Capítulo 13 "Cambié de rumbo"
Era cerca de mediodía, y Edward trataba de dominar su furia. Las miradas sorprendidas y los murmullos de la tripulación, como si les costara reconocerlo sin su barba, le destrozaba los nervios. Tenía ganas de ordenarles a todos que se afeitaran, ¡entonces verían quién se reiría!
De este talante estaba Edward cuando golpeó a la puerta de Emmett. Sue Clearwater abrió la puerta, Y luego dio un paso atrás, con los ojos llenos de miedo. Con el ceño fruncido, Edward entró en la cabina y encontró a Emmett sentado en la mesa bebiendo una taza de café negro humeante.
–¿Por qué tardas, Emmett?
–Estaba tratando de asegurar a esa mujer que no castigaste a su señora anoche. ¿No puedes hacer que esa maldita muchacha deje de aullar de esa manera?
–¿Quieres que le ponga una mordaza? Con eso sólo se intensificaría la pobre opinión que tiene de mí, aunque no sé por qué me preocupa eso. –Se volvió hacia Sue, molesto–. Ve con tu señora, verás que no está peor que ayer. En realidad, debería estar muy contenta.
Edward miró salir de la cabina a la vieja; luego cerró la puerta y miró a su amigo. Emmett reía abiertamente.
–¡Diablos, Emmett! –dijo Edward–. Ya te has divertido bastante a mis expensas. Tal vez si te afeitaras ya no te resultaría tan gracioso.
–No es tu rostro lo que encuentro divertido, sino tu ojo negro –rió Emmett. Edward se tocó la zona dolorida debajo del ojo e hizo una mueca. De manera que tenía un ojo negro además de los arañazos en la espalda. Había olvidado el golpe que Bella le había dado en la mejilla.
–¿Por qué dejas que esa muchacha te domine? –preguntó tranquilamente Emmett–. Unos buenos azotes la pondrían en su lugar. Anoche tuve que encerrar a la vieja criada cuando la muchacha comenzó a gritar. Quería correr a ayudarla.
–Yo manejaré a esa muchacha como mejor me parezca. La domaré, y he decidido conservarla por un tiempo –dijo Edward sonriendo.
–¿Qué diablos estás diciendo?
–Sólo que pienso disfrutar de la compañía de Isabella Dwyer por más tiempo del que pensaba. Anoche cambié el rumbo y vamos hacia nuestra isla –replicó Edward.
–Pero, ¿y el rescate?
–Obtendremos el rescate... pero todavía no. El conde puede esperar. Y, ¿puedes decirme honestamente que no estás impaciente por volver con tu exuberante Rosalie?
–Tienes razón. Pero Bella y Sue piensan que van hacia Saint Martin. ¿Qué sucederá cuando descubran que su destino ha cambiado? –preguntó Emmett.
–No tienen por qué enterarse hasta que lleguemos. Bella será la única que ponga el grito en el cielo, pero nada podrá hacer al respecto. –Edward hizo una pausa y se quedó pensativo–. ¿Por qué no preguntas a la tripulación, a ver qué dicen? Estos últimos dos años han dejado muchas ganancias. No les molestará perder su parte del rescate por el momento.
–No, estoy seguro de que con todo gusto aceptarán tu decisión –dijo Emmett–. Estarán ansiosos por volver a sus mujeres.
–Una cosa más. Hagas lo que hagas, no permitas que la vieja se entere de esto. Advierte a la tripulación que no deben hablar del asunto cuando ella está presente.
–Bella, ¿estás bien? –preguntó Sue. Cerró la puerta y se sentó frente a la muchacha.
–Sí, ¿por qué lo preguntas?
–Oí tus gritos anoche. Pensé que él...
–No fue nada –respondió rápidamente Bella–. Sólo gritos de frustración, nada más.
Sue estaba perpleja. Bella apretaba los labios mientras cosía su vestido de color lino. Sólo tenía puesta su enagua blanca, y Sue advirtió el zurcido en la parte delantera. No era propio de Bella coser tan mal.
–Vi al capitán –aventuró Sue–. Dijo que deberías estar contenta, pero no lo pareces.
