miércoles, 17 de noviembre de 2010

¿Por qué haces esto, Bella?


Capítulo 8 "¿Por qué haces esto, Bella?"

Decididamente fue un día largo, y así le pareció a Bella. Después de terminar de arreglar su vestido y su ropa interior, se ocupó en poner en orden el camarote. Advirtió que las dagas y el látigo habían desaparecido, pero eso esperaba. Apiló los libros del capitán; todos trataban sobre el mar, y no tenían interés para ella. Luego encontró lugar para guardar todas las cosas pequeñas de manera que cuando terminó, la habitación tenía un aspecto completamente distinto. Pero esto no le llevó mucho tiempo, y pronto se encontró paseando de un lado a otro buscando algo que hacer.
Decidió salir de la cabina para respirar aire fresco y para mirar la isla donde habían anclado. Pero en cuanto salió de la habitación, un individuo corpulento le gritó que no tenía permiso para estar en cubierta. El hombre parecía no estar dispuesto a admitir discusiones, de manera que Bella volvió a su prisión temporal y cerró la puerta de un golpe.
Como no tenía nada que hacer, Bella trató de dormir, pero la habitación no estaba aireada. Trató de abrir la ventanita, pero estaba atrancada y fue imposible moverla. Deseaba salir a cubierta y dejar que la brisa fresca desordenara sus cabellos. Pero no, esto no le estaba permitido, por orden del capitán, estaba segura. La idea de que podría tratar de escapar seguramente había pasado por la mente de Edward.
Bella de todas maneras pensaba escapar y, mientras se movía con inquietud por el camarote durante el día, fue madurando una idea que le dio nuevas esperanzas.
Bella se levantó para encender las velas cuando el camarote quedó a oscuras al acercarse el ocaso. El aire fresco de la noche acariciaba sus mejillas, y se volvió para ver a Edward parado en la puerta abierta.
–¿Me echabas de menos, pequeña? –preguntó, con un atisbo de risa en su voz.
Bella retrocedió cuando él cerró la puerta y comenzó a desanudar el látigo que llevaba colgado en el pecho, con el mango sobre un hombro.
–No me has contestado.
–Si nunca volviera a verte, sería la mujer más feliz del mundo.
–Me alegro de ver que sigues tan dulce como siempre –dijo él con sarcasmo.
–Y tú, por lo que veo, sigues siendo un cobarde. Tienes miedo de estar en la misma habitación conmigo sin el látigo para protegerte –soltó Bella con más coraje a medida que se enojaba.
Edward le sonrió y dejó caer el látigo sobre la mesa.
–Pronto probaré que no necesito este látigo para domarte.
Bella no lo comprendía. Pero cuando se oyó un golpe a la puerta, pronto olvidó lo que estaba pensando. Un joven camarero trajo una gran bandeja de comida y la colocó sobre la mesa. Miró tímidamente a Bella, antes de partir, dejándola nuevamente sola con el capitán.
Comieron en silencio, y Bella no apartaba los ojos del plato. Sabía que Edward la observaba. Nuevamente tardó todo lo que pudo en terminar la comida, pero esta vez a él no pareció importarle. Quizás estaba cansado, pensó ella esperanzadamente, yno le pediría nada esa noche.
–¿Te gustaría salir a dar un paseo?
Bella levantó la mirada, y se encontró con sus sonrientes ojos verdes.
–Hoy quería salir, porque hacía mucho calor aquí. ¿Por qué no me lo permitieron? –preguntó Bella, tratando de mantener su voz tranquila.
–Porque no quiero que salgas a cubierta durante el día –replicó él.
–¿Pero por qué? En el 'Canción del Viento' tenía que quedarme abajo para evitar tentar a la tripulación. Pero tu tripulación ha ido a la costa, y no habría nadie para verme si saliera a cubierta. ¿Aún tienes miedo de que escape? –preguntó Bella con malignidad.
–No, no escaparás, Bella, de manera que quítate la idea de la cabeza. Aunque lograras llegar a la costa, no tendrías adónde ir. Yo te encontraría.
–¿Entonces por qué debo permanecer en la cabina? Al menos déjame la libertad de andar por el barco mientras no está la tripulación, con eso no puedo hacer ningún daño.
–No toda la tripulación está en la costa, Bella. Y hay muchos barcos en el puerto. Los muelles están llenos de hombres. Prefiero que no te vean a bordo de mi barco.
–¿Tienes miedo de que me rescaten y de que te ahorquen por pirata? –preguntó ella.
–No es eso, pequeña –Sonrió él–. Algún traficante de esclavos podría subir a mi barco durante la noche y raptarte. Tu destino sería mucho peor de lo que es ahora.
–Dudo de que pudiera ser peor –replicó ella, echándole una mirada despreciativa–. Muy bien, entonces. ¿Cuánto tiempo estarás en este puerto?
–No mucho. Un día más, quizá.
–Y de aquí ¿saldrás hacia Saint Martin?
–Sí.
