lunes, 29 de noviembre de 2010

"No necesito tu compasión"


Capítulo 11 "No necesito tu compasión"

Edward se aferraba con fuerza al volante, intentando controlar la velocidad para no dejar atrás el destartalado Volkswagen de Alice. Había infringido sus reglas al permitir que Bella se fuera con ella, pero una chica necesitaba a su mejor amiga en un momento así. Él no podía serle de ninguna ayuda. Y, por el bien de ambos, tenía que mantener las distancias.
Cuando llegaron a casa, evitó mirarla y se encerró en su habitación. El viento azotaba las ventanas, pero no podía amortiguar los sollozos procedentes de la cocina.
No soportaba oírla llorar, y tampoco podía ir a consolarla, así que metió un CD en el reproductor y se puso los auriculares. Se quitó los zapatos y se tumbó en la cama. Bella no merecía a un hombre como él. Permitir que desarrollara una dependencia sentimental hacia él y luego abandonarla era de una crueldad intolerable. Bella estaba pagando las consecuencias por haberse comprometido con el hombre equivocado. Edward no estaba dispuesto a ser el siguiente hombre que le destrozara el corazón.
Cuatro CD's más tarde, se quitó los auriculares y salió de puntillas al pasillo. La casa estaba oscura y en silencio. Tenía el estómago vacío, de modo que fue a la cocina y sacó una manzana del frigorífico. Sobre la encimera vio un envase vacío de helado de chocolate. Alice debía de haber ido a hacer una compra de emergencia. Sacudió la cabeza. ¿Qué les pasaba a las mujeres con el chocolate?
De vuelta a su habitación, se detuvo en seco al ver a Bella en el porche trasero, mirando el jardín. No llevaba abrigo y estaba temblando, abrazada a sí misma. Debía de estar helada de frío. O angustiada. O las dos cosas. A Edward se le hizo un nudo en la garganta.
No era asunto suyo.
Corrió al salón y miró entre las cortinas. El coche de Alice no estaba.
No era su problema.
Apretó los puños y volvió a su habitación. Se desnudó y se metió bajo las sábanas, decidido a olvidarse de Bella y dormir. Pero la imagen de Bella sola en el porche se proyectaba con toda nitidez en sus párpados cerrados. Puso un CD de los Righteous Brothers y subió el volumen. Hacía años que no escuchaba a ese grupo. Pero al término de la primera canción no pudo aguantar más y se levantó de la cama. Vestido tan sólo con unos calzoncillos negros, fue hasta la puerta del jardín. Allí esperó unos segundos. Finalmente, suspiró y giró el pomo.
El frío aire nocturno le atravesó los pulmones cuando salió al porche y se acercó a Bella, quien seguía en el mismo sitio.
—¿Bella? —le puso las manos en los hombros. Tenía la piel fría y estaba temblando.
Ella se estremeció al recibir el tacto y se puso rígida.
—Ve… vete —susurró. Los dientes le castañeteaban.
—Hace frío. Entra en casa.
—De… déjame sola. Te… tengo mucho que pe… pensar.
Ignorando su débil resistencia, le hizo darse la vuelta y la abrazó.
—Comprendo que estés dolida —le dijo. Y él también lo estaba por verla así.
—No ne… necesito tu co… compasión —balbuceó ella, empujándolo tímidamente.
—¿Y mi consuelo? —le acarició los sedosos rizos—. ¿Y mi amistad?
Ella soltó un débil gemido, lo abrazó por la cintura y apoyó la mejilla en su pecho.
—Estás helada —dijo él, apretándola—. ¿Cuánto tiempo llevas aquí fuera?
—No… no lo sé —murmuró—. De… desde que Allie se ma… marchó.
El miedo le atenazó la garganta a Edward. Bella estaba al borde de una hipotermia. Tenía que hacerla entrar en calor cuanto antes.
—¿Qué intentas, convertirse en un polo? —la levantó en brazos e, ignorando su chillido, atravesó el porche hasta el jacuzzi.
—¿Qué… qué estás ha… haciendo? —preguntó ella aferrándose a su cuello.
—Haciéndote entrar en calor —la dejó en el banco del jacuzzi, sumergida hasta los hombros, y se sentó a su lado. Ella siguió aferrada a él—. ¿Te asusta el agua?