Bella levantó la mirada, con los ojos brillantes como dos trozos de carbón.
–De manera que ahora el capitán piensa que puede predecir mis sentimientos. ¡Realmente es un tonto!
Ella, también, había pensado que estaría contenta al poder combatir con Edward. Pero perderlo había significado una profunda humillación. No podía dejar de pensar en la forma degradante en que él la había violado... levantándole las piernas sobre sus hombros.
Se había despertado muy temprano, aliviada al encontrarse sola. Se había frotado la piel con una esponja sumergida en agua fría del lavabo, y luego había comenzado a remendar su enagua. Pero con cada puntada, volvían las escenas de la noche anterior. Todavía tenía los labios hinchados por los furiosos besos de Edward. Y había pequeñas marcas en sus muñecas, testimonio de la fuerza del capitán.
Decidió dejar de arreglar la ropa todas las mañanas. Se pondría las ropas de Edward, y si él insistía en arrancárselas todas las noches, sería problema suyo.
Ahora Bella sonrió a su criada.
–Debo preguntar a Edward si hay raso blanco en la bodega. Debo comenzar a hacer un nuevo vestido de bodas lo antes posible. –Había un cierto brillo en sus ojos dorados de repente.
–Pero todavía tienes que terminar el vestido de seda que comenzaste ayer –le recordó Sue, contenta de ver sonreír nuevamente a Bella.
–El vestido verde no me llevará mucho tiempo. Y cuanto antes termine el vestido de bodas, antes podré casarme con el conde.
Hacía once días que Bella estaba a bordo del 'Dama Alegre', y pensaba que el tiempo pasaba con una lentitud asombrosa cuando una deseaba que volara. Edward no entraba en el camarote durante el día, pero todas las noches que pasaba con ella incrementaban su furia y sus ataques.
Ella recordaba claramente la primera noche, una semana atrás, cuando Edward había entrado en la cabina y la había encontrado con sus pantalones y una camisa dorada. Aún oía su risa. No le llevó mucho tiempo saber que a él le divertía arrancarle las ropas casi sin esfuerzo, porque las prendas grandes se deslizaban fácilmente. Pero siguió poniéndose la ropa de Edward todas las noches para salvar sus vestidos de la ruina.
Una noche en particular persistía en su recuerdo. Edward le había dedicado mucho tiempo, acariciándose manteniéndola inmóvil mientras llevaba a cabo su magia. Y luego, más tarde, en lugar de reír, besó suavemente las lágrimas que corrían por las mejillas de Bella. Ella detestó su suavidad más que su crueldad.
Bella cortó el hilo con que cosía el dobladillo y levantó el vestido. Era un vestido simple, sin mangas y sin adornos, de algodón de color lila. No era un vestido a la moda, pero con él estaría fresca durante esos días calurosos. Edward le había traído raso blanco, pero se había negado a dárselo cuando supo que lo quería para un nuevo vestido de bodas. Bella no comprendía.
–¡Bella, hemos llegado!
Bella se estremeció violentamente cuando Sue entró corriendo en la habitación, dejando la puerta abierta tras ella. Tenía el rostro sonrosado y sus cabellos canosos estaban húmedos en las sienes por su trabajo en bodega.
–Me has asustado. ¿Qué...?
–¡Hemos llegado, pequeña! –respondió Sue. Vi la isla cuando subí a la cubierta para respirar fresco. Hemos llegado...
Antes de que pudiera continuar, Bella salió corriendo de la habitación, cruzó la cubierta, y llegó a la barandilla. Ni siquiera oyó a Sue que la seguía.
–No se parece a lo que yo esperaba de Saint Martin –dijo Sue en voz baja–. Esto parece una isla desierta. Pero es hermosa, ¿verdad?
Realmente no podía decirse que fuera hermosa. Estaban rodeados por una playa blanca, porque el barco estaba en una pequeña bahía, completamente oculto del vasto mar. Había palmeras a lo largo de la playa, y una densa jungla verde más allá. En la isla había una magnífica montaña de dos picos, cubierta de follaje verde y rodeada de nubes de color gris oscuro. Una profunda hondonada entre los dos picos llegaba al corazón de la montaña, donde los rayos del sol de la mañana iluminaban nubosidades blancas.
