sábado, 9 de octubre de 2010

Permiso de Cenicienta: Permiso autorizado que expira a medianoche


Capítulo Cinco
Permiso de Cenicienta: Permiso autorizado que expira a medianoche
Edward la tomó por la cintura y Bella le pasó una mano por los hombros. Parecían hechos el uno para el otro. «Hecha para su alma», pensó Edward, respirando el olor a fresa de su pelo, sintiendo el roce de un mechón en su barbilla.
Los pechos de Bella rozaban sus costillas y tuvo que hacer un esfuerzo para controlarse. Cuando sus muslos rozaron los suyos, creyó que iba a perder la cabeza.
Intentó tragar saliva, pero le costaba trabajo. La canción que sonaba en la radio habría sido un acompañamiento perfecto para un beso o una tarde en la cama... Era lenta y sexy, no el tipo de música para hacer piruetas.
Edward se aclaró la garganta para romper la tensión.
—¿Quién canta? No lo había oído nunca.
—Está claro que has estado fuera del país mucho tiempo —sonrió Bella—. John Mayer. Es muy popular.
—¿Te gusta?
—Sí. Tiene una voz muy expresiva y sus letras también lo son.
Sería muy fácil rozar su frente con los labios, pensó. Muy fácil. Quizá ella no se daría cuenta. Edward se dejó llevar por la tentación del placer ilícito y un escalofrío lo recorrió entero. Si besarla en la frente le hacía eso, ¿qué pasaría si la besaba en otro sitio?
Edward cerró los ojos e intentó no pensar. Seguramente, Bella necesitaba un poco de contacto humano. Un abrazo fraterno. No debería pensar en besarla en los labios, ni en deslizar la mano hasta su trasero para apretarla contra una parte de su cuerpo que se estaba poniendo muy dura.
La oyó murmurar algo y abrió los ojos. Un mechón de pelo se le había quedado enganchado en el mentón y lo retiró con la punta de los dedos.
—¿Qué has dicho?
—Que tienes una barba muy tupida. Jake debía tener celos de ti. El pobre sólo tenía tres pelos.
Edward se pasó una mano por el mentón.
—Siempre he tenido que afeitarme dos veces al día...
—Ya me imagino
Bella estaba mirando su torso. No significaba nada, pero lo excitó aún más. Era evidente que se sentía atraída por él, aunque sólo fuera por la barba. El instinto le decía que llevase aquello más lejos, que buscase sus labios y pasara las manos por cada centímetro de su cuerpo...
Pero su conciencia le decía que no. Estaría aprovechándose. Aprovechándose de la viuda de Jacob Black. Aprovechándose de Jake.
Apretando los dientes, Edward dio un paso atrás:
—La canción ha terminado —dijo mientras se alejaba de ella.
—Tienes razón, discúlpame por incomodarte Edward, no fue mi intención.
Vaya ella se estaba disculpando por incomodarlo, si supiera que era ella quien tendría que perdonarlo por tener aquello pensamientos tan poco correctos hacía una viuda. Sinceramente no tenía perdón, mucho menos el de Jake.
—No te preocupes Bella, ya es tarde y tengo que regresar a casa, muchas gracias por una tarde tan agradable, me gustó mucho jugar Monopoly contigo —terminó con una sonrisa tratando de aligerar la situación incómoda en la que había puesto a Bella.
— ¿Jugar conmigo?, dirás hacerme pedazos en el Monopoly —contestó ella esbozando una sonrisa.
—Como tú digas, ya te daré la revancha. Buenas noches, Bella.
—Buenas noches Edward.
Y se marchó de su casa. Aquello habría sido mucho más fácil si Bella fuera un hombre. Entonces podría darle una palmadita en la espalda, ver algún partido de fútbol en televisión, ir a un bar, ligar un rato... Después de eso, si fuera un hombre estaría como nuevo.
Los hombres eran más sencillos que las mujeres. Un partido de fútbol, una cerveza y un buen revolcón podían resolverlo todo. Las mujeres, sin embargo, eran mucho más complicadas. Y Bella no era una excepción.
