domingo, 19 de septiembre de 2010

CAPITULO 9


Al día siguiente lo primero que hizo fue acudir al médico, tal como lo había prometido.
—Buenos días Isabella, ¿qué es lo que te trae por aquí?
—Buenos días doctor, vine porque hace unas cuantas semanas que no puedo dormir bien, sufro de pesadillas que me despiertan exaltada, y no puedo seguir durmiendo; además últimamente me siento muy cansada y tengo nauseas —le comentó al médico todos los síntomas que había sufrido las últimas semanas, estaba segura que todo se debía al estrés de la situación en la que se encontraba.
El doctor tomó nota de todo lo que Isabella le dijo, se dirigió con paso lento hacía un estante de metal, lo abrió y sacó un frasco de tamaño mediano, en cuanto se percató de que se trataba un sudor frio le recorrió la frente.
—Mira te voy a pedir por favor que me proporciones una muestra, el sanitario se encuentra al fondo del pasillo, en cuanto termines regresas para seguir con el chequeo.
No podía ser cierto, eso no podía estar pasando. Con mano temblorosa tomó el frasco, sintió que pesaba toneladas, no podía creer que esto estuviera pasándole justamente en ese momento. Se retiró hacia el sanitario con paso lento, no sentía su cuerpo, caminaba por inercia, en estado zombi, no podía pensar, tenía miedo, miedo de que fuera cierto.
Terminó y regresó en el mismo estado zombi al consultorio.
No es imposible que esté embarazada. Su médico de cabecera miró el anillo de compromiso, luego repasó el historial de Isabella.
—Veo que no tomas la píldora.
—No ha habido... quiero decir, no hemos... —se ruborizó—. No desde el accidente de mis padres.
—¿Hace unas ocho semanas? —el doctor Ross lo comprobó.
—Ya nueve —Isabella tragó saliva—. Tuve el periodo el día del funeral.
—¿Y has tenido alguno desde entonces?
—No —admitió—. Pero el estrés puede influir, y no soy una persona regular...
—¿Y has estado vomitando?
—Una o dos veces —mintió un poco. Podía sentir el estomago algo revuelto en ese momento, sólo por el olor del café que había sobre la mesa—. Pero no he venido por eso... es por las pesadillas...
—Hagamos unas exploraciones... —el médico de cabecera interrumpió todas sus excusas con una sugerencia práctica— y luego hablaremos. No quiero recetarte nada hasta que hayamos cubierto todas las posibilidades.
Fue minucioso. Le comprobó la tensión, le auscultó el pecho, le palpó el cuello antes de destapar el pequeño frasco que Isabella había envuelto en papel.
—El insomnio es una parte muy normal del proceso de dolor —explicó...
Pero ella no le escuchaba. Miraba la tarjeta blanca que él había depositado sobre el escritorio. Lo observó cargar la probeta.
—Las pastillas para dormir no necesariamente frenarán las pesadillas — continuó él mientras los dos minutos de espera parecían alargarse una eternidad—. ¿Quieres que te remita a un terapeuta? Hablar las cosas podría ayudar...
Pero Isabella sabía que era inútil. No tenía nada contra la terapia, pero carecía de sentido ir y contar sólo la mitad de lo que sucedía en su vida.
—Isabella... —no sonreía—. Estás embarazada.
—No puede ser.
—Lo estás —empujó hacia ella la pequeña tarjeta de plástico.
Aunque la prueba fuera irrefutable, aunque una parte de ella hubiera sabido que lo estaba, intentó negarlo.
—He tenido la regla.
—Si estás segura acerca de las fechas, probablemente fue una leve hemorragia que puede producirse durante el primer trimestre —en ese momento sonrió con gentileza—. Estás embarazada, Isabella.
No podía estarlo. Y menos de un hombre que no la amaba, aunque quisiera imaginarlo una y mil veces realmente no la amaba, y por supuesto al que le debía una pequeña fortuna... que quizá jamás pudiera devolverle si seguía sin poder dar con Mike...
—Te haremos unas pruebas de sangre y te veré en unos días más. En cuanto sepamos las fechas...
No oyó nada más. De algún modo, con el piloto automático activado, pagó la consulta y solicitó una nueva cita. Luego, salió a la tarde brillante y, sin saber durante cuánto tiempo, permaneció sentada en el coche.
Intentó imaginar la reacción de Edward... estar atada a un hombre que querría a su heredero más que a ella.
Trató de imaginar su propia reacción, pero no le resultó fácil.
Echaría de menos a su madre siempre, pero no tanto como en ese momento.
Se apoyó en el volante y sollozó como si Renee hubiera muerto esa misma mañana. Jamás verían, ni conocerían ni abrazarían a su nieto...
Y entonces las lágrimas cesaron. La señal que le había suplicado a Dios había llegado en el momento menos esperado. La soledad se evaporó al comprender que el pequeño que crecía en ese momento en su interior había sido concebido mientras sus padres aún vivían; había sido creado el día en que abandonaron la tierra.
