Capítulo 14 "Estoy reclamando mi vida"
Después de una noche horrible, Bella se levantó temprano, se duchó y se puso un traje gris de lana. Durante las oscuras horas de insomnio, había luchado contra sus propios demonios y había vencido. Aquel día marcaba un nuevo comienzo.
Había apurado ya dos tazas de café cuando Edward apareció en la cocina, descalzo y con una camiseta verde que acentuaba el color de sus ojos. Aprovechando que estaba ocupado sirviéndose un café, Bella se escabulló a la habitación de Edward y agarró las llaves del coche, que estaban sobre el aparador.
—Me voy al trabajo —anunció al volver a la cocina.
—Ni hablar. El médico dijo que tenías que estar tres días en reposo.
—No hay ningún médico, ¿recuerdas? Te lo inventaste todo. Y empiezo a sospechar que no puedes distinguir la fantasía de la realidad.
—Parece que alguien se ha levantado con el pie izquierdo —dijo él sonriendo—. De cara al banco tienes otro día de baja. Es lo más seguro por ahora.
Sin molestarse en responder, Bella fue al vestíbulo y se puso el abrigo. Agarró el bolso y el maletín y salió. Apenas había abierto la puerta del coche cuando él la alcanzó.
—¿Qué demonios estás haciendo? —le espetó, cerrando la puerta y mirándola furioso.
—Estoy reclamando mi vida —respondió ella manteniéndole la mirada.
—No tendrás ninguna vida que reclamar si no te tranquilizas. Te quedas en casa.
—No ha pasado nada desde que encontraron el cuerpo de Félix. Has seguido todos mis pasos y sólo has apresado a un pobre adolescente. Estás exagerando —lo empujó en el pecho—. Me voy a trabajar, te guste o no —si conseguía concentrarse en su trabajo, tal vez consiguiera olvidarlo y volver a la normalidad.
Intentó meterse en el coche, pero él la agarró del brazo y la alejó de allí.
—¡Suéltame! —exclamó, golpeándole el hombro con el maletín—. ¡Voy a llegar tarde! —el trabajo era lo único que le quedaba. No estaba dispuesta a perderlo como todo lo demás.
—Maldita sea. No puedes ir al trabajo. ¿Es que no lo entiendes?
—Entonces llévame a casa. Echo de menos mi piano, mis plantas y a Andrew, Lloyd y Webber. Quiero asegurarme de que todo está bien. He acatado tus órdenes y nada malo ha sucedido. Merezco una concesión.
Edward suspiró.
—De acuerdo, pero será una visita corta. Y yo entraré a inspeccionarlo primero.
Al poco rato, Edward estaba aparcando el Corvette frente al edificio. Ordenó a Bella que se quedara en el coche y salió. No tardó ni cinco minutos en volver.
—Todo está en orden.
Subieron en el ascensor, y al entrar Bella aspiró el olor familiar a limón y vegetación. El servicio de limpieza contratado por Edward había hecho un buen trabajo. El apartamento estaba inmaculado.
—Tienes veinte minutos —la avisó él.
—Quiero sacar brillo al piano y regar las plantas. Y también llevarme algo de ropa.
—Muy bien, pero ¿qué te parece si antes te enseño lo que descubrí en la oficina de Laurent? —le mostró la carpeta—. Después puedo leerte los informes de Hacienda mientras sigues con tus cosas.
Tras darse cuenta de que lo amaba, Bella se había olvidado por completo de preguntarle qué había descubierto en el club. Se sentó a su lado en el sofá amarillo y él le dio un informe fotocopiado.
—Es una descripción de los cheques de nóminas de SavMart, incluyendo los números de cuentas —dijo ella, leyendo las palabras garabateadas—. ¿De dónde lo has sacado?
—De la mesa de Laurent. Usé la fotocopiadora que tenía en su despacho —sonrió—. Y también grabé en un disquete un archivo con modelos de cheques y un programa para imprimir los mismos. Algunos son iguales a los que robé del banco. Ah, y también puse un micrófono en el despacho y pinché su teléfono.
—¿No necesitas una orden para eso? ¿Cómo conseguiste que un juez te la concediera tan rápido y sin que todo el mundo se enterara de lo que estás haciendo?
