sábado, 18 de septiembre de 2010

CAPITULO 4


Ven con nosotros, cariño —repitió Renee mientras Isabella leía el periódico—. Vamos a conducir a lo largo de la costa y a disfrutar de un almuerzo largo y relajado...

—De verdad que no puedo, mamá —movió la cabeza—. Llevo sin ir a la galería desde el jueves.
—Seguro que un día más no importa —insistió Renee. Pero sí lo haría. La semana anterior un comprador había ido dos veces a mirar los cuadros, e Isabella sabía que un cartel con la palabra Cerrado durante demasiados días seguidos no tardaría en apagar su interés. Y luego tenía que ocuparse de Mike. Aunque lo que más la tenía emocionada era la llamada de Edward.
Se sobresaltó al oír su teléfono, y se sintió consternada al ver que se trataba de su hermano... que quería tener una respuesta y saber a qué hora se iba a marchar para poder hablar.
—Necesito estar en la galería —se llenó una taza con café y añadió azúcar—. Además... —sonrió cuando entró su padre y pellizcó el trasero de su madre—... vosotros dos no querréis que os estropee la diversión. ¡Tenéis que planear un viaje a Roma!
—¡No puedo creer que Carlisle fuera tan generoso! —Renee juntó las manos encantada—. No puedo creer que hiciera eso.
—Yo sí... —Charlie untó mantequilla en una tostada—. Siempre ha querido mostrarnos su ciudad natal y creo que teniendo tan próxima la jubilación... — calló pensativo— probablemente piensa cómo va a llenar su tiempo.
—¡Yo sí sé cómo lo llenaría! —Renee movió la cabeza maravillada—. Debería hacer un crucero. Con el dinero que tiene, las mujeres harían cola para conocerlo... y encima es un hombre agradable —añadió.
—¡Eres incorregible! —Charlie rió, pero su expresión era seria— Es un hombre muy agradable que da la casualidad de que aún ama a su ex mujer.
—¡Entonces debe olvidarla! —exclamó Renee impertérrita—. Tú sabes que yo también te amo, Charlie, pero no esperaría treinta años.
—¡Ella no esperaría ni treinta minutos! —Charlie le guiñó un ojo a su hija y luego abrió la sección de deportes—. ¿Has pasado un buen fin de semana, cariño?
—Estupendo —corroboró Isabella—. ¡Todo el mundo lo pasó muy bien!
—¿Estás segura? —inquirió Renee —. ¿Oíste a alguien llegar a decirlo?
—Todos se divirtieron... —calló al pasar la página del periódico.
Todo se detuvo a su alrededor cuando de pronto la cara de Edward la miró desde la página impresa. No estaba solo. Se encontraba con Tanya. La habitual columna de sociedad del domingo contaba lo que había sucedido con los ricos y famosos durante el fin de semana. Isabella leyó las palabras que había debajo de la foto.
"La rumoreada ruptura del atractivo financiero Edward Cullen con su novia, la modelo Tanya Denali (fotografiada ayer luciendo un exquisito vestido de Kovlosky), parece ser sólo eso, un rumor. Cuando aparecieron juntos en el bautizo de Elizabeth Hamilton (véase pág.42), no quedó lugar a dudas de que forman una feliz pareja. Una fuente próxima a ambos insinuó que quizá pronto suenen campanas nupciales. Lo siento, chicas... parece que Edward ya está pescado".
—Yo pensaba lo mismo... —comentó Renee asomada por encima del hombro de Isabella—. Cualquier mujer ha de estar loca para relacionarse con él.
—No es lo que dijiste el sábado.
—Entonces no había hablado con Carlisle. ¡Edward es incorregible! Al parecer tiene la moralidad de un gato callejero; diría cualquier cosa con tal de llevarse a una mujer a la cama. No me extraña que Carlisle no esté seguro de poner todos los negocios en sus manos.
De algún modo, Isabella logró aparentar normalidad. Y también despedirse de sus padres con unos besos y agradecerles un fin de semana maravilloso cuando se marcharon a su paseo por la costa.
