domingo, 19 de septiembre de 2010

CAPITULO 13


— ¡Abre la puerta! Eres una zorra, Isabella. ¡Abre la puerta, maldita traidora!
— ¿No echaste el cerrojo...? —Jessica la miró frenética mientras su marido seguía gritando.
—Ve a esconderte en el cuarto de baño —instó Isabella.
Bajando los escalones con sigilo, lista para echar el cerrojo, no sintió miedo. En el fondo de su corazón sabía que Mike no le haría daño, que sólo estaba enfadado, indignado, pero que jamás le haría daño. Y entonces trastabilló.
La caída tuvo lugar en el momento en que la puerta se abría y un dolor agudo la atravesó antes incluso de llegar al suelo. La furia que había en los ojos de su hermano se convirtió en terror al mirarla.
— ¡Bells!, hermanita —Mike llegó corriendo a su lado, estaba inconsciente—. Bella, Bellita, por favor despierta, abre tus ojitos, por favor Bella, perdóname —dijo ya al borde de las lagrimas mientras la abrazaba, se sentía muy culpable, y sobre todo aterrado por lo que estuvo a punto de hacer.
Al escuchar Jessica el fuerte golpe, bajó corriendo las escaleras, y se quedó paralizada ante la imagen que presenciaban sus ojos.
—Mike, ¿qué le has hecho a tu hermana?
—No fui yo, se cayó por las escaleras, de verdad, fue… fue un… un accidente.
— ¡Muévete Mike, no te quedes ahí, hay que llamar a una ambulancia, tu hermana está embarazada!
— ¿Embarazada?
—Sí, y si pierde a su bebé será tu culpa.
Edward llegó en el preciso instante en que la subían a la ambulancia, al verla sintió un pánico tan feroz que destrozó sus nervios. Corrió directamente a donde se encontraba Mike.
— ¡Infeliz, desgraciado, que le hiciste!
—Yo… yo no fui Edward, de verdad sólo fue… un… un accidente —tartamudeó, el miedo por lo que le pasó a su hermana lo estaba consumiendo.
—Nada más te digo que si algo le pasa a ella o a mi bebé, te arrepentirás toda tu maldita vida Mike.
Empujándolo a un lado, subió a la ambulancia, al lado de la madre de su hijo, donde siempre tuvo que haber estado.
—Bella, cariño, vas a estar bien, te lo juro, tu y nuestro hijo estarán bien —pronunció llorando, mientras tomaba la mano de Isabella.

Al despertar experimentó una extraña sensación de dejá vu. Edward estaba sentado en una silla junto a su cama y en su cuerpo experimentaba una penetrante sensación de pérdida que no se atrevía a explorar.
—Estás bien... —llegó a su lado en un segundo.
—El bebé... —llevó las manos al vientre con la intención de descifrar algún cambio.
—Lo sabremos pronto.
La atravesó un espasmo de dolor por la impotencia de toda la situación y él le tomó la mano y se la besó. Se sintió desolada al recordar lo sucedido.
— ¿Mike?
—No te preocupes por Mike.
—Pero lo hago...
—Lo sé.
—El no me golpeó, fue un accidente, te lo juro.
—Lo sé —repitió.
—No lo habría hecho...
—Sí, Bella, lo habría hecho —replicó Edward—. Ya había maltratado a Jessica y te habría golpeado a ti. Eso fue lo que más le aterró... las cosas que al final hicieron que reconociera que necesitaba ayuda. Al darse cuenta de que habría golpeado a una mujer embarazada... de que podría haber sido el responsable de la pérdida de tu bebé... Te caíste por ir a tratar de cerrarle la puerta. Debes dejar de excusarle.
—Es mi hermano.
—No te he pedido que dejes de quererlo.
Tenía razón. Hasta ahí había llegado por decisión suya. Hablar con el abogado, elegir recobrar el control, negarse a que la manipulara, ser dueña de lo que le pertenecía... nada de eso significaba que no le quisiera.
— ¿Dónde está?
—En una clínica. Por un mínimo de tres meses... él aceptó ir.
— ¿Rehabilitación?
—La recibirá, pero por ahora van a tratarle la depresión. Luego recibirá toda la ayuda que tanto necesita.
— ¿Cómo se encuentra Jessica?
—Está en mi casa de Sídney con su madre y los gemelos. Quería quedarse para estar a tu lado, pero yo no quería que estuviera por aquí mientras me ocupaba de Mike. Está muy cansada y necesita reposo. Ha soportado mucho...
—El bebé... —repitió. Quería a Jessica, pero nada podría retener su atención hasta que conociera la respuesta.
—No te angusties —intentó tranquilizarla—. Debes descansar. El médico dice que no tienes que alterarte. Pronto te harán una ecografía y descubriremos cómo está nuestro...