—Un par de jueces federales me deben unos cuantos favores —dijo él riendo.
—¿Con esto basta para condenarlo?
—No. Podría echarle la culpa a cualquiera que trabaje en el club. Y recuerda que posiblemente esté metido alguien de la policía. Esta vez no se van a escapar. Pienso pillarlos con las manos en la masa.
Bella se levantó y fue a sacarle brillo al piano.
—Cuéntame el resto —dijo, mientras frotaba con un trapo empapado la reluciente madera de roble.
—Pedí a Hacienda los informes tributarios de los sospechosos. Pero por culpa de un fallo informático no llegaron hasta ayer.
—¿Cómo es posible? —preguntó ella—. ¿No tienes contactos en Hacienda?
—Cariño, ni siquiera yo puedo aprovecharme de Hacienda —respondió riendo—. Pero espera a oír esto: el señor Jenks es el inventor del Ab Annihilator y del Bun Buster.
Bella se quedó boquiabierta y con la mano inmóvil sobre el piano.
—¿Los aparatos de ejercicios que anuncia esa pelirroja por la tele?
—Usa un nombre corporativo, pero hemos seguido el rastro de la patente hasta él. Supongo que no quiere que sus poderosos amigos banqueros sepan que está metido en el negocio de la musculación. Es dueño de una inmensa fortuna. Y todo legal.
—Entonces ¿por qué sigue trabajando en el banco?
—Por lo que he visto, no trabaja mucho —dijo él en tono irónico—. Hay gente para la que el dinero nunca es suficiente. Tal vez quiera mantener el poder o el prestigio dentro del mundo bancario. En cualquier caso, dudo que arriesgue su fortuna involucrándose con falsificadores.
Bella se arrodilló para pulir las patas del piano.
—Cielos… Trabajas durante años con una persona y resulta que no la conoces.
—Eso nos lleva a nuestro siguiente candidato, Aro Vulturi, el presidente del Oregon Pacific Bank. Vulturi tiene una mansión en un barrio exclusivo, dos hijos adultos, un bebé y una nueva y joven esposa con unos gustos muy caros… Sin embargo, es ella quien parece mantenerlo a él y no al revés. ¿Te suena el nombre de Maëlyss Zoé Bonelli?
Bella dejó caer el trapo.
—¿La autora de Romances de Hollywood y Amantes y mentirosos?
—Heidi Vulturi, alias Maëlyss Zoé Bonelli. Autora de siete bestsellers. Sólo en los dos últimos años ha ganado más de dos millones de dólares.
—Lo siguiente que dirás es que James actúa en un culebrón haciendo el papel de su propia hermana o algo así.
—No, y aquí es donde la cosa se complica —dijo él frunciendo el ceño—. James también parece limpio, igual que Alec.
Bella fue a la cocina, llenó un jarro de agua y regó las macetas que había en la pequeña ventana sobre el fregadero.
—Estupendo. Entonces, ¿cuál es el problema?
—Yo no he dicho que estén limpios, sino que parecen limpios. Hay una gran diferencia. Tengo mis sospechas. Hace dos años, a la hija de Alec le diagnosticaron un problema en el corazón que exigía un tratamiento muy caro.
—James mencionó algo al respecto. Pero para eso está el seguro médico.
—No basta. Alec tiene la casa hipotecada, y se gastó casi un tercio de sus ingresos en los costes médicos.
—¿Y tú crees que Alec se metió en esto para pagar la curación de su hija?
—Hay padres que llegarían hasta las últimas consecuencias por sus hijos.
—Pero ¿por qué no le pidió el dinero a su padre? Aunque Heidi y Alec no se soportaran, no puedo imaginarme que ella le diera la espalda al nieto de Aro.
—Heidi tiene casi todo su capital en fondos de inversión y de fideicomiso para el bebé. Aunque quisiera ayudar a Alec, no creo que pudiera afrontar una suma tan elevada —suspiró y guardó el informe en una carpeta—. Y aquí viene lo bueno. ¿Sabes a qué se dedica la esposa de Alec?
—James no habla mucho de su cuñada.
—Es detective en la policía, y tiene acceso a las investigaciones actuales. Hace dos años la ascendieron, justo cuando empezaron las falsificaciones.