Después de un rato se tranquilizó, ni siquiera estaba indignada al abrocharse el cinturón de seguridad para emprender el largo regreso a casa, aún con la esperanza de que la llamaría, de que su teléfono sonaría y sería Edward, ofreciéndole algún tipo de excusa.
Se detuvo ante su apartamento y el corazón le dio un vuelco al verlo de pie delante de la entrada. Se alegró de haber decidido no llamarle para acribillarle a acusaciones. Edward le dedicó una fugaz media sonrisa en señal de reconocimiento y, después de aparcar, Isabella fue hacia él y el corazón se le hundió al ver la expresión taciturna que mostraba.
—Hola — dijo negándose a mostrarle que había visto el periódico, abrió, entraron en el vestíbulo y subieron los pocos escalones que llevaban hasta su apartamento.
Desde luego, no iba a ponérselo fácil... ¡si aún salía con Tanya, podía informárselo sin ayuda!
—Te he estado esperando... —no pudo mirarla a los ojos; la siguió a la cocina—. ¿Puedo? —indicó el fregadero e Isabella frunció el ceño mientras se servía un vaso de agua y se lo bebía de un trago—. Te he estado esperando —repitió.
—¡Bueno, pues ya he llegado! —siguió sonriendo forzadamente, aunque tenía encogido el corazón. Apenas hacía un día que había estado en sus brazos. Hacía menos de veinticuatro horas había sido lo bastante necia como para vislumbrar un futuro con Edward... y en ese momento sabía que le iba a romper el corazón.
Qué boba había sido al creerle.
—Tu hermano me pidió que viniera...
—¿Mi hermano? —frunció el ceño. ¿Qué diablos tenía que ver Mike con todo eso? A menos que le hubiera pedido dinero a Edward... Se le heló la sangre al pensarlo.
—Está en el hospital... —Edward se humedeció los labios—. Hemos pensado que lo mejor era que viniera yo a contártelo en vez de la policía...
—La policía... —sintió agujas por todo el cuerpo. Lo miró a los ojos y captó la verdadera angustia que había en ellos—. ¿Qué ha hecho? ¿Qué le ha pasado?
—No se trata de Mike.
—¡No trates de mentirme de nuevo Edward, dime que fue lo que le pasó! —dijo mientras sentía que la desesperación se apoderaba de ella, que habrá sido lo que hizo su hermano ahora, y por qué demonios se lo contaba a Edward.
—Isabella ya te dije que no se trata de Mike —respondió él, desesperado por encontrar las palabras adecuadas para darle aquella terrible noticia.
—¡No te creo, ya basta de que me mientas, dime que fue lo que pasó en verdad!
—¡Isabella tus padres han muerto!
Los brazos de él fueron lo único que impidieron que cayera cuando todo su mundo se volvió negro. En el horrible vórtice en el que había entrado, durante un momento no hubo nada. Ni sonido, ni pensamiento, ni gravedad. Sólo una sensación vertiginosa de perdición que impregnó cada célula en su veloz y negra bienvenida, lanzándola luego a otro lado... de donde, sin importar lo mucho que suplicara y llorara, no había escapatoria.
Sin duda ese era el día más horrible de su vida, él estaba ahí, a su lado, una columna fuerte de apoyo. Esa noche había dejado que la llevara a la casa de sus padres y que la condujera a la cama, donde había despertado aquella misma mañana, cuando todo había sido normal. Se había sentado en la silla a su lado mientras ella flotaba en la zona crepuscular entre el reposo y el sueño hacia un lugar de vaga conciencia, y en algún momento entre la oscuridad y el amanecer lo recordó.
—Tanya...
—Shhh...
En el pasado, los labios hábiles de un mentiroso la habrían tranquilizado, pero ya se encontraba más allá del consuelo, del dolor... más allá de todo, en realidad.
Se llevó la mano a los labios al pensar en Jessica, en los gemelos...
—¿Qué diablos ha hecho? —al parecer el shock que tuvo le había hecho olvidarse de la cruda realidad que Edward le había notificado.
—No es Mike, Isabella... —Edward tragó saliva, no le gustaba el volver a repetir aquella terrible noticia—. Son tus padres.