Lo miró frunciendo el ceño.
— ¿Nuestro? ¿Cómo es que de pronto es nuestro bebé?, si mas no recuerdo, me dijiste que no te importaba.
—Lo siento, Bella. Lamento no haberte creído... lamento las cosas terribles que te dije, lo de Black, todo. Lamento la estupidez que estuvo a punto de hacer que os perdiera a los dos. Al ver a Mike largarse furioso, sentí miedo por primera vez en la vida. Me di cuenta de que te amaba.
—No —movió la cabeza—. No quiero oírte decir que me amas. Ahora, cuando has descubierto que te contaba la verdad, que sí voy a tener un bebé, que soy una persona honesta, de repente decides que me has amado en todo momento.
— ¡No! Me empeñé en no confiar en ti y, desde luego, en no amarte jamás... no lo reconocí ante mí mismo hasta hoy. Por primera vez en mi vida escuché a mi padre y comprendí que tal vez estar enamorado de una jugadora compulsiva, de una cazafortunas declarada que me había dicho que sólo me quería por lo que podía darle, quizá no fuera tan malo si al final de cada día podía abrazarla.
—Nunca podré confiar en ti —musitó. Era demasiado tarde.
— ¿Nunca? —repitió él y ella asintió—. ¿Aunque te diga que desde aquella mañana en la playa, desde la primera vez que hicimos el amor, no me he acostado con ninguna otra mujer?
— ¡Por favor! —logró reír débilmente.
—Tendrá que salir ahora. Van a hacerle una ecografía —una enfermera enérgica asomó la cabeza en la habitación.
— ¿Puede quedarse hasta que venga el camillero? —pidió Isabella... y entonces la enfermera se ablandó y le dijo que disponía de dos minutos—. Volviste con Tanya —continuó cuando se quedaron solos—. ¿De verdad esperas que crea que no te acostaste con ella?
—Cuando te dejé aquella mañana, mi intención era comenzar una relación contigo. Estaba impaciente por que acabara el bautizo para poder llamarte... Pero Tanya me esperaba. Me dijo que estaba embarazada. Excepto aquella mañana contigo, siempre había tomado precauciones, pero sabía que esas cosas pasaban...
—Yo creía que ella no podía tener hijos.
—No sé si puede...
Isabella abrió la boca para decirle que estaba cansada de sus mentiras, pero calló ante lo que vio. Edward, que siempre estaba tan controlado, parecía completamente hundido. El dolor le marcaba la cara y su boca se abría para pronunciar unas palabras que no salían.
Cuando entró el camillero con la silla de ruedas para llevarla a hacerle la ecografía, fue Isabella quien pidió un segundo más. La puerta se cerró y supo que tenía que escucharlo sin interrupciones. Había tanto dolor en su cara, que no podía apremiarlo.
—Me quedé atónito... —movió la cabeza mientras lo revivía—. Pensaba en ti, en verte otra vez el lunes, y de pronto Tanya me estaba contando que estaba embarazada y que debíamos ser discretos porque esperaba cerrar un gran contrato. Me sentí decepcionado por nosotros —la miró a los ojos—. Pero me dije que lo nuestro acababa de empezar y que era más importante el bebé.
Ella asintió... porque hasta ahí podía comprenderlo.
— ¿Te sentiste atrapado?
—No —su respuesta pareció sorprenderlos a los dos—. Bella, mi madre nos dejó porque se sentía atrapada... sentía que no era una madre lo bastante buena y que yo estaría mejor sin ella. Pero se equivocó. Siempre me prometí que jamás le haría a mi hijo lo que me habían hecho a mí. Jamás pensé en tener un hijo, pero cuando Tanya me lo dijo, me sentí feliz. Estaba decidido a dar lo mejor de mí, a construir un hogar... Me enamoré de ese bebé al minuto de que Tanya me lo contara. Pero no nos acostamos. Yo seguía inseguro... no sobre el bebé, pero sí sobre ella. Le dije que me preocupaba que el sexo pudiera afectar al bebé... una excusa estúpida. Se marchó a Brasil para la sesión de fotos y me reuní allí con ella. Pero no se estaba cuidando. Me presenté por sorpresa. Y al llegar vi que fumaba y bebía, que tomaba laxantes... todas las cosas a las que recurría para mantenerse delgada y que me irritaban cuando estábamos juntos. Discutimos.
—No me extraña.
—Me acusó de ser un antiguo, de tratar de controlarla... supongo que lo hacía. Al regresar a Melbourne, le pedí que viniera a esta misma clínica a la que te he traído para que viera a un buen especialista. Insistió en ir a su propio médico. No dejó de intentar de acostarse conmigo, pero yo estaba enfadado. Quería asegurarme de que el bebé se hallaba bien. Y entonces... —se paso la mano por el pelo—. Nunca había visto una ecografía... jamás me había dejado acompañarla al médico. Al final, después de una discusión, aceptó venir aquí. La traje y mantuvo la mentira hasta la misma recepción —en sus ojos sólo había dolor—. Jamás había existido ese bebé. Lo inventó para que volviéramos. Esperaba quedarse embarazada pronto...