—Tal vez sea una coincidencia. No puedo creer que Alec o James estén metidos en un delito tan horrible contra el banco de su padre. Podría ser cualquier otra persona.
—¿Quién más tiene acceso a la cámara acorazada? Asúmelo, uno de ellos es culpable. No descarto a James, pero creo que se trata de Alec. Y ahora que hemos reducido los sospechosos a dos, lo siguiente es tender la trampa. Tenemos que…
—¿Edward?
—… pinchar los teléfonos de sus oficinas y de sus casas…
—¡Edward! —exclamó Bella—. Mira —se había quedado helada, mirando la maceta que regaba en ese momento. Era la mimosa púdica… marchitada—. No la he tocado. Alguien ha estado aquí.
—¿Estás segura? —preguntó él, levantándose de un salto.
—Aunque la mimosa se recupera, una agresión permanente puede matarla. Por eso siempre tengo mucho cuidado de no toVictoria.
—Agáchate —le quitó el jarro y la hizo sentarse en el suelo, con la espalda pegada al mostrador—. No te muevas. Te sacaré de aquí.
Alguien había estado en su apartamento. Otra vez. La idea le provocaba náuseas. Se cubrió la cara con las manos temblorosas. Justo cuando pensaba que podía volver a la normalidad…
En ese momento sonó el timbre de la puerta. Bella levantó automáticamente la cabeza.
—¡Quieta! —le ordenó Edward. Se puso a un lado de la puerta. Tenía una pistola en la mano.
—No creo que los criminales llamen al timbre —susurró ella—. Debe de ser Allie. Se ha preocupado mucho por mí desde el atraco. Ten cuidado no vayas a dispararle.
Edward miró por la mirilla.
—Es James. Y a juzgar por su cara no ha venido de visita.
—James es un amigo y un colega del trabajo. Ha estado aquí otras veces.
—Mi instinto me dice otra cosa —se deslizó silenciosamente hacia el cuarto de baño—. Te cubriré desde dentro. Mira a ver qué quiere.
—De acuerdo —dijo ella tragando saliva.
—Tranquila, cariño. Puedo acertarle en el ojo a un mosquito. Si intenta algo, es hombre muerto.
—Gracias, pero, por favor, no le dispares —se levantó sobre piernas temblorosas y fue a abrir, justo cuando el timbre volvía a sonar.
James entró. Tenía el rostro demacrado y los ojos rojos, como si hubiera estado llorando.
—Parece que necesitas sentarte —le dijo ella señalándole el sofá—. ¿Qué ha pasado?
—Vengo de la morgue —dijo él hundiéndose en los cojines—. Victoria ha muerto.
—¿Qué? —preguntó Bella con voz ahogada.
—La encontraron esta mañana. El forense dijo que fue por una sobredosis —se frotó el rostro con manos temblorosas—. Todo es culpa mía. Que Dios me ayude. No puedo seguir haciendo esto.
Bella intentó hablar dos veces antes de poder articular palabra.
—¿Qué ha pasado?
—Victoria no se había drogado en su vida. Ellos la mataron —la miró con ojos llenos de angustia—. Y a ti también van a matarte. No puedo permitir que eso suceda.
A Bella se le subió el corazón a la garganta. ¿Victoria asesinada? Aquella pesadilla era cada vez peor. Si por lo menos sólo fuera una pesadilla…
—¿De qué estás hablando? —preguntó, pero temía saber la respuesta.
—Te vi en el Blue Moon. Fui con la esperanza de encontrar a Victoria. Llevaba desaparecida varios días. Yo sabía que algo terrible había pasado —la voz se le quebró—. Fueron por ti después del atraco, ¿verdad? Me imagino lo que te ofrecieron por tu silencio. Tienes que irte, Bella. Ahora, antes de que sea demasiado tarde.
—¿Tú… estabas confabulado con Laurent Gathegi? —preguntó ella, sintiendo náuseas.
—No por voluntad propia. Sé lo tentador que puede ser el dinero, pero no vale la pena.
Confusa y aturdida, una parte de Bella deseó que el traidor fuera Alec y no James.
—¿Hasta dónde estás implicado?
