viernes, 15 de octubre de 2010

CAPITULO 6



Capítulo Seis
Perro diabólico: nombre que dan los marines a un compañero muy atrevido
«Sé que puedo confiar en ti». «¿Te importaría hacerlo conmigo, Edward?»
Edward se tragó todas las maldiciones que sabía y alguna que no sabía. ¿Podía confiar en él? Pues no debería hacerlo. Se sentía como el lobo feroz y quería a aquella Caperucita Roja de desayuno, comida y cena.
Con los labios formó la palabra «no», pero no dijo nada. Y cuando miró su boca, su libido empezó a rugir como un motor.
—Adelante —dijo con voz ronca—. Vamos a hacerlo.
El rostro de Bella se iluminó.
—Muy bien. Venga, póntela —sonrió, sirviéndose un chupito de tequila. Luego se inclinó para chupar la sal que Edward había puesto en el canto de su mano—. Esto es lo más raro que he hecho en toda mi vida —dijo, muerta de risa.         
Era tan seductora... Edward estaba divertido y excitado. Increíblemente excitado.
—Es increíble. Voy a chupar sal del cuerpo de otra persona.
Inclinándose de nuevo, Bella pasó la lengua por el canto de su mano. La sensación de esa lengüita suave sobre su piel lo encendió por completo.
Sólo estaba chupando su mano. ¿Qué sentiría si chupara...?
Bella tomó el chupito de tequila, hizo un gesto de asco y se metió la lima en la boca.
—Bueno, ha sido interesante.
—Yo creo que ya has bebido suficiente —dijo Edward.  
—No sé. ¿Cuántos he...?
—Si no te acuerdas de cuántos son es porque ya has bebido suficiente.
— ¿No vas a chupar la sal de mi mano?
Bella no tenía ni idea de cómo deseaba hacerlo... aunque no fuera precisamente sal lo que quería chupar.
—No, yo también he bebido mucho.
—Eso no vale. Lo que es justo es justo.
Incapaz de resistirse, Edward le puso sal en el canto de la mano, pero Bella soltó una risita y la sal cayó sobre la mesa.
—Es que me hace cosquillas.
—Trae —sonrió él, sujetando su muñeca. Luego deslizó la lengua, disfrutando del sabor de su piel mezclado con el de la sal.
—Ay...
Bella lo miraba con una mezcla de curiosidad y miedo, como si fuera un animal peligroso, pero fascinante.
—Será mejor que beba un poco de agua —murmuró, levantándose. Pero, al hacerlo, se llevó una mano a la cabeza—. Creo que estoy un poco mareada.
Edward tiró de ella para devolverla al sofá.
—No te muevas. Yo traeré el agua.
—Tú has bebido más tequila que yo. ¿Por qué no estás mareado?
—Los hombres metabolizan el alcohol más rápido.
—Pero si ni siquiera has comido tarta...
Edward volvió con dos vasos de agua y se tomó el suyo de pie, esperando recuperar la cordura. Incluso tuvo la tentación de echarse el agua por la cabeza.
Bella golpeó el sofá con la mano.
—Siéntate. ¿No quieres quedarte un ratito más? No me apetece estar sola.
Él obedeció y se quedaron un momento en silencio.
— ¿Podría pedirte un favor?
—Lo que quieras.
— ¿Te importaría abrazarme?
El corazón de Edward dio un vuelco.
—Claro que no.
Su cuerpo era suave, calentito. Se apoyaba en él con total confianza, sin saber cómo habría deseado desnudarla y hacerle el amor allí mismo. Bella apoyó la cara en su cuello, respirando profundamente... hasta que se quedó dormida.
Horas después, un ruido lo despertó. Edward abrió los ojos y se percató de que Bella estaba tumbada encima de él. Algo gris se movió a su lado... el gato, con los bigotes cubiertos de nata, estaba mirándolo con sus ojos verdes tan enigmáticos como los de él.
Edward intentó moverse, pero Bella seguía como un tronco. Quizá debería ponerle un espejo bajo la nariz para compJakear si estaba viva. El tequila la había dejado KO.
Le dolía todo el cuerpo de estar en esa postura tan incómoda y tenía la horrible sospecha de que iba a pagarlo caro. Haciendo una mueca, apartó a Bella con cuidado y la tumbó en el sofá. Ella apenas se movió.
Después de levantarse, se estiró un poco y sintió un fuerte dolor en la pierna. Le dolía la cabeza, además. Sí, pJakeablemente no debería haber tomado el último chupito...
Cuando miró a Bella, tuvo que tragar saliva. Con el pelo extendido sobre los cojines oscuros, los labios entreabiertos...
Cómo la deseaba.
Pero no podía tenerla.
Suspirando, la tomó en brazos para llevarla a la habitación.
— ¿Qué haces? —murmuró ella, medio dormida.
—Llevarte a la cama.
— ¿Qué hora es?
—Muy tarde... o muy temprano, depende de cómo lo mires.
—Me duele mucho la cabeza. Es como si dentro tuviera campanas.
