miércoles, 17 de noviembre de 2010

La Pesadilla


Capítulo 10 "La pesadilla"

La noche era clara y brillaba una luna llena en el tranquilo pueblecito junto al mar. Un muchacho de unos doce años dormía en la casa de sus padres. Su padre no había salido a pescar con los otros hombres del pueblo porque tenía fiebre, de manera que el padre y la madre del muchacho dormían en la gran cama en un rincón de la habitación.
Tres horas después de la partida de los botes pesqueros, llegaron los españoles. No venían en busca de riquezas, porque el pueblo era muy pobre. Venían por diversión, para destruir, violar y matar.
El muchachito de cabello cobrizo fue el primero en despertar cuando se oyeron gritos en las calles. Vio saltar de la cama a su padre, que tomó un cuchillo de la cocina, la única arma que pudo encontrar, y salió corriendo afuera, mientras la madre del muchacho le rogaba que se quedara. Pero el hombre alto con cabello rubio salió y fue uno de los últimos en morir bajo las espadas de los españoles. El muchacho miraba desde la ventana, con su madre a su lado, mientras el español limpiaba de su espada la sangre de su padre.
La madre del muchacho gritó, yde esta manera llamó la atención del español, quien echó a andar hacia su casa. La mujer obligó a su hijo a esconderse bajo la cama del único cuarto de la casa, y le ordenó que no se moviera a pesar de todo lo que pudiera oír o ver. Luego tomó uno de los cuchillos de la cocina, dejando caer los demás en el suelo, y esperó que el asesino de su marido entrara en la casa.
En los minutos siguientes, desde su escondite bajo la cama, el muchacho sólo vio los pies del español que luchaba con su madre. La mujer era alta, y su furia ciega aumentaba su fuerza. Pasó mucho tiempo antes de que el cuchillo cayera al suelo, pero el hombre no pudo doblegarla. Luego uno de los amigos del español llegó hasta la puerta, y le habló en español, llamándolo por su nombre, James Gigandet.
Gigandet no había podido doblegar a la madre del muchacho, pero con la ayuda de sus amigos rápidamente la arrojó al suelo. Gigandet fue el primero en violarla, mientras cuatro hombres la sostenían y otros permanecían alrededor, mirando y riendo. Cuando Aro Gigandet terminó con ella se sentó a la mesa y miró a los demás hombres que atacaban a la mujer, riendo todo el tiempo.
Lamentablemente, la madre del muchacho era la más hermosa mujer del pueblo, y los hombres que ya la habían violado esperaban nuevamente su turno.
El muchacho miraba todo esto escondido bajo la cama, sin comprender realmente por qué gritaba su madre. Pero recordaba su advertencia de que debía permanecer en silencio, y nunca la había desobedecido. Los gritos cesaron después del cuarto hombre, y la madre se limitó a gemir mientras cinco hombres más la violaban, a la vez que la golpeaban.
Gigandet se quedó hasta el final, riendo y alentando hasta el último hombre. Cuando todo terminó, cuando sólo Gigandet quedaba en la habitación, la mujer se puso lentamente de pie, medio enloquecida, manando sangre por las heridas de la cara. Con un último comentario, Gigandet se volvió para marcharse también, pero la mujer encontró fuerzas para tomar uno de los cuchillos del suelo y lanzarse contra el español.
Entonces el muchacho oyó el último grito de su madre, que cayó al suelo. Gigandet escupió sobre el cuerpo sin vida y siguió hacia la puerta y sólo entonces el muchacho salió de su escondite. Corrió tras el español, casi cegado por sus lágrimas silenciosas. Lo atacó con sus puños pero Gigandet rió y abrió la mejilla del muchacho con la punta de su espada. Luego le dio un puntapié que lo hizo caer al suelo a pocos centímetros de su padre, y le dijo que no era quien para atacarlo... que no podría...
Edward se irguió en la cama, cubierto de sudor. Todo había sido tan real, exactamente como lo sucedido catorce años atrás. Madre de Dios, ¿por qué el pasado lo perseguía en sus sueños? Jamás olvidaría la noche en que los españoles entraron en su pueblo, pero, ¿por qué debía ver el asesinato de sus padres una y otra vez en esas pesadillas? ¿Jamás encontraría paz?
Edward se puso de pie y se mojó la cara con agua fría, y sólo entonces advirtió que estaba solo. Salió del camarote, con el rostro atormentado, y en menos de cinco minutos, comprobó que Bella no estaba en el barco.
