viernes, 31 de diciembre de 2010

Me voy a España



Capítulo 32 “Me voy a España”

El mes de agosto estaba avanzado; era la época del año en que frecuentes huracanes asolaban el Caribe. Rosalie tendría su hijo a fin de mes. El último mes, sin ser feliz, había sido tranquilo. Edward no había vuelto a discutir con C.S., y se le veía alegre, sorprendentemente, hasta había asistido a la celebración de la doble boda de las hermanas de Rosalie.

Edward estaba ocupado durante el día porque había decidido limpiar una gran área del bosque para plantar caña de azúcar. Como la mayoría de sus hombres deseaban establecerse y constituir una familia, estaban interesados en ayudar a limpiar la zona y a sembrar para luego participar en los beneficios. También habría que construir una pequeña refinería pero esto se haría después de la siembra.

Las cuatro últimas semanas habían sido muy lentas para Bella. El peso del bebé la cansaba, y envidiaba a Rosalie que no tendría que esperar tanto. Pero también echaba de menos a Edward.

No podía dormir con él, y por la noche Edward estaba agotado después de trabajar todo el día. A menudo se dormía con ella en sus brazos. Entonces ella lo despertaba, caminaba con él hasta la escalera, pero allí, con un beso tierno, se separaban e iban a sus respectivas habitaciones.

En mitad de la noche, Sue despertó a Bella para decirle que Rosalie tendría su bebé antes del momento esperado. Emmett había terminado su casa que quedaba a menos de un kilómetro de la gran fortaleza de piedra y él y Rosalie se habían mudado a ella un mes antes.

Emmett había venido a buscar a Sue, porque tenía mucho respeto por la vieja y deseaba que actuara como partera en lugar de una de las mujeres del pueblo. También despertó a Edward, y Sue, Bella y Edward salieron rápidamente hacia la casa de Emmett.

Sue examinó el estado de Rosalie, y luego salió del dormitorio para informar que pasarían muchas horas antes del nacimiento. Sue dijo a Edward que pusiera ollas de agua a hervir, y Emmett, como no estaba en condiciones de ayudar en los preparativos, fue al pueblo a buscar a la madre de Rosalie.

El cielo ya estaba azul cuando Emmett volvió a la casa. Edward, al ver el estado en que se encontraba, le alcanzó un jarro de ron. Era la primera vez que Emmett asistía al nacimiento de uno de sus hijos, y no sabía qué hacer.


A medida que avanzaba la mañana, la madre de Rosalie se ofreció a preparar una comida, pero nadie tenía ganas de comer. De manera que llevó a los otros tres niños al patio para que no estorbaran a los demás. Cuando llegaron los primeros gritos del dormitorio, Edward vio palidecer a Emmett y aún más con cada grito que se oía. Él mismo se sentía mal porque nunca se había dado cuenta de cuánto sufría una mujer para dar a luz un niño. ¿Bella tendría que soportar el mismo dolor?

Cuando llegó el último grito atormentado, Emmett rogó a Dios que protegiera la vida de Rosalie, pensando que ella podría morir por tanta angustia. Hasta Edward se puso blanco, y se quedó inmóvil durante el silencio que siguió, hasta que se oyó claramente el llanto de un bebé. Entonces se calmó y palmeó la espalda de su amigo, pero Emmett entró corriendo a la habitación, sordo a las felicitaciones que le ofrecían.

Minutos más tarde, Sue salió del dormitorio, riendo.

–¿Rosalie está bien? –preguntó Edward con impaciencia.

–Está bien –respondió Sue, tratando de no reír–. Y su hijo también. Fue un parto difícil.

–¿Y qué es lo divertido?

–Tu amigo Emmett –volvió a reír Sue–. Dice que jamás volverá a tocar a su esposa. No quiso escuchar cuando le dijimos que probablemente nunca volverá a ser tan duro.

Edward se echó a reír con una franca carcajada, ahora que todo había terminado.

Durante los días siguientes, para diversión de todos, Emmett no quería salir de la casa, porque se negaba a apartarse de Rosalie. Y Edward tomó una decisión que, según pensaba, era la única posible. No podía seguir agotándose cada día para luego no descansar bien de noche.

–Creo que me he portado como un tonto, ¿verdad? –dijo Emmett cuando finalmente fue a ver a Edward.

–Lo menos que se puede decir –rió Edward–. Hasta he oído que has dicho que no piensas volver a tocar a tu señora.

Emmett rió tímidamente.

–Bien, he cambiado de idea. Rosalie está muy bien. Esta mañana ya se ha levantado.

–¿Y tu hijo?

–Parece muy pequeño y frágil, pero me aseguran que así son los recién nacidos. Es tan pequeño que tengo miedo de tocarlo.

