Donde los sueños se hacen realidad…
El Correo del Crucero.
¡Bienvenidos a nuestro último crucero por el Mediterráneo!
Eleazar Denali, el propietario de Liberty Line y del Sueño de Carmen, ha escogido un itinerario especial para este viaje final de temporada, antes de enfilar nuevo rumbo hacia el Caribe: un recorrido por sus queridas Islas griegas.
Asegúrense de disfrutar de todas las comodidades que les ofrecerá nuestro barco. Asista a las conferencias del padre Connelly sobre la antigüedad grecolatina antes de visitar personalmente sus gloriosas ruinas. Descubra las maravillas gastronómicas de nuestros restaurantes. Relájese y disfrute en el Spa Jazmín. O baile bajo las estrellas.
Prólogo
Filadelfia, Pensilvania
14 de febrero, ocho meses atrás…
El telón había caído y a Bella la habían despedido sin demasiadas ceremonias. El aguanieve le azotaba el rostro mientras caminaba bajo la ventisca. Aquel tiempo tan helado era el escenario perfecto. Se subió el cuello de su abrigo y encendió su iPod.
Permiso administrativo por exigencias de presupuesto. Su jefe ni siquiera había tenido el coraje de mirarla a la cara mientras le soltaba aquel cuento. El muy miserable había esperado a que terminara la jornada para decírselo.
Cuando por fin llegó a la parada de autobús, empezó a pisar fuerte para calentarse los pies. El muy cobarde no había tenido agallas para reconocer que le habían concedido aquel «permiso» porque la comunidad académica tenía miedo de verse implicada en el caso de su padre. El museo en el que había trabajado su padre había compartido patrocinadores con la universidad, además de que Charlie Swan había ejercido durante un tiempo en el campus como profesor invitado. Y la maltrecha reputación de la familia Swan podía afectar al prestigio de la Universidad de Pensilvania.
Así recompensaba la universidad sus siete años de lealtad. Parpadeó varias veces para contener las lágrimas. Ya había llorado lo suficiente durante los últimos meses. La ira dolía menos que la tristeza.
No había señal del autobús. Se puso a dar palmadas con sus manos enguantadas mientras escuchaba los dramáticos acordes del lullaby de Carter Burwell. ¿Existiría algún lugar más deprimente que Filadelfia en invierno? Quizá el Ártico. Al menos allí no tenía que correr perseguida por un oso polar. Esbozó una mueca. Aunque el FBI, la prensa y su antiguo jefe contaban tanto como una manada de lobos…
Acababa de volverse de espaldas al viento cuando un cartel en la agencia de empleo llamó su atención. Un crucero navegaba por un mar azul cobalto salpicado de islas.
Viaje a todo lujo y gane dinero. Grecia, Italia, el Caribe. Liberty Line ofrece plazas de personal cualificado.
Se quedó contemplando el cartel con anhelante expresión, imaginándose a sí misma en la cubierta del lujoso barco, contemplando las playas de arena blanca bañadas por la luz del sol. Visitando Grecia e Italia, cunas de las civilizaciones a cuyo estudio había consagrado toda su vida.
Estremeciéndose, se giró de nuevo en redondo. «Claro», pensó irónica. Un crucero era el trabajo perfecto para una bibliotecaria… que además no sabía nadar. Tendría más oportunidades si vendía a alguna editorial las historias que había escrito en sus diarios de adolescente. Diarios que en aquel momento se encontraban en manos del FBI. Otra humillante intrusión en el terreno personal. Apretó los dientes. Esperaba que los federales se aburrieran mortalmente con sus fantasías de quinceañera.
Apareció el autobús y se apresuró a subir. Iba atestado y no había asientos libres, así que tuvo que quedarle de pie. Un bebé estaba llorando a voz en grito, y Bella se agarró a una barra al tiempo que se ajustaba su iPod. Al menos no se había quedado fuera, bajo la ventisca. Aunque jadeaba levemente después de su carrera bajo la nieve, había superado el asma que la había acosado durante su adolescencia. La forzada cura de reposo había sido la principal responsable de su temprana afición a la lectura y la escritura. Aburrida con las lecturas infantiles, había devorado libros de mitología griega y romanas, un interés compartido por su padre, que adoraba su trabajo como restaurador de museo.
Hasta que la implacable persecución de los federales terminó matándolo.
Apretó con fuerza la barra mientras se obligaba a concentrarse en la música. Ese lullaby le comprimía el corazón, pero era hermosa y romántica: todo lo contrario que la vida real.
Para cuando llegó a casa, había decidido mirar hacia delante y no pensar más en aquel último contratiempo. Había otros empleos. Pensó en la cena de aquella noche. Todavía tenía un futuro con un hombre bueno, honesto e inteligente. Comparado con los últimos meses, su despido no era el fin del mundo.
