lunes, 29 de noviembre de 2010

"Cantante"


Capítulo 12 "Cantante"

A la mañana siguiente, Bella evitó la mirada de Edward cuando se subieron al Pinto. Las mejillas le ardían al recordar su erección bajo la mano. Con Mike siempre había contenido sus impulsos físicos, igual que él, pero eso porque sólo habían compartido una amistad. Entonces ¿por qué tenía esa reacción explosiva con Edward? Siempre había creído que el corazón tenía que participar para que el cuerpo respondiera.
El horror la invadió. ¿Significaba eso que sentía algo por Edward? Rezó porque sólo fuera deseo. Enamorarse de Edward sería el peor error posible. Le entregaría su corazón y él se marcharía, dejándola con un doloroso vacío en el pecho.
—¿Música? —la pregunta de Edward la sacó de sus pensamientos. Abrió el compartimiento y sacó un CD doble.
—¿Elvis? Éste no estaba aquí antes.
—Lo compré ayer, mientras te probabas el vestido —sonrió—. ¿Eres fan del Rey?
—No exactamente —dijo ella, deslizando el CD en la ranura. La voz profunda y suave de Elvis flotó en el coche, envolviéndola como una capa de miel.
—¿Entonces?
—Durante toda mi vida me ha encantado la música. Mis primeros recuerdos son de estar sentada en el regazo de mi padre mientras él interpretaba canciones de Elvis en su piano de segunda mano —sonrió al recordar—. La primera canción que me enseñó a tocar fue Love Me Tender, cuando yo tenía cuatro años.
—¿A esa edad sabías tocar el piano? —preguntó él, sorprendido.
—Tengo una especie de don. Si oigo una canción, puedo toVictoria —se echó a reír—. Una habilidad que volvía loca a mi madre, que siempre quiso tener talento musical para triunfar como actriz. Pero tenía un pésimo oído.
—¿Tu madre es actriz? A lo mejor la conozco.
—No lo creo, a no ser que te gusten los culebrones. Lleva quince años en la serie Light of The World —se encogió de hombros—. Es más probable que conozcas a mi hermano, Tyler Crowley.
—¿Tyler Crowley? ¿El tenista tres veces campeón de Wimbledon?
—El mismo. Mi madre y él usaban apellidos profesionales. Yo mantuve el de mi padre.
—Asumo que no estás muy unida a tu familia.
—Mi madre me mandó a un internado cuando yo tenía seis años. Sólo la veía un día al año, acompañada de un fotógrafo de la prensa del corazón. Cuando el fotógrafo aparecía, me sustituían por una modelo infantil. Renée decía que era para protegerme, pero… —sacudió la cabeza—. No importa.
—Cuéntamelo —le pidió él mirándola con ternura.
Tal vez la cruda verdad los devolviera a ambos a la realidad y acabara con aquella ridícula atracción, pensó Bella.
—Yo era una niña feísima. No sólo tenía una boca enorme y unos ojos de color raro, sino que además tenía que llevar aparatos para los dientes. Y encima era gorda. Renée es una mujer guapísima y siempre se ha preocupado mucho por su imagen.
—A mí me parece una mujer egoísta y cruel. Y por cierto, tú también eres una mujer muy guapa.
—Es muy amable por tu parte, pero he aceptado la verdad. No heredé ninguno de los atributos de mi madre. Me parezco más a mi padre.
—Tal vez sea ése el problema.
—¿Qué quieres decir?
—Muchas mujeres ven a las otras mujeres, incluso a sus hijas, como rivales. Tal vez tu madre estaba celosa de que tú y tu padre estuvieran tan unidos.
Bella pensó en aquella posibilidad, intrigada.
—A mí nunca se me ha ocurrido, pero tu teoría explicaría muchas cosas. No he visto a mi madre desde que me gradué. Siempre que la llamo, su publicista me dice que está muy ocupada.
—Es tu madre quien más ha perdido. Considérate libre de ella —le dio un apretón en el hombro—. Comparado con tu caso, yo lo tuve mucho más fácil.
Bella recordó el primer beso que Edward le dio en la frente, cuando iban en la lancha.
—Alguna vez has mencionado a tu madre adoptiva. ¿Qué les pasó a tus padres?