–Entonces ¿una vez que salgamos, podré...?
–¡No! –Él la interrumpió, anticipando la pregunta–. Eres demasiado tentadora, Bella.
–Eso es ridículo. No soy diferente de ninguna otra mujer, y tus hombres seguramente ya están saciados en este momento.
–Sí, seguramente están saciados y satisfechos de sí mismos. Pero si te permitiera salir a cubierta todos los días, habría dificultades. Eres muy deseable, Bella, y no quiero que mis hombres se tienten al verte.
–Tus hombres ya me han visto.
–Sí, y saben que eres mía. Recordarán que eres hermosa, y dirán que el capitán es un hombre afortunado. Pero si te vieran todos los días, alguno podría arriesgar su vida por poseerte.
–¿De qué manera?
–No comparto mis mujeres, Bella. Mataré a cualquier hombre que te toque –respondió él.
Bella se estremeció, recordando al hombre que había estado a punto de morir en el 'Canción del Viento' a causa de ella. Pero no importaba, porque ella no estaría en ese barco al día siguiente. Sólo trataba de ganar tiempo, porque aún tendría que luchar con Edward esta noche.
–No eres razonable, capitán. No tengo nada que hacer en tu camarote. Tus libros no me interesan, no tengo nada que hacer, y esta habitación es insoportablemente calurosa. ¿Al menos no podría salir durante el día? Tú puedes vigilarme.
Edward suspiró y se apoyó en el respaldo de su asiento.
–Tengo que dirigir el barco. No puedo concentrarme en mi barco y preocuparme por ti al mismo tiempo. Si estás aquí, sé que estás segura. Además, el hecho de que yo te mire o no, no te oculta de la vista de mi tripulación. En cuanto al calor, sólo necesitas abrir la ventana.
–La ventana está atrancada –replicó Bella con frivolidad.
Edward se puso de pie, fue hasta la ventana, y la abrió fácilmente.
–Creo que no eres tan fuerte como piensas, pequeña. Ahora, ¿te gustaría dar ese paseo?
Sin responderle, Bella se levantó y salió de la cabina. No esperó a Edward, sino que echó a andar hasta llegar a la barandilla de la cubierta delantera. Allí quedó, maravillada por la belleza de la luna llena tropical brillante en el horizonte, que iluminaba el agua negra. El mar estaba sereno y una brisa fresca desordenaba los cabellos de Bella, tranquilizándola.
A lo lejos la isla se veía bañada por la luz de la luna. Bella veía el perfil de las altas montañas al fondo, pero la ciudad frente a ella podía haber sido un puerto de cualquier lugar del mundo. No veía nada de la belleza tropical que esperaba encontrar en el nuevo mundo. Pero por supuesto era de noche, y lo único que veía eran los edificios que bordeaban el muelle.
Era una noche cálida y hermosa... una noche para el amor. Bella sabía que podía esperar muchas noches así cuando llegara a Saint Martin, y esperaba que allí encontraría el amor... un amor que le haría olvidar esta pesadilla que estaba viviendo.
Sentía la presencia de Edward detrás de ella. Mirando hacia abajo, vio las manos de él aferradas a la barandilla, a ambos lados de su cuerpo, que no le dejaban lugar para escapar. Estaba parado tan cerca que su cuerpo tocaba el suyo; luego ella sintió sus labios contra su cuello. Se le erizó la piel, y todo su cuerpo se estremeció, y se dio cuenta de que debía liberarse de estas sensaciones antes de que fueran más intensas.
–¿Por qué me hiciste creer que habías matado a casi toda la tripulación de 'Canción del Viento'?
Él rió suavemente y le rodeó la cintura con sus brazos, oprimiéndole contra él.
–Querías creer lo peor de mí, y yo no veía razón para negarte esa satisfacción, ya que era todo lo que tenías. Lamento desilusionarte, pero no soy tan carnicero como piensas.
–¡Pero eres un pirata! –exclamó ella, volviéndose para mirarlo.
–No exactamente. Otra vez debo desilusionarte. Soy un marino que actúa bajo las leyes de Inglaterra. Sólo asalto navíos españoles... barcos que llevan oro de vuelta a España. ¿Sabes cómo obtienen los españoles ese oro, Bella? –preguntó Edward, con voz repentinamente dura–. Matando hombres, mujeres y niños. Los españoles esclavizaron a los nativos de las islas caribes que conquistaron, y los hicieron pasar hambre para luego matarlos porque no trabajaban lo suficientemente rápido. Y cuando los indios nativos quedaron exterminados, los españoles trajeron esclavos negros y no los trataron mejor. No amo a España y me satisface arrebatarle su oro y llevarlo a Inglaterra. Tal vez te sorprenda enterarte de que hay bucaneros franceses que hacen lo mismo, y llevan el oro a Francia.
–¡Mientes! Todo lo que haces es mentir. Si sólo asaltas a los españoles, ¿por qué asaltaste a 'Canción del Viento'?
