miércoles, 17 de noviembre de 2010

Tenías una pesadilla


Capítulo 8 "Tenías una pesadilla"

Al día siguiente por la noche, delante del espejo del cuarto de invitados, Bella se maquilló para el banquete. El cardenal en la frente casi había desaparecido, y era fácil cubrir los signos de una noche de insomnio. Lástima que no fuera tan fácil hacerlo con la conciencia.
La ira y el disgusto la envenenaban por dentro. Había estado a punto de traicionar a Mike, su amigo y pareja. Mike era todo lo que ella quería: fuerte, serio y fiel. Edward sólo era una tentación temporal. Una tentación que ella estaba dispuesta a ignorar.
Se aplicó un pintalabios de color neutro y retrocedió para observar su imagen. El vestido de satén con mangas de encaje le llegaba hasta los tobillos, ocultando sus caderas. Nunca había tenido la figura de su madre, pero no estaba mal. Agarró el chal de cachemira y se lo puso sobre un brazo. En el vestíbulo, se detuvo para ver a Edward paseándose por el salón. Estaba imponente con su esmoquin, y la camisa blanca rivalizaba con su brillante sonrisa y enfatizaba su piel.
Bella soltó un gemido involuntario. Otra vez obsesionándose con él. Intentó sofocar esos pensamientos y fue a su encuentro. Él la miró con rostro inexpresivo.
—Mike se encontrará con nosotros allí. Le dije que estabas nervioso y que querías ir conmigo —le había dolido mentirle a Mike, pero su novio había aceptado, como siempre.
Edward le puso el chal sobre los hombros antes de escoltarla al exterior.
—Recuerda permanecer a la vista. Yo vigilaré a Jenks y a sus hijos. Los tres tienen acceso a la cámara acorazada principal.
Abrió la puerta del Jaguar y Bella se subió y presionó las manos en su abdomen.
—Odio sospechar de mis colegas. Hace que se me revuelva el estómago.
—La traición es algo horrible —dijo él duramente, y a Bella se le formó un nudo en la garganta al ver el dolor en sus ojos.
Parecía hablar por propia experiencia. ¿Sería por su peligroso trabajo? ¿O sería algo más personal?
Fuera lo que fuera, no se lo diría a ella. Edward parecía determinado a llevar solo su carga.
—¿Estás bien? —le preguntó cuando él arrancó el motor.
—Muy bien —respondió él, mirándola brevemente—. Preocúpate de ti misma.
Bella percibió un doble significado en su advertencia. Estaba a punto de comenzar una nueva vida, la que siempre había ansiado. No podía arriesgarse a perderla por Edward.
Edward detuvo el Jaguar frente a la entrada del aparcamiento, salió y le dio las llaves al mozo. Cuadró los hombros y se concentró en su misión. Era la hora.
Tras ellos, Jenks se bajó de un flamante Porsche, seguido por una exuberante pelirroja.
—Un Porsche —comentó Edward—. Los directores de banco deben de ganar un sueldo más que decente. O…
—¿El señor Jenks? —susurró Bella—. ¿Crees que él es el que está detrás de todo esto?
—No podemos descartar nada —al menos, hasta que el jefe de Edward le enviara las declaraciones de Hacienda de los sospechosos. Su petición se había visto retrasada por culpa de un fallo técnico y por la habitual burocracia de la Agencia Tributaria.
Le puso a Bella una mano en la espalda y entraron en el vestíbulo. El simple tacto bastó para que el deseo volviera a invadirlo. Sacudió la cabeza, confuso. ¿Por qué su traidor cuerpo seguía desafiando a su cerebro?
Mike se separó de un grupo de invitados y se acercó a ellos. Se inclinó para besar a Bella en la mejilla.
— ¡Mike! —exclamó ella. Le echó los brazos al cuello y movió la cabeza para que sus labios rozaran los de su novio.
—Hola, preciosa —el grandulón pareció desconcertado, pero le devolvió cortésmente el beso—. ¿Lista para bailar toda la noche?
Edward reprimió un bufido. Aquel muermo no la merecía.
—Encantado de volver a verte, An —le dijo Mike, mirándolo con ojos entrecerrados.
Tal vez no fuera tan estúpido como parecía, pensó Edward.
—Estás muy guapo —lo alabó, sonriéndole con cara de tonto.
Era cierto. Mike tenía un aspecto magnífico, aunque seguramente había sido su madre la que eligió su ropa.
—Nuestra mesa está ahí —tomó a Bella del codo y los condujo hacia un gran comedor.
Igual que en el club, Edward se adelantó a Mike por un segundo para apartarle la silla a Bella, recibiendo otra mirada sospechosa del gigantón.
—¿Te apetece algo del bar, Bella?
—Mike se encargará —dijo ella palmeando la mano de su novio—. Él sabe lo que me gusta.