— ¿O sea que nunca lo estuvo...? —no pudo ocultar la conmoción que sentía.
—Sólo fui un tonto que durante un tiempo creí...
—No eres tonto, Edward.
—Quise a ese bebé.
—Lo siento —musitó con sinceridad—. Debió de ser un infierno.
—Me enteré de que no había bebé la semana anterior a que tú te presentaras en mi despacho para pedirme dinero. Y cuando me dijiste que estabas embarazada... —cerró los ojos—. Fue como si la situación volviera a repetirse.
— ¡Este es real! —intentó sonreír, ser valiente... pero, ¿y si se equivocaba? ¿Y si era demasiado tarde?
—Lo sé, y te juro por lo más sagrado que nunca volveré a desconfiar de ti, nunca más amor —le tomó la mano.
—Edward, yo... yo no sé... —la cortó de golpe, a punto de derramar lagrimas.
—Bella, por favor, ahora tu y nuestro bebé son mi vida, por favor perdoname, yo... yo te amo.
Inclinó su cabeza para posarla en su mano, una gota calida la recorrió desde el dorso hasta el antebrazo, "Edward estaba llorando", en verdad la amaba. Fue en ese momento que se dió cuenta que ese futuro que tanto habí soñado a su lado podría ser verdad, ella también lo amaba con locura. Con cariño levanto su rostro y secó sus lagrimas con amor.
—Esdward, yo también te amo, y sin ti mi vida no tendría sentido.
—¿Entonces... me perdonas?
—No hay nada que perdonar, sólo hay que olvidar el pasado y comenzar de nuevo...
Antes de que pudiera pronunciar otra palabra, su boca fue asaltada por unos labios ansiosos de amor, de perdón, pero sobre todo de ternura, en ese beso se dijeron más que con mil palabras cuanto se amaban, fue un beso tan especial que ninguno de los dos pudo evitar seguir llorando. Se separaron en busca de aire, pero dejaron sus frentes juntas, viendose a los ojos, con eterno amor.
—Te amo.
—Yo también.
Ya no pudo retrasar más la ecografía.
— ¿Puede acompañarme él? —preguntó mientras se sentaba en la silla de ruedas.
La enfermera se mostró amable en esa ocasión.
— ¿Qué desea usted, señorita Swan? En todos los periódicos sale que su relación se ha acabado... y no quiero que ninguno de mis pacientes se sienta presionado...
—Creo que me gustaría que me acompañara —tragó saliva, aterrada por el resultado, pero sabiendo que Edward estaba tan asustado como ella.
—Está bien, vamos.
— ¿Quiere que gire el monitor? —preguntó la ecógrafa, pero Isabella movió la cabeza.
Observó formas negras y blancas moverse en la pantalla, nubes que se enfocaban y desenfocaban, como si viajaran a gran velocidad por un túnel. Y de pronto ahí estuvo. Su bebé. Flotando en su pequeño universo, seguro e impasible al drama que había tenido lugar.
—Unas diez semanas y media... —dijo la técnica—. Demasiado temprano para saber su sexo.
—No importa —dijo Edward cuando Isabella no pudo hablar.
—Imprimiré algunas fotos.
Esas fueron las palabras más dulces que había oído jamás. El médico le aconsejó mucho reposo. No había nada más que pudiera prescribir para un útero levemente irritable, una zona lumbar magullada y una madre emocionalmente exhausta.
Sentada en el coche de Edward, con las fotos pegadas al pecho y los ojos cerrados, se hallaba en un mundo entre el sueño y la vigilia. En ese instante, se imaginaba yendo en el coche por el camino de la playa, pero con todo bajo control, sus padres a salvo a su lado, sin corrimientos de tierra ni aguas turbulentas, sólo el graznido de las gaviotas y la deliciosa fragancia salada de su hogar...
—Hemos llegado —dijo él, abriendo la puerta.
Parpadeó, viendo su hogar, su casa familiar, por primera vez desde el funeral.
Él la ayudó a bajar. No había más preguntas. Y las respuestas que aún faltaban podían esperar.
Un playboy sin afeitar y enfundado en unos vaqueros viejos la despertó con zumo de pomelo y una tostada y la observó comer desde el pie de la cama individual.
—Tienes mejor aspecto.
—Gracias, doctor.
—Es verdad —le sonrió—. Sin embargo, he tomado una decisión y les he dicho a mis padres que aún no estás preparada para recibir visitas —entonces la sonrisa se volvió irónica—. Con treinta y cuatro años, ahora tengo una madre que cree que me puede decir lo que debería hacer... al parecer, he de darte sopa.