Durante el entrenamiento le habían enseñado que, para derrotar al enemigo, debía entender cómo pensaba. Bella no era el enemigo, pero desde luego no pensaba como él.
Edward quería sacarla del agujero en el que estaba metida, de modo que hizo algo que nunca había hecho antes: llamar a la única mujer a la que podía pedir consejo.
—Hola, mamá, ¿Cómo va todo?
— ¡Edward! Estaba muy preocupada por ti. Llamé al centro de rehabilitación, pero nadie sabía tu paradero...
Él hizo una mueca. Tenía tanta prisa por salir del centro de rehabilitación que había olvidado llamar a su madre.
—Perdona, mamá. Es que estaba harto de estar allí. He decidido mudarme a Atlanta.
— ¿Estás en Atlanta?
—No, ahora mismo estoy en Carolina del Sur, en un pueblecito en la playa.
—Ah, el mar. Qué bien —suspiró su madre.
—Sí. Eleazar y tú deberíais ir de vez en cuando. Oye, mira, estaba pensando en ti el otro día...
—Cómo me alegro, hijo. Ya sabes que yo pienso en ti todo el tiempo. Eleazar y yo te echamos mucho de menos. Esperábamos que vinieras a vernos al salir del centro de rehabilitación...
—Yo había pensado ir a veros una vez que me hubiese instalado en Atlanta. Tengo muchas cosas que hacer y... Oye, mamá, he estado pensando en lo que pasó cuando murió papá, en cómo te hiciste cargo de todo. Recuerdo haberte visto llorando muchas veces, pero saliste adelante.
Al otro lado del hilo hubo un silencio.
—Era por ti, hijo. Si hubiera sido por mí me habría metido en la cama para no levantarme nunca más. Me sentía perdida sin tu padre. Pero seguía teniendo a mi hijo y tenía que ser fuerte para él.
El corazón de Edward se encogió. Recordaba aquel momento. Entonces se sentía confuso, perdido, pero su madre parecía tan fuerte... Le sorprendía saber lo duro que había sido para ella.
—Lo hiciste muy bien, mamá. No lo sabía.
Ella suspiró.
—Todo el mundo necesita una razón para levantarse por la mañana. Tú eras la mía. Cuando alguien muy querido muere, es muy difícil seguir adelante, pero hay que hacerlo. Tienes que levantarte, vestirte y seguir viviendo. Hay pequeñas cosas que te ayudan... las flores, tener un niño en brazos, charlar con alguien a quien no conoces. Y, para las mujeres, ir de compras es una panacea, aunque no compremos nada. Recuerdo que yo iba de compras dos veces por semana cuando tu padre murió. Normalmente no compraba nada, pero al menos estaba rodeada de gente. Luego me hice socia de un club de jardinería y busqué trabajo. Y cuando conocí a Eleazar, pensé que podría ser un padre para ti.
Al decir esto último no parecía tan segura.
—Supongo que Eleazar no lo tuvo nada fácil —admitió Edward.
—Los dos sois muy obstinados —dijo su madre.
—Sí, es verdad. A lo mejor por eso nos quieres tanto.
Su madre rió.
—Siempre has sido muy travieso. ¿Te estás cuidando? ¿Comes bien? ¿Tomas vitaminas?
—Sí, mamá —suspiró él.
—Estuvimos a punto de perderte, así que tengo derecho a preocuparme.
—No me has perdido. Sigo aquí.
—¿Y cuándo vendrás a verme?
—Pronto. Dentro de unas semanas.       
—¿Lo prometes?
—Lo prometo. Gracias, mamá.
—De nada, cariño. Cuídate.
—Tú también —murmuró Edward antes de colgar.
Luego hizo una lista mental de las cosas que le había dicho su madre: flores, apuntarse a algún club, buscar trabajo, ir de compras... Edward arrugó la nariz pensando en esto último. Y Bella ya tenía trabajo. De modo que tendría que probar con las otras opciones.
