martes, 30 de noviembre de 2010

“Más problemas”


Capítulo 16 “Más problemas”

–Yo mismo la llevaría a la costa, mademoiselle Dwyer, pero ayudarla a subir y dejarla aquí me ha retrasado –dijo el capitán Garret–. Y es bueno respetar un horario.

–No es necesario, capitán. Usted ha sido muy amable conmigo. Estoy segura de que no tendré problemas para encontrar la plantación del conde Black.

–No, no dudo de que la encontrará. Es una de las más grandes de la isla, según me han dicho.

Estaban en la cubierta mientras bajaban el pequeño bote que llevaría a Bella a la costa. Había llegado a querer al capitán Garret en las dos semanas de viaje hacia Saint Martin. Era un hombre amable de poco más de treinta y cinco años, un capitán de barco mercante que transportaba ron y tabaco a las colonias americanas y traía los objetos necesarios que no podían obtenerse en las islas.

Bella le había mentido respecto a la forma en que había llegado a la isla de Edward. Había dicho que había caído de la borda del barco que la llevaba a Saint Martin y que había nadado hasta la costa. El se había maravillado de que hubiera podido llegar viva a la costa, ya que había muchos tiburones y barracudas en esas aguas.

Bella pidió al capitán Garret que le dibujara un pequeño mapa mostrándole cómo llegar a la isla. Él explicó que era un hermoso lugar y que algún día podría mostrárselo al conde Black. Bella llevaba el pequeño mapa escondido en el dobladillo de su vestido, que llevaba en sus brazos junto con su enagua y sus zapatos.

–Sin embargo, no sé por qué insiste usted en que use estas ropas –dijo Bella señalando los pantalones largos hasta la rodilla y la amplia camisa blanca que el capitán le había dado esa mañana.

El capitán Garret sonrió.

–Las ropas de Ben te quedan muy bien, niña.

–¿Muy bien? Son enormes.

–Esa era la idea. Son lo suficientemente amplias como para ocultar tu belleza: Vestida de esa manera no tendrás problemas con los marineros que andan por los muelles. –Hizo una pausa, mirándola enigmáticamente–. ¿Cómo diablos lograste esconder todo tu hermoso cabello bajo ese pañuelo rojo?

–No pude –rió Bella–. Está suelto bajo esta camisa... ah... y sostenido bajo los pantalones.

Esperaba no tener que volver a usar nunca más ropa de hombre.

Ahora el capitán rió.

–Bien, al menos no es visible.

–Pero es muy incómodo.

–No tardarás mucho tiempo en encontrar a tu prometido, y entonces podrás cambiarte de vestido. Bien, el bote ya está abajo, Rask te llevará a la costa. Ab... este... no olvides agacharte cuando caminas. No tiene sentido mostrar lo que tratas de ocultar.

Bella sonrió y besó al capitán en la mejilla, haciendo que éste se ruborizara considerablemente. Él la ayudó a deslizarse sobre la barandilla mirando el pequeño bote que esperaba abajo.

Bella se alejó lentamente del muelle atestado, asombrada por tanta actividad. Estaban descargando muchos barcos. Unos carros tirados por fuertes caballos andaban de aquí para allá. Cuatro niños pequeños perseguían a un gato flaco alrededor de una pila de basura. Este muelle estaba mucho más concurrido que el de Tórtola.

Bella trató de detener a un marinero, pero él ni siquiera la miró. Lo intentó una vez, otra vez y fracasó. Nadie le prestaba la menor atención.

Deteniéndose para pensar qué haría, Bella examinó los muelles. Vio a dos hombres que observaban a tres jóvenes que pedían limosna frente a una tienda, aguardando a los clientes cuando entraban y salían. Se acercó a los dos hombres, porque al menos ellos no tenían prisa por ir a ninguna parte.

–Perdón –aventuró.


Los dos se volvieron a mirarla. El más alto de los dos tenía la altura de Bella, y ojos de color castaño claro que se iluminaron al mirarla. El otro era sólo unos centímetros más bajo, con ojos como cuentas de collar y nariz ganchuda, desproporcionada a su rostro.

–Creo que eres lo que el capitán me pidió –dijo el hombre más alto con entusiasmo.

–Sí, Quil –dijo el otro, mirando a Bella de pies a cabeza.

Bella comenzó a retroceder. Miró a un hombre, y luego al otro.

–Espera muchacho –dijo el hombre llamado Quil rápidamente–. Te ofrezco el trabajo de camarero para mi capitán.

–Ustedes no comprenden –dijo Bella, pero el hombre la tomó por un brazo.

–Bien, no me digas que no te gustaría navegar por el mar. Es una buena vida, te lo aseguro.