—Suena bien.
—Y no debemos tener sexo hasta que llegue el bebé.
—Ese tema lo trataremos con un especialista —respondió Isabella risueña.
—Y me ha dicho que he de «comunicarme mejor». Algo que al parecer mi padre no consiguió hacer.
—Empieza a gustarme tu madre —la sonrisa se evaporó—, ¿Cuándo compraste mi casa, Edward?
—Hice una oferta dos días después del funeral.
—Entonces estabas con Tanya.
—Lo sé.
— ¿Se lo contaste?
Movió la cabeza.
—No puedo justificar, ni siquiera explicar, por qué lo hice. Sabía que te iba a destrozar tener que vaciar la casa. Pensé que si podía comprarla tal como estaba, quizá en algún momento... no sé...
—No deberías haberlo hecho.
—No me hagas sentir culpable por no haber sido sincero con Tanya... debes saber que contigo jamás será así. Tantas veces intenté cerrarte la puerta de mi corazón, pero no dejaba de abrirse.
Jugaba con sus pies, algo que Isabella siempre había odiado. De hecho, no recordaba haber dejado que nadie se los masajeara. Pero a él se lo permitió.
—Quiero verte feliz, Bella.
— ¿Bella? —preguntó con una pequeña sonrisa.
—Sí, tú eres mi Bella —respondió el con una sonrisa.
—Yo también quiero verte feliz a ti.
—Lo soy... ahora que sé que estás bien, que los dos están bien, ahora ustedes son mi vida, ya te lo dije.
— ¿La decisión del consejo te fue favorable?
—Desde luego... —sonrió otra vez.
— ¿Cuál fue?
—Cuando estés lista para leer el periódico, descubrirás que «en un giro sorprendente», yo, Edward Cullen —imitó el tono de un reportero—, he declinado la oferta unánime del consejo y he elegido establecer un grupo de asociados para poder pasar más tiempo con mi familia. A propósito, ésa eres tú —añadió con su voz normal, rozando su nariz con el dedo—. Por si aún no te has dado cuenta. Sé que todavía es demasiado pronto para que seas feliz, que aún no has tenido la oportunidad de asimilar la pérdida de tus padres, pero algún día pienso hacerte feliz...
Las lágrimas cayeron por el rostro de Isabella.
—Los echo de menos.
—Por supuesto.
—Me alegro de que nunca descubrieran cómo era Mike. Me alegro de que murieran pensando que le iba todo bien. Pero... pero me habría gustado que hubieran vivido para descubrirme a mí. Haber tenido más tiempo para hacer que se sintieran orgullosos. Se habrían sentido tan orgullosos ahora...
—Querían que fueras feliz, que estuvieras segura, y ahora es así.
—Pero no lo saben. No saben lo del bebé...
—Ven —la ayudó a levantarse y la condujo al dormitorio de sus padres—. Mira.
No había ido a esa habitación desde que murieron, pero ahí, encima de las puertas de la terraza, estaba su cuadro.
— ¿Lo colgaron? —parpadeó.
—Sí —mintió, esperando que no viera el borde del martillo que sobresalía de debajo de la cama.
Era una mentira piadosa... y cualquier cosa era admisible si la hacía feliz, si le brindaba paz, nunca más permitiría que algo la perturbara, él la haría feliz a toda costa.
— ¿De qué sirve esto? —contempló las imágenes que su mente había creado, la pareja con dos niños que iba detrás de sus padres y que representaban a Mike, Jessica y los gemelos, y sólo sirvieron para desgarrarle el corazón—. Jessica y Mike han terminado.
—Yo también habría pensado lo mismo; pero ella me ha llamado varias veces para interesarse por él... para saber adónde iría, qué tratamiento iba a recibir...
—Es algo demasiado grave para perdonarlo...
—Yo te perdoné —le recordó él con gentileza—. Resultó que no era necesario perdonarte nada, porque ahora sé que eres un ángel, mí ángel, pero había llegado a la conclusión de que era más fácil perdonarte que perderte, aunque la que terminó perdonandome fuiste tu.
—Edward te amo —dijo mientras se colgaba de su cuello
—Yo también te amo Bella, los amo a los dos.
Y se fundieron en un poderoso abrazo y beso, que les hizo saber que ahora se pertenecían el uno al otro, que nunca más abría mentiras, ni engaños, secretos ni nada que pudiera opacar la felicidad que en ese momento los embargaba con todo su poder, tendrían una vida plena y satisfactoria en donde su bebé creciera amado, feliz, contento y con la mejor familia que hubiera podido tener en el mundo, porque se amaban, y el amor es lo más importante en una familia.
FIN.

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