lunes, 29 de noviembre de 2010

"Quítate la barba"


Capítulo 12 "Quítate la barba"
–Llevé a la vieja a la bodega.
Bella se estremeció al oír las palabras de Edward, porque estaba tan ocupada trabajando en su nuevo vestido, que no lo había oído entrar en la habitación.
–¿Qué?
–A tu criada. La llevé a la bodega para darle el algodón que pedía, y cuando vio esto, dijo que tú lo necesitarías –replicó Edward, colocando el peine de plata sobre la mesa frente a Bella–. ¿Estás satisfecha ahora?
–¿Satisfecha? Yo no te pedí la tela capitán, tú me la ofreciste. Yo sólo sugerí que hicieras lo mismo para mí criada. Ya te lo he agradecido... no volveré a hacerlo. En cuanto al peine, realmente es hermoso, pero yo tenía un peine, Edward. No era tan bonito como éste, y era de madera pero yo lo quería mucho porque era un regalo de mi madre. El peine es necesario, pero no reemplaza al que yo tenía.
–¿Quieres hacerme volver para recuperar tus baúles? –preguntó Edward con sarcasmo.
–Sí.
Él suspiró, porque debía haber imaginado la respuesta.
–La tripulación de 'Canción del Viento' ya debe haberse recuperado de sus heridas. Significaría otra batalla.
–Olvidaba que eres un cobarde –replicó Bella.
–Jamás he escapado a una batalla... ya te lo he dicho.
–No, tú sólo tienes miedo de pelear con las mujeres.
–De nada te serviría pelear contra mí, Bella. Aunque piensas que me harías daño, no lo conseguirías. No quiero herirte en el forcejeo, eso es todo.
–Pero a mí me encantaría herirte, Edward... verte sufrir por lo que me has hecho.
–Bien, sangrienta criatura, no lo conseguirás.
Bella sonrió y no dijo nada más, continuó con su costura mientras Edward se servía un ron.
–¿Has comido? –Preguntó, apoyándose en el respaldo de la silla para observarla.
–Sí –replicó Bella–. Un muchacho me trajo comida hace un rato, comenzaba a tener esperanzas de que no volvieras esta noche... porque ya es muy tarde. ¿Sue te ha devuelto las tijeras?
–¿A qué jugabas esta mañana, Bella? –preguntó él, ignorando su pregunta –. ¿Por qué ha cambiado tu actitud tan repentinamente?
–Mi actitud no ha cambiado –replicó ella con suavidad–. Todavía te odio, Edward.
Con los cabellos sueltos sobre los hombros, y la cabeza inclinada sobre el vestido que estaba cosiendo, la expresión de Bella quedaba oculta a los ojos de Edward. Lo que él quería ver eran sus ojos. ¿Estarían de color dorado o de un café turbulento? El tono de voz de Bella no revelaba nada del odio del que hablaba; sin embargo él sabía que decía la verdad. No había duda de que ella lo odiaba, pero ¿dónde estaban el fuego y el hielo del día anterior? ¿Dónde estaba el temperamento febril de esa misma mañana antes de que sobreviniera este cambio?
–¿Tienes ganas de dar un paseo antes de que nos acostemos? –preguntó Edward.
–Nosi piensas besarme a la luz de la luna otra vez.
–Confieso que tenía esa intención. De manera que si quieres ser terca, nos acostaremos ahora.
–Saldré a caminar sola –aventuró ella.
–¡No, no lo harás!
–Entonces puedes acostarte.
–Tú también, pequeña –replicó Edward. Se puso de pie y vació lo que quedaba del ron.
–No hasta que te hayas quitado esa barba.
–¿Qué? –exclamó él, seguro de que no había oído bien.
–Te cortarás esa barba... hasta que tu rostro quede suave. No bromeaba cuando dije que tu barba me molesta. ¡Elimínala! –exigió Bella, mirándolo con ojos como carbones.
–¡No haré nada de eso, mujer!
Cualquier demora valía la pena, aunque no tuviera sentido, pensó Bella. La barba realmente no le molestaba, pero valía la pena discutir sólo para ver si podía ganar.
–Insisto en que la afeites, Edward. No me moveré de esta silla hasta que lo hagas.
–No estás en posición de insistir sobre nada –gruñó él.
–¿Quieres que me resista por semejante tontería? –preguntó Bella, con burla en la voz–. ¿Por qué no haces esta cosa tan pequeña por mí?
–¡Me gusta mi cara tal como está!.
–¡Bien, a mí no! ¿Tienes miedo de quitarte la barba porque entonces se te notaría más la cicatriz? Otra vez eres un cobarde, ¿eh, capitán?