–No –replicó firmemente Bella. Trató de zafarse de su brazo, pero el hombre se lo aferraba.

–¿Dónde está tu sentido de la aventura, muchacho? Serás perfecto para la tarea. No hemos encontrado ningún joven que valga la pena últimamente; ninguno duraría un sólo viaje. ¿Qué dices a esto?

–¡No! –replicó ella nuevamente con creciente alarma–. ¡Ahora déjame!

Pero él la obligó a volverse, torciéndole el brazo hacia atrás dolorosamente. Ella no podía creer que esto, estuviera sucediéndole con toda esa gente alrededor.

–Es una lástima que hayas decidido mudarte, muchacho, pero es lo mismo.

–Ustedes no...

–Una palabra más y sentirás mi espada en tu espalda –gruñó el hombre, y le torció el brazo un poco más. Bella pensó que se desmayaría por el dolor–. El capitán Jared nos envió a buscar un muchacho adecuado, y tú eres el único que hemos visto. Te acostumbrarás pronto a la tarea, porque el capitán Jared es fácil de complacer. Ya me lo agradecerás algún día, porque la vida en el mar es una buena vida.

Entonces echaron a andar, uno a cada lado de ella sosteniéndola por los brazos. Bella sentía la punta de un cuchillo en la parte baja de su espalda. La llevaron al barco que estaba cargando mercaderías y preparándose a levar anclas. La tripulación estaba demasiado ocupada como para mirarla mientras los dos hombres la hacían subir a bordo, y el miedo comenzó a crecer en ella. ¿Y si no podía salir de esto?

La llevaron al camarote del capitán. El hombre llamado Quil la empujó adentro, pero se detuvo antes de cerrar la puerta, su rostro se mostraba hosco mientras desenvainaba su daga.

–A Jared no le gustará enterarse de que no tienes ganas. Te advierto –dijo con voz peligrosa– que si le dices que no quieres salir a navegar, te degollará. Espero que comprendas, muchacho, porque te vigilaré.

Cuando se cerró la puerta y Bella se quedó sola, corrió hacia la puerta. La abrió, pero Quil y su amigo estaban parados junto a la cabina, de manera que cerró la puerta rápidamente. Esto era ridículo. La habían secuestrado nuevamente porque pensaban que era un muchacho. ¿Por qué terminaba siempre con problemas peores cada vez que escapaba de Edward?

Bella comenzó a pasearse por la habitación. Deseaba que este capitán Jared apareciera pronto. Su única esperanza era explicarle todo y esperar que le permitiera marcharse. Pero, ¿si el barco salía antes de que él volviera a la cabina? Los minutos pasaron y se convirtieron en horas. Bella intentó abrir la puerta nuevamente, pero Quil seguía afuera, vigilando como dijo que haría. ¿Realmente la matarían si ella le decía al capitán que la habían traído aquí por la fuerza? Pero no podía transformarse en un camarero. El capitán pronto descubriría que era una mujer.

¿Por qué la desdicha la atraía como el fuego a una polilla? Primero Edward, luego la cárcel, luego Edward nuevamente, y ahora esto. Y su prometido estaba aquí, en esta misma isla, y ella ni siquiera podía pedir su ayuda. ¿Y si este capitán era otro hombre como Edward? La puerta se abrió bruscamente, y un hombre alto de cabellos castaños entró en la cabina. La miró atentamente mientras, cruzaba la habitación y se dejaba caer en una silla, junto a un escritorio lleno de cosas. Era un hombre apuesto de mediana edad, pero parecía muy cansado.


–De manera que tú eres mi nuevo asistente –suspiró. Hasta su voz parecía cansada.

–No, monsieur –respondió débilmente Bella, sin saber si debía temerle o no.

–¿Entonces qué haces aquí?

–Dos de tus hombres me trajeron aquí.

–¿Para qué? –preguntó él, mirándola fijamente con sus ojos cafés.

–Me trajeron aquí para que sea su asistente en el camarote, pero...

–Pero has cambiado de idea –respondió él por ella–. ¿Puedo persuadirte para que vuelvas a considerarlo? El último muchacho que tuve cayó al mar durante una tormenta, pero era un buen muchacho. Tú... tú pareces más fuerte que él, y no hay tiempo de encontrar otro tan bueno como tú, ya que nos iremos esta noche. ¿Qué puedes decir?

–Es imposible, capitán.

–Si estás preocupado porque eres francés, no tienes motivo –dijo el hombre con un toque de impaciencia en la voz–. He tenido a otros francesitos en el barco, de manera que no estarás solo. Y hablas inglés bastante bien. Y participarás en las ganancias, y tendrás posibilidades de progreso.

–Si yo fuera un muchacho, capitán, seguramente me tentaría su oferta.

–¿Si fueras un muchacho? ¿Qué tonterías son estas?