–Quería subir a bordo y hablar contigo, o negociar con el capitán para saber adónde te llevaba. 'Canción del Viento' hizo fuego primero, y yo jamás he escapado a una pelea, Bella, sin embargo, como la batalla continuaba, di órdenes de evitar las matanzas. Subí al barco, te tomé, y desaparecí.
–¡Pero eso es piratería!
–Ese es el resultado de una batalla.
–¡No tendrías por qué haberme violado!
–No, es cierto, pero eras demasiado tentadora, pequeña. Creo que no tuve voluntad para resistirte. –Daba la impresión de que se burlaba de ella. Luego la atrajo hacia él y sus labios oprimieron los de la muchacha. Cuando ella trató de apartarlo, él la oprimió más fuerte, apretando su cuerpo contra el de ella. Ella sentía su deseo, y sabía adónde conduciría ese beso. ¿Qué podía hacer esta vez? ¿Cómo podía luchar contra el placer que ya sentía en su cuerpo?
Edward la dejó repentinamente, y Bella cayó contra la barandilla, respirando pesadamente. Contempló su expresión divertida, claramente iluminada por la luz de la luna, y le enfureció que jugara tan claramente con sus sentidos.
–Ven –dijo él, tomándole la mano y llevándola mientras volvía a su camarote.
En la privacidad de la pequeña cabina, Edward cerró la puerta, y Bella corrió hasta el otro extremo de la larga mesa. Al ver el maldito látigo allí, lo tomó y lo arrojó por la ventana abierta, una vez hecho esto enfrentó a Edward con expresión desafiante.
Pero él obviamente estaba divertido.
–No pensarás resistirte, ¿verdad, pequeña? He pensado todo el día en este momento. –Sus suaves ojos verdes se encontraron con los ojos color café oscuro de ella–. Quítate el vestido, Bella. Llegó el momento.
¿Qué puedo hacer?, pensó Bella sintiéndose muy desdichada. ¡Qué cobarde soy! Temo más al látigo que a la muerte misma. Tendría que haber saltado por la borda hoy, pero ahora es demasiado tarde.
–¡Ahora! –rugió Edward.
Ella gritó su furia y su frustración. Él desgarró nuevamente el vestido zurcido, y luego le arrancó las mangas, destrozándolo aún más. Ella se quitó la enagua por encima de la cabeza y se la arrojó a Edward. Luego se tendió en la cama y esperó.
Edward se desvistió rápidamente y fue hacia ella. Cuando se acostó a su lado, ella lo miró salvajemente, con los ojos cafés muy abiertos y ardientes.
–Te odio, Edward, con todo mi ser. Detesto tu contacto, de manera que si has de violarme, que sea rápido –dijo Bella.
Pero él no le prestaba atención.
–Esta noche no, Bella. Esta noche descubrirás la alegría de ser mujer.
–Tu orgullo es grande, monsieur. –Bella rió amargamente–. Se necesitaría un hombre mejor que tú para enseñarme esas alegrías.
Cuando el rostro de él se oscureció, ella supo que su recurso había tenido éxito. Él le separó las piernas y la penetró con crueldad, pero ella prefería el dolor. Esta vez estaba demasiado desesperada como para sentir placer, y sólo cuando él terminó logró relajarse.
–¿Por qué haces esto, Bella? ¿Por qué te niegas el placer que puedo darte?
Ella abrió los ojos y lo vio contemplándola, y se dio cuenta de que el peligro no había terminado.
–No me niego nada. Sólo dije la verdad –replicó, con voz llena de desprecio.
–Eres una bruja.
–Y tú, monsieur, eres el demonio encamado.
La habitación se llenó con la risa de él.
–Sí lo soy, hacemos una buena pareja, tú y yo.
Él bajó de la cama y se puso los pantalones y luego sirvió vino en su vaso. Antes de beber, se inclinó, recogió el vestido de ella y lo colocó sobre la silla.
–Tendrás que cuidar mejor tus ropas, pequeña. No te quedarán tan bien las mías.
–Tengo otros vestidos –replicó ella.
– ¿Sí? ¿Y dónde podrían estar?
–En mis baúles, por supuesto.
–No hemos traído baúles a este barco, Bella. Sólo a ti, a tu criada y a tu dote.
Los ojos de ella se abrieron muy grandes.
–¡Mientes otra vez!
–¿Por qué habría de mentirte sobre esto?
–¡Pero mi ropa estaba en uno de esos baúles! –gritó ella.
–Estoy seguro de que tu futuro marido te comprará otro ajuar.
–¡Pero yo no quiero otro! –Bella sentía que iba a llorar, y no podía contener las lágrimas–. Trabajé un mes en mi vestido de bodas. Era un hermoso vestido y tú... tú... –se echó a llorar, ocultando el rostro en la almohada.
–¡Madre de Dios! No lloras por la pérdida de tu virginidad, y lloras por un maldito vestido perdido. ¡Malditas sean todas las mujeres y sus lágrimas! –Edward tomó su camisa y salió del camarote, cerrando la puerta de un golpe.

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