El cuerpo de él se puso rígido al oír mencionar la cicatriz, y sus ojos fríos la miraron con furia.
–¡Vas demasiado lejos, Bella!
Ella sintió que así era, obviamente él era muy sensible a las referencias de su cicatriz. Bella recordó que realmente no conocía a este hombre, que no estaba en condiciones de juzgar sus reacciones. Pero ahora no podía volverse atrás.
–¿Por qué ocultas la cicatriz? Muchos hombres las aprecian. No es nada de qué avergonzarse.
–¡Yo no la oculto! ¿Te parecería bien que anduviera sin barba cuando mí tripulación la usa?
–Sí. Te dije que tu barba me molesta. Elimínala y me probarás que no eres un cobarde.
–¡No!
–Entonces vete solo a la cama, Edward. No cederé en este punto.
–¡Maldita seas, mujer! –gritó él, pero Bella conservó la calma y volvió a su costura.
Pensaba mantenerse firme, y él lo percibía. Y él no quería perder el poder que sus amenazas tenían sobre ella. ¡Las mujeres y sus caprichos!
–Volveré en seguida, y cuando vuelva quiero que estés en la cama, desnuda. ¿Comprendes? ¡Sin ropa y esperándome!
Edward dio media vuelta y salió de la habitación. No estaba lejos del camarote que Emmett compartía con Jasper Whitlock y, al ver luz bajo la puerta, Edward golpeó fuertemente. Un momento después, se abrió la puerta y apareció Emmett, con una expresión divertida en su rostro.
–Tenía la impresión de que te habías acostado a descansar –comentó Emmett.
–Sí, pero necesito tu ayuda.
–¿No puedes esperar a mañana, Edward?
–¡No! –gritó Edward–. Necesito que me afeites la barba... ¡ahora!
–¿Qué clase de broma es ésta? ¿Por qué demonios quieres afeitarte, y por qué ahora?
–¡Demonios, Emmett! No hagas tantas preguntas... ¡Simplemente haz lo que te digo! Si tuviera un espejo, lo haría yo mismo.
Emmett se echó a reír, volvió la cabeza y miró a Jasper, que estaba sentado a la mesa.
–Parece que la mademoiselle de genio rápido ha ganado una pelea a mi amigo –comentó Emmett a Jasper, y luego se volvió hacia Edward–. Esto es idea suya, ¿verdad? ¿Desde cuándo haces lo que te pide una muchacha? ¿Qué ha sucedido con tu lógica?
–De nada serviría en este asunto, de manera que haz lo que te digo –gruñó Edward.
Más tarde, cuando volvió a su camarote, Edward se sentía tonto. Aún oía la risa de Emmett y sus palabras irónicas: "Ahora pareces el muchacho que eres". Y en realidad parecía incluso más joven de lo que era. ¡Diablos! Ninguna otra mujer se había quejado nunca de su barba, y la mayoría de los hombres la usaban. Bella se había quejado sólo para molestarle... ahora estaba seguro. Bien, la barba no tardaría en volver a crecer. Y con esa idea, Edward abrió la puerta de su camarote y entró.
Bella había estado paseándose, temiendo el momento en que Edward volvería y la batalla comenzaría. Pero ahora estaba estupefacta por lo que veía.
La espesa barba castaña de Edward ocultaba mucho y sin ella se veía qué apuesto y joven era. Bella no podía apartar los ojos de su cara, y permanecía inmóvil en medio de la habitación.
Tuvo la idea fugaz de que podría enamorarse de este hombre si no lo odiara tanto. Pero la idea era absurda.
–¡Cuando doy una orden espero que me obedezcan! –dijo duramente Edward.
Pero Bella no prestó atención a su tono de voz. Sin la barba, ya no parecía el pirata peligroso y no podía tenerle miedo. Seguía siendo un gigante comparado con ella, pero con ese rostro tan apuesto, Bella no podía tomar en serio su dureza.
–Ya no obedezco tus órdenes –dijo finalmente.
La mandíbula de Edward se endureció.
–¿Qué diablos quiere decir eso?
–Quiero decir, Edward, que no soy propiedad tuya y no eres mi marido. Por lo tanto, no te obedeceré.
Edward cruzó la corta distancia que había entre los dos y se detuvo ante ella. Alzó suavemente el rostro de la muchacha hacia el suyo, pero ella evitó mirarlo a los ojos.
–¿Has olvidado que estás en mi barco... que estás en mi poder? –le recordó Edward, ahora sin dureza en la voz.
–Tal vez esté en tu barco, pero no es por elección mía. ¿Y en tu poder? Quizá. Pero, como te dije, Edward, no soy de tu propiedad. No soy tu esclava.