—No importa —dijo él, repentinamente tenso—. ¿Dónde está tu padre?
—Murió cuando yo tenía cinco años.
Él le dedicó una mirada compasiva antes de devolver la atención a la carretera.
—Lo siento, cariño. No quería hacerte revivir ningún trauma.
—Me gusta recordarlo. Era un hombre maravilloso. Un año antes de su muerte, Renée le compró un piano nuevo. No era gran cosa, pero a mi padre le entusiasmaba. Le sacaba brillo cada día. Yo quería demostrarle cuánto lo quería, así que tomé un rotulador indeleble y tracé el contorno de mi mano bajo el teclado. Al lado dibujé un corazón. Imaginé que al verlo pensaría en mí.
—Seguro que se emocionó —dijo Edward sonriendo.
—Estaba trabajando, sirviendo mesas mientras intentaba hacer carrera como músico. Fue Renée quien lo vio primero. Se puso tan furiosa que me azotó con una cuchara de madera y me mandó a la cama sin cenar. Estuve llorando hasta quedarme dormida.
—¿Qué hizo tu padre al descubrirlo? —los ojos de Edward ardieron de ira.
—Me llevó al piano y tocó Love Me Tender, y luego me preguntó por qué lo había hecho. Cuando se lo expliqué, sus ojos se llenaron de lágrimas y entonces… escribió nuestras iníciales en el corazón y dibujó su mano al lado. Me dijo que siempre que mirase las marcas se acordaría de lo mucho que su pequeña significa para él —las lágrimas empezaron a afluir a sus ojos y parpadeó rápidamente—. Poco tiempo después, mi madre se divorció de él y se fue a vivir con un actor. Por aquel entonces, las madres siempre obtenían la custodia de los hijos, la merecieran o no. Seis meses más tarde, mi padre murió. El médico dijo que era la neumonía, pero su corazón estaba roto. Había perdido las ganas de vivir. Murió porque Renée no pudo controlar su libido.
—Eso lo explica todo —murmuró Edward en voz baja.
—¿Qué?
—Nada.
—Me dejó el piano, pero Renée lo entregó a una institución benéfica. Desde entonces no he podido volver a tocar Love Me Tender. Pero nada puede arrebatarme los recuerdos. Cada vez que estoy preocupada o asustada, tarareo una canción de Elvis y siento que mi padre está conmigo —miró el perfil de Edward, que estaba muy serio y aferraba con fuerza el volante—. Bueno, ya te he confesado mi sórdido pasado. ¿Qué hay del tuyo?
—No hay tiempo para eso —respondió él con el ceño fruncido—. Ya hemos llegado al palacio de justicia. Te seguiré hasta el banco, como siempre.
Bella bajó del Pinto y se alejó por la acera. Cada vez que intentaba indagar en la vida de Edward, éste se retraía. Su infancia debía de haber sido una pesadilla. ¿Sería el recuerdo de algún abuso lo que lo hacía llorar por las noches, la razón del dolor que ocultaban sus ojos? No era extraño que tuviera problemas para confiar en la gente.
Una vez en el banco, se sentó en su despacho a ordenar informes, pero su cabeza estaba en otra parte. ¿Cómo podía ayudar a Edward? ¿Habría algún modo de sanar sus heridas? Levantó la mirada justo cuando él entraba, disfrazado y con una taza humeante.
—Hola, jefa. Te traigo un café —se sentó en el borde de la mesa y le tendió la taza.
—¿Intentando hacerle la pelota a la jefa? —preguntó ella, sonriendo.
—No, si quisiera hacerlo, me metería bajo su escritorio.
—Hablando de eso, le debes un traje nuevo a Jenks o la factura de la tintorería —dijo, fijándose en un montón de folios manchados de tinta—. Me sorprende que no me despidiera —sacudió la cabeza—. Su traje beige salpicado de tinta azul. Qué desastre… —miró los papeles y frunció el ceño—. Tinta azul.
—Sí, es azul —corroboró Edward—. ¿Y qué?
