sábado, 18 de septiembre de 2010

Capitulo 2



De pronto llegó la hora y el pequeño grupo se trasladó a la carpa mientras la orquesta empezaba a tocar y los invitados seguían llegando. Edward no tardó en verse acorralado por Lauren, una rubia atractiva buena amiga de su madre. Isabella sabía que debía rondar los cincuenta, pero años de botox y de bulimia la ayudaban esa noche. Contenta por el respiro, mentalmente le deseó buena suerte.
Edward la perturbaba. Sacudía cada fibra de su ser. La pregunta anterior de cómo una mujer podía olvidar la fama de rompecorazones que tenía había quedado respondida... de cerca resultaba embriagador. Contuvo una sonrisa cuando Lauren rió un poco demasiado alto ante algo que él dijo. Apoyaba la mano en el brazo de Edward mientras le hablaba con intensidad... Podía quedárselo.
—¿Puedo hablar luego contigo, Isabella? —Mike se le acercó mientras saludaba con la mano a unas tías casi ancianas y sonreía como para las cámaras.
Algo que hacía siempre.
—Claro.
—A solas... —añadió.
A Isabella sé le hundió el corazón.
—¿Por qué?
—No seas así —murmuró su hermano.
—¿Me vas a pagar las pastas? —tenía buena razón para sonar mezquina. Si Mike le pagaba, quizá no hubiera nada de qué preocuparse... tal vez su malhumor careciera de motivo. Esperaba que así fuera.
—Escucha, siento eso.
—Mike, fue lo único que mamá te pidió. ¿Y si yo no las hubiera pedido?
—¡Pero lo hiciste! —exclamó con tono beligerante que de inmediato controló—. Toma... —sacó su cartera y le entregó algunos billetes—. Gracias por arreglarlo. Te veré luego.
—¿Puedo preguntar de qué se trata?
—Aquí no, ¿de acuerdo?
Pensó que lo hacía para que nadie pudiera descubrir que no era perfecto. Pero guardó silencio, asintió y se mordió con fuerza el labio inferior, próxima a las lágrimas.
—Mike —Edward enarcó las cejas en gesto de saludo cuando éste iba a pasar a su lado; había visto el intercambio que había mantenido con su hermana y Mike debía saberlo. Lo cortés sería soslayarlo, pero a Edward le importaba un bledo mostrarse cortés. Dejando a Lauren, le preguntó—: ¿Va todo bien?
—¡Todo va bien! —Mike sonrió y siguió la mirada de Edward en dirección a su hermana—. Sólo cosas de familia. Ya sabes...
—En realidad, no —repuso el otro.
—Sólo... —los dos observaron a Isabella guardarse el dinero en el bolso—. Bueno, Isabella tiene problemas. Cuando puedo, le echo una mano, ya sabes —mintió Mike descaradamente, intentando desesperadamente que nadie se enterara de su secreto.
Sí, Edward lo sabía... su padre ya se lo había dicho y ahora Mike se lo confirmaba, y también sabía que no debía meterse en lo que no le importaba. Pero su curiosidad había despertado, y cuando los camareros comenzaron a moverse entre los invitados con platos de comida, fue hacia donde estaba ella.
—Se te ve preocupada.
Isabella forzó una sonrisa veloz.
—No tengo ni idea de lo que ha preparado mi madre para esta noche.
—Pues se ha superado a sí misma.
Sabiendo lo mucho que a su madre le importaban las apariencias, le alegró oír esas palabras. Al mirar la bandeja que ofrecía un camarero, esperó ver los típicos sándwiches, pero no fue así.
—¡Oh!
Parpadeó al ver la bandeja llena de diminutos sándwiches, el pan tan fino y ligero como las alas de una mariposa, pero recubierto con los rellenos más extraños, una mezcla de productos italianos y australianos, Jalea, La pasta de levadura típica de Australia, Salami y Jamón. Todo hermosamente presentado, desde luego. Al comerlos, los sabores familiares le provocaron una risa. Entendía la broma.
—Tu padre y el mío solían intercambiar los almuerzos que llevaban a la escuela —Edward también sonrió—. Recuerdo a mi padre hablándome de la primera vez que probó los sándwiches del tuyo. Pensó que eran lo más desagradable que había probado jamás... y tu padre pensó lo mismo de los suyos. A las dos semanas, se cambiaban la comida.