–Ya superarás eso, estoy seguro –replicó Edward con una sonrisa–. ¿Ya le han dado un nombre?

–Sí. Emmett... Emmett McCarty como su padre.

–Un hermoso nombre –comentó Edward; luego miró pensativamente a Emmett–. He decidido que es hora de que salga para España. Gigandet tuvo ocho meses para ocuparse de sus asuntos en el Caribe, y estoy seguro de que esta vez lo encontraré allí. Además traeré las máquinas que se necesitan para la refinería de azúcar.

–Muy bien. ¿Cuándo nos marchamos?

–Quiero que tú te quedes aquí, Emmett –replicó firmemente Edward.

–¡Es demasiado peligroso que vayas solo! Aunque ahora no estamos en guerra, de todas maneras estarás en la patria de Gigandet. ¡Él tendrá esa ventaja!

–¡Por una vez Emmett, haz lo que te pido! Necesito que te quedes aquí más de lo que necesito que vengas conmigo. Tal vez no vuelva hasta el comienzo del nuevo año, y tú eres el único en quien puedo confiar. Bella quiere quedarse, pero si C.S. trata de llevarla con él, debes impedirlo. No correré riesgos innecesarios si puedo estar seguro de que Bella me esperará.

–Esto no me gusta, Edward –gruñó Emmett–. Nunca has buscado a Gigandet sin mí.

–¿Harás lo que te pido?

–Supongo que sí –respondió Emmett de mala gana.

–Bien, sólo necesitas decir a C.S. que he ido a buscar las maquinarias, porque probablemente objetará lo demás. Me llevaré a los hombres que deseen ir, y también algunos de la tripulación de C.S. Diré la verdad a Bella, para que no se preocupe por mí a medida que pasan los meses. Si C.S. se muestra ansioso y comienza a insistir en que estoy muerto y no volveré, puedes decir por qué me he demorado.

–A C.S. no le gustará el riesgo que piensas correr cuando en su opinión deberías establecerte y casarte con su hija.

–El viejo oso está convencido de que lo haré tarde o temprano.

–¿Cuándo? –aventuró Emmett, con sus ojos pardos fijos en el rostro de su amigo.

–Lo dudo –replicó rápidamente Edward, y luego, con una media sonrisa, agregó–. Sabes lo que siento con respecto al matrimonio. Has estado conmigo el tiempo suficiente como para conocerme bien.

–Sí, conozco tus opiniones sobre el matrimonio, pero recuerda también lo que dijiste cuando encontraste a Bella, que sólo querías retenerla por poco tiempo.
Pronto cambiaste de idea sobre eso.

–No quería retenerla tanto tiempo porque sabía que apartaría  mi mente de Gigandet. Lo ha logrado, pero este viaje borrará a Gigandet de mi mente para siempre.

–¿Cuándo piensas partir?

–Mañana por la mañana.

–¿Se lo has dicho a Bella? –preguntó Emmett.

–No, todavía no la he visto sola, pero...

–Entonces lo mejor será que termines con esto –interrumpió Emmett viendo a Bella que bajaba la escalera–. Os dejaré solos.

Edward se volvió y vio a Bella. De pronto la idea de dejarla le pareció absurda, pero había tomado su decisión y la cumpliría.         

Cuando ella se acercó a él, con el rostro iluminado de placer al verlo, él tomó su mano y la llevó a sus labios. Luego la condujo a su lugar favorito frente a la chimenea. Decidió que sería mejor ir directamente al grano, y hacerlo rápido, antes de que él mismo cambiara de idea.

–Saldré para España mañana por la mañana, Bella. Y antes de que te opongas, debes saber que se trata de algo que no puedo dejar de hacer. Debo ver muerto a Gigandet antes de que acepte establecerme.

–¿Entonces no estarás aquí cuando nazca tu hijo?

Edward se sorprendió de que ella tomara la noticia con tanta calma.

–No, pero esa es la única razón por la que me voy ahora. No creo que soporte pasar por lo que pasó Emmett.

Ella sonrió débilmente.

–Te echaré de menos, Edward, pero no más que lo que te he echado de menos en este último mes. Tal vez será más fácil de esta manera. ¿Te irás por mucho tiempo?

–Sí, pero tú tendrás al niño para ocupar tu tiempo... los meses pasan rápidamente. Cuando yo vuelva, estarás esbelta nuevamente, y si tengo que raptarte de mi propia casa para hacer el amor contigo, lo haré.

Ella rió.

–Entonces esperaré con muchas ganas que me raptes.

–Yo también, pequeña. En realidad, la idea me sostendrá en los meses que vienen.


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