Furioso, Carlisle le exigió saber a su hijo dónde había estado. Apestando a brandy, se hallaba presente para la reunión del lunes, aunque en absoluto como demandaba la ocasión.
—¿Dove siete stato?
—Disfrutando de los frutos de mi trabajo —miró a su padre—. Trabajo duro, juego duro.
—El periódico anuncia que tu compromiso está roto...
— ¿Crees lo que dicen los periódicos? —se encogió de hombros.
— ¡Deberías comportarte! —bramó Carlisle—. Lo único que te pedí era que sentaras la cabeza durante un par de meses... y a cambio me avergüenzas. Estás comprometido y de pronto todo se rompe... ¿y qué pasa con Isabella?
— ¡Fuiste tú quien me dijo que no me acercara a ella! —señaló.
Pero Carlisle se negó a dejarlo. Estaba tan furioso, que apenas era capaz de hablar.
— ¡Porque sabía lo que harías! Y ahora... ahora, cuando van a tomar una decisión sobre el trabajo de toda mi vida, llegas ubriaco...
—No estoy borracho —interrumpió Edward—. Ojalá lo estuviera... de esa forma sería más fácil encarar a esos bufones. ¡Pero lo haré con resaca! Tú deberías ser quien lo hiciera... tú deberías estar recordándoles que tú levantaste la empresa, que ha sido tu vida, que la antepusiste a tu hijo. Sin embargo, dejas que te pisoteen.
—No estaré mucho tiempo. Intento asegurarme de que te aceptan como líder... que las cosas...
— ¡Vamos, entonces! —exclamó Edward— Condúceme a la sala de juntas ahora y que tomen su decisión. Pero les diré lo que te estoy diciendo a ti ahora... ¡jamás serviré para apaciguar!
Sin afeitar, con el pelo revuelto y oscuras ojeras, Edward se enfrentó a aquellos que se consideraban sus iguales y les sonrió con expresión torva.
—Mi padre fundó esta empresa hace cuarenta años... aquí en Melbourne. Ahora es una multinacional de primer orden... y ahora, cuando mi padre se va a jubilar, cuestionáis si debería seguir llamándose Cullen. Cuestionáis el liderazgo de la familia que os ha enriquecido. No hay nada que cuestionar.
A pesar de su aspecto, era el más digno de los allí presentes.
—Con los cuantiosos beneficios del año pasado, mientras vosotros incrementabais los fondos para vuestra jubilación u os comprabais una mansión en la playa, yo también aseguré mi futuro —con un dedo apuntó hacia el edificio de oficinas que tenían enfrente—. En todas las salas de juntas de las oficinas Cullen de todo el mundo, si miráis por la ventana la vista será la misma: he reservado despachos en cada ciudad en la que opera esta empresa, y os digo ahora que me llevaré el apellido de mi familia y empezaré de nuevo. Y tendré éxito... porque eso es lo que significa el apellido Cullen —los miró de uno en uno—. O me apoyáis o podéis sentaros detrás de vuestros escritorios y saludarme a través de la ventana. —Ni siquiera se molestó en aguardar su respuesta.
—Están contigo.
—Por supuesto que lo están —Edward se había cambiado y afeitado, y el pelo le brillaba. Se hallaba plenamente compuesto.
—Tienes razón —por primera vez, Carlisle alabó a su hijo—. Estoy orgulloso de ti.
—No dejaré que tu empresa se hunda. Puede que en ocasiones me abandoné a mí mismo, pero eso jamás se reflejará en mi trabajo.
—Tu madre vuelve conmigo.
Cuando iba a contarle sin rodeos lo que pensaba sobre eso, su padre se adelantó.
—Treinta años más tarde que tú, hijo mío, he descubierto que ya no me importa lo que piensen los demás. Así como tú no quieres apaciguar a los del consejo... yo no voy a apaciguarte a ti. Amo a tu madre. La he echado de menos la mitad de mi vida...
— ¿Es que no ves que vuelve ahora que estás enfermo... que hay dinero?
—Tal vez... —Carlisle se encogió de hombros—. Pero, ¿es mejor morir solo con el orgullo intacto o cuidado y creyendo que el amor existe?
— ¿Y si te está utilizando, papá? —los dos sabían que no hablaba de su madre; por primera vez suplicaba el consejo de su padre—. ¿Y si sabes que sólo representa problemas? ¿Y si lo sabes?
—Entonces tienes que preguntarte si lo bueno supera a lo malo.
Desde luego que sí. Recordó la fragancia de Isabella, su risa, y supo que haría lo que fuera por pasar una noche a su lado.
—La gente no tiene que ser perfecta para que la amemos —expuso Carlisle—. Isabella es prueba de ello.
— ¿Isabella? —frunció el ceño.
—Eres un idiota —Carlisle sonrió—. ¿Cuándo se te meterá en la cabeza que te ama?
Se lo diría. Apoyó la cabeza sobre el escritorio y se mesó el pelo mientras se preparaba para la tarea más dura... confiar en ella, perdonarla, decirle que lo sentía. No le importaba el dinero y podía ayudarla con sus problemas, ni siquiera le importaba el abogado... porque lo que habían descubierto, lo que habían compartido, aunque brevemente, no tenía precio.
— ¡Edward! —Mike irrumpió en su despacho con una amplia sonrisa— ¿Has visto a Jessica o a Isabella? Se suponía que habíamos quedado para tomar café en la cafetería de enfrente antes de venir a firmar los documentos.
—Aún no... —se obligó a sonreír y luego miró el reloj—. Todavía queda tiempo.
—No consigo dar con Jessica, eso es todo... quizá se han complicado las cosas con la niñera.