—Una de las reglas de Jenks es utilizar tan sólo bolígrafos de tinta negra en el banco. Le parece mucho más profesional y se fotocopia mejor —tocó la tinta seca—. Pero ésta es azul. ¿De dónde he sacado yo ese bolígrafo? —se dio unos golpecitos en la barbilla, intentando recordar—. ¡Ya está! Fue el día en que te enseñé la cámara acorazada. Tomé el bolígrafo de la estantería, anoté la hora de entrada y me lo guardé en el bolsillo. No me fijé en el color de la tinta porque estaba… distraída.
—¿Y eso qué puede significar?
—Una de las malas costumbres del personal de un banco es recoger todos los bolígrafos que vemos por ahí. Sólo Victoria y yo teníamos acceso a la cámara acorazada. Si pudiéramos seguir el rastro de este bolígrafo azul…
—Me gusta cómo funciona tu mente —dijo él levantándose—. ¿Dónde está el bolígrafo?
—Lo tiré —miró en la papelera—. Vaya, el personal de limpieza la vació anoche.
—¿Dónde tiran la basura?
—Los documentos son hechos trizas, el papel es reciclado y la basura… —soltó un gemido—. No, de ningún modo vamos a buscar un bolígrafo en el vertedero.
—¿Tienes un plan mejor? —preguntó él con una sonrisa.
—Sí, ponernos a trabajar. ¿Qué pasaría si alguien nos ve? Además, sería como buscar una aguja en un pajar.
—¿Dónde está tu espíritu aventurero? —le quitó la taza y la dejó sobre la mesa.
—En casa, con mi traje antirradiaciones —se estremeció—. Vas a tener que hacerlo solo, agente secreto. No pienso hurgar en un basurero.
—Puede que no tengas que hacerlo —dijo él, con la mirada fija en la taza. La apartó y levantó el archivador—. Mira —agarró la mitad de un bolígrafo.
—Vaya, debió de caérseme aquí sin darme cuenta. Muchas gracias.
Edward observó el bolígrafo con ojos entrecerrados.
—¿… Blue Moon Club?—leyó.
—El Blue Moon Club es un local de jazz que hay en el centro.
—Tenemos que comprobar inmediatamente si Victoria está involucrada en las falsificaciones y frecuenta ese local.
—No puedo irme ahora. ¡Me despedirían!
Edward marcó un número en el teléfono.
—Supongo que Jenks tendrá buzón de voz —dijo, y puso una voz nasal—. Buenos días. Soy el doctor Franklin. La señorita Swan está enferma de laringitis y no podrá acudir al trabajo en varios días. En su estado necesita tratamiento y reposo absoluto —colgó y sonrió, muy satisfecho de sí mismo—. Ya está.
—¿Pero quién va a ocuparse de la oficina?
—Puede que cuando Jenks se haya encargado de tu trabajo por una temporada, lo valore como es debido.
—Después de esto, no creo que tenga ningún trabajo —dijo ella, pero lo siguió al coche.
Edward se detuvo en una gasolinera para cambiarse de ropa. Se quitó el horrible traje y se puso una camiseta negra de rayón, unos pantalones plisados y una chaqueta deportiva.
—Háblame del Blue Moon —dijo cuando volvió a estar al volante.
—He oído que es un local agradable, aunque no se puede decir lo mismo del barrio. Alguien compró el edificio hace dos años y lo renovó.
El tráfico de la mañana se fue despejando mientras Edward circulaba por calles estrechas.
—Ya veo lo que querías decir del barrio —giró en una esquina y señaló un edificio de dos plantas pintado de azul. En un letrero de neón se leía Blue Moon Club—. Parece que está cerrado. Seguramente no abran hasta la noche, así que podemos echar un vistazo.
Aparcó a dos manzanas y fueron caminando hasta la entrada.
—Dentro está oscuro —susurró ella mirando por la ventana, donde estaban pegados unos anuncios solicitando personal.
—¿Por qué hablas en voz baja? —le preguntó él con una sonrisa.
—Será por la laringitis —respondió con voz normal.
Edward se echó a reír y fue hasta un callejón lateral lleno de basura. Dos contenedores emanaban un hedor nauseabundo, provocándole un estremecimiento a Bella.
—Ahí tienes tu oportunidad para rebuscar en la basura —dijo él agarrándole la mano.
—Creo que pasaré —replicó ella con una tímida sonrisa.
