—Quiero que hagamos turnos cuidando el uno del otro. ¿Y tú?
—Lo mismo, pero no quiero que sea algo temporal —contestó él, con voz ronca.
—Ah.
—Estoy enamorado de ti, Bella. Quiero casarme contigo.
Ella abrió mucho los ojos.
—¿Estás seguro?                                       
—Sí, lo estoy. Pero no sé lo que tú sientes por mí. Ni lo que sientes por Jake.
Bella respiró profundamente.
—Siempre querré a Jake, siempre será parte de mi vida. Pensé que no podría enamorarme nunca más, pero estaba equivocada. Puede que esto te parezca raro, pero creo que Jake me ha llevado hasta ti... o al revés.
Edward suspiró, aliviado. Quizá Jacob Black no le odiaría por amar a Bella.
—Cuando estás conmigo, es como si brillara el sol... aunque esté lloviendo.
—¿De verdad? —preguntó ella, con una sonrisa que iluminó su rostro.
—De verdad.
Bella le echó los brazos al cuello.
—Eres tan fuerte. Tenía que comprobar si yo podía ser igual de fuerte para ti.
—Existe la fuerza bruta y la magia. Tú eres la magia.
Doce meses después, Edward secuestró a su mujer para llevarla de vacaciones al Caribe. Ella tomaba limonada y él tomaba una cerveza. Bella estaba sentada entre sus piernas, mostrando un hermoso embarazo de siete meses.
Ella se llevó una mano al abdomen, riendo. Edward sabía lo que eso significaba: el niño se había movido.
Cuando puso la mano sobre su abdomen, sintió una patada y, sonriendo, la apartó para acariciar el hermoso pelo castaño de su mujer.
—¿Le gusta el Caribe a nuestro pequeño?
Bella se volvió para mirarlo.
—Al bebé le encanta el Caribe. Adora la playa.
—Como su madre —sonrió Edward—. ¿Odias la ciudad tanto como creías?
—No, qué va. ¿Cómo voy a odiarla si estoy contigo? Además, me has llevado a una casa tan bonita, en un barrio tan ideal... Vuelves cada noche, hacemos el amor... hasta me preparas la cena muchas veces. Y has hecho las paces con mi gato.
Edward inclinó la cabeza para darle un beso. Nunca se cansaría de hacerlo.
—Tú lo mereces todo.
—Dejas que te lleve a la playa casi todos los fines de semana —siguió Bella—. Mi única queja es que no quieres que incluya tus retratos en mi próxima exposición.
Él sonrió. Sabía que estaba bromeando.
—Pensé que esos desnudos eran sólo para nosotros.
—Pero quiero compartirlos, soy una artista. Después de todo, he tardado mucho en terminarlos porque siempre me interrumpías...
—No recuerdo que entonces te quejaras.
—Porque no me...
Edward metió un dedo por debajo del biquini. Sus pechos eran más grandes y más sensibles desde que estaba embarazada.
Bella cerró los ojos, suspirando.
—Ya estas distrayéndome otra vez.
—Es uno de mis pasatiempos favoritos.
—Estoy absolutamente loca por ti, Edward Cullen. Te amo.
El corazón de Edward se derritió, como cada vez que ella decía que lo amaba. A veces, no podía creer que fuera su mujer.
—Me encanta cómo cuidas de mí, cómo me animas para que siga pintando, cómo dejas que yo cuide de ti. Me encanta que me ayudases a hacer ese collage de Jake que hemos colgado en el salón...
—Jake es parte de ti y siempre le estaré agradecido. Siento que lo hayamos perdido, pero me ha dado algo mucho más precioso de lo que nunca hubiera podido soñar.
Los ojos de Bella se llenaron de lágrimas.
—No puedo creer la suerte que tengo de estar contigo.
—Lo mismo digo, rayo de sol. Y supongo que tendremos que seguir demostrándolo —sonrió Edward, inclinándose para darle un beso en los labios.
Demostrarle cuánto la amaba sería su misión favorita durante el resto de su vida.
Fin

3 comentarios:

  1. aaaaaaaaaaaaaaayyyyyyyyyyyyyyyy!!!!!!!!!!!!!!! que bonitaaaa! q lindo final :) no se si influyo la musica, o que yo estoy sentimental o que pero me encanto! hasta 1 lagrima me saco :) lindo final :D

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  2. Me ha encantado este fic. No suelo comentar los fics porque suelo leerlos cuando estan terminados y supongo que no tiene incentivo leer los comentarios una vez estan terminados los capitulos, pero hoy he "descubierto" este blog y ya habia leido algunos fics que estan aqui y la verdad es que si todos los que se van publicando son igual de buenos me voy ha volver adicta.
    Seguire leyendo todo lo que publiques.

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  3. Hola me a facinado la historia.

    Nos seguimos leyendo.

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