—Mi padre insiste en que fue el primer australiano en apreciar el tomate desecado... los comía a diario antes de que se hicieran populares.
—Lo fue —convino Edward— También fue amigo de mi padre cuando nadie más lo era. Es un buen hombre.
—Lo es —Isabella sonrió—. Razón por la que tendrás que disculparme. He de hablar con los invitados...
—Lo estás haciendo.
—Quiero decir... —se agitó—... con las tías y demás familia y amigos.
—Estoy seguro de que tu padre preferiría que velaras por un invitado que no conoce a nadie... —qué peligrosa era esa sonrisa.
—¡No me cabe duda de que Lauren estará encantada de hacerte compañía! — tuvo ganas de golpearse por revelar que lo había notado.
—¡Lauren sólo me quiere por mi cuerpo! —se adelantó y bajó la voz. Vio que la proximidad encendía el rostro de Isabella y le habló al oído—: ¡Y no dejaré que me utilice!
Ella rió y echó la cabeza atrás, pero la risa salió demasiado aguda. El efecto de él tan cerca resultaba devastador.
—En cualquier caso —prosiguió Edward—, esta noche tengo órdenes estrictas de comportarme —de nuevo bajó la cabeza, como había hecho momentos atrás—. Creo que Lauren tiene un problema con su edad —sus palabras salieron más curiosas que burlonas—. Lo cual me retrae.
Anheló que la besara.
—¿Su edad? —luchó por sonar normal a medida que él se acercaba aún más.
—No, el hecho de que le cause problemas... —sonrió—. Soy demasiado canalla como para recordar reanimar a alguien.
Dios, era magnífico. Perverso y malo, ¡pero también divertido! Volvió a echar la cabeza atrás y extendió la copa para que un camarero la llenara.
Era una compañía excelente y su conversación estaba llena de insinuaciones, ni una sola grosera. Al menos por esa noche, su único foco era ella.
Resultó ser una fiesta maravillosa. Los invitados eran divertidos, la comida, deliciosa y las copas, variadas. Edward siguió siendo buena compañía, y de no haber sido por Mike, que la siguió al interior de la casa y la esperaba cuando salía del cuarto de baño, habría sido una velada estupenda.
No le dio una buena noticia... aunque su hermano nunca se las daba.
Mientras la conducía al estudio para hablar, y mientras ella escuchaba todo lo que tenía que decir, la sensación ominosa que durante mucho tiempo había aparecido cada vez que Mike estaba involucrado, dio paso a una incredulidad absoluta ante lo que le pedía. Bajo ningún concepto podía ayudarlo.
—Mike, no dispongo de esa cantidad de dinero...
—¡Pero podrías conseguirlo!
—¿Cómo? —abrió mucho los ojos—. Hablas de una cantidad de seis cifras.
—Tu apartamento vale mucho más de lo que pagaste por él, Isabella.
—¿Por qué voy a pagar tus deudas... otra vez? —añadió, sin poder contenerse.
Ya lo había ayudado en el pasado y él jamás se lo había devuelto. Había decidido no reclamárselo, pero en ese momento le estaba pidiendo una cantidad muy alta.
—¿Por qué iba a solicitar otro préstamo para ayudarte?
—Porque si no soluciono esto, Jessica me abandonará. Escucha, Isabella... —se pasó una mano por el pelo—. Lleva años sin trabajar y todo el tiempo está quejándose por el dinero, pero no hace nada por ayudar...
—¡Cuida a los gemelos! —señaló Isabella enfadada—. ¿Es que no crees que trabaja bastante?
—Isabella —habló casi en un susurro—. No se lo cuentes a mamá y a papá, no quiero preocuparles, pero estamos teniendo problemas con los gemelos... —su hermana se mordió el labio y él prosiguió—: Problemas de comportamiento. Es uno de los motivos por los que no los trajimos esta noche. Jessica no sabe que hacer con ellos... ni siquiera consigue que se vistan antes del almuerzo. No sabes lo que es vivir con ella. No mueve ni un dedo, está en casa todo el día y yo sigo teniendo que pagar a una mujer de la limpieza... Isabella, si no me ayudas y pierdo la casa, puedes tener por seguro que también perderé a los gemelos. ¿Puedes imaginarte a mamá y a papá...?
—Tienes que contárselo, Mike —suplicó—. ¿Dices que esta vez no es por el juego?