James se levantó y empezó a andar nerviosamente de un sitio a otro.
—Empecé jugando. Me iba mal, pero sabía que un golpe de suerte llegaría de un momento a otro. Antes de que me diera cuenta, lo había perdido todo.
—Oh, James. No lo sabía.
—Lo oculté bastante bien, ¿verdad? Tuve un problema con el juego en la universidad. Mi padre pagó una fortuna para saldar mis deudas y para un tratamiento en una clínica. Dejó claro que nunca más me sacaría de apuros. Yo estaba desesperado; tanto, que acudí a un usurero.
—¿Laurent?
—Me prestó dinero, con un interés del cuarenta por cierto. También perdí ese dinero, y entonces le debí casi el doble. Laurent me ofreció un trato. Si le facilitaba cheques de nóminas, me dejaría vivir —sacudió la cabeza—. Victoria y yo habíamos sido amantes durante un año. Por favor, entiéndelo. No tenía otra salida.
—Así que metiste a Victoria —dijo Bella, abrazándose a sí misma.
—Laurent necesitaba a dos personas del banco. Estuve robando los cheques por un tiempo. Sabes que, al igual que la mayoría de los bancos, nosotros no devolvemos los cheques, sólo la declaración. Los cheques son almacenados, y nadie puede seguirles el rastro a menos que un cliente pida una copia. Y en el hipotético caso de que un cliente pidiera un cheque que hubiera sido robado… —se encogió de hombros—, le enviaríamos una copia a partir de la microficha y asunto resuelto. Después de todo, los bancos son famosos por extraviar los papeles. Le pedí a Victoria que me ayudara.
—Y Victoria usaba el cajero automático para dejar los cheques, ¿verdad? Las continuas llamadas al servicio técnico eran una tapadera. El «servicio técnico» se encargaba de recoger los cheques del cajero, ¿no es así?
—¿Cómo lo sabes? —preguntó él, mirándola con ojos muy abiertos.
—Es perfectamente lógico. Era la única manera que tenías de sacar los cheques del banco sin levantar sospechas. Y explica las constantes averías del maldito cajero.
—Tienes razón. Metía los cheques en una bolsa de dinero en metálico para que Victoria los sacara mientras hacía el recuento y los introdujera en el cajero cada vez que reponía los billetes. El tipo del servicio técnico, el mismo que Laurent había contratado para el club, llevaba los cheques al Blue Moon —se detuvo en la puerta del baño y ladeó la cabeza.
¿Había hecho Edward un ruido? Lo último que necesitaban era un enfrentamiento.
—Pero el día que sustituí a Victoria rompí tu esquema —se apresuró a decir Bella.
James se pasó los dedos por el pelo y entró en la cocina.
—Victoria intentó contactar conmigo, pero fue demasiado tarde. Habías encontrado los cheques —se apoyó contra la encimera—. Gathegi le dijo a Victoria que llamara al banco presentando su dimisión, que él se ocuparía de ella. Entonces Victoria desapareció. Gathegi me dijo que la había escondido hasta que pasara el jaleo. Yo tenía mis dudas, pero quería creer que ella estaba bien. Me pasé por el club con la esperanza de verla, pero cuando te vi a ti, supe que te habían atrapado —empezó a temblar violentamente.
Desgarrada entre la ira y la compasión, Bella fue hasta el fregadero y llenó un vaso de agua para dárselo a su amigo, un amigo que había resultado ser un hombre desconocido.
—¿Cómo pudiste llegar tan lejos?
—Nunca imaginé que fuera a acabar así. Para mí es demasiado tarde, pero para ti no. Voy a ir a la policía. No puedo soportar otra muerte en mi conciencia. Nunca confié en Laurent, así que guardé pruebas en mi caja de seguridad del banco. Si muero, el juez puede hacer abrir esa caja —se pasó el vaso a la mano izquierda y sacó una llave del bolsillo—. Ésta es la llave. Aunque me incluyan en el programa de protección de testigos, dudo que pueda vivir para testificar. Si algo me ocurre, haz que esta llave llegue al juez.
Ella la aceptó.
—James, yo…
En ese momento salió Edward del baño.
—No vaya a la policía. Yo puedo ayudarlo.
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