Cuando la vida parecía más rota, era el momento de rehacerla. En esa ocasión no la rescataría nadie, no habría unos brazos fuertes que la sacaran del agua... debía llegar a la costa por sus propios medios. Y lo haría.
Si Mike había vuelto a jugar, y que evitara el contacto con ella desde luego así lo insinuaba, entonces no iba a devolverle el dinero. Ella debía pagarle a Edward... y luego, con la deuda saldada, ya vería qué hacía con el bebé.
No tendría nada. La idea le provocó una oleada de pánico, pero con destreza la esquivó. Tendría al bebé. Tenía talento. De algún modo, sobrevivirían. Y aunque todavía no terminara de creérselo, se dijo que estaría bien. Porque por el bien del bebé debía estarlo. Y sin pensarlo se fue a buscar a su hermano.
—Mike —vio que su hermano se quedaba helado al abrir la puerta.
—No es un buen momento, Bells. Jessica está descansando —miró por encima del hombro y calle abajo. Pero Isabella no se inmutó.
—Sé que Jessica ha salido —entró sin ser invitada—. Tengo entendido que tu casa está en venta. Jessica me ha contado que buscas algo con un jardín más grande, próximo a la ciudad... Oh, y también mencionó que quieres llevarte a los gemelos a los Estados Unidos, a Disneylandia... ¿No es eso caro, Mike?
—Jessica siempre está inventándose cosas.
—No se lo has contado, ¿verdad? —su silencio fue muy locuaz—. La casa de nuestros padres se ha vendido y el acuerdo se firma el lunes... ¿cuándo, exactamente, vas a contárselo, Mike? —más silencio—. ¿O no piensas hacerlo?
—Necesitamos un cambio... un comienzo nuevo. No te haces idea por lo que hemos pasado...
En vez de suplicar, estaba enfadado, se mostraba severo... como hacía siempre que se sentía arrinconado. Por primera vez, Isabella se dio cuenta de que culpaba a todo el mundo menos a sí mismo del caos en el que se hallaba.
—Estás comprometida con Edward Cullen. ¿Para qué necesitas el dinero?
—Es un préstamo... —le gritó—. Estoy comprometida con él hasta que le pague el préstamo...
—¡Dile que no puedes! —respondió Mike con un grito más fuerte—. Ni siquiera lo notará... a él esa cantidad no le afecta en nada.
—Pues no puedo. Yo te la presté, Mike, firmaste un acuerdo...
—Demándame —se mofó.
—¡Lo haré! —mintió—. Y yo misma le contaré a Jessica lo que sucede...
—Si lo haces, nunca más veré a los gemelos —estudió a su hermana—. Y tú tampoco... Jessica sólo necesita una excusa, una sola, para marcharse. Adelante dásela —la desafió.
Pudo oír a los gemelos en la entrada y la llave de Jessica en la cerradura.
—Díselo.
—¿Decirme qué? —Jessica sonrió y frunció el ceño al encontrárselos—. ¿Os estáis peleando?
—Le decía a mi hermana... —sonrió tenso— que habría sido estupendo si hubiera podido llamarnos para contarnos lo de su compromiso en vez de haber tenido que leerlo en los periódicos.
—¡Oh, déjala en paz, Mike! Yo hablé con ella por teléfono... Isabella tiene un millón de cosas de que ocuparse...
Por primera vez veía a Jessica sonreír de verdad, y comprendió que ese cambio debía de haberse producido al saber que su matrimonio volvía a la normalidad.
—En cualquier caso, ahora está aquí —le tomó la mano y contempló el anillo—. Es precioso... —la abrazó—. Me alegro tanto de que al fin haya buenas noticias. Ven, te prepararé una copa... y luego te aburriré con los detalles del viaje que vamos a hacer a Disneylandia...
En ese momento, Isabella comprendió que había perdido casi un millón de dólares.
—¿Dónde has estado? —preguntó Edward cuando al fin Isabella llegó a casa.
—No te preocupes, no he ido a jugar... —con un suspiro de agotamiento, se dejó caer en el sofá, lo más lejos posible de él—. He ido a ver a mi hermano.
—No te estoy controlando... Me tenías preocupado. Dijiste que ibas a ir al médico.
—Lo hice.
—¿Se me permite preguntar cómo ha ido todo?
—Me preguntó si estaba estresada... —sonrió con ironía—. Le dije que era posible.
—¿Te dio algo para dormir?
—No. He de hacerme unos análisis de sangre... —se inclinó para quitarse las sandalias. Nunca se le había dado bien mentir y esperó que el cabello le ocultara el rubor—. Así que me temo que vas a tener que aguantar un poco más mis pesadillas. ¡Lamento si perturbo tu descanso! —añadió al erguirse.