Bella se volvió hacia su criada, con los ojos dorados brillantes de placer.
–¡Nunca soñé que Saint Martin seria este hermoso... paraíso! –exclamó Bella.– Ah, me encantará.
–Creo que a mí también –sonrió Sue–. Aunque parece extraño todo ese verde en medio de la nieve.
–Sí, ¡me imagino cómo será en primavera y en verano!
–Yo ni siquiera puedo imaginario –rió Sue.
–¿Dónde estarán todos los nativos? –preguntó Bella–. No veo casas, tampoco.
–Probablemente este es el lado desierto de la isla.
–Por supuesto –replicó Bella–. Sería peligroso entrar con un barco pirata en un puerto enemigo lleno de gente.
–Sí. Pero hay otro barco en la bahía. Ven a verlo.
–¿Qué barco? –preguntó Bella.
–Ya estaba aquí cuando llegamos. Pero no se ve la tripulación.
Cruzaron la cubierta, para ver el otro barco. Tenía tres mástiles desnudos y parecía hermano del 'Dama Alegre'.
–Me pregunto dónde estará la tripulación –dijo Bella.
–Seguramente en la isla –dijo Sue–. Tal vez la ciudad no esté lejos, después de todo. Probablemente está escondida en la jungla.
–¿Tú crees?
–Por supuesto, No llevará mucho tiempo ponerse en contacto con el conde Black. Probablemente estará en su plantación hasta la tarde.
Bella se regocijó. ¡Por fin la libertad! No más Edward, no más violaciones ni humillaciones. Y pronto, la venganza.
–¡Ay, Sue, por fin ha terminado esta pesadilla!
–Sí, pequeña, por fin.
Bella se volvió para regresar a su cabina, y tropezó con Emmett. Dejó escapar una exclamación y dio un paso atrás con los ojos llenos de terror.
–Si las señoras vuelven a sus camarotes y recogen sus pertenencias, bajaremos a la costa en seguida –dijo cortésmente. Luego miró a Sue y su voz se ablandó. – Apresúrense, por favor. Ya han bajado el primer bote, madame.
–¿Dónde... dónde está el capitán? –aventuró Bella. Era la primera vez que veía a Emmett desde el día en que había tratado de azotarla, y a pesar de que Sue había hablado en su defensa, Bella aún le temía.
–Edward está ocupado.
–Pero dijo que el intercambio tendría lugar a ¿Por qué bajarnos a la costa? –preguntó Bella. –Ha cambiado el plan.
Emmett se volvió y se apartó de ellas, dejando desconcertada a Bella. ¿Por qué Edward había cambiado de con respecto al intercambio?
Bella dejó a Sue y volvió al camarote de Edward, sólo le llevó un minuto doblar sus dos vestidos. Dejar el peine de plata que le había dado Edward porque seguramente el conde Black le daría lo que necesitaba. Pero luego cambió de idea. Era un objeto costoso, y se lo llevaría aunque sólo fuera para impedir que Edward lo vendiera. Más tarde se desharía de él, como pensaba hacer con los dos vestidos que había hecho a bordo del 'Dama Alegre'.
Con una mirada final al odiado camarote, Bella volvió a cubierta, con su vestido de seda verde ondeando con la brisa. Llegó a la barandilla y se desilusionó al ver que ahora las nubes bloqueaban la visión de la hermosa montaña. Tal vez nunca volvería a ver ese juego de luces, en que sólo el corazón de la montaña quedaba iluminado en la hondonada. Pero tal vez era una buena señalde bienvenida, una promesa de muchas cosas maravillosas que aún no había visto, de la vida feliz que tendría junto al conde.
Se sintió feliz, y el sol iluminó su rostro al aparecer tras las nubes.
–¿Estás lista, pequeña?