—Yo también puedo darte algo que te gustará mucho —le aseguró Edward.
Bella se puso colorada y él apretó los puños bajo la mesa. No habían pasado ni dos minutos y ya había roto su palabra. Primero su cuerpo, ahora su cerebro.
Mike se levantó con agilidad.
—No me importa ir a por las bebidas. ¿Qué quieres que te traiga, An?
—No te molestes por mí —espetó él sentándose—. Gracias de todos modos.
Mike desapareció entre la multitud.
—¿Qué te pasa? —le preguntó Bella—. Creía que eras un profesional.
—Me duele la cabeza —mintió él. Su molestia se concentraba más abajo.
—Lo siento —dijo ella mirándolo con compasión—. ¿Quieres un ibuprofeno? Tengo algunos en el bolso.
—Claro —tenía el presentimiento de que iba a necesitar los calmantes. Tomó dos y los engulló rápidamente.
Tenía que concentrarse en el trabajo. Ésa había sido siempre su salvación. Su defensa contra las amenazas sentimentales.
—¿Está el señor Vulturi por aquí?
—Sí, está en el quiosco de música con su mujer.
—Es el momento de presentarle a tu primo An.
Mientras se abrían camino entre la multitud, repasó mentalmente el informe sobre Aro Vulturi. El presidente del banco, de cincuenta y ocho años, tenía una segunda esposa a la que doblaba en edad y un hijo pequeño. Se casó al mismo tiempo que empezaron a aparecer los cheques falsos.
Vulturi, un hombre alto e imponente, se volvió para saludarlos.
—Señorita Swan.
—Hola, señor Vulturi —dijo ella intentando controlar los nervios—. Me gustaría presentarle a mi primo, Anthony Masen.
Aro le estrechó la mano a Edward y luego señaló a la mujer que tenía al lado.
—Mi esposa, Tanya.
La atractiva rubia lucía un vestido plateado con un exagerado escote y un collar de diamantes. Edward le sonrió y le tomó la mano. Ella le devolvió la sonrisa con una mirada de lo más sugerente, que hubiera provocado una reacción instantánea en cualquier hombre. Pero Edward permaneció inmutable.
¿Cómo era posible?, se preguntó, alarmado. Siempre le habían gustado las mujeres y había estado receptivo a sus encantos. Sin embargo, su subconsciente había hecho una rápida comparación y había decidido que Tanya ni siquiera podía compararse a Bella.
A su lado, Bella se puso rígida.
—Allí está Mike con nuestras bebidas. Ha sido un placer verte de nuevo.
Tras despedirse de Vulturi y Tanya, Edward tomó a Bella del brazo y la guió de vuelta a la mesa. Tenía trabajo que hacer. No podía permitirse la menor vacilación.
—¿Cómo puede acabar una chica así con un vejestorio? Si no es por el dinero, no me lo explico.
—¿Una cura milagrosa para tu dolor de cabeza, quizá? —murmuró ella.
—¿Celosa?
—De eso nada, Míster Ego.
Edward no se dejó engañar por su ironía. Por supuesto que estaba celosa. Y en un rincón de su mente no pudo evitar sentirse complacido. Maldición…
—No estaba haciendo comparaciones. Lo que digo es que hay mujeres con gustos muy caros. Ropas de diseño, diamantes, coches lujosos… No pueden estar con Jenks y Vulturi por la cara bonita de éstos.
—Tal vez sean compatibles, ¿lo has pensado?
—Sí. Jenks tiene un carácter tan afable y divertido… —comentó en tono irónico—. Y Vulturi… Me muero de impaciencia por volver a hablar con él.
Llegaron a la mesa y Mike se levantó, pero de nuevo se le adelantó Edward para sentar a Bella. Ésta se arrimó a su novio y le cubrió la mano con la suya.
Edward se fue al bar a por un refresco. Nunca bebía cuando trabajaba, pero en esa ocasión estaba tan irritado que se tomó un tequila. ¿Acaso Bella no podía ver que Mike no era el hombre de su vida? Ella necesitaba a un hombre que la apreciara por lo que era realmente: un espíritu libre e inquieto bajo una fría fachada. Un hombre con el que arder en llamas cada vez que se tocaran. Un hombre como el propio Edward.
Pero él no podía permanecer a su lado. Y ella se merecía lo mejor.
«Apártate, Masen», se ordenó a sí mismo mientras volvía a la mesa. Llegó al mismo tiempo que James Vulturi. Claramente nerviosa, Bella le presentó a Edward como su primo An. Pero no tenía de qué preocuparse. James apenas miró a Edward mientras le estrechaba la mano, sin sospechar que An era en realidad su empleado Edward Bond.
—Bella, ¿te gustaría bailar? —le preguntó con una sonrisa forzada.