—No me preocupa mi descanso —espetó Edward—. Eres tú quien realmente me preocupa. Y se sentía culpable.
Ver cómo se marchitaba despacio, oírla gritar por la noche, hacía que algo desconocido se retorciera en su interior... algo sospechosamente parecido a la culpa. Pero una y otra vez se había repetido que no había nada de lo que debiera sentirse culpable... habían hecho un trato e Isabella recibía una suma generosa de dinero por una semana de trabajo. Sin embargo, y por mucho que lo intentara, le era imposible odiarla.
—¿Isabella? —le facilitó las cosas que ella no abriera los ojos—. No voy a obligarte a casarte conmigo... y no voy a hostigarte si no puedes devolverme el dinero. Ya me has ayudado bastante. El consejo se siente satisfecho... por ese lado las cosas van bien. Si podemos aguantar juntos un poco más, eso bastará. Yo tampoco quiero un matrimonio sin amor... —deseó que fuera plena noche, cuando estaba autorizado a abrazarla—. Mi madre no amaba a mi padre... no tengo ningún deseo de que se repita la historia.
Respiró hondo y continuó con la parte más dura:
—Hoy he llamado a algunos sitios... sitios donde tratan las adicciones... —en ese momento ella abrió los ojos. Exhibían una expresión torturada y confusa—. Cuando esto haya terminado, ¿pensarás en ir...?
Se levantó de un salto. Las palabras crueles de Mike, el diagnóstico del médico... todo se perdió en la distancia al mirar al padre de su hijo..., el hombre que acababa de reconocer que no la amaba, que no tenía la intención de casarse con ella.
—Lo tienes todo planeado, ¿verdad? ¿Por qué no me mandas a rehabilitación? Hasta tu padre comprendería entonces que tuvieras que ponerle fin...
—¡Isabella, por favor!
Movió la cabeza. No quería oírlo.
—Tienes un problema... —agregó Edward.
—Es Mike quien tiene el problema —estaba harta de mentir por su hermano.
—Isabella... —dijo Edward con voz cansada—. ¿Cuándo dejarás de mentir? Tu padre me contó que tu negocio se hundía y en la fiesta vi que Mike te daba dinero. Aquella noche hablé con él y me lo confirmó.
—¿Hablaste con Mike?
—Isabella, sólo intento ayudarte.
—¡Pues no lo parece!
—Esta noche —ya se sentía enfadado, y también dolido por su negativa. Era la única mujer a la que realmente había antepuesto a sí mismo... la única mujer a la que se había ofrecido a ayudar de todo corazón. El millón de dólares no importaba nada... lo crispaba su negativa a reconocer el problema—. Esta noche me voy a Singapur. Te sentirás más relajada sin mi compañía. Te veré en Sídney para el baile del sábado. Si somos capaces de mantener las apariencias durante unos días más, te lo agradeceré. Y luego te sugiero que leas los folletos... y que de verdad pienses en buscar ayuda.
—¿Lo haces adrede? —preguntó, furiosa por los juegos de Edward—. ¿Te acuestas pensando en las formas de denigrarme?
—No... —se puso de pie—. Cuando estoy en la cama, pienso en las formas de darte placer...
Se acercó a ella y le pasó un dedo por la mejilla. Luego llevó la mano a su nuca y la cerró sobre su cabello mientras la miraba a los ojos y apenas era capaz de comprender cuánto la adoraba.
—Me echo en la cama pensando en ti mientras gritas mi nombre, en tus piernas alrededor de mi cabeza mientras te produzco un orgasmo tan poderoso que me suplicas que pare —le alzó el mentón con un dedo—. Pero luego me recuerdo que nosotros no hacemos esas cosas porque tú no lo deseas. Lo cual es una pena... —entonces, rompió el contacto, pero ella deseó que la mano siguiera en su piel, deseó que le hiciera gritar tal como había descrito.
—Podría evitar que fueras al casino —recogió el porta-trajes y salió por la puerta.
Estaba tan excitada como si acabaran de practicar sexo. Fue al cuarto de baño, se recogió el pelo y bebió agua del grifo. Pero no logró apagar el fuego. Así como había llegado a pensar que vivir con él sería insoportable; vivir sin él...
Había creído que su intención había sido denigrarla. Pero en ese momento entendió que en realidad había tratado de ayudarla... Leyó los folletos sobre el apoyo que le ofrecía y las palabras parecieron saltar de la página. Comprendió que con cada negativa que le daba, a ojos de Edward reforzaba que tenía un problema. Después de todo, su propio hermano le había dicho lo mismo.
La idea de que ese hombre increíblemente orgulloso consiguiera ese material y se ofreciera a pagar sus deudas si tan sólo buscaba ayuda... En su corazón supo que estaba viendo al verdadero Edward. Un hombre que daría cualquier cosa para ayudarla. Un hombre que acababa de reconocer cuánto la deseaba. Un hombre al que también ella deseaba.

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