Se volvió bruscamente al oír la voz profunda de Edward. Edward estaba en cubierta con las piernas separadas y las manos unidas a la espalda y una cálida sonrisa en sus labios. Se le veía muy apuesto, y elegantemente vestido con una camisa de seda blanca, con frunces en el cuello y los puños, pantalones blancos, un chaleco de cuero negro, cerrado, y botas altas hasta la rodilla.
–Hace once días que estoy preparada –respondió Bella con altivez–. ¿Cuánto tiempo pasará hasta que se haga el intercambio?
–¿Estás tan ansiosa por separarte de mí?
–Qué pregunta tan ridícula, Edward. Espero que pronto todo esto quede borrado de mi memoria –respondió Bella con voz helada.
–Tu cabello es sorprendente cuando recibe el brillo del sol, tiene extraordinarios tonos de rojo –dijo él con tono juguetón.
–¿Por qué cambias de tema?
–¿Preferirías ir a mi camarote, donde podremos hablar del tema con más privacidad? –aventuró él, guiñando un ojo.
–¡No! –respondió ella–. Estoy lista para bajar.
–Entonces ven conmigo, mi amor –respondió él, tomándola del brazo y llevándola por la cubierta al lugar donde esperaban Sue y Emmett–. Puedes dejar tus pertenencias a bordo si lo deseas. Mis hombres las llevarán a la costa más tarde –dijo Edward.
–No; quiero bajar ahora, con todo.
–Como quieras.
Edward ayudó a Bella a subir a uno de los dos pequeños botes para llegar a tierra.
Sue estaba junto a ella, y Edward atrás, en el timón, junto con seis hombres de la tripulación. Emmett subió al otro bote. Los hombres remaban enérgicamente hacia la playa.
Al ver las olas que lamían los costados del bote, Bella se preguntó por qué Edward no había tratado de acostarse con ella por última vez esa mañana. Si algo había aprendido de él en los últimos once días, era que Edward exigía mucho, ¿por qué dejaba pasar entonces esta última oportunidad?
Pero, se dijo Bella, debía estar agradecida de que él estuviera ocupado en otra cosa y de que la pesadilla hubiera terminado.
Llegaron a la costa, y el hombre llamado Jasper saltó al agua para arrastrar al pequeño bote a la arena. Edward ayudaba, y luego insistió en llevar a Bella a la arena seca, donde Sue se reunió con ella.
Bella echó a andar por la playa, pensando que tardarían algún tiempo en llevar a toda la tripulación a la costa pero Edward la detuvo después de dar unos pasos.
–Vamos, ahora.
Ella se volvió al oír su orden, y vio que ambos se volvían hacia el barco. Emmett se había quedado atrás y llevaba a Sue y a diez hombres de la tripulación al borde de la playa. Edward tomó a Bella por el brazo.
–¿No esperarnos al resto de tu tripulación? –preguntó Bella mirando hacia el barco–. ¿No los necesitas?
–Vendrán luego –dijo él, y la condujo hasta donde estaban los otros.
–Pero, ¿dónde vamos?
–No está lejos.
Bella se detuvo.
–¿Por qué eres tan evasivo? ¡Quiero saber donde nos llevas!
–Hay una casa cerca de aquí. Te gustaría bañarte, ¿verdad?
Bella sonrió. Hacía mucho tiempo que no se daba un verdadero baño en una bañera. Y realmente deseaba estar limpia cuando se encontrara por primera vez con el conde.
Edward la tomó de la mano y la llevó hacia el bosque por un sendero. El bosque no era tan espeso como Bella había pensado. Los árboles estaban muy espaciados, y había pocas malezas; la tierra era arenosa, con hierba que crecía aquí y allá.
Pronto llegaron a la casa que había mencionado Edward, que más bien parecía una especie de fortaleza. La construcción era grande, de pesadas piedras blancas. La parte baja era cuadrada, con una palmera a cada lado de la pequeña puerta del frente. El primer piso tenía forma de U, y formaba un patio abierto en la parte del frente. En este patio había una pequeña jungla de hermosas flores y plantas en macetas, algunas de las cuales llegaban al techo, y otras caían por el borde del patio. Las palmeras formaban un marco a esa jungla y eran más altas que la casa. La casa estaba rodeada por extensiones de césped, inmaculadamente cuidadas. Las flores más hermosas, con capullos rojos, amarillos, anaranjados, púrpuras y azul crecían en el borde de los canteros de césped y contra las paredes. La casa parecía sólida y amable, y Bella casi deseó que perteneciera al conde Black, porque le gustaba la idea de vivir en ella.