Edward se detuvo frente a una puerta metálica y miró por un grueso cristal protegido por alambres. Después miró a ambos lados e intentó girar el pomo.
—¿Qué haces? Entrar en el despacho de Jenks era una cosa, pero…
—Ahora sí que deberías hablar en voz baja. Conseguiremos más si no anuncias nuestra presencia a todo el barrio.
—¿Y si hay alguien dentro?
—Me temo que tendré que dispararle —vio el rostro aterrorizado de Bella y se echó a reír—. Tranquila, cariño. Sólo estaba bromeando. No hay moros en la costa.
—¿Puedo ayudarlos? —preguntó una voz grave tras ellos.
Bella se volvió y se colocó delante de Edward, ocultándolo a la vista del desconocido. Era un poco más bajo que Edward, pero le sacaba al menos cinco kilos de puro músculo. Unos bíceps como rocas se hinchaban bajo las mangas de su camiseta blanca. Tenía el pelo negro, muy largo y en rastas, su piel era obscura, una cicatriz le dividía la ceja derecha y parecía que le habían roto la nariz varias veces. Los miraba como si fuera un rottweiler dispuesto a atacar.
—Les he preguntado si puedo ayudarlos —repitió.
—No, ya nos íbamos —dijo Edward moviéndose, pero el rottweiler no se apartó.
—¿Qué estaban mirando?
Edward se puso rígido.
—Escucha, amigo…
—Es por el trabajo —se apresuró a decir Bella.
—¿El trabajo? —preguntó el hombre con un gruñido.
—El anuncio de la puerta dice que se necesita un cantante. He venido a hacer una prueba —señaló a Edward, que la miraba como si tuviera dos cabezas—. Éste es mi… manager. Hemos llamado a la puerta principal, pero nadie respondía, así que estábamos buscando otra entrada.
El rottweiler la observó durante unos segundos que a Bella le resultaron eternos.
—Vamos —dijo finalmente, y sacó una llave del bolsillo.
Con Edward tras ella, Bella siguió al hombre por un pasillo largo y oscuro.
—Espero que sepas lo que estás haciendo —le susurró Edward al oído.
—Yo también lo espero.
Edward agarró el mango de la pistola que tenía metida en la cintura, pero pensó que era mejor no utilizarla. Su instinto le decía que confiara en Bella, quien, en el poco tiempo que la conocía, había demostrado una sorprendente habilidad para improvisar.
El hombre abrió una puerta acolchada y encendió las luces. Los condujo al interior de una gran sala azul con docenas de mesas. En un lateral había un bar.
—Me llamo Laurent Gathegi —miró brevemente a Edward antes de dirigirse a Bella. ¿Cuál es su nombre y qué es lo que canta?
Edward pudo ver que Bella estaba temblando, pero ella respondió con voz firme.
—Marie… Aron. Con una A. Y puedo cantar lo que me pida.
Laurent señaló un piano en el escenario.
—No esperaba a nadie tan temprano. No tengo ningún acompañante, así que tendrá que cantar a cappella.
—También sé tocar —dijo ella, y se sentó al piano.
—Siéntese, señor manager —dijo Laurent haciendo un gesto.
—Mi nombre es Anthony —respondió Edward, metiéndose en su papel del primo An—. Pero tú puedes llamarme An —avanzó hacia una mesa de la primera fila.
Laurent puso una mueca y giró una silla para sentarse a horcajadas.
—Será mejor que sea buena.
—Lo es —dijo Edward, no muy convencido.
Bella lo miró con ojos muy abiertos y él le lanzó un mensaje con la mirada. «Puedes hacerlo, cariño». Ella respiró hondo un par de veces y empezó a tocar. Edward reconoció al instante la melodía de Can't Help Falling in Love.
Se quedó petrificado en la silla. Bella no era buena. Era fantástica. El tiempo pareció detenerse mientras su voz sensual se suspendía en el aire y llegaba hasta el alma de Edward, quien se olvidó hasta de respirar.
El chasquido de unos dedos bajo su nariz le hizo dar un respingo. Se dio cuenta de que la música había cesado y de que él se había quedado boquiabierto.
—¿Se encuentra bien? —le preguntó Laurent, mirándolo con curiosidad.