—Llegas tarde —le dijo su madre, nada más verla—. ¿Estás bien? ¿Ha pasado algo?
Bella apagó su iPod.
—Hay mucho tráfico por culpa de la ventisca.
Pensó que si tecleaba en Google «madre hiperprotectora», seguro que salía Renée Swan. Bella había vuelto provisionalmente a la casa familiar el otoño pasado, después de que el FBI arrestara a su padre. Cuando él murió, tres meses atrás, su madre le pidió que se quedase con ella. Y Bella no tuvo corazón para dejarla sola en aquella casa grande y vieja. Por el momento.
La besó en las mejillas.
—Mike ha reservado mesa para esta noche en Le Bec-Fin. ¿Estarás bien o quieres que me quede contigo? —aquél sería el primer Día de San Valentín que pasaría Renée sin Charlie. Aunque los frecuentes viajes de Charlie habían convertido su matrimonio, al menos durante los últimos años, en una especie de asociación comercial.
—Por supuesto —a Renée le brillaron los ojos. Los tenía azules, tan profundos cómo el mar egeo—. Le Bec-Fin, ¿eh? —juntó las manos—. A Mike lo he visto algo nervioso últimamente. Bueno, después de año y medio de noviazgo… éste es el momento que toda mujer espera en su vida, ¿no?
¿Se suponía que ése debía ser el gran momento de su vida? Extraño pensamiento.
—Supongo que sí.
Mike Newton era profesor de literatura en la misma universidad de la que la habían despedido aquella tarde. Varios meses antes de la repentina muerte de su padre, Mike había tanteado sutilmente la disposición de Bella a casarse y tener hijos. La universidad estaba a punto de ofrecerle una plaza permanente.
Todo seguía su procedimiento. Cena romántica anual; mesa en el mejor restaurante de Filadelfia; comida exquisita, vino soberbio y anillo de compromiso a los postres…
Se mordió el labio. Su relación no era precisamente muy apasionada, pero disfrutaban de su mutua compañía, tenían intereses comunes y nunca discutían. Muchos matrimonios duraderos, incluido el de sus padres, se fundamentaban en tales principios. Con un gesto cansado, se apartó su larga melena de color castaño de la cara.
—Estoy hecha un desastre. Sabes que el profesor adora la puntualidad. Me tomo un café y subo a vestirme…
En aquel instante sonó el timbre. Mike probablemente le habría enviado con antelación unas clásicas y previsibles rosas blancas. Corrió hacia la puerta. No eran rosas. Era la policía.
Después de sufrir su acoso durante seis meses seguidos, no tuvo ningún problema en reconocer al segundo de a bordo del FBI. Frunció el ceño.
—A no ser que traiga otra orden de registro, olvídese de entrar en esta casa. Usted y su gente ya nos ha hecho sufrir bastante.
El agente se volvió para señalar la furgoneta que estaban descargando dos compañeros suyos.
—Con el fallecimiento de su padre, el gobierno da por cerrado su caso. Sólo queríamos devolverles los efectos personales que les fueron incautados como prueba.
—Ah, menos mal —se hizo a un lado para dejar pasar a los hombres. Los equipos del FBI se habían presentado un domingo en su casa y la habían puesto patas arriba. Los policías habían husmeado y violado hasta el último centímetro de su intimidad. Se habían llevado las antigüedades, el ordenador de su padre, los libros y hasta el último pedazo de papel, incluidos sus diarios de adolescencia—. Espero que todo esté en perfectas condiciones.
—Todo está intacto —contestó el agente Tyler Crowley con tono formal—. Nuestros expertos no tuvieron tiempo de investigar demasiado, antes de que el caso concluyera bruscamente.
— ¿Un caso concluido bruscamente? ¿Ésa es la definición oficial de la policía? Yo lo llamaría destrozar la reputación de un hombre inocente y acosarlo hasta la tumba.
La mirada del policía era tan helada como el crepúsculo de aquel día de invierno.
—El señor Swan fue acusado de tráfico de antigüedades en su calidad de funcionario público. Su detención estuvo plenamente justificada, así como el registro de su domicilio.
Hablando de incautaciones, Bella pensó que el FBI debía de confiscar el corazón de cada hombre que entraba en el cuerpo. Por segunda ocasión en una hora, dejó que la furia se impusiera al dolor.
—Mi padre jamás hizo nada ilegal. Él no sabía que aquellas joyas antiguas eran robadas. Fue una trampa.
—Todos nuestros detenidos alegan ser inocentes, señorita Swan. Hasta que los tribunales los declaran culpables.