—Sí, gracias —dijo ella con un suspiro, resignándose a la pasividad de su novio.
Y no sin razón, pues Mike se limitó a tomar un sorbo de vino con expresión complacida, como si no le importara nada que Bella bailara con otro hombre.
Por su parte, Edward no les quitó el ojo de encima mientras daban vueltas en la pista de baile. James parecía agotado mientras se inclinaba rígidamente para hablar con ella.
Edward esperó a que la música estuviera a punto de acabar y entonces se acercó a ellos.
—¿Me permite? —le pidió a James.
Bella frunció el ceño, pero el vicepresidente se la cedió a Edward sin decir nada.
Con cuidado de mantenerla a una distancia respetable, Edward la tomó en sus brazos al tiempo que comenzaba una balada lenta.
—¿De qué hablaban? —preguntó, intentando ignorar su dulce aroma a fresas y fresias.
—James está preocupado porque Alec y Aro han vuelto a discutir. Alec no puede aguantar a Tanya, y lo mismo le pasa a ella.
La pista de baile estaba cada vez más abarrotada. Edward atrajo a Bella hacia él, como si fuera el único modo de evitar un choque. Ella se sintió como si le perteneciera.
—¿Te ha dicho por qué han discutido esta vez?
—Tienen grandes diferencias sobre cómo dirigir el banco. Aro es muy conservador, mientras que Alec quiere expandir el negocio, sin importarle los riesgos ni el coste.
—Parece interesante. Voy a ver qué puedo descubrir —con desgana, llevó a Bella hasta Mike—. Quédate aquí —le murmuró al oído—. Y no hagas tonterías.
Salió del gran salón y recorrió un lujoso pasillo enmoquetado. De una habitación vio salir a Alec, a quien reconoció por las fotos. Alec pasó furiosamente a su lado y se dirigió hacia la salida. Era inútil espiarlo, así que volvió al salón de baile y se acercó a la mesa, vacía. Pasó la vista por la pista de baile, intentando localizar a Bella. Estaba empezando a irritarse cuando la vio a ella y a Mike saliendo a la terraza.
Los siguió discretamente. Por el bien de Bella no podía perderla de vista. Mike no sería capaz de enfrentarse ni a un vendedor de enciclopedias, mucho menos a un asesino.
La pareja fue hasta un banco frente a la fuente que había en el centro del patio. Bella se pegó a Mike y le puso la mano en el muslo.
—Me alegro de estar a solas contigo. No tenemos mucho tiempo para nosotros.
—No, es verdad. Pero todo eso cambiará cuando nos casemos —entrelazó sus dedos con los de Bella, pero se apartó ligeramente.
Oculto tras un gran macetero, Edward frunció el ceño. Interesante reacción la de Mike…
Bella alzó una mano y le sujetó la recia mandíbula. Le deslizó la otra mano por detrás del cuello y lo besó en la boca.
Edward sintió que se quedaba sin aire. Cerró los ojos y se aferró con fuerza al macetero, reprimiendo el impulso de arrebatar a Bella de los brazos de otro hombre.
No era asunto suyo. No era su problema. Entonces, ¿por qué le dolía tanto?
Cuando se calmó un poco, volvió a abrir los ojos. Mike estaba besando a Bella, pero tenía el cuerpo rígido y no parecía nada cómodo con aquella intimidad.
Ésa sí que era una reacción interesante.
Bella se apartó y miró a su novio. A pesar de la distancia, Edward pudo ver su dolor y confusión. No quería que Mike la deseara, pero al mismo tiempo quería partirle la cara por hacerle daño. Le costó mucho mantener el control, sacudido por su duelo interno.
—Mike —dijo Bella con voz temblorosa—, ¿tú me… me deseas?
Edward esperó la respuesta conteniendo la respiración. Vio que Mike tragaba saliva.
—Pues claro que sí, pero éste no es un buen lugar ni un buen momento…
—Nunca hay un buen lugar ni un buen momento para ti —espetó ella, levantándose—. Sé que no soy una mujer fatal, pero me pediste que fuera tu esposa. Debías de sentirte atraído por mí, y sin embargo, nunca hemos…
Mike se levantó y la hizo girarse suavemente hacia él.
—Cuando llegue el momento, te prometo que seré todo lo que necesitas en un marido. Nunca te faltará de nada —la rodeó en un casto abrazo—. Deberíamos volver adentro y unirnos a tus colegas.
Ella soltó un suspiro y asintió, y Mike la condujo de vuelta al salón de baile.
Así que no eran amantes, pensó Edward. Eso era lo más interesante de todo. ¿Qué demonios le pasaba a Mike? Si Bella fuera suya, nunca se separaría de ella.
El corazón le latía furiosamente contra las costillas. Bella no era suya y nunca lo sería. La cabeza empezaba a dolerle. Menos mal que había tomado aquellas aspirinas. Lástima que no sirvieran para aliviar el dolor que le abrasaba el pecho.