—Sí, yo también me encuentro fatal.
—Me mareo si abro los ojos.
—Pues no los abras —sonrió Edward, dejándola sobre la cama—. Voy a traerte un vaso de agua y una aspirina.
— ¿Por qué?
—Porque si no lo hago, mañana me matarás.
Cuando volvió al dormitorio, la encontró desnudándose bajo las sábanas. La camisa voló por el aire, seguida del sujetador y los pantalones cortos...
La temperatura de Edward subió hasta niveles increíbles al imaginarla bajo las sábanas... desnuda, invitadora.
—Puedes dormir en el sofá si no te apetece conducir.
No era exactamente la invitación que esperaba.
—Prefiero ir andando a casa.
—Es demasiado tarde —insistió Bella, con los ojos cerrados.
—No, el aire fresco me sentará bien.
—Espera, siéntate un poquito.
—No puedo. Tengo sueño.
—Siéntate, no seas malo.
Edward tocó su labio inferior con el dedo y cuando abrió la boca le metió la aspirina.
— ¿Qué...?
—Trágatela —le ordenó, acercándole el vaso de agua.
—Gracias. Por cierto, tú sabes mejor que el tequila —musitó Bella entonces, tirando sus braguitas al suelo.
Edward se pasó una mano por la cara, completamente frustrado.
«Sabes mejor que el tequila».
En otras circunstancias, ya estaría en la cama con ella. Pero no podía hacerlo, se dijo a sí mismo. No con esa mujer.
Con tranquilidad se sentó a su lado en la cama, y se marchó a su casa cuando ella se quedó profundamente dormida, temía cometer alguna locura.
—No pienso volver a beber tequila en mi vida —dijo Bella nada más abrir la puerta a la mañana siguiente. Estaba despeinada y llevaba un albornoz bajo el que, seguramente, iba desnuda.
—Me parece muy bien.
—No me habías dicho que me sentiría fatal por la mañana.
—Te dije que dejaras de beber, pero tú querías seguir. ¿Lista para echar una carrera? —sonrió Edward.
Ella lo miró, incrédula.
— ¿Quién eres, Terminator? ¿Seguro que no tienes acero bajo la piel? —preguntó, señalando sus bíceps.
—Nada de acero. Sólo lo normal.
—Tú no eres normal.
—Es por mi entrenamiento con los marines. Venga, el aire fresco te sentará bien.
Bella hizo una mueca.
—Una siesta de doce horas me sentaría mejor.
—Ve a vestirte —insistió Edward.
— ¿De verdad vamos a correr?
—Iremos despacio —le prometió él.
— ¿Sabes que Jamie se comió parte de la tarta?
—Sí, me despertó con sus ronroneos. Vamos, a vestirte, venga.
— ¿Quién habría pensado que a un gato le gustaría la tarta de limón? —iba murmurando Bella mientras entraba en el cuarto de baño. Nada más cerrar la puerta lanzó un grito—. ¡Mi pelo! Parezco un muerto viviente.
Edward se apoyó en la pared, riendo.
—No estás tan mal. Más bien pareces una estrella del rock.
—Sí, seguro. Esto es culpa tuya —replicó ella.
—Mía no, del tequila. Te dije que parases...
—Ya, claro —lo interrumpió Bella, saliendo del baño como una fiera.
Una vez vestida y más o menos peinada, caminaron a buen paso por la playa, sin correr.
—Hoy me encuentro tan mal que no puedo gimotear por Jake.
—Tú no gimoteas —dijo Edward.
—Eres muy amable.
—Y aunque gimotearas, sería comprensible.
—Sí, pero a él no le habría gustado. Además, es agotador y poco productivo.
— ¿Y qué piensas hacer?
—Ya lo estoy haciendo. Me he metido en el programa de recuperación de Edward Cullen, ¿no?
—Pataleando, pero sí.
Bella lo estudió, pensativa.
—Pero hay otra cosa... no quiero que pienses que debes pagar por la muerte de Jake.
Él apartó la mirada.
—Es más complicado que eso.             
—Bueno, de todas formas, gracias.
—Ayudándote a ti, me ayudo a mí mismo.
—Ya, como una penitencia.
—No, es algo más. Seguramente se te ha olvidado, pero estar contigo es muy agradable.
—Sí, ya.
El deseo de tocarla era tan fuerte... quería abrazarla y la fuerza de ese deseo lo sacaba de quicio.
—Significa mucho para mí poder confiar en ti, Edward.
«No confíes demasiado», pensó él.
—Lo mismo digo, Bella.
—Eres tan fuerte que a veces olvido que tú también te estás recuperando —dijo ella entonces, abrazándolo.
Ese abrazo fue como un vaso de agua para un hombre que ha estado perdido en el desierto. Lo dejó sorprendido. Era la primera vez que lo abrazaba sin estar llorando...
Edward no sabía si devolver el abrazo o... por otro lado, sólo era humano.
