martes, 16 de noviembre de 2010

Factor buche: El grado de estrés en una situación dada


Capítulo Once
Factor buche: El grado de estrés en una situación dada

En cuanto entraron en casa, Edward la aplastó contra la puerta y la besó hasta que se quedaron sin respiración.
—Empiezo a entender por qué no tienes problemas para que las mujeres hagan lo que tú quieras —murmuró Bella.
El comentario le agradó y le molestó al mismo tiempo. Pero olvidó lo último mientras enterraba los dedos en su pelo. Era fácil olvidarse de todo mientras besaba a Bella. Su sabor, su olor, lo llenaban por completo. Metió la rodilla entre sus piernas y ella empezó a frotarse como una gata.
Isabella Black lo hacía desear tenerlo todo a la vez. Quería besarla por todas partes, hacerla suya, todo al mismo tiempo. Le hacía experimentar una frustración y un deseo que nunca antes había sentido por una mujer.
—¿Qué quieres, cariño?
—No puedo pensar. ¿Cómo voy a decirte...?
Bella no terminó la frase porque Edward la estaba apretando contra su endurecido miembro.
—Quiero que me digas lo que quieres.
—Lo estás haciendo muy bien sin que te diga nada.
—No, en serio. Quiero saber lo que deseas. Tengo la sensación de que nunca has disfrutado de verdad y quiero que eso cambie. Especialmente, esta noche.
Ella lo miró, insegura.
—¿Cualquier cosa? ¿Puedo pedirte cualquier cosa?
—Cualquier cosa —contestó Edward.
—Muy bien. Quiero música. Quiero compartir una copa de vino y quiero que apagues la luz.
—Siéntate mientras voy por el vino —dijo él, ofreciéndole el mando del estéreo para que eligiese una emisora.
Le temblaban las manos mientras abría la botella que había comprado el día después de hacer el amor con Bella. Había pensado que podría volver a tener suerte...
Quería que ella disfrutase como nunca. No podía recordar la última vez que se puso nervioso con una mujer, pero con Bella era diferente. Quería ser para ella todo lo que quería, todo lo que necesitaba.
Edward murmuró una maldición cuando se le cayó un poco de vino en la encimera. Tenía que controlarse, pensó. Cuando volvió al salón con la copa en la mano, ella estaba sentada en uno de los sillones.
—Toma.
—Gracias.
Le costó un poco, pero consiguió tenerla sentada sobre sus rodillas y besarla entre sorbo y sorbo. A Bella se le cayó un poco de vino sobre su camisa...
—Ay, perdona.
—No pasa nada —dijo Edward, quitándosela.
Ella alargó la mano para acariciar su torso suavemente...
—Tienes un cuerpo precioso.
—Con muchas cicatrices —suspiró Edward. Estaba acostumbrado, pero a veces, cuando salía de la ducha, también a él lo pillaba desprevenido.
—A mí no me molestan —susurró Bella, chupando una de ellas con la punta de la lengua.
Todos los músculos de su cuerpo se tensaron.
—¿Te duele?
—No. En absoluto.
Ella sonrió, mientras inclinaba la cabeza para seguir besando sus hombros, su estómago... Cuando besó su ombligo, Edward sólo podía pensar en que ella lo envolviera con su lengua...
Pero así duraría tres segundos y ella no recibiría placer alguno. Suspirando, tiró suavemente de su pelo para que levantase la cabeza.
—¿No te gusta?
—Me gusta demasiado —contestó él, metiendo las manos por debajo de su blusa. Encontró sus pezones dispuestos y los acarició hasta que Bella empezó a frotarse contra él.
Riendo, se quitó la blusa y el sujetador y se aplastó contra su torso, suspirando de placer.
Decidido a librarse del resto de la ropa, Edward se desabrochó el cinturón y ella, muy dispuesta, bajó la cremallera de sus vaqueros...
Mientras él hacía un esfuerzo para no tomarla allí mismo, Bella se bajó los pantalones y las braguitas. Edward se quitó los vaqueros de un tirón y volvió a colocarla sobre sus rodillas.
—¿Te gustan mis pechos? Son muy pequeños.
—No son pequeños, son perfectos —contestó Edward con voz ronca, inclinando la cabeza para mordisquear sus pezones.
Ella seguía frotándose, cada vez con más pasión. Edward podía sentir su humedad en el muslo. Sería tan fácil penetrarla... La sola imagen hacía que estuviera a punto de explotar.
Entonces Bella se levantó y tiró de su mano.
—¿Qué? —preguntó, fascinado por aquella diosa de melena castaña que lo miraba con los ojos brillantes.
—Baila conmigo. Baila desnudo conmigo.
La invitación era tan sexy que era imposible no aceptar. No podía pensar en nada más erótico que en Isabella Black besándolo mientras lo rozaba con su vientre desnudo. Ella se puso de puntillas, rozándose contra su miembro.
Edward aceptó la invitación. Era como miel caliente. Quería enterrarse en ella...
—Tengo que ponerme un preservativo —murmuró.
—No —dijo Bella.
—¿Por qué?
—El ginecólogo me ha dado algo para que no tengas que usar protección.
—¿La píldora?
Ella negó con la cabeza.
—No. No te preocupes... no habrá contagios ni embarazos.
La imagen de Bella embarazada de un hijo suyo apareció en la mente de Edward. Y su corazón se encogió de una forma extraña... ¿De dónde había salido esa imagen?
