lunes, 13 de diciembre de 2010

Te odio


Capítulo 22 “Te odio”

Cuando Bella despertó vio que era una hermosa mañana, y que el sol entraba a raudales por la ventana y los pájaros cantaban en el cielo. Estaba impaciente por levantarse y caminar. Obligó a Edward a salir de la cama pidiéndole que fuera a buscar su ropa. Él se puso los pantalones de mala gana e hizo lo que ella le pedía. Cuando volvió con la ropa de Bella subió a la cama sin una palabra y volvió a dormirse.

Bella había olvidado que su enagua estaba rasgada, pero no perdería tiempo en coserla. Quería ver a su madre. Sus dos vestidos eran de tela suave, de manera que no importaría si llevaba enagua o no.

Eligió el de algodón color lino y se lo puso rápidamente. Salió de la habitación, sin preocuparse siquiera por sus cabellos, que colgaban sueltos en su espalda. Sus pies descalzos sintieron el frío del suelo cuando corrió por el corredor y bajó la escalera.

Vio a Sue sentada ante la larga mesa del comedor con su madre, hablando alegremente. Sue miró a Bella con sorpresa, pero Renée se levantó de inmediato y fue a abrazarla cuando se acercó a la mesa.

–Ah, mi amor. ¿Estás bien? –preguntó Renée mientras besaba a Bella–. Él dijo que no te haría daño, pero no me permitía verte.

–Estoy bien... ahora –replicó Bella, y llevó a su madre de vuelta a la mesa.

–¿Edward...? ¿Edward sabe que has salido de su habitación? De otro modo...

–Lo sabe, mamá –interrumpió Bella–. Hice un trato con él anoche. Di mí palabra de que me quedaría aquí durante un año, contando el tiempo que ya he pasado con él, en realidad serán menos de once meses.

–¿Aceptaste eso?

–No tenía otra opción. Él estableció el tiempo, y yo tuve que dar mi palabra de que no escaparía para poder salir de esa habitación. Ya no soportaba estar encerrada allí.

–Hiciste una tontería al volver a escapar –le regañó Sue–. Edward estaba como loco cuando me dijo que te habías marchado. Casi enfermé de preocupación por ti.


–Lo lamento, Sue. Pero quería volver a buscarte. No me habría ido si no hubiera sabido que serías rescatada.

–Ah, yo estaba bien pequeña –replicó Sue–. En realidad, esto ha comenzado a gustarme. Ya no debo trabajar en la cocina pero sigo supervisando a las dos muchachas que sirven aquí siempre que Edward está en casa.

–¿Quienes son esas muchachas? –Preguntó curiosamente Bella.

–Alice y Carmen –respondió Sue–. Su hermana mayor, Rosalie, está casada con Emmett.

–¿Casada? Sí, oí decir a Edward que Emmett tenía una esposa aquí.

–Una esposa que le ha dado tres hijos. Lindas criaturas, son... todas niñas.

–¿Y Edward también tiene una esposa e hijos aquí? –preguntó Bella con sarcasmo.

Sue y Renée cambiaron miradas curiosas, y Sue dijo: –Edward nunca ha tomado en serio a ninguna de las mujeres del pueblo. De vez en cuando visita a las rameras, pero eso es todo. Muchos hombres de su tripulación se han casado con muchachas del pueblo, y han construido sus propias casas en visitas anteriores. El resto de la tripulación vive en el pueblo.

–¿Entonces hay un sacerdote que ha celebrado esos matrimonios? –aventuró Bella–. Me gustaría verlo para confesarme.

–No, las parejas recibieron su bendición del jefe del pueblo. Eso es todo. Pero creo que he convencido a Emmett de que traiga un sacerdote aquí para dar a esos matrimonios la bendición de Dios.

–¿Por qué te preocupas por esto, Sue? –preguntó Bella.

–Los hombres de Edward se casaron honorablemente con esas muchachas; no piensan abandonarlas. Creo que deben casarse como Dios manda.

–En realidad piensas en Emmett. Honestamente, Sue, eres imposible. ¿Es necesario que te conviertas en la madre de todos? Emmett no merece tu preocupación.

–He venido aquí a conocerlo también, Bella –dijo Renée–. Me resulta difícil creer que se trate del mismo hombre que estuvo a punto de azotarte hasta la muerte.

–Es el mismo hombre, y todavía le gustaría que me azotaran. Si yo hiciera algún daño a Edward, Emmett sería el primero en desnudar mi espalda.

–Ella tiene razón, Renée –dijo Sue de mala gana–. Tú no estabas aquí el día que estuvo a punto de matar al capitán, Emmett es capaz de convertirse en un demonio salvaje, pero sólo cuando se trata de Edward; lo protege como una madre protege a su hijo.