—Quizá —se encogió de hombros—. Mike, quería hablar contigo. Cuando el otro día te llamé acerca de Isabella...
—En realidad... —Mike esbozó una sonrisa forzada—... cuando hablamos sobre el problema de Isabella... bueno, yo me sentí cómodo. Prácticamente eras de la familia... —borró la sonrisa de disculpa—. Pero ya no lo eres.
—Lo único que me mueve es lo mejor para tu hermana.
— ¿En serio? —frunció el ceño con desagrado—. Creo que sería mejor para todos si mantuvieras las distancias.
Edward se dijo que era lógico. Después de todo, sólo velaba por su hermana... pero no había parecido demasiado preocupado unos momentos atrás. Una sensación incómoda comenzó a crecer en su interior. Isabella le había dicho que quien tenía el problema era Mike, y él lo había descartado como una negación de la realidad. Mike, con la sonrisa luminosa y los zapatos impecables. Mike, con el descapotable y el estilo de vida urbanita. Mike, con la esposa deprimida y los gemelos sin cuidar. Maldijo para sus adentros.
Marcó el número de ella y dejó mensajes inconexos en su contestador. Intentó filtrar cada conversación que habían mantenido, tratando de descartar, verificar, asimilar los hechos. Salió de su despacho a tiempo de ver cómo se cerraba la puerta de la sala de reuniones y lamentó el hecho de haberse desvinculado de la gestión del patrimonio de los padres de ella. Yendo de un lado a otro como un animal enjaulado, quiso estar ahí adentro sentado junto a Isabella.
Isabella dejó de andar durante un segundo y miró el teléfono que sonaba. Mike le había dejado varios mensajes frenéticos queriendo saber dónde estaba, y en ese momento entraba Edward en la escena... llamándola, enviándole mensajes de texto. Se dijo que todos lo sabrían en poco tiempo.
—Gracias por venir... —se sintió como la peor mujer del mundo al hacer pasar a Jessica a su pequeño apartamento—. ¿Dónde están los gemelos?
—Una niñera se ocupará de ellos —respondió con evasivas. Declinó algo para beber y se sentó en el borde del sofá de Isabella—. Lo sabes, ¿verdad?
— ¿Saber?
—Que hoy le voy a dejar. No busco su dinero —movió la cabeza—. Puede quedárselo... puede tirarlo o jugárselo... ya no me importa.
Y entonces Isabella lo vio. Si ella había bailado en la periferia de la adicción de Mike, Jessica había vivido en su centro. Ahí estaba una mujer dispuesta a marcharse sólo con la ropa que llevaba y sus hijos... que se merecían mucho más.
—Amo a tu hermano... —la miró con ojos cansados e hinchados—. Pero tanto como lo amo, lo odio. Sé que no es un buen momento para dejarle. Lo he intentado... —la sacudieron unos sollozos— pero siempre había que esperar a hacerlo después de algún acontecimiento... el cumpleaños de los gemelos, la navidad, el sesenta cumpleaños de tu padre, el funeral de tus padres... no he dejado de esperar que llegara el momento adecuado. Y no va a llegar. Hoy obtendrá un millón de dólares —otro sollozo—, así que podré marcharme...
Mientras la abrazaba, comprendió que no había nada que pudiera decirle a esa mujer que le causara más dolor del que ya sentía.
—Lo sé. Sé lo duro que ha sido y yo haré lo que pueda por ti y los gemelos. Jessica... —sintió el alivio en su cuñada al recibir su apoyo—. Estoy al tanto de su adicción. Le he prestado mi parte de la herencia.
—Has sido una tonta, entonces —comentó Jessica con amargura, aunque no dirigida contra Isabella—. ¿Sabes que no lo recuperarás?
—He contratado a un abogado —a Isabella le tembló la voz al reconocer lo que había hecho—. Hoy me está representando... Mike está a punto de descubrirlo.
Cuando Mike salió con la cara desencajada, Edward supo que no se había equivocado. La fachada de chico bueno se había desvanecido y pasó a su lado sin despedirse, dominado por la impaciencia. Harto de esperar el ascensor, bajó por las escaleras.
—Creo que nunca he visto nada tan desagradable —Marco, uno de los directores, puso los ojos en blanco.
Pero Edward no le escuchaba. Miraba hacia todos los asistentes que iban saliendo de la sala de reuniones, desesperado por verla, por ofrecerle su tardío apoyo.
— ¿Dónde está Isabella?
—Envió a un abogado para que la representara, al prestigioso Jacob Black, me sorprendió la manera en como defendió sus intereses. La transacción siguió adelante y luego Mike recibió una notificación. Lo va a demandar por el dinero que le debe y la herencia de él no se hará efectiva. Debe dinero en todas partes —indicó Marco con expresión sombría— En realidad, no puedo evitar sentir pena por él. No sólo no recibió el dinero que esperaba, sino que descubrió que su esposa lo ha abandonado.
Al comprenderlo, Edward sintió que las sienes le palpitaban. El problema del que no había querido oír hablar cuando ella había tratado de contárselo, tan convencido estaba de que la deuda era de Isabella, de que estaba con el tal Jacob, sólo era la adicción de su hermano. Rememoró la expresión de Mike al marcharse y supo que un hombre tan acorralado y hundido podía resultar peligroso. Dejando a Marco con la palabra en la boca, se lanzó hacia el ascensor, desesperado por llegar junto a Isabella... para advertirle, para protegerla. En todo momento ella había estado contando la verdad... y no sólo acerca de su hermano, y lo de su abogado, sino también… Tenía que llegar junto a ella... para proteger a la mujer que amaba y también a la madre de su hijo.
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