Pero seguía frotándose contra él, distrayéndolo.
Era deliciosa, irresistible. Podía oír los latidos de su corazón, sentir su deseo, y eso lo excitaba hasta un punto inimaginable.
—Cariño, estas poniendo muy difícil que me tome mi tiempo —murmuró, excitado y torturado—. ¿Qué quieres, Bella?
Su escalofrío de anticipación envió la libido de Edward por las nubes.
—Me gusta todo —murmuró ella, acariciando su torso—. Me gusta cómo me tocas, cómo me besas. Me gusta todo de ti.
La sensualidad que vio en los ojos pardos destrozó por completo sus defensas. Edward la llevó al sillón y empezó a besarla de arriba abajo. Cuando estuvo entre sus piernas, ella dio un respingo, pero no se movió. La saboreó íntimamente, pasando la lengua por el hinchado capullo.
—Edward, por favor...
—¿Por favor qué?
—Te deseo tanto...
—¿Cómo, Bella? —preguntó Edward con voz ronca—. ¿Cómo me deseas?
—Dentro de mí —contestó ella, levantando las caderas. Era una invitación irresistible.
Incapaz de contenerse por más tiempo, la penetró, oyéndola gemir. Estaba húmeda, estrecha y deliciosa. Empujó, sintiendo cómo se abría para él. La mezcla de jadeos y gemidos lo desató por completo. Edward sintió la fuerza del orgasmo haciéndolo vibrar de la cabeza a los pies. Los temblores eran tan intensos que parecían convulsionarla a ella también.
La abrazó después, sintiéndose más completo, más satisfecho que nunca.
—Sé que a los hombres como tú no les gusta esto, pero ¿podrías abrazarme un poco más?
—¿A los hombres como yo?
—Me refiero a hombres experimentados. Seguro que preferirías que me despidiera con un beso y te dejara en paz, pero...
Edward sacudió la cabeza.
—Menuda opinión tienes de mí.
—Entiendo que no quieras tener a tu amante pegada a ti todo el día.
Edward tuvo que admitir que tenía parte de razón. Con otra mujer, habría estado deseando que se fuera, pero con Bella no. Le gustaba abrazarla, oír los latidos de su corazón. Y no quería separarse de ella ni un milímetro.
—No hay prisa.
—¿Seguro? —preguntó ella con voz ronca.
—Seguro —contestó Edward, apretándola con fuerza.
Hicieron el amor con frecuencia durante los días siguientes. Bella parecía decidida a hacer el amor de todas las formas posibles y Edward estaba encantado de complacerla. Para ser una mujer con limitada experiencia sexual, solía dejarlo boquiabierto.
Y habría sido maravilloso si no hubiera detectado cierta desesperación. Quería hablarle de ello, pero algo le decía que iba a meter la pata.
Una noche, después de haber quemado la cama, Bella se sentó y se abrazó las rodillas.
—Mañana tengo que ir a casa de mi suegra.
El anuncio fue como un jarro de agua fría.
—¿Para qué?
—El homenaje a Jake es este fin de semana. Le prometí que iría.
Edward asintió, con un nudo en la garganta. No había querido pensar en Jake ni en cómo se sentiría al saber que le había hecho el amor a su mujer. Si lo pensaba durante diez segundos, se sentía como un canalla.
—¿Quieres que vaya contigo?
—No —contestó ella rápidamente—. Para su madre, verte sería muy doloroso. Sigue tan triste... Ella no entiende por qué...
—Por qué yo no estoy muerto y su hijo sí —termino Edward la frase por ella.
Bella tragó saliva.
—Iba a decir que no entiende por qué su hijo tuvo que morir. Sé que su muerte y tu vida no están relacionadas, pero ella podría reaccionar mal. Es mejor que no vayas.
—Si yo no hubiera conocido a Jake, ¿querrías que fuera contigo?
Bella negó con la cabeza.
—Tengo que hacer mi papel ante la madre de Jake...
—El de viuda desconsolada.
—Eso es —murmuró ella, tomando su mano—. Pero no soy una viuda desconsolada cuando estoy contigo.
—Lo has sido —dijo Edward.
—Últimamente, no.
—¿Te sientes culpable?
—Un poco. Intento no sentirme así, pero... contigo me siento viva.
—Eso no es malo, Bella.
—Ya, pero... ¿Cuándo te marchas a Atlanta?
—Dentro de nueve días.
Ella asintió con la cabeza.
—Bueno, así no tendrás que aguantarme.
—No me he quejado, ¿verdad?
—No.
—Esto no tiene por qué terminar cuando me vaya a Atlanta —murmuró Edward entonces.
—Sí —dijo ella con firmeza—. Nos hemos dado un permiso para ser amantes durante un tiempo limitado. Tú tienes que empezar una nueva vida y yo tengo que seguir adelante con la mía. Los dos sabíamos que esto sería algo pasaj...
Edward le tapó la boca con un beso. Su corazón latía apresurado, rebelándose contra esa idea. Por primera vez en su vida, no quería que una relación sentimental fuese pasajera y no sabía qué hacer.
A la mañana siguiente, a pesar de las protestas de Bella, Edward comprobó el aceite de su Chevrolet y la presión de las ruedas.
—Cuídate —murmuró, besándola en los labios.
Luego la observó alejándose por la carretera. Se iba a Carolina del Norte y él se iría a Atlanta para preparar la mudanza. Era hora de moverse. Su misión con Isabella Black casi había terminado.

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