Prólogo
Desenmascarado
Bella no podía hacer nada, excepto huir. Y rezar, porque ésa era su única salvación.Sin duda acudiría la policía. ¡Había habido un asesinato! Cielo santo, sí. Sin duda acudiría la policía.
No, sus esperanzas eran vanas. El asesinato no había ocurrido allí, de modo que la policía no iría al castillo. Pero si permitía que esa certeza dominara su mente, el pánico se apoderaría de ella. Y debía mantenerse alerta, porque estaba huyendo, porque ni siquiera conocía el rostro del mal que la acechaba.
Se hallaba lejos del gran castillo de Masen y oía su propia respiración laboriosa, como un viento feroz que la arrastraba consigo. Al fin tuvo que detenerse. Sin embargo, al hacerlo, comprendió que el sonido que había oído no procedía únicamente de sus ávidos pulmones. El viento se había levantado y retozaba entre los árboles, que formaban sobre su cabeza un extenso dosel. Bella se alegró, confiando en que la furia de los elementos disipara la bruma que siempre parecía pesar sobre aquellos bosques, tan cercanos a los yermos páramos cubiertos de matorrales.
Había además luna llena. Si la bruma se disipaba, podría ver más claramente. Pero también la verían a ella aquéllos que la perseguían.
Respiró hondo, trabajosamente, y cuando creyó que podía ponerse en marcha otra vez, giró despacio sobre sí misma, intentando orientarse. El delicado lazo de encaje de la parte de atrás de su falda se enganchó en una rama y Bella lo desprendió de un tirón, desgarrándolo. Sólo pensaba en escapar y en salvarse.
La carretera quedaba al este. La carretera hacia Londres, hacia la civilización, hacia la cordura, quedaba al este. Por fuerza tenía que pasar por allí algún carruaje de regreso a la ciudad. Si podía llegar a la carretera antes de que el asesino diera con ella…
Estaba segura de que aquella trama se tejía desde hacía largo tiempo, segura de que aquel hombre tenía intención de destruirla para asegurarse de que jamás contara lo que sabía; de que jamás desvelara los secretos del castillo de Masen.
En medio de la oscuridad y la niebla, que la furia creciente del viento hacía girar, oyó el sonido espectral de un aullido. Los lobos clamaban al cielo. Sin embargo, en ese instante, Bella no les tenía ningún miedo. Porque conocía el verdadero peligro. Y éste podía ser una bestia, pero se presentaba bajo la forma de un hombre.
El fragor del follaje la alertó de que alguien se acercaba. Bella se irguió y rezó porque el instinto le proporcionara una señal, un modo de huir… Pero el ruido estaba cerca, demasiado cerca.
«¡Corre!».
Aquella orden resonó como un grito en su cabeza. Pero era ya demasiado tarde cuando consiguió reunir fuerzas. El salió por entre los matorrales.
—¡Bella!
Ella conocía bien aquella voz. Se quedó paralizada, con el aliento y el corazón suspendidos en la garganta. Y clavó la mirada en el rostro de aquel hombre: ¡el rostro bajo la máscara!
Había conocido aquel rostro antes sólo por el tacto, lo había visto en fugaces momentos de abandono. Era un rostro sorprendente, rudo, pero bello, provisto de un recio mentón y una nariz fina y recta. Y los ojos…
Bella siempre había visto con claridad aquellos ojos, que la habían desafiado, medio desdeñado, y que también a veces se habían posado sobre ella con repentina y melancólica ternura.
Durante un instante fue como si el tiempo, el bosque y el viento mismo se detuvieran. Bella lo miró con fijeza, escudriñando su rostro. ¿Cuál era la máscara? ¿La bizarra careta de cuero en forma de animal? ¿O aquel rostro humano, mucho más sorprendente de lo que había imaginado, con sus facciones toscamente labradas, pero hermosas, tan clásicas en su forma que podrían haber pertenecido a un dios antiguo?
¿Qué era lo real? ¿La amenaza rapaz de la bestia o el ímpetu justiciero del hombre?
—Bella, por favor, por el amor de Dios, ven conmigo. Ven conmigo ahora mismo.
Mientras él hablaba, Bella oyó pasos tras ella. ¿Había alguien más? ¿Un salvador? ¿Alguien de apariencia mucho más corriente? ¿Uno de los otros, de ésos que decían ser sus adalides y que sin embargo se hallaban enmarañados en aquella trama en la que se mezclaban los misterios y las riquezas del pasado? El propio lord Vulturi, James, Félix, Riley… Oh, Dios, sir Jason…
Bella se giró bruscamente y se quedó mirando al hombre que surgió de la senda oculta entre árboles y arbustos.
—¡Bella! ¡Gracias a Dios!
Avanzó hacia ella.
—Tócala y eres hombre muerto —bramó el hombre al que ella conocía como «la Bestia».
—Va a matarte, Bella —dijo el otro suavemente.
—Eso jamás —respondió la Bestia en voz baja.
—¡Tu sabes que es un asesino! —gritó el otro.
—Sabes que uno de nosotros es un asesino —dijo la Bestia con calma.
—¡Por el amor de Dios, Bella, ese hombre es un monstruo! ¡Se ha demostrado!
Ella miró al uno y al otro, incapaz de ocultar la tormenta que se agitaba en su interior. Sí, uno de ellos era un asesino.
Y el otro era su salvación. Pero ¿cuál era cuál?
—Bella, rápido, ten cuidado… ven hacia mí —dijo el segundo.
El hombre al que ella conocía como «la Bestia» atrajo su mirada.
—Piensa despacio, amor mío. Piensa en todo lo que has visto y aprendido…, en todo lo que has sentido. Recuerda, Bella, y pregúntate cuál de los dos es el monstruo.
¿Recordar? ¿Qué tenía que recordar? ¿Rumores y mentiras? ¿O acaso el día en que llegó por vez primera a aquel bosque y oyó los aullidos… y el sonido de su voz?
El día que conoció a «la Bestia».
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