–No soy un muchacho –replicó rápidamente Bella–. Cuando sus hombres me trajeron aquí, no me dieron posibilidad de explicarles capitán. Soy una muchacha.

–¿Una muchacha? –preguntó él sin poder creerlo.

A Bella le irritó la duda, y se quitó lentamente la bufanda mostrando sus cabellos.

–Sí, una muchacha.

La repentina carcajada del capitán Jared sobresaltó a Bella, que lo miró confundida.

–Me parecía que tu rostro era demasiado bonito para ser el de un muchacho, pero he visto otros con esas caras, de manera que lo dejé pasar. Deberías vestirte con las ropas que corresponden a tu sexo, niña, para evitar confusiones.

Había reflejos claros en sus ojos, mientras hablaba

–No tengo el hábito de vestir ropa de hombre, capitán. Me aconsejaron que me vistiera de esta manera para no atraer la atención.

–Pero de todas maneras la atrajiste. ¡De manera que mis hombres impresionan a las jovencitas! Lamento el inconveniente, niña.

–¿Entonces puedo irme?

–Sí, y vete rápido porque olvidaba que estoy muy cansado. Pero oculta nuevamente tus hermosos cabellos, querida, será mejor que te vean marcharte tal como viniste.

Bella hizo lo que le pedía y se sintió aliviada al atarse la bufanda en la cabeza. El capitán se puso de pie y la acompañó hasta la puerta; luego le tomó una mano y se la besó tiernamente.

–Esto ha sido un placer que recordaré largo tiempo, niña. Date prisa.

Cuando Bella salió a la luz del sol, recordó de pronto a Quil y la advertencia que le había dado. Miró rápidamente su vestido y lo vio de pie a poca distancia de ella. Sus ojos se agrandaron ante su mirada furiosa, y volvió a mirar hacia el camarote del capitán, pero él ya había cerrado la puerta.

–¡De manera que se lo dijiste! –gruñó Quil.

Sacó su daga y la sostuvo rígidamente en su mano derecha mientras se aproximaba a ella.

–Te lo advertí, muchacho. Te lo advertí.

Bella jadeó, y su rostro se puso pálido. Los hombres en cubierta dejaron su trabajo, creyendo que presenciarían una sangrienta pelea, pero Bella no lo advirtió. Ni una palabra salía de su boca, ni siquiera un grito, mientras estaba allí, paralizada. El hombre llamado Quil parecía moverse lentamente. ‘Corre’, gritaba algo dentro de la mente de Bella. ‘¡Corre, por Dios, corre!’ Finalmente sus piernas se movieron y siguieron moviéndose con un pánico ciego, como si no formaran parte de su cuerpo. Corrió por la pasarela y por el muelle, pero seguía oyendo al hombre a sus espaldas. Entonces tropezó y cayó, pero el hombre estaba tan cerca que tropezó con ella y cayó también a unos metros de distancia. Bella se puso de pie con la velocidad de un rayo y corrió hacia la ciudad, chocando con la gente en su huida. Ni siquiera podía detenerse para pedir ayuda, porque estaba segura de que el hombre la acuchillaría antes de que pudiera decir una palabra. Tenía que correr más rápido que él. Tenía, que encontrar un lugar para esconderse.

Corría por las calles, hacia el centro de la ciudad, pero cuanto más corría más desiertas encontraba las calles, y seguía oyendo al hombre que jadeaba y gruñía detrás. ¿Por qué no abandonaba la persecución?

Entonces Bella cayó en los brazos de otro hombre.

–¡Déjadme! –gritó, luchando frenéticamente, pero este nuevo hombre la oprimía fuertemente contra él.

–Tú –susurró asombrado el hombre que la retenía.

Bella lo miró, y sus ojos se agrandaron al reconocerlo. Era el marinero francés a quien habían azotado por su causa en el ‘Canción del Viento’. Antes de que pudiera hablar, él la empujó hacia atrás y sacó un brillante cuchillo. Quil los había alcanzado, y con toda su furia lanzó la daga hacia el francés. Bella supo que ahora debía escapar, pero quedó paralizada ante una casa, hipnotizada por las hojas de los cuchillos al sol. El marinero que había sufrido tan cruelmente por su causa ahora la protegía, y ella no podía abandonarlo.

El francés era más alto que Quil y más corpulento, y Quil estaba agotado por la persecución. Pero el hombre más bajo estaba furioso, y decidido a ganar. La sangre surgió del cuerpo de los dos hombres. Luego el puñal del francés se hundió en el hombro de Quil, inutilizándole el brazo derecho, un puñetazo en la mandíbula de Quil envió a éste contra la casa, donde cayó hecho un bulto en el suelo.