Edward no sabía mucho de plantas, pero compró dos bolsas de semillas que le había recomendado el dependiente de la floristería, un par de tiestos grandes, varias bolsas de tierra y herramientas de jardinería. Después de dejarlo todo en el suelo del porche, llamó al timbre.
Bella abrió enseguida... y parecía despierta. Su corazón se aceleró al verla. Llevaba el pelo sujeto en una especie de moño desordenado... Ojalá lo llevara suelto, pensó.
Ella miró las flores y luego lo miró a él.
— ¿Jake no te dijo que se me da fatal la jardinería?
—Lo que me dijo es que te distraías y olvidabas regar las plantas.
Bella se cruzó de brazos.
—Las plantas no son como las mascotas. Ellas no te recuerdan que debes regarlas... hasta que ya es demasiado tarde.
—Pero yo tengo una solución para eso.
— ¿Cuál? —preguntó ella, escéptica.
—Te lo diré después de que las plantemos.
— ¿Esto es parte de mi recuperación?
—Sí.
— ¿Y quién te ha dado la idea?
—Mi madre —contestó Edward, abriendo las bolsas de tierra.
— ¿Tu madre? No sabía que hablaras con ella.
—Claro que me hablo con ella. La llamo de vez en cuando... incluso le escribí cuando estaba de servicio fuera del país y cuando estaba en el centro de rehabilitación. La llamé anoche y...
—Seguro que se llevó una sorpresa —lo interrumpió Bella—. Y seguro que no sabía desde dónde llamabas.
— ¿Y qué?
—Nada. Que no la llamas tanto como deberías, seguro. ¿Le has hablado de mí?
—No. Sólo le pregunté qué hizo para seguir adelante cuando mi padre murió.
Bella no contestó y, cuando Edward levantó la cabeza, vio que lo miraba con compasión. Normalmente, odiaba que alguien sintiera compasión por él, especialmente después de pasar tanto tiempo en el hospital, pero con Bella era diferente. Tendría que averiguar por qué.
—Supongo que debió ser terrible para los dos.
—Así es. Pero no sabía lo duro que fue para mi madre.
— ¿Y qué hizo ella para salir adelante, plantar flores?
—Eso y otras cosas.
— ¿Y también tendré que hacer yo esas cosas?
—Algunas, no todas.
— ¿Qué no haré? —sonrió Bella, apartando un mechón de pelo de su cara.
—No tienes hijos, así que…
—Ah, ya entiendo. Supongo que tú fuiste la mayor motivación para que tu madre se levantara cada mañana.
—Sí, se supone que eso es lo que hacen las madres.
—Nunca he entendido por qué los hombres no soportan que sus madres los achuchen y les cuiden.
—Porque eso no es más que una trampa. Empiezan por algo tan inocente como hacer tu pastel favorito, luego te dan la tabarra con la salud y luego, antes de que te des cuenta, intentan buscarte esposa y te suplican que les des nietos...
—Y para entonces el pastel se te ha atragantado —rió Bella—. ¿Qué vamos a hacer con esas flores?
—No lo sé, tú eres la artista.
—Sí, ya, pero se me olvida regarlas.
—Éstas pierden la flor todos los años, éstas no —sonrió Edward—. Así que algunas florecerán durante mucho tiempo y otras sólo una temporada.
—Como tú —murmuró ella.
Edward podría haber dejado pasar el comentario, pero sentía curiosidad.
— ¿Por qué como yo?
—Porque no volverán el año que viene. Aunque, claro, con lo despistada que soy, es posible que no florezca ninguna.
Él sacudió la cabeza.
—Si les prestas atención, éstas durarán toda la temporada y éstas otras volverán a florecer cada año.
Si no podía estar con ella la primavera siguiente, al menos las malditas flores lo estarían.
Aunque era una locura. ¿Por qué le importaba tanto? Él no quería estar allí el año siguiente, deseando a la mujer de otro hombre, una mujer a la que no podía tener.
Bella no mordió el anzuelo y se negó a hacerse socia de un club. Aunque Edward le había hecho una lista. Se había suscrito al periódico local por ella, pensando que, al menos, podría leer las tiras cómicas y sonreír un rato.
Cuando llamó a su puerta al día siguiente, Bella abrió con la nariz colorada y los ojos llorosos.
— ¿Qué te pasa?
—Hoy no tengo un buen día. Es mejor que te vayas.
—No pienso irme. ¿Qué te pasa?       
Ella se mordió los labios.
—Es su cumpleaños. El cumpleaños de Jake. Hemos pasado juntos su cumpleaños desde que tenía diez años...
El corazón de Edward se encogió al ver el dolor en sus ojos. Parecía una niña perdida. Incapaz de contenerse, la estrechó entre sus brazos y dejó que llorase sobre su hombro.
—Lo siento, lo siento de verdad. Ya te dije que no deberías...
—No pasa nada. Para eso estoy aquí —murmuró él, acariciando su pelo como acariciaría a una niña, aun sabiendo que era una mujer. Sabiéndolo y sufriéndolo.
— ¿Esto significa que tenemos que comernos los pececitos en su honor?
Bella sonrió.
—No. El día de su cumpleaños le gustaba que le comprase una tarta de limón, con velitas —contestó, secándose las lágrimas—. Oye, perdona.
—No pasa nada. ¿Qué quieres hacer esta tarde?
—No lo sé. Quizá ver fotografías. Brindaría por él, pero no tengo nada de alcohol.
—Yo puedo encargarme de eso.
—No puedes quedarte, Edward. Prefiero llorar a solas.
— ¿No quieres invitarme?
Bella abrió la boca, pero volvió a cerrarla.
—No va a ser una fiesta precisamente.
—Yo también le echo de menos —confesó Edward entonces.
Ella pareció pensárselo un momento.
—Bueno, si quieres estar conmigo mientras lloro...
—Primero voy a comprar algo para brindar. Vuelvo enseguida. No empieces sin mí.
Bella se encogió de hombros.
—Lo que tú digas.
Veinte minutos después, volvía con una botella de tequila, sal, una lima, una tarta de cumpleaños y dos vasitos.
—Qué mezcla tan interesante.
—Después de tomar dos chupitos de tequila, las papilas gustativas se te quedarán insensibles.
—Ah, qué bien.
Edward empezó a cortar la lima en rodajitas, mirando alrededor.
— ¿Dónde está la fiesta?
—En el salón.
—Pues cuando quieras —sonrió él, colocando los vasos en una bandeja.
Por supuesto, Bella había estado mirando viejos álbumes de fotos.
—Empezaremos por su primer cumpleaños. Mira qué guapo era de pequeño.               
—Sí, es verdad —asintió él.
—Le encantaban las cosas con ruedas.
—Sí, era un mecánico estupendo.
—A los catorce años ya tenía una moto y conducía sin carné, pero no le pillaron —siguió Bella—. Nunca le pillaron.
«Excepto esa mina. Entonces sí, le pillaron».
Edward, con el corazón encogido, se echó un poco de sal en el canto de la mano, la chupó, se sirvió un chupito de tequila y luego mordió la lima.
—Siempre me ha parecido que para hacer eso había que tener una gran coordinación de movimientos —bromeó Bella.
— ¿Nunca has tomado tequila?
—No, qué va. Jake siempre me pedía una de esas bebidas que llevan una sombrilla.
— ¿Quieres probar un chupito?
—Sí, pero tendrás que enseñarme.
Edward le enseñó cómo ponerse la sal en el canto de la mano y el resto del proceso.
—Puaj. Qué asco.
—Chupa la lima —rió él.
Bella obedeció, pero se puso a toser.
—Sabe asqueroso. ¿Por qué le gusta a la gente el tequila? No lo entiendo.
Después de ver más fotos de Jake, sin embargo, decidió probar otro chupito. Compartía sus recuerdos con él. Algunos eran divertidos, otros amargos