—No lo es —prometió—. Sólo una maldita caída de la bolsa, Isabella. Mataría a mamá y a papá. Están tan...
—¿Orgullosos? —espetó, porque en ese momento lo odiaba... y también odiaba a sus padres por dejarse engañar con tanta facilidad por Mike, el chico de oro, el único que tenía un trabajo de verdad, el que les había dado gemelos. El pobre y responsable Mike, con su esposa melancólica y depresiva.
—En junio me corresponde una bonificación enorme. Si no se lo cuento a Jessica, podré pagarte entonces.
—¿Quieres decir que volverías a mentirle? —no era la primera vez que le mentía, siempre le mentía a Jessica con respecto a sus problemas.
—Ayúdame, Isabella.
—Lo pensaré.
—Isabella, por favor.
—¡Lo pensaré! —repitió, y era todo lo que podía ofrecerle.
Irritada y preocupada, salió del estudio, tratando de recuperar la serenidad antes de regresar a la fiesta.
—¡Eh!
Edward dio un paso atrás cuando prácticamente chocó con él.
—Lo siento... —movió la cabeza—. No miraba por dónde iba.
—Intento averiguar dónde dejaron las maletas. Mi padre necesita una de sus pastillas.
—Por supuesto.
Agitada, lo condujo a la habitación de invitados, tan afectada por la confesión de Mike, que no le preocupó hallarse a solas con Edward en la planta de arriba.
—No están aquí —estudió la habitación—. Las habrán dejado en mi dormitorio... dónde vas a dormir tú —añadió mientras él la seguía.
—¡Qué mente tan abierta la de tus padres!
—¡La hija no va incluida! —le sonrió con gesto tenso y distraído al tiempo que abría la puerta del dormitorio—. Ahí están. Será mejor que baje... no tardarán en sacar la tarta.
—¿Te encuentras bien?
«No», quiso gritar. Pero sólo asintió.
—Estoy bien.
—Si quieres hablar...
—¿Por qué iba a hablar contigo? —replicó—. ¡Apenas te conozco!
—Eso se puede solucionar —indicó el dormitorio, pero nada más volverse a ella movió la cabeza al ver la expresión aturdida de Isabella—. Me refería a que aquí podemos hablar en privado...
¡Sólo una tonta entraría con Edward en un dormitorio esperando mantener una conversación! Pero durante un segundo se sintió tentada a ser irresponsable por una vez... y a ser muy, muy mala. Pero ella no era así.
—Como acabo de decir —le dedicó una sonrisa frágil antes de girar sobre los zapatos, que ya empezaban a molestarle—, no tardarán en sacar la tarta.
En la pista de baile aún había parejas y en las mesas los grupos reían y conversaban. El deferente Mike charlaba con las tías mayores y las hacía reír y los ojos de Lauren le habían lanzado dagas cuando había intentado incorporarse a un grupo de mujeres. De pronto, comprendió que había dejado pasar demasiado tiempo para unirse a los demás. Todos estaban cómodos en los pequeños grupos formados y hacían que se sintiera como una flor solitaria. Entonces, regresó Edward.
—Parece que sólo te quedo yo —la tomó por la muñeca y la condujo a la pista de baile sin preguntar.
De haberlo hecho, Isabella habría declinado... no porque no quisiera bailar, sino porque le apetecía mucho.
Al principio, la mantuvo suelta, oscilando al ritmo de la música a la vez que ella trataba de controlar los latidos de su corazón. En cuanto lo logró, la acercó más. Mientras los brazos de él subían por su espalda, lo único que supo fue que la embriagadora combinación del atractivo y la reputación de Edward despertaron su curiosidad y nerviosismo al mismo tiempo.
—No me gustan las tartas... —él le sonrió— lo que nos da más tiempo para bailar.
—Oh, pero mi madre piensa en todo —repuso Isabella—. Estoy segura de que también habrá una bandeja con fruta.
—¿Fruta prohibida, quizá?
—Disto mucho de serlo —le sonrió con ironía mientras su madre, que bailaba con poco garbo con su padre, los señalaba sin pudor, seguro que encantada por la buena pareja que hacían—. Mi madre desearía juntarnos.
—Mientras que ese solo pensamiento a mi padre le produce escalofríos.