–Ven. –El francés tomó a Bella por la mano y la llevó por la calle hasta llegar a una vieja construcción. La hizo entrar, y sin prestar atención a nadie la obligó a subir por una escalera a una habitación del primer piso.

Bella no podía creer que estuviese a salvo. Había estado próxima a morir, y se echó a temblar de alivio. Se desplomó en la única silla de la habitación.

Cuando su respiración y su corazón retomaron su ritmo regular, observó el lugar que la rodeaba. La habitación era muy pequeña y oscura, y además de la silla de madera en que estaba sentada, había un lavabo y una cama estrecha con sábanas arrugadas, una ventana daba a una estrecha callejuela, pero la siguiente construcción bloqueaba toda la luz del sol.

El marinero francés encendió una vela en el lavabo. Tenía muchos pequeños cortes en los brazos y el pecho, y la sangre manaba de su mano derecha, donde uno de los dedos estaba casi cortado. Bella estaba aterrada y se levantó rápidamente para ayudarlo. El bulto que tenía en la falda cayó al suelo, y le extrañó observar que aún estaban sus ropas en él. Levantó el bulto y lo colocó en la silla, luego se aproximó al francés.

–Monsieur, su mano necesita un vendaje.

Él la miró con sus ojos gris oscuro, y ella se sorprendió por el odio que vio en ellos.

–Por causa tuya en mi espalda hay cicatrices que no se borrarán. ¿Qué te importa un dedo? Ya pagarás por él –dijo el hombre con voz débil–. Soy Laurente Gathegi, mademoiselle, por si desea conocer al hombre que la matará.

Bella sintió terror cuando comprendió el significado de sus palabras. Corrió hacia la puerta, pero el hombre no hizo movimiento alguno para detenerla. La puerta estaba cerrada. Se volvió para enfrentarse con él, con los ojos agrandados de miedo.

–Abra la puerta –gritó aterrorizada.

Él se rió de ella, con una risa cruel y despreciativa.

–Ahora ya sabe lo que se siente cuando a uno lo atan al mástil. No es una sensación agradable, ¿verdad, mademoiselle?

–¿Por qué hace esto? ¿Por qué?

–Es una pregunta tonta, señora, pero la responderé con mucho gusto. Yo he soñado con matarla. He rogado que el destino la pusiera en mis manos, y ahora sufrirá usted diez veces más que yo. No la mataré de inmediato, mademoiselle Dwyer, porque eso sería demasiado piadoso, y yo no siento piedad. Usted me rogará que termine con su vida, pero su muerte será lenta, vendrá por hambre y torturas. Pero primero obtendré aquello que deseaba y por lo cual me azotaron.

La mente de Bella se negaba a aceptar sus palabras. Esto era una pesadilla.

–¿Por qué lo azotaron, monsieur Gathegi?

Él la miró con sorpresa.

–Eres tranquila, pero la tranquilidad no te durará mucho tiempo. Me azotaron por mis intenciones, por algo que nunca llegué a hacer. Pero ahora quiero el pago, y luego algo más.

–¿Pero por qué debe matarme también?

–Porque usted podía haber logrado que no me azotaran, ¡pero no lo hizo! –gruñó él.

–Pero yo traté de impedirlo. ¡Rogué al capitán!

–Las mentiras acuden fácilmente cuando la vida está amenazada. No me tome por tonto, mademoiselle –gritó él y comenzó a quitarse el cinturón.

Bella lo miraba espantada, y algo se agitó dentro de ella.

–¡Bien... vióleme! –gritó, con los ojos agrandados y vidriosos–. ¡Máteme! Debía haber muerto en la calle bajo la espada de Quil, de todas maneras. Ya no me importa. ¿Me oye? ¡No me importa! Bella se echó a reír, con voz histérica, inhumana, que resonaba en la pequeña habitación. Laurent se apartó de ella con cautela.

–¡Estás loca! –dijo con voz quebrada mientras se acercaba a la puerta–. Aún no has sufrido nada, pero tu mente ya no funciona bien. No habrá placer en comenzar ahora. Esperaré a que hayas recuperado el sentido, para que tengas conciencia de todo lo que pienso hacer. Volveré –chilló entre sus dientes apretados, salió de la habitación y cerró la puerta tras de sí.


Bella cayó de rodillas en el suelo. Violentos sollozos sacudían su cuerpo. Pasó largo tiempo hasta que se tranquilizó y quedó gimiendo. Era una niña otra vez, y se imaginaba en una gran habitación del convento, con muchas camas. Se acostó en una de ellas en la oscuridad, llorando silenciosamente su soledad porque su madre no había podido evitar que la enviaran al convento, vino una monja y le habló en voz baja con palabras dulces y comprensivas. Finalmente se quedó dormida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario