Capítulo 23 “Debo encontrarlo”
Bella pasó muy mala noche, y molestó mucho a Edward. Ahora todavía estaba cansada, pero sabía que pronto sería mediodía y que debía levantarse... no podía seguir postergándolo.
Mecánicamente se puso una enagua y un vestido color rosado. Habían pasado un mes y tres semanas desde que Edward la trajera de vuelta a la isla. Debía haber tenido el período una semana después que Edward la liberara de su habitación, pero no lo había tenido. Sin embargo, no podía creer lo obvio. Pero ahora había pasado la fecha del segundo período, y ya no podía negar la verdad. Estaba embarazada de dos meses.
¿Qué hacer? ¿Cómo soportaría tener el hijo de un hombre que despreciaba? ¿Odiaría también al niño? No, no podía odiar a su propio bebé, estaba segura de eso. Pero probablemente Edward tenía bastardos en todo el Caribe. El hijo de Bella no sería diferente de los demás.
Bella comenzó a desenredar sus cabellos, pero se detuvo y arrojó el peine al suelo. Salió corriendo de la habitación y comenzó a bajar la escalera.
Edward estaba sentado a la mesa, leyendo unos papeles. Cuando Bella lo miró, sintió surgir el odio en su cabeza. Juntó las manos para tratar de que no le temblaran; luego bajó corriendo el resto de la escalera y se paró detrás de Edward. Él se puso de pie y se volvió al oírla acercarse, y cuando hizo esto, Bella le dio un fuerte puñetazo en la mejilla.
–¿Por qué diablos haces eso? –gruñó Edward, frotándose la cara.
–¡Vete al diablo, Edward! –gritó Bella–. ¡Estoy embarazada!
–Por Dios, ¿ésa es una razón para atacarme?. –gruñó él–. No me molesta una bofetada de una mujer si ella cree que la merezco, pero ¡tú siempre usas los puños!
–¡Debería haber esperado encontrar una daga para clavártela en el corazón!
–No sé por qué estás tan enfadada –rió él–. Deberías haber sabido que esto te sucedería más tarde o más temprano. Además, si es sólo un mes, ¿cómo puedes estar segura?
–¡Porque son dos meses... dos! –gritó ella, subió corriendo la escalera antes de que él pudiera responderle.
Edward oyó la puerta de un golpe, y soltó una risita. Pero su, rostro se oscureció corno una nube de tormenta cuando se dio cuenta de que un poco más de dos meses antes Bella estaba en Saint Martin.
Subió corriendo la escalera y entró en la habitación golpeando la puerta contra la pared. Bella retrocedió al ver la violencia en el rostro de Edward. Él la aferró cruelmente por los hombros y la sacudió.
–¿De quién es el niño? –gritó.
–¿Qué?
–¡Maldita seas, mujer! ¿De quién es el niño que vas a tener?
Ella lo miró con incredulidad.
–¿Te has vuelto loco? El niño es...
Bella se interrumpió bruscamente. Recordó la duda que ella había puesto en la mente de él, y se echó a reír.
Él volvió a sacudirla, violentamente, hasta que ella dejó de reír.
–¡Responde!
–El niño es tuyo... por supuesto –replicó ella con voz burlona–. ¿Quién más podía ser el padre?
–¡Sabes muy bien quién!
–Vamos, Edward. Ya te dije que te mentí acerca de Jacob. ¿No me creíste? –se burló ella.
–¡Quiero tu palabra de que ese niño es mío!
–¡No la tendrás! No te daré esa satisfacción –replicó Bella, enojándose otra vez–. No importa si el niño es tuyo o no. Una vez que me vaya de aquí, jamás volverás a verlo. Y si te molesta tanto que esté embarazada, ¡déjame ir ahora!
–Cuando bajaste la escalera estabas muy alterada y me atacaste a mí.
–¡Has arruinado mi vida! Podía haberme casado con Jacob si no fuera por ti. Me obligaste a quedarme aquí contra mi voluntad y a dar a luz a un bastardo. Tengo razones para estar alterada, pero tú no.
–¡Tengo derecho a saber de quién es el niño que tendrás!
–¿Qué derecho tienes a saberlo? No eres mi esposo; no eres mi amante, sólo eres el hombre que me viola. ¿Qué derecho tienes?
Edward la atrajo hacia él y la besó salvajemente, lastimándola; luego la apartó de él con furia.
–¡Vete al diablo, Bella! ¡Eres una bruja!
–Entonces déjame ir. Por favor, Edward. Pronto engordaré, y tendrás que buscar otra para satisfacer tu lujuria, de todos modos. Libérame ahora –rogó Bella.