–Eres mi prisionera.
–Ah, sí, por supuesto –dijo ella secamente. –Y los prisioneros que no obedecen órdenes son azotados. ¿No es verdad, capitán?
–¿Es eso lo que quieres?
Bella dio un paso atrás y lo miró extrañamente, como si estuviera pensando en una respuesta a su pregunta. Y luego, inesperadamente, levantó el brazo y lo golpeó en la mejilla, haciéndole perder el equilibrio.
El primer impulso de Edward fue devolver el golpe, y levantó la mano, Pero se detuvo al encontrarse con el frío desafío de Bella. Ella no se movía y se limitaba a frotar su puño dolorido con la otra mano, esperando el golpe de él. Como ese golpe no llegó, rió con amargura.
–¿Dónde está tu látigo, Edward? Tráelo y cumple con tus amenazas. Creo que eran diez latigazos por cada golpe. ¿No es verdad? ¿O tal vez prefieres esperar a que la cuenta crezca? Estoy segura de que eso sucederá antes de que termine la noche.
Edward suspiró y se apartó de ella. Se dejó caer en la silla mirando a Bella y extendió las piernas.
–De manera que a esto hemos llegado –dijo con voz tranquila–. ¿Por esto ha cambiado tu estado de ánimo, porque piensas que no llevaré a cabo mis amenazas?
–¡Sólo actúas con engaños! Eres un mentiroso, y jamás volveré a creerte una palabra –replicó Bella acaloradamente.
–¿Qué te hace creer que mentía?
–Tus propias palabras. El haber dicho que odias a los españoles porque castigan a sus esclavos. Tú no harías lo mismo –dijo Bella triunfante
–Esas no fueron mis palabras exactas, Bella. No odio a los españoles porque castiguen a sus esclavos, sino por otra razón mucho más profunda.
Bella vaciló. La repentina furia en sus ojos al oírla mencionar a los españoles la hizo temblar ligeramente.
–Si me azotaras no podrías... no podrías...
–¿Hacer el amor contigo? –dijo Edward, terminando la frase–. ¿Por qué? Por cierto sería penoso para ti, pero, ¿por qué habría de detenerme a mí?
La furia de Bella creció.
–¡No podrías! –gritó.
–¿Por qué no? a mí no me causaría ninguna incomodidad. Tu razonamiento sólo corresponde a tu punto de vista, no al mío.
–No podrías devolverme a mi prometido si mi cuerpo estuviera estropeado.
–Me asombras Bella. Según tu lógica yo te habría devuelto desnuda. Puedo asegurarte que estarás vestida. No habrá ninguna evidencia a la vista.
–¡Puedo hablar, Edward!
–Estarás amordazada –dijo él con tono práctico–. El intercambio tendrá lugar en el 'Dama Alegre', y el conde Black será traído aquí por mis hombres. Yo estaré en alta mar antes de que el conde pueda alcanzarme.
Bella se sintió mal. Había hecho su juego y había perdido. Había llegado a pensar que éste no era un pirata de sangre fría, engañada por su apuesto rostro. Pero, ¿qué esperaba él? ¿Por qué no la había golpeado al recibir su agresión?
–¿Qué... qué piensas hacer? –preguntó ella, con los ojos oscuros por el miedo.
–Nada.
–Pero yo...
–Tenías razón, eso es todo –dijo él.
Ella volvió a mirarlo, azorada.
–Entonces, ¿por qué negaste lo que yo decía?
–Porque tu razonamiento no es el mío.
–Pero no comprendo –replicó Bella.
Edward se inclinó hacia adelante y apoyó las manos en sus rodillas. En su expresión no había enojo, ni tampoco compasión.
–No tengas duda de que usaré el látigo si tengo que hacerlo, Bella. De manera que en el futuro no me subestimes. Pero no te azotaría simplemente porque desees luchar más bien que someterte a mí. Tienes derecho a eso.
Los ojos de Bella se llenaron de furia.
–¿Por qué me engañaste si eso es lo que sientes? ¿Por qué no me dejaste luchar por mi honor al principio?
–Comprende esto, Bella. Tú no significas nada para mí, excepto un placer en mi cama. Admito que eres la mujer más hermosa que he conocido, pero en mi vida no hay lugar para ti ni para ninguna otra mujer. Quise disfrutar de ti y evitar los conflictos si era posible... No importaban los medios. Pero como estás decidida a combatirme, Bella, que así sea. Es tu derecho, y no te azotaré por ello.
–¡Ah! –Bella se volvió para no tener que mirar ese rostro arrogante. Más que nada, quería matarlo. Pero no podía. Había jurado esperar hasta que ella y Sue estuvieran a salvo. Pero entonces... entonces...