Incapaz de articular palabra, Edward sólo pudo asentir.
—El puesto es suyo —le gritó Laurent a Bella—. Empieza mañana por la noche. Y póngase algo sexy. No puede trabajar aquí con esa ropa anticuada.
Edward se esforzó por llevar el aire a sus pulmones. Si ella se ponía más sexy, él era hombre muerto. Firmó el contrato que Laurent le mostró y salió con Bella del local.
— ¡No puedo creer que hayas firmado eso! —exclamó ella cuando estuvieron en el coche—. ¡Se supone que tengo laringitis! ¿Qué pasa si me ve alguien del banco?
—Tranquila. Estás usando tu segundo nombre y un apellido falso. Te conseguiré un carné y una tarjeta de la Seguridad Social a nombre de Marie Aron. Con una ropa diferente y el pelo suelto, nadie reconocerá a la sirena del escenario.
—No pienso vestirme como una fulana de la calle —declaró ella cruzándose de brazos—. Y por cierto, ¿cómo sabes que Marie es mi segundo nombre?
Aún bajo el hechizo de su mágica voz, Edward había vuelto a meter la pata. Si no tenía cuidado iba a acabar muy mal. A Bella nunca se le escapaba una.
—Supongo que me lo dijiste.
—No, nunca te lo he dicho —frunció el ceño—. Me has investigado, ¿verdad? —se puso roja de furia—. No sé por qué confié en ti. Seguro que sabes hasta mi grupo sanguíneo.
Sí lo sabía, pero no iba a admitirlo. Dejó escapar un suspiro.
—Es el procedimiento habitual en cada caso. El informe sólo era para confirmar que no estabas metida en ningún asunto ilegal. Sentencias judiciales, extractos bancarios, cosas así. No se investigaba nada sobre Tyler, Renée ni tu padre.
—Has violado mi intimidad —espetó ella.
—No es nada personal. Sólo es trabajo.
—Contigo siempre es por trabajo. La única razón por la que confiaste en mí fue por tu informe —apartó la mirada y giró la cabeza hacia la ventanilla.
En realidad, Edward confiaba en ella más de lo que quería admitir. Más de lo que nunca había confiado en nadie. Tanto como para poner en peligro su propia seguridad…
—En mi trabajo, el más mínimo detalle puede suponer la diferencia entre la vida y la muerte —frenó en seco junto a la acera y se giró hacia ella, quien también lo miró—. Eres inteligente y tienes talento. Mi instinto me dijo desde el principio que eras de confianza. Pero nuestra relación es estrictamente profesional. Nada más.
Ella se puso pálida, pero siguió mirándolo en silencio y él continuó a pesar de todo.
—Sí, entre nosotros hay química sexual, pero eso no conducirá a nada. No soy el tipo de hombre que mereces.
—Entonces resolveremos el caso, detendremos a los malos y cada uno se irá por su lado.
—Bella… lo entiendes, ¿verdad?
—Creo que sí —respondió ella con expresión pensativa.
En vez de causarle alivio, su tranquila aceptación agravó la inquietud de Edward. Apartó la mirada de ella y volvió a unirse al tráfico.
—¿Dónde podemos conseguirte ropa sexy?
—Eso depende. ¿El tío Sam va a hacerse cargo de las facturas?
— Siempre que pueda elegir yo la ropa —dijo él con una sonrisa, olvidando su angustia.
—Lo siento, las minifaldas rojas no son mi estilo.
—No seas aguafiestas, por favor.
—Y además, ya me has demostrado lo poco que te gusta ir de compras.
—Ah, pero ahora no vamos a buscar un vestido de novia. La ropa sexy es mi especialidad. Y también vamos a reemplazar el vestido y los zapatos con los que te metiste anoche en el jacuzzi.
Pisó el acelerador y adelantó a una furgoneta azul. Bella lo observó con atención. Tenía la mandíbula tensa y los nudillos blancos por agarrar fuertemente el volante. Su actitud era despreocupada, como siempre, pero su lenguaje corporal era más que significativo. Bajo su impenetrable fachada y su carácter jovial, Edward tenía miedo. De ella…
Tenía que descubrir por qué.
Y eso era lo que iba a hacer.

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