–No. Pero ahora debo marcharme. Me has embrujado y me impides cumplir mis propósitos.
–¿Cuáles son tus propósitos? ¿Entregar tu oro robado a Inglaterra? –preguntó ella con sarcasmo, apartándose de él.
–El oro ya ha sido entregado.
–Entonces irás a robar más oro. Eres un pirata, Edward, aunque te escondas tras los ingleses para que te protejan.
–Y tú sólo ves las cosas como deseas verlas. Pero este viaje no es por provecho... es por razones personales.
–Pero hablaste de un propósito. ¿Qué propósito?
–No es nada que te interese saber –dijo Edward y se volvió para marcharse.
–¿Vas a buscar a James? –preguntó Bella.
Edward se volvió y miró a Bella con suspicacia.
–¿Cómo…?
–Debes recordar que yo estaba allí cuando hablaste de James con el capitán C.S. –interrumpió Bella–. James...
–¡Deja de decir su nombre con tanta familiaridad! –dijo bruscamente Edward, con sus oscuros ojos verdes llenos de un fuego que llegaba de su propia alma–. Es Gigandet ¡El asesino!
–¿Por qué lo buscas? –aventuró Bella.
–Por algo que sucedió hace mucho tiempo. Algo que no te concierne.
–Pero ni siquiera James sabe por qué lo buscas. Nunca te ha visto.
–¿De qué diablos estás hablando? ¿Qué te hace pensar que él no sabe?
–Cené con él en la casa de Jacob. Dijo...
–¿Gigandet estaba allí? –preguntó Edward sin poder creerlo.
–Sí.
–¡Madre de Dios! Estaba tan cerca... tan cerca. ¡Maldición, Bella! ¿Ves lo que me has hecho?
–¡Yo no te he hecho nada! –gritó ella con indignación.
–Si yo no hubiera tenido tanta pasión por encontrarte, habría preguntado a la gente del pueblo de Saint Martin lo mismo que he preguntado en todos los puertos. Habría encontrado a Gigandet por fin... –dijo Edward con vehemencia –¿Todavía está allí?
–Me culpas porque no encontraste a James, y no era culpa mía. No responderé tus preguntas sobre él.
Edward se acercó a ella con dos rápidos pasos y la tomó fuertemente del brazo.
–Sobre esto me responderás, Bella, ¡o por Dios que te daré una paliza terrible!
Ella palideció, porque no dudaba de que él pensara hacer lo que decía.
–No... No creo que siga estando allí. Esperaba el regreso de su barco, que llegaría el día después de mi partida. Entendí que sólo se quedaría unos días más.
–¿Sabes adónde iba o dónde vive?
–No.
–¿Y su barco? ¿Sabes su nombre?
–Sólo sé que traía una carga de esclavos comprados por Jacob.
–Hasta ahora, no me has dicho nada útil. Supongo que le hablaste de mí. ¿Qué dijo él? –preguntó Edward con voz más tranquila.
–Sólo dijo que estaba enterado de que lo buscas, pero que no sabe por qué. Cree que debes confundirlo con alguna otra persona porque él no te conoce –replicó Bella. Tal vez James encontraría primero a Edward y terminaría con los sufrimientos de Bella. Ella no pensaba advertirle que ahora Gigandet lo buscaba.
–De manera que Gigandet cree que no me conoce –reflexionó Edward, soltando el brazo de Bella–. Bien, me conoce, sólo que no lo recuerda. Pero antes de que lo mate, me aseguraré de que sepa por qué lo mando al infierno.
–¿Por qué quieres matarlo? ¿Qué te ha hecho?
–Te dije que no es asunto tuyo.
–¿Alguna vez has pensado que él podría matarte a ti? Es posible que sea mayor que tú, pero aún es un hombre poderoso. Tal vez seas tú quien muera.
–Eso te haría feliz, ¿verdad? –preguntó Edward con frialdad.
–¡Claro que sí! Sólo me has causado sufrimientos. Sabes que te odio, y ahora sé que tú me odias también. Me habrías pegado, aunque estoy encinta, sólo para obtener información sobre James.
–No te habría pegado, Bella –dijo Edward con un suspiro–. Jamás levantaré la mano contra ti... ya deberías saberlo. Fue una amenaza vacía, y estaba lo suficientemente furioso como para hacerte creer que lo haría. Pero tenía que saber lo que podías decirme. Debo encontrar a Gigandet. He jurado matarlo, y no descansaré hasta que lo haga. –Se volvió y salió de la habitación.
Bella estaba confundida. Todavía no sabía por qué Edward quería encontrar y matar a James Gigandet.
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