–Sin embargo no necesitas combatirme, Bella –dijo Edward, interrumpiendo los pensamientos asesinos de ella–. El daño se ha hecho, y nada ganarías con la frustración.
–¡Obtendría satisfacción! –Bella lo miró nuevamente, preparada para lo que vendría.
–¿Entonces tendré que violarte?
–¡Siempre me has violado! –saltó ella
–No te gustará, Bella
–¡A ti tampoco!
–¿Otra vez la prueba de fuerza, eh? Bien, al menos probaré de una vez por todas que tu fuerza no puede contra la mía
Se puso de pie, y Bella corrió hacia la puerta. Pero antes de que pudiera abrirla, Edward la levantó sobre su hombro. Ella trataba de darle puntapiés, pero no llegaba a él. Le golpeó la espalda con su puño, pero era como golpear una roca. Cuando Edward llegó a la cama, la arrojó allí, dejándola inmóvil por un momento. Bella luchó por apartar sus propios cabellos que la envolvían, mientras Edward rápidamente se quitabalos pantalones y la túnica.
Cuando finalmente lo miró, estaba parado ante ella, desnudo y dispuesto, con una sonrisa demoníaca en sus labios firmes.
–Esto será más fácil de lo que esperaba –rió él.
–¡No! –gritó ella, y trató de bajar de la cama, pero en un segundo él estuvo sobre ella.
–¿Serás sensata, o quieres remendar tu vestido por tercera vez mañana? –preguntó él.
–¡Vete al demonio! –gritó ella.
Bella comenzó a luchar, pero las manos de Edward inmovilizaron sus muñecas. Las levantó por encima de su cabeza, dejándola indefensa excepto las piernas, que estaban trabadas por sus faldas. El peso de él la paralizó, y de pronto Bella se sintió sofocada. Siguió jadeando por liberarse, pero oía reír a Edward.
–¡Ríete!
Entonces Bella gritó, con un aullido ensordecedor de furia, pero Edward cubrió su boca con la suya. Cuando Bella hizo a un lado la cabeza para evitar los labios de él, él soltó sus manos y retuvo su rostro, lastimando los labios con un beso brutal, sin embargo, apartó sus labios de los de ella y gritó de dolor cuando ella hundió sus uñas en su espalda.
–¡Vete al diablo, maldita gata! –gruñó. Retuvo sus muñecas con una mano y le arrancó el vestido hasta la cintura con la otra. Mirándola fríamente, observó la expresión llena de terror de la muchacha mientras terminaba de rasgar su vestido. Luego rompió la suave tela de su enagua hasta que la desnudez de la muchacha apareció a la vista. Edward levantó las piernas de la muchacha sobre sus hombros y las sostuvo así con sus fuertes brazos. Penetró en ella cruelmente y violó su cuerpo con furia.
Cuando terminó, su enojo disminuyó. La dejó libre y se acostó a su lado sin importarle que ella recomenzara sus ataques. Pero ella se quedó allí tendida mirando el techo. Ni siquiera se movió cuando él la cubrió con la manta.
–Bella, ¿por qué insistes en sufrir? Esta mañana tuviste el máximo placer, y yo con gusto volvería a dártelo otra vez.
–¡No tienes derecho a darme placer! –gritó ella cobrando vida nuevamente y sorprendiéndolo con su rápida respuesta. Sólo mi marido tendrá ese derecho. ¡Y tú no eres mi marido!
–¿Y te entregarás libremente a ese conde cuando, te cases con él?
–Por supuesto.
–Pero es un hombre que no has visto nunca. ¿Y si lo odias tanto como me odias a mí? ¿Qué harás entonces, Bella?
–Eso no te importa. De pronto Bella recordó la conversación que había tenido con su madre sobre su próximo matrimonio, y el deseo de su madre de que ella encontrara la felicidad a toda costa. ¿Y si el conde Black era un hombre cruel... un hombre como Edward?
¡No! Ella no debía odiar a su futuro marido. Lo necesito para llevar a cabo su venganza contra Edward.
–Como de todas maneras volveré a tomarte, ¿por qué no lo disfrutas, Bella? –preguntó Edward con voz tranquila–. Nadie tiene por qué saber que te abandonaste a mí.
–¡Yo lo sabría! –gritó ella con indignación–. ¡Ahora, déjame!
Bella le volvió la espalda y dejó que las lágrimas silenciosas corrieran por sus mejillas. Pasó mucho tiempo hasta que pudo dormirse. Pero Edward estaba igualmente torturado y, más tarde, salió en silencio del camarote.

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