Todas las inseguridades de la infancia de Isabella, todos los temores más arraigados de su madre, parecieron filtrarse por sus poros. Pero mientras las manos de él se abrían paso sobre su cintura, comprendió que le había malinterpretado.
—Muchas veces me ha dicho que, aunque no hay nada que le pueda apetecer más que vernos juntos... Bueno, conoce mi fama. Afirma que no podría mirar a tu padre a la cara si yo te hiciera daño.
Lo miró a los ojos y soltó las palabras antes de poder contenerse.
—Entonces, no me lo hagas —fue un coqueteo descarado, un reconocimiento manifiesto de la atracción que sentían, pero se recobró con rapidez—. En cualquier caso... dado que sales con Tanya...
—Hemos roto.
—Lo siento.
—Yo no —aseveró—. Tal vez podamos quedar para tomar un café o para cenar cuando vayas a la ciudad... en alguna parte lejos de nuestras familias.
—Tal vez... —asintió, tratando de fingir que no importaba.
Pero importaba mucho.
—¿Es un sí?
—Sí...
—Te llamaré.
—Claro —de algún modo, logró esbozar una sonrisa casual, pero los latidos del corazón se le aceleraron al tiempo que Edward la apretaba más contra él.
—Me gusta tu fragancia.
—Es... —se encogió de hombros con la intención de que fuera un gesto indiferente, pero le fue imposible recordar el nombre del perfume—. Me lo regalaron por mi cumpleaños.
—Me refería a tu fragancia —la corrigió y vio cómo se ruborizaba.
Nunca la habían sostenido en unos brazos de esa manera. Apenas la tocaba, y apenas se movían, pero las sensaciones que evocaba eran absolutamente indecentes. Su barómetro interno se había hecho añicos y el sentido común se había dispersado como diminutas gotas de mercurio, irrecuperable ya. El aliento de Edward era cálido contra su oreja y de pronto Isabella tuvo ganas de que se la lamiera... El bajó la cabeza un poco más hasta que casi pudo sentirlo próximo a su cuello. Luchó contra el impulso de cometer el mismo error que años atrás. Anheló girar el rostro como una flor hacia el sol, y recibir la dulce recompensa de esa boca. Fue un alivio que la música terminara... un alivio apartarse de él en la oscuridad.
Charlie sonrió encantado al ver entrar el carrito con la tarta enorme en la que ardían sesenta velas. Edward no le soltó la muñeca mientras le cantaban el cumpleaños feliz. Cuando su padre sopló las velas, la carpa se sumió en una oscuridad absoluta.
Y esa noche Isabella recibió lo que había deseado tantos años atrás. Al fin se veía recompensada con el premio de su boca.

Incluso una imaginación vívida no habría podido prepararla adecuadamente para la minuciosidad del beso, la turbadora sensación de la lengua al deslizarse por la suya, el modo en que el cuerpo de Edward la envolvió. Sabía a maná, con una poderosa fragancia masculina. Fue un beso durante el cual se pegó con tanta fuerza a ella que pudo sentir su erección. La consumió de tal manera que provocó una reacción en cadena que hizo que olvidara respirar, pensar e incluso que se olvidara de sí misma.
No importaba que todo el abrazo y el beso durara diez, quince segundos. Porque si hubiera sido más largo, habría tenido un orgasmo allí mismo. Pero la sincronización de él fue impecable, y cuando los aplausos murieron, antes de que las cámaras dejaran de disparar, su boca la había liberado.
Se encontró bajo unas luces súbitamente cegadoras. Nadie los había visto, todos los ojos seguían sobre su padre, pero sentía como si ella fuera el centro de atención... como si todo el mundo tuviera conocimiento de lo que acababa de suceder. Se sintió abochornada, casi como si los hubieran sorprendido haciendo el amor... diablos, de hecho se sentía como si lo hubieran hecho. Tenía las braguitas húmedas por la excitación, los pezones duros y palpitantes bajo el vestido suave; tan en carne viva estaba su deseo, que no podía creer que pasara desapercibido. Se preguntó qué le hacía ese hombre.
Pudo ver que Carlisle entrecerraba los ojos con desaprobación y el ceño de curiosidad de su madre al observar que le brillaban las mejillas. Edward era peligroso. Malo, peligroso... e irresistible.

1 comentario:

  1. vaya que capitulo ambos se gustan y Edward es .. un abrazo patricia1204

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