Ella se apartó. Su rostro aparecía encendido a la luz de la luna. Suspiró y se sumergió hasta que la barbilla tocó la burbujeante superficie. Una espesa nube de vapor se elevaba, envolviéndolos en una íntima humareda.
—¿Te sientes mejor? —preguntó él, aliviado de ver cómo el color volvía a sus mejillas.
—Mucho mejor.
—Estarías más cómoda si te quitaras el vestido.
Bella dio un respingo.
—¡Mi vestido nuevo! ¡Y mis zapatos!
—Lo siento. Te compraré otros. Tenía que meterte en el agua enseguida. Deberías quitarte la ropa mojada. Te calentaras más rápido.
—No lo creo.
—¿Por qué no? Tu ropa interior es como un bañador —se sentó en el banco de enfrente.
—Bueno… —se mordió el labio inferior—. La verdad es que la ropa mojada es un poco… incómoda.
Edward mantuvo la mirada fija en el cielo estrellado e intentó no prestar atención al chapoteo que provocaba Bella mientras se desnudaba. De la ventana de su habitación salía la música de los Righteous Brothers. Su intención había sido que Bella estuviera cómoda y tranquila. Entonces, ¿por qué de repente le parecía una mala idea?
—Mmm… qué agradable.
Edward bajó la mirada y se encontró con sus ojos ambarinos brillando a la luz de la luna. Su autocontrol se tambaleó. Respiró hondo, aspirando el aire frío mezclado con vapor, en un desesperado intento por mantener el equilibrio. Los grillos cantaban en la oscuridad, burlándose de sus inútiles intentos.
—Me siento tan ligera… como si pudiera flotar —dijo ella agitando el agua.
Él cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás. En el agua siempre se había sentido más relajado que en ninguna otra parte… hasta ahora.
—Gravedad cero. Siempre me ha encantado esa sensación. Deberías probar a hacer submarinismo en el Caribe. Es increíble —consiguió relajarse un poco y dejó que los brazos flotaran en la superficie. De fondo se oía la canción Unchained Melody.
—Bésame —susurró Bella.
Edward se hundió como si fuera una roca. El agua caliente le cubrió la cabeza y se le metió por la nariz. Emergió bruscamente, tosiendo y escupiendo agua.
—¿Qué? —preguntó con voz ahogada.
—Dijiste que no me besarías hasta que te lo pidiera. Pues te lo pido ahora.
A Edward se le hizo un nudo en el estómago. Quería hacerlo. Era lo que más deseaba. Pero no podía. Negó con la cabeza.
—No creo que…
—Por favor —suplicó ella con voz temblorosa—. Por favor, Edward.
Su ruego se le clavó en el pecho y le traspasó el corazón. Bella buscaba reafirmar su seguridad después de la debacle en su ensayo de boda. Era comprensible. Y él podía dejar a un lado sus sentimientos y darle lo que tanto necesitaba, ¿no? Cubrió la distancia que los separaba y se detuvo a escasos centímetros de ella.
Bella levantó una mano y con la punta de los dedos siguió el rastro de las gotas que le resbalaban por la mejilla. Lentamente, él sacó las manos del agua y la agarró por los hombros con suavidad.
—¿Estás segura?
Ella se derritió en sus brazos, abrazándolo por el cuello. El aspiró su olor a fresas y se le aceleró el pulso. La miró a los ojos y vio en ellos una invitación que no podía rechazar. Soltó un gemido. Estaba perdido.
Acercó la boca a la suya y le rozó los labios como la caricia de una pluma. Bella dejó escapar un débil suspiro y abrió la boca para recibirlo. Él introdujo la lengua y se deleitó con el sabor a chocolate y a dulzura femenina.
Todos los restos de timidez e inseguridad de Bella desaparecieron. Le devolvió el beso con toda la pasión de que era capaz, deslizando los dedos por sus mejillas, su mandíbula y su cuello. El poco autocontrol que le quedaba a Edward se hizo añicos. Le entrelazó los dedos en el pelo e intensificó el beso. Sentía los latidos de Bella contra el pecho, así como el roce tentador de sus pezones.