De pronto, un hombre alto abrió la puerta del frente. La puerta era desproporcionada con respecto al resto de la casa, y el hombre corpulento parecía ocupar totalmente la entrada. Estaba parado con las piernas separadas y las manos en las caderas, y parecía muy enojado.
Edward se detuvo, y Emmett se acercó. Estaban a poca distancia del hombre parado en la puerta y Bella sentía tensión en el ambiente.
–Creo que no te reconocería, Edward, si no fuera por tu perro guardián.
–Veo que no has cambiado, C.S. –replicó duramente Edward.
–No. Todavía soy lo suficientemente joven como para dominarte, muchacho.
–Pero primero tendrás que luchar conmigo, C.S. –gruñó Emmett.
–¡Es suficiente! –gritó Edward–. Es hora de que este viejo lobo de mar y yo nos enfrentemos.
Bella se quedó sin aliento cuando vio embestirse a los dos hombres, pero en cambio se abrazaron y se echaron a reír.
Eran como niños jugando tontamente pensó Bella con furia. ¡Eran amigos!
El hombre a quien llamaba C.S. sonreía ahora abiertamente. Se paró junto a Edward y saludó a Emmett con un apretón de manos.
–¡Qué tontería!
–¿Qué? –preguntó Bella a Sue.
–¡Pensé que se me detenía el corazón! –respondió Sue–. Soy demasiado vieja como para presenciar tanta estupidez.
–¿Por qué te alteras? –preguntó Bella, olvidando su propia perplejidad.
–Emmett...
–¡Emmett! exclamó Bella, y de pronto recordó cómo se había ablandado la voz del hombre corpulento al hablar a Sue–. ¿Qué es él para ti?
–Nada –replicó Sue–. Pero me dijo que yo le recordaba a su madre. Me pareció conmovedor. Me trata con bondad, y le encanta mi cocina.
–Honestamente, Sue, ¡parece que lo hubieses adoptado!
–Sólo estaba preocupada por él. Ese hombre a quien llamaban C.S. parecía malo.
–Emmett tiene la misma altura, es más joven, y pesa por lo menos dos veces más que el otro –replicó Bella, irritada–. No hay razón para que le tengas miedo. Y...
–¿Esta es otra integrante de tu harén, muchacho? –preguntó una voz de hombre.
Bella se volvió y observó que C.S. la miraba directamente. Sintió que la sangre se agolpaba en sus mejillas.
–No tengo harén, C.S., como bien sabes –sonrió Edward–. Sólo puedo manejar a una dama peleadora cada vez.
Emmett rió, comprendiendo a quién se refería Edward. Pero C.S. se quedó perplejo, pensando que Edward se refería a su barco.
–¿Entonces esta mujer es casada? –preguntó C.S.
–No, pero está prometida, de modo que no pongas tus ojos en ella –dijo Edward.
–Y yo que pensaba que tendría buena suerte. ¿No hay posibilidades de negociar?
–Ninguna –respondió Edward–. De manera que advierte a tu tripulación que no debe acercarse a ella.
Bella estaba furiosa, y se endureció cuando Edward se aproximó a ella.
–¿Quieres tomar ese baño ahora o preferirías comer algo antes? –preguntó.
–Ninguna de las dos cosas, si esta casa pertenece a ese hombre –replicó Bella, con sus ojos centelleantes, ahora color café oscuro.
Edward rió.
–No es la casa de C.S., pero lo has juzgado mal. Es un hombre bueno, y sólo bromeaba. Su tripulación está en el pueblo, pero él raramente va allá.
–¿A qué distancia queda ese pueblo?
–A aproximadamente un kilómetro y medio.
–¿Es allí donde el conde Black tiene su plantación? –preguntó esperanzadamente.