Renée frunció el ceño y miró tristemente a Bella.

–Me temo que no te he protegido como debía, ma chérie.

–Ah, no, mamá, no debes culparte. Nada puedes hacer por mí sin hacer peligrar tu propia vida. Ya me las arreglaré... Sólo será por un año.

–Parece que hubieras capitulado, Bella; no será un año. El conde Black tiene el mapa que le diste. Nos rescatará –dijo Renée.

Bella suspiró y contó a su madre la conversación que había oído entre Jacob y James.

–De manera que pasará un año, a menos que Edward decida dejarme libre antes –terminó Bella.

–¿Edward sabe que ya no piensas casarte con el conde? –preguntó Renée en voz baja.

–No, y las dos debéis prometerme que no se lo dirán ni a él ni a nadie –replicó Bella, y esperó el gesto de asentimiento de su madre y Sue.

–Pero si lo supiera tal vez se casaría contigo –replicó Renée.

–Mamá, mis sentimientos por Edward no han cambiado desde la última vez que te hablé de él, sigo odiándolo, y jamás, jamás me casaré con él. Y él también ha dicho que no se casará conmigo. No cambiará de idea.

–Pero un año es mucho tiempo Bella, si das un hijo a Edward, seguramente él...

–¡No! ¡Ni lo pienses! –gritó Bella–. ¡Eso no sucederá!

–¡Cálmate, mi amor! Por supuesto que no sucederá. No quería alterarte –dijo rápidamente Renée, deseando estar tan segura como aparentemente lo estaba Bella.

–Lamento haber gritado, mamá. He gritado mucho últimamente –dijo Bella con una débil sonrisa.

–Y con buenas razones, me imagino.

–Muy buenas, razones –rió suavemente Bella. –Si al menos hubiera vuelto Charlie, nuestras vidas habrían sido muy diferentes –dijo Renée con ansiedad.

–¿Charlie? ¿Quién es este Charlie? –preguntó Sue. El rostro de Renée se ruborizó ligeramente.

–Trae a Bella un poco de ese pan caliente que horneó Alice por favor Sue, y un poco de leche.

–¿Nunca le hablaste a Sue de Charlie? –preguntó Bella una vez que la vieja salió.

–No, pero creo que ella sospechaba que había alguien en mi vida durante todos estos años. Sabía que durante un tiempo fui muy feliz. Pero de nada serviría contárselo ahora.

–Supongo que tienes razón. Pero no te he preguntado cómo te ha ido, mamá. ¿Alguno de esos hombres... te molestó?

–¡Por Dios, no! –rió. Renée–. ¿Para qué querrían esos hombres a una vieja como yo?

–Mamá, éste no es un asunto para tomar a la ligera. No eres una vieja, y lo sabes muy bien y eres hermosa –la regañó Bella.

–No te preocupes por mí. Tu capitán ha cuidado muy bien de mí.

–¡Ah, sí! –exclamó Bella–. Pero no me decía nada, ni siquiera si tenías un techo.



–No me parece un hombre tan malo, aunque te obligue a dormir con él, y en ese aspecto me ha recordado que no interfiera. Pero me ha brindado su protección. Le oí dar la orden de que te dejaran sola y te respetaran.

–Las acciones honorables no encajan en su molde –dijo Bella con sarcasmo.

–Edward ha sido más que generoso conmigo –replicó Renée–. Me dio la habitación junto a la de Sue. Y me ha proporcionado mucha tela para vestidos, y muy costosas. También me encontró un par de zapatos cuando vio que no habían traído los míos.

–¿Edward hizo todo eso sin que se lo pidieras?

–Sí. Yo no esperaba que me tratara con tanta bondad. Pero creo que lo hacía por ti, porque soy tu madre.

–Más bien lo habrá hecho para no tener que enfrentarse con mi furia –replicó Bella con amargura.

–No, Bella. Creo que realmente le importas. No le gusta mantenerte encerrada.

–Esto es absurdo. ¡Se divierte haciéndome sufrir! –saltó Bella, y sus ojos se pusieron cafés al mencionar el confinamiento de tres semanas.

–Muchas veces echó a andar muy decidido por la escalera, y luego se detuvo, indeciso, como si luchara consigo mismo. Daba unos pasos más, luego se volvía bruscamente y salía corriendo de la casa. No sabía que yo lo veía, pero creo que comenzaba a subir la escalera para liberarte.

–Interpretas sus acciones según lo que quieres creer –replicó Bella–. Te gustaría creer que Edward es un hombre honorable y que me quiere. Bien, no es honorable, y no me quiere. Sólo desea satisfacer su lujuria nada más.

–¿Edward habla francés? –preguntó Renée, cambiando bruscamente de tema.