Bella se dio la vuelta en la cama y abrazó la almohada. El reloj marcaba las tres de la mañana. Era su segunda noche de insomnio. Y las dos por culpa de los hombres. La primera por los remordimientos que le había dejado su apasionada respuesta a Edward. Y ahora por la nula respuesta que obtenía de Mike. Aunque ella tampoco había sentido nada al besarlo… Tal vez fuera una de esas personas incapaces de sentir nada.
Pero no, eso no era posible. Porque sí había experimentado unas sensaciones increíbles.
Con Edward. Desde que lo conoció, se sentía más viva que nunca.
Se sentó en la cama y se pasó los dedos por el pelo. Tenía que dejar de pensar así. Mike era un buen hombre. Los dos se querían y serían felices juntos. Y ella tendría la estabilidad que siempre había anhelado.
Tragó saliva con dificultad. Tenía la boca seca, así que se puso la bata azul y fue de puntillas hasta el cuarto de baño para beber agua. El primer trago le refrescó la garganta reseca, provocándole un alivio instantáneo.
De pronto oyó un gemido. Inclinó la cabeza y oyó en la oscuridad. ¿Era Edward?
—¡No! —gritó él.
Bella corrió a su dormitorio y abrió la puerta. La luna se filtraba por un hueco en las cortinas, iluminando el centro de la habitación, donde Edward se retorcía en la cama.
—No, por favor, por favor —suplicaba, golpeando el colchón—. ¡No!
Bella corrió a su lado y se inclinó sobre él.
—¿Edward? —lo llamó, tocándole la mejilla con la punta de los dedos.
Sus fuertes manos le agarraron los brazos. Al segundo siguiente, estaba de espaldas contra el colchón, con el cuerpo de Edward sobre ella, inmovilizándola. Con una mano le tapaba la boca y con el antebrazo le oprimía la garganta.
El pánico la invadió mientras luchaba por respirar, retorciéndose, pataleando y clavando las uñas en el brazo que la estrangulaba y que le impedía gritar.
De repente Edward dio un respingo y soltó un grito ahogado.
—¿Bella? —apartó rápidamente las manos—. Oh, Dios mío. ¿Estás bien?
Temblando de los pies a la cabeza, Bella sólo pudo abrir la boca para tomar aire.
—Háblame, cariño —le tomó el rostro con manos temblorosas y se lo acarició—. ¿Estás bien? ¿Te he hecho daño?
—Estoy bien —respondió ella tragando saliva—. Tenías una pesadilla y…
—Sí, una pesadilla —temblaba tanto que la cama se movía—. No me dejes —hundió la cara en su cuello y se aferró a sus cabellos como si fuera un niño.
Con el corazón encogido, Bella lo abrazó y le frotó la espalda, empapada de sudor.
—Estoy aquí, estoy aquí… ¿Quién te hizo tanto daño, Edward?
El siguió estremeciéndose durante lo que pareció una eternidad. Por fin pareció calmarse y levantó la cabeza. La agonía de sus ojos espantó a Bella.
—Estoy… estoy bien —cerró los ojos por un segundo, y al volver a abrirlos sólo quedaba en ellos una sombra del dolor. El resto había sido escondido—. Lo siento. Ha sido un acto reflejo. Es por el entrenamiento de supervivencia. Nunca me toques sin despertarme primero —soltó una risa seca—. Esto es lo que pasa por meterte en mi cama.
¡Estaba en la cama de Edward! A Bella le dio un vuelco el corazón. La bata se le había abierto y tenía las piernas desnudas entrelazadas con sus poderosos muslos. Su olor masculino la embriagaba y le hervía la sangre…
Edward había jurado que no volvería a besarla a menos que ella se lo pidiera. ¿Cómo reaccionaría si se lo pidiera ahora? ¿Sería como Mike? ¿Se echaría a reír? ¿O tomaría posesión de su boca y la devoraría con pasión salvaje?
Las pupilas de Edward se dilataron, como si pudiera leerle el pensamiento. Su ávida mirada le recorrió el rostro, tan ardiente como si la estuviera tocando. Pero no se movió. Se limitó a esperar, como había prometido.
Todo lo que tenía que hacer ella era pedírselo.
—¿Edward?
—¿Sí, cariño? —su voz ronca y profunda le provocó un escalofrío.
—¿Te importaría quitarte de encima?
Él masculló una maldición y se apartó como si ella tuviera la peste. Bella se cerró la bata y corrió a su cuarto, se encerró y se apoyó contra la puerta sintiendo un vacío insondable en el pecho. No sabía por qué se odiaba más, si por haber estado a punto de traicionar a Mike… o por no haber tenido las agallas para quedarse con Edward.

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