–No.
–Entonces dónde...
–Vamos –dijo él, interrumpiéndola–. Te mostraré una habitación donde podrás bañarte.
–¿Cuánto tiempo estaremos aquí?
–Algún tiempo –respondió él secamente, y condujo a Bella al interior de la casa.
Emmett ya había hecho pasar a Sue, y C.S. había desaparecido.
Todo el piso bajo formaba una gran habitación oscura y fresca. Sólo había algunas ventanas en tres de las paredes, oscuras y altas, que dejaban pasar muy poca luz. En la pared de la derecha había un hogar de piedra, que parecía usarse para cocinar, junto a la chimenea había algunas sillas de madera y un simple armario con platos y fuentes.
En el centro de la habitación se veía una enorme mesa de madera sin pulir, con veinte o más sillas a su alrededor. Sobre la mesa, y extrañamente fuera de lugar en esa gran habitación, había una gran araña de cristal con velas a medio consumir. No había otros muebles y ningún adorno en las paredes de piedra. Una tosca escalera de madera sin barandillas llevaba al primer piso.
–Hay seis habitaciones arriba, tres a cada lado de la casa. Puedes usar la primera habitación de la derecha –dijo Edward a Bella.
–¿Después de que me bañe nos iremos?
–Primero comeremos. Pero puedes tomarte tu tiempo, porque debo ocuparme de las provisiones.
Edward ordenó que calentaran un caldero de agua en el fuego, y se fue. Bella trató de superar su preocupación por su actitud evasiva, y se volvió hacia Sue.
–El capitán dijo que podíamos usar la primera habitación de la derecha. Será bueno tomar un baño después de estar tanto tiempo en el mar.
–Ya lo creo que sí –replicó Sue–. Pero primero quiero ocuparme de la comida.
–Muy bien –dijo Bella y echó a andar hacia la escalera. Al llegar arriba encontró un corto corredor brillantemente iluminado por ventanas a ambos lados, uno de cuyos lados daba a un hermoso jardín, y el otro lado a extensiones de césped detrás de la casa. El corredor continuaba en las dos alas, y las puertas de los dormitorios daban a un lado del pasillo. Del otro lado había ventanas al jardín.
Bella entró en el gran dormitorio que Edward le había asignado. Parecía cómodo, pero todo estaba cubierto de polvo, incluso el espeso cobertor de la cama, dorado. Había una gran alfombra oriental de los mismos colores, que cubría el suelo casi totalmente. A los pies de la gran cama con dosel había un gran arcón marinero, y dos sillas cubiertas con terciopelo color verde claro junto a una pared.
En la habitación no había chimenea, pero Bella supuso que no sería necesaria en un clima tan cálido. La ventana que daba a la extensión de césped permitía una hermosa vista de la montaña. Pero Bella se sintió desilusionada al ver que la montaña todavía estaba oscurecida por las nubes.
Abrió el arcón que estaba a los pies de la cama; lo encontró vacío. En un rincón de la habitación había un biombo tallado que ocultaba una bañera bastante grande. Bella pasó el dedo por el borde del biombo para quitar el polvo, y luego colgó allí sus vestidos. Puso su peine de plata sobre la mesa junto a la cama, retiró el cobertor y lo sacudió, mirando las partículas de polvo que flotaban en el aire, volvió a poner el cobertor y quitó el polvo del resto de los muebles con las manos, hasta que el joven Erick, el asistente de la cabina del barco, entró en la habitación con los primeros baldes de agua tibia, seguido por Sue, con toallas y jabón.
Por la puerta abierta, Bella oyó risas de mujeres que llegaban desde el piso bajo.
–¿Hay otras mujeres aquí? –preguntó sorprendida.
–Sí. Un par de muchachas del pueblo acaban de llegar –replicó Sue–, para ayudar en la cocina. Son muchachas bonitas, de piel clara y cabellos oscuros. Hablan español.
–¿De veras? –dijo Bella–. Pensé que Saint Martin sólo estaba ocupada por franceses y holandeses.
–Aparentemente no, pequeña.
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