–No. Es un marino inglés que sólo habla su lengua nativa –replicó Bella con desprecio.

–No me habías dicho que era un hombre tan apuesto.

–¿Qué importa si su alma está negra de pecado?

–¿No lo encuentras irresistible? –aventuró Renée.

–¡Desde luego que no! Edward puede ser un demonio, pero su poder no ablandará mi corazón.

–Sólo deseo que seas feliz, Bella.

–Seré feliz cuando me vaya de esta isla, y no hasta entonces –respondió Bella.

–Pareces un ángel cuando hablas en tu idioma, pequeña –dijo Edward con suavidad.

Bella se sobresaltó y se volvió, y vio que Edward estaba parado detrás de ella.

–¿Por qué entras tan silenciosamente? –preguntó–. ¿Cuánto hace que estás parado allí?

–Unos minutos. No quería interrumpir tu conversación con tu madre. Estoy seguro de que tienes mucho que contarle –dijo Edward. Se sentó en la silla junto a ella.

Bella se volvió hacia su madre con sus grandes ojos furiosos.

–¿Por qué no me dijiste que estaba aquí?

–Me hizo una señal para que no te dijera nada. Por eso te pregunté si hablaba francés. No sabía si querías que él se enterara de lo que sientes por él. Pero su rostro no cambió cuando hablaste de él... no entendía.

–Él sabe lo que siento, mamá... Sabe que le odio.

–Ya has tenido tiempo de quejarte con tu madre –dijo Edward con acritud–. Ahora puedes hablar en inglés.

–Sólo le decía a mi madre cuánto te odio –replicó Bella rápidamente.

–¿Cuánto crees que me odias?

–¿Qué quieres decir? ¿Piensas que ni siquiera sé lo que me sucede? –preguntó Bella acaloradamente.

–Creo que te engañas. ¿Es odio lo que sientes cuando te aferras a mí en la cama? –preguntó él con una sonrisa.

–¡No hables así frente a mi madre! –gritó Bella.

–¿Por qué no? ¿Quieres hacerle creer que me odias todo el tiempo?

–¡Eres un demonio, Edward! –se enfureció Bella–. No soy responsable de la magia que creas en la cama, pero no afecta lo que siento por dentro, en mi corazón. Si no te odiara, ¿le habría pedido a Jacob que te matara? ¡Y te odio aún más desde que me trajiste de vuelta aquí!

Bella se puso de pie y fue hasta la puerta, pero Edward corrió tras ella y la detuvo. Se quedaron junto a la puerta abierta, en la cálida luz del sol, en un lugar donde Renée no podía oírlos.

–¿Adónde vas?–preguntó él, frunciendo el ceño.

–¡Me aparto de ti! –saltó ella, y salió por la puerta, pero él la retuvo por un brazo y la obligó a detenerse.

–¿Quieres que pruebe ante tu madre la verdad de mis palabras... que finalmente te sometes a mi abrazo? –preguntó él, con voz fría e implacable.

Bella no pudo detener las lágrimas que nublaban sus ojos.

–Basta... por favor. Ya me has humillado frente a ella. ¿Debes seguir haciéndolo?

–¡Deja de llorar maldita sea! Te mereces esto por tu estallido. ¿Dónde está ahora tu mal genio?

Bella siguió llorando a la vez que lo empujaba. Se sentía muy tonta.

–Déjame. –Trató de que su voz sonara desafiante, pero fracasó patéticamente. –Dije todo a mi madre. Le dije lo que me sucede cuando me violas... la forma en que me traiciona mi cuerpo. No es necesario que se lo pruebes.

–No, pero tal vez tenga que probártelo a ti  –replicó él con voz ronca.

Bella decidió probarle algo a él. Miró hacia la mesa y vio que su madre, con todo tacto, se había marchado a la habitación. Rodeó a Edward con sus brazos, acercó sus labios a los de él, y lo besó apasionadamente. Puso todo su sentimiento en el beso, acariciándolo con las manos, apretando su cuerpo contra el de él. Sus propios sentidos se despertaron, pero cuando sintió que comenzaba el deseo, se apartó de él.

Tuvo ganas de reír al ver la expresión desconcertada de Edward pero rechinó los dientes y recordó por qué lo había besado.

–Ahora lo sabes, Edward, sabes lo que podría darte si no te odiara. Puedes exigir pasión de mi cuerpo cuando me violas, pero todavía hay una parte mía que no está afectada por tu contacto. Esa parte jamás la tendrás, porque sólo yo puedo dártela, jamás tendrás mi amor.

Bella dio media vuelta y subió corriendo la escalera a su habitación, ignorando la comida que Sue había dejado en la mesa para ella.

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