Con el pulso atronándole en los oídos, sumergió las manos y le apretó las palmas contra los pechos. Ella se estremeció y gimió. Él se retiró y le mordisqueó el lóbulo de la oreja. Lamió las gotas de su piel y la besó por el cuello. La agarró por la cintura y sacó del agua la parte superior de su cuerpo. Los endurecidos pezones de Bella se transparentaban en el sujetador empapado. Inclinándose, tomó uno de ellos con la boca y lo succionó a través de la tela.
Ella se arqueó y le clavó los dedos en los hombros. Su respiración era rápida y agitada.
—Hazme el amor.
Edward se imaginó quitándole la ropa interior, penetrando su cálido interior y poseyéndola apasionadamente contra la pared del jacuzzi. Pero entonces lo asaltó un ataque de conciencia, que le sofocó la pasión tan eficazmente como un cubo de hielo.
Ella lo miró con una expresión de absoluto desconcierto.
—Cariño, no podemos hacerlo.
—¿No quieres hacerlo? —preguntó ella, aturdida.
—Sí, claro que quiero —era un cretino. Había querido consolarla y en vez de eso le había hecho aún más daño—. Pero lo que deseo no importa. Estas confusa y vulnerable. No puedo llevarte a la cama.
El rubor cubrió las mejillas y el cuello de Bella. Lo empujó y se apartó de él.
—Te dije que no quería tu compasión. Ya has hecho tu buena acción del día, Señor Boy Scout.
Él le tocó la mejilla, pero ella retrocedió con expresión dolida. A Edward se le hizo un nudo en la garganta que le dificultó el habla.
—Te he besado porque quería hacerlo, no por compasión.
—Claro —dijo ella con voz tensa—. Te encanta burlarte y jugar con las personas. Nunca me has deseado de verdad. Todo ha sido una broma —se dispuso a subir los escalones, pero él la agarró del brazo y la hizo girarse.
—No es ninguna broma, Bella. Pero me niego a aprovecharme de tu dolor. Si lo hiciéramos, mañana tendrías remordimientos y me odiarías. O peor, te odiarías a ti misma.
—Es sorprendente. Consigues parecer sincero.
—¿Qué significa eso? —preguntó él endureciendo la mandíbula.
—No soy el tipo de mujer que los hombres puedan amar, ni siquiera desear. Eso lo sabemos los dos.
Sin pararse a pensar, Edward le agarró la mano y la presionó contra sus calzoncillos.
—¿Cómo explicas entonces mi erección?
Ella tragó saliva y retiró la mano. Edward se arrepintió de su falta de tacto.
—Lo siento —le dijo—. Ha sido una grosería.
—Entonces ¿me encuentras atractiva? —preguntó ella, mirándolo con ojos muy abiertos.
Él soltó un resoplido.
—¿Ves a alguien más en este jacuzzi? —le sonrió—. Maldita sea, Houdini, ya has estado dos veces pegada a mí. Has debido de notar mi interés.
—Interés, ¿eh? —dijo ella sacudiendo la cabeza. Una sonrisa curvó sus labios—. Y eso que ni siquiera lo estaba intentando. Imagínate.
Edward soltó una carcajada.
—Que Dios me ayude si alguna vez decides intentarlo. No creo que sobreviviera.
Ella volvió a acercarse a él, mordiéndose el labio.
—Te debo una disculpa. Tienes razón. Aunque cancelar la boda fuera lo mejor, estoy muy afectada y quería que me hicieras el amor por un motivo equivocado. Gracias por detenerte.
Edward recorrió con la mirada a la encantadora mujer que tenía a un palmo de distancia. Diez años antes, el presidente le había concedido la medalla del Congreso por su valor y coraje en el cumplimiento de su deber. Entonces no creía haber merecido tal honor. Pero por lo que acababa de hacer sí hubiera aceptado diez medallas como aquélla.
—Hoy has manejado una situación muy difícil con audacia y valentía. Puedes estar orgullosa de ti misma —le tomó la barbilla con la mano—. Te mereces a un hombre que reconozca lo especial que eres, que te ponga en lo alto de un pedestal. Te mereces lo mejor.
—Eres encantador —dijo ella con una sonrisa.
—No te creas, cariño —dijo él riendo, pero era una risa superficial.
—Lo creo —insistió ella, ensanchando la sonrisa.
Edward pensó en su futuro inmediato. Lo esperaban una ducha fría y otra noche de insomnio.
Y eso por fingir ser un hombre «encantador».

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