Conteniendo el aliento, la apretó contra su corazón y sintió que ella dejaba escapar un suspiro de alivio.
—Me da vergüenza admitirlo, pero creo que tenía ganas de abrazar a alguien.
—Si quieres abrazos, seguro que encontrarás muchos voluntarios —bromeó él.
—Sí, pero eso no...
— ¿No qué?
Bella se encogió de hombros, confusa.
—Supongo que no quiero abrazar a cualquiera.
—Ah, claro, tú eres exigente —sonrió Edward.
—Selectiva. Siempre he pensado que en la vida hay que ser selectivo.
—Selectivo y exigente es casi lo mismo.
Además, si lo había elegido a él para dar abrazos iba a tener que sufrir las torturas del infierno, pensó.
Y así fue. De vez en cuando lo abrazaba o lo tocaba. Edward lo veía venir y se hacía el fuerte, pero a veces Bella le tendía una emboscada. Claramente, no tenía ni idea de lo que le estaba haciendo.
Empezaba a pensar que la cura para su sentimiento de culpa iba a enviarlo al manicomio. Ella era tan suave, tan femenina... Después de estar muerto durante tanto tiempo, se sentía vivo por fin. Y debía hacer un gran esfuerzo para olvidar lo «vivo» que Bella Black lo hacía sentir porque tenía una misión. Había que ir paso a paso para llegar al objetivo.
—Tienes que hacer nuevos amigos —le dijo una mañana.
—Sí, seguramente debería, pero no sé cómo. No es tan fácil.
—Podrías apuntarte a un club —sugirió Edward.
Bella hizo una mueca.
—Ya te he dicho que esas cosas no me gustan.                                                           
—Si no lo intentas...
—No, de verdad, no me gustan los grupos. Nunca me he llevado bien con las esposas de otros militares. Todas pensaban que era muy rara —suspiró ella—. Y supongo que es verdad, aunque todo el mundo es un poco raro, ¿no?
—Algunos son más raros que otros.
—Ah, gracias. Justo lo que necesitaba oír para mezclarme con el resto de la humanidad.
—Tienes que probar... —empezó a decir Edward. Pero en ese momento le cayó una gota en la cara—. Vaya, me parece que nos va a pillar una tormenta.
—Pues yo no pienso ir corriendo hasta mi casa.
—Ven, vamos a resguardarnos bajo esos árboles.
Empezó a llover de inmediato; una lluvia furiosa que los dejó empapados. Bella intentaba apartar su camiseta, que se le pegaba al cuerpo como una segunda piel.
—Todo esto es culpa tuya. Si no me hubieras traído aquí...
—Estarías en tu casa, llorando.
—A lo mejor no. Debería estar trabajando. Últimamente estoy muy productiva.
—Me alegro.
—Seguramente es gracias a ti, la verdad.
—Ah, de nada —rió Edward.
Bella le sacó la lengua.
—No saques la lengua a menos que pienses usarla.
— ¿Y cómo voy a usarla? —preguntó ella, burlona.
—Eso tendrás que averiguarlo —contestó Edward.
Y entonces, sin avisar, Bella se puso de puntillas y le dio un beso en los labios. Luego se apartó, ella misma sorprendida.
— ¿Por qué has hecho eso?
—Porque me has retado.
—No es verdad.
—Sí es verdad. Me has retado a que te bese. Si no te ha gustado, es tu problema.
El impulsivo beso desató una reacción en cadena en su interior. Lo que sentía era una mezcla de deseo arrebatador e increíble ternura...
Sin pensar, Edward la tomó por la cintura.
—No pedía ese tipo de beso, Bella —dijo con voz ronca.                  
— ¿Y qué clase de beso pedías?
Él inclinó la cabeza para demostrárselo. Rozó sus labios, obligándola a abrir la boca... La sensación de peligro debería haberle hecho dar marcha atrás, pero estaba demasiado excitado. Deslizó la lengua por sus labios y luego dentro de su boca para saborearla. Bella no protestó, todo lo contrario, se apretó contra él. Aquel beso lo hacía sentir como si estuviera al borde de un volcán a punto de entrar en erupción.
Ella dejó escapar un gemido que lo afectó como una caricia íntima, mientras jugaba con su lengua como si estuviera jugando con... Esa imagen lo hizo sudar.
El corazón de Edward parecía a punto de salirse de su pecho. Hinchado de deseo, deslizó una mano bajo su trasero, guiándola hacia su dolorida entrepierna. Aquel roce sensual, los pechos de Bella aplastados contra su torso... Edward no podía parar; quería tocarla por todas partes. Cuando rozó uno de sus pezones con el dedo, ella se puso de puntillas, pidiendo más.
Enardecido, lo único que deseaba era arrancarle la ropa y enterrarse en ella...
Después de un beso.
Bella se apartó, buscando aire.
—Vaya...
«Vaya» era decir poco. Edward vio el deseo en sus ojos, sus labios hinchados...
Podría tomarla allí mismo, le decía el demonio que llevaba dentro. Podría tener a la mujer de Jake.

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