—A él no le dieron oportunidad de demostrar su inocencia. Fue sentenciado por la prensa y por la junta de gobierno del museo —su padre fue dado de baja en el museo, y todo por las tácticas nazis del FBI. Nadie podría convencerla de que la tensión provocada por la pérdida de su empleo y el inminente juicio no había provocado el mortal infarto de su padre—. A ojos de todo el mundo, murió como un hombre culpable.
—Bella —su madre apareció detrás de ella—. No dejes que todo esto te arruine la velada —le tendió una caja etiquetada—. ¿Por qué no te llevas estos diarios arriba y te vistes para la cena de esta noche?
Bella procuró dominarse. Su madre detestaba los enfrentamientos. Según ella, una dama nunca debía alzar la voz ni perder la compostura. Y ella había seguido su ejemplo… hasta que la injusticia se cebó con su padre.
Pero Renée había sufrido mucho y Bella no quería complicarle aún más las cosas. Tomó la caja y subió a su habitación. La dejó sobre la colcha de organdí, a juego con la cama de dosel y las cortinas de volantes. Aquel dormitorio seguía igual que cuando se marchó a la universidad, años atrás. Como un museo.
Abrió la caja de cartón y empezó a sacar los cuadernos para colocarlos en las estanterías. El orden ante todo: tanto en la vida como en sus sentimientos…
Los recuerdos la asaltaban con cada volumen. Su primera cita. Su primer beso. Su primer desengaño… De repente, el reloj de péndulo del salón dio las ocho. Sólo le quedaba una hora para prepararse para el gran momento de su vida. Soltó el cuaderno que había estado hojeando y corrió a ducharse.
Tres horas después Bella regresaba a casa temblando de frío. Su madre no salió a recibirla a la puerta. Entró sigilosamente en el salón y la encontró dormida en el sofá.
Mejor: así no tendría que contarle la mala noticia hasta el día siguiente. Aquella noche, en lugar de un anillo de compromiso… le habían regalado unas discretas y elegantes calabazas. La conocida canción de «es mejor para los dos que nos separemos». Su cortés y distinguido profesor de literatura había dado por terminada su relación.
Se enjugó las lágrimas mientras subía lentamente las escaleras. Por supuesto, no había montado ninguna escena: las rabietas no eran su estilo. Ella era la digna hija de su madre. La diosa de la compostura y el buen gusto. Pese a que el destino le había arrebatado a su padre, su trabajo y un novio.
Al menos Mike había tenido la decencia de no andarse con rodeos cuando ella le exigió una explicación. Finalmente había admitido que tanto la pésima reputación de Charlie como el «permiso administrativo» de Bella podían amenazar su futuro.
Tropezó con el cuaderno que antes había dejado caer al suelo y lo recogió. Contenía uno de sus relatos: un cuento de hadas. En el relato, la princesa había sido acosada por sus enemigos hasta la muerte… como le había sucedido a su padre. Al diablo con los finales felices.
Se disponía a guardarlo cuando se le cayó de las manos; varios recortes antiguos de diario quedaron regados por el suelo. De repente detectó algo brillante asomando fuera de la cubierta del cuaderno, que de puro viejo había acabado de romperse. Con manos temblorosas se agachó para recogerlo: era un disco compacto. El disco había permanecido durante todo el tiempo oculto entre la cubierta de piel y la solapa de cartón.
Se le secaron las lágrimas mientras encendía su portátil e introducía el disco. Cerca de cuarenta páginas de un antiguo texto griego, junto con crípticas anotaciones de puño y letra de su padre, aparecieron en la pantalla. Conocía la lengua lo suficiente para saber que contenía información sobre determinadas antigüedades. Se quedó sin aliento. ¿Por qué habría guardado su padre aquel disco en su diario? ¿Habría sospechado que lo registrarían? ¿Lo habría escondido allí, donde sabía que ella acabaría encontrándolo… en caso de que pudiera sucederle algo?
Su madre le habría dicho: «No podemos cambiar el pasado. Déjalo estar». Pero, en aquel momento, Bella evocó otra frase, un antiguo adagio oriental: «Si no puedes triunfar, muere al menos con gloria».
Tenía que rehabilitar el buen nombre de su padre. Con el corazón acelerado, buscó en Internet la página web que había memorizado antes, cuando estuvo leyendo el cartel del trabajo en el crucero: libertycrutseline.com.
La policía le había robado a su familia, su reputación, su futuro. Sólo le quedaba emprender una cruzada.
Al mismo tiempo conectó su iPod al ordenador y empezó a descargar los archivos del disco. Harta de que el destino la zarandeara a su capricho, estaba decidida a recuperar el control de su propia vida. Al fin y al cabo, nada tenía que perder.
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