–¿Es ésta, capitán?
Bella abrió los ojos y vio al hombre que la había traído la noche anterior. Parpadeó dos veces antes de poder creer que ese hombre alto era Edward. Estaban parados dentro de la celda, observándola.
–Sí, ésta es la muchacha. Tendría que dejarla a su cuidado, se lo merecería por todos los problemas que me ha causado –dijo Edward con voz dura.
–Eso puede arreglarse, capitán. Podemos acusarla de perturbar la tranquilidad. Al magistrado le gustaría poner sus manos sobre ella.
–Bien, prometí al padre de la muchacha que se la llevaría. De otra manera, me lavaría las manos.
Bella estaba confundida, se puso de pie, envolviéndose en la manta, y señaló a Edward con un dedo acusador.
–¡Miente! Es el hombre de quien le hablé... el pirata. ¡No pueden permitir que me lleve!
–¿Realmente prefieres lo que te espera aquí a la comodidad de mi barco, pequeña? –preguntó Edward.
¿Qué podría decir ella? Sus opciones eran igualmente espantosas. Siete años de servicio, algunos años con un viejo libidinoso, o una semana en el barco de Edward, y luego la libertad. Por suerte, Edward no esperó su respuesta.
–Ya ven, es una criatura tan revoltosa que su padre ha decidido meterla en un convento. A ella no le gusta la idea, hará o dirá cualquier cosa para evitar que la lleven a su casa.
–Es una pena que una muchacha tan bonita entre en la iglesia. La dejo a su cuidado, capitán, pero por favor, cuide que no salga de su barco mientras estén en puerto.
–No les dará más problemas. Tienen mi palabra –replicó fríamente Edward.
Abrió la larga capa que llevaba sobre un hombro, y envolvió con ella a Bella. Luego recogió las ropas mojadas que ella había dejado caer al suelo la noche anterior. Al ver su sombrero, la miró con el ceño fruncido, pero no dijo nada; lo recogió y la sacó de la celda.
–Diste un gran espectáculo anoche, mostrando tu cuerpo a la mitad de los hombres que estaban en el muelle –gruñó Edward mientras salían a la plaza–. ¿Qué pensabas hacer?
–Yo... yo...
–¡No importa! –interrumpió bruscamente Edward, oprimiéndole el brazo aún más fuertemente–. Cualquier cosa es preferible a compartir mi cama, ¿verdad? ¡Incluso el hecho de que te arresten!
–¡Sí, cualquier cosa! –replicó Bella desafiante.
Él la obligó a volverse para que lo mirara y sus ojos eran como cristales verdes de hielo. Por un momento Bella temió que la matara allí mismo, en la calle.
–Sólo hay una cosa que me impide arrojarte a la cárcel, y es el placer que tendré en doblegarte –dijo él en un susurro–. Aún tengo que enseñarte algo, muchacha caprichosa. Y sabiendo lo que sientes por mí, no te gustará la lección.
–¿A qué te refieres?
–Todo a su tiempo –respondió él con crueldad, y echó a andar por la plaza–. Y trata de mantener esa capa bien cerrada, Bella, o te retorceré el cuello.
Ella estaba completamente desnuda bajo la capa, pero ahora tenía ganas de entreabrirla sólo para molestarlo, a pesar de su pudor.
Edward estaba furioso. Probablemente tendría que pagar por los daños en la taberna para que liberaran a Bella. Ella se preguntaba qué le haría él. ¿Qué era esa lección que quería darle? Temblaba ligeramente, a pesar del sol ardiente.
Al pasar por la ciudad, el rostro de Bella enrojecía al darse cuenta lo estúpida que había sido. Si al menos hubiera preguntado qué país dominaba la isla, se hubiera ahorrado muchos problemas. Era dominio inglés, y Edward había dicho que obedecía a las leyes inglesas. No era extraño que estos hombres se hubiesen reído de ella cuando les dijo que había un barco pirata en el puerto. Para los ingleses, Edward no era un pirata.
En menos de una hora, Bella había vuelto al camarote de Edward, pero esta vez él cerró la puerta con llave después de empuñarla adentro. No le dijo una palabra más, de manera que ella no sabía qué esperar. Estuvo sola durante el resto del día, y dedicó el tiempo a arreglar nuevamente su vestido. Sue vino a verla por la noche y pasó más de una hora regañándola por su intento de huir. Pero cuando Sue se fue, Bella se quedó sola otra vez, hasta que finalmente se durmió.

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