—¿Mis padres? —movió la cabeza. Nada de lo que le decía tenía sentido—. ¿De qué me estás hablando? Acabo de dejarlos —había perdido la noción del tiempo también.
—Hubo un accidente en la carretera de la playa...
Ya había girado hacia la puerta, desesperada por ir junto a ellos, pero él la detuvo. Y supo por qué... en cuanto la abrazó supo lo que oiría a continuación. Pero no quería oírlo, no de nuevo, realmente nada de eso había sido un terrible sueño. Luchando como una gata atrapada, sentía desesperación por huir, por ir a esconderse antes que enfrentarse a la verdad.
—Isabella, murieron en el acto.
Ella no quería escuchar aquello, y trató de evadirlo.
—¿Habéis vuelto?
—Hablaremos por la mañana.
—¿Habéis vuelto?
El silencio interminable antes de que él respondiera fue más elocuente que las palabras.
—Isabella, es complicado...
—¿Sí o no?
Una pausa aun más larga.
—Sí.
Le resultaba inexplicable que, después del acto amoroso más asombroso, después de todo lo que se dijeron, pudiera marcharse en cuestión de horas. Que él volviera como si nada a los brazos de Tanya, olvidándola a ella, justamente ahora que más lo necesitaba.
—¿Está embarazada? —fue una pregunta arrogante, pero la única que se le ocurrió para racionalizar aquello.
—No —la miró a los ojos y mintió. Mintió porque tenían que acabar, porque no haría que a su hijo o a sí mismo algún día se les pudiera decir que era la única razón por la que estaba con la madre—. Tanya y yo llevamos juntos mucho tiempo... cuatro meses —añadió.
E Isabella de pronto sintió como si su madre estuviera en la habitación con ella, recordando el atardecer soleado y cómo habían reído. La respuesta perfecta estaba al alcance de su mano, pero eligió no usarla.
—Isabella, lo que sucedió aquella mañana...
Lo vio cerrar los ojos y concentrarse en busca de las palabras, pero ella lo resumió por él.
—Fue un momento de diversión.
Edward frunció el ceño antes de abrir otra vez los ojos. Fue evidente que ésa había sido la última respuesta que había esperado, pero Isabella estaba tan dolida que, en vez de humillarse y dejar que pensara que en una ocasión lo había deseado, le dijo lo contrario. Estaba más que dispuesta a arrancarse un trozo de su propio corazón y dejar que él probara el dolor... que experimentara la humillación que le había provocado.
—Isabella, sabes que no es así.
Se ahogaba. Ese día no sólo había perdido a sus padres, sino también al hombre al que había pensado que podría amar, y con el que creyó que podría formar una familia, ¡Que ilusa había sido!
—Vamos, Edward, mi madre jamás me habría perdonado si al menos no hubiera intentado coquetear contigo —lo miró a través de la oscuridad—. El gran Edward Cullen en la fiesta de mi padre. Mi negocio casi en la bancarrota. Habría sido irresponsable por mi parte al menos no tratar... —lo vio tragar saliva y pensó que existía la posibilidad remota de que le creyera. Eso bastó para que continuara—. De modo que has vuelto con Tanya... oh, bueno, no puedes culpar a una chica por intentarlo. En cualquier caso, ya conoces el dicho... los hombres ricos son como los autobuses; si te pierdes uno, poco después pasarán otros dos.
El silencio adquirió una cualidad sonora. Supo que había ido demasiado lejos, pero era demasiado tarde para dar marcha atrás... y en ese momento ni le importaba.
—Márchate, Edward.
—No deberías estar sola.
—En ese caso, llamaré a alguien que quiera que esté aquí.
—Bueno... —habló con voz seca y profesional, pero sus ojos proyectaron desdén— me alegro de que nos entendamos.
—Yo también.
Fue él quien tuvo la última palabra.
—Yo que tú, no perdería el tiempo con la pintura, Isabella. Después de tu representación en el cenador, deberías probar hacerte actriz. Durante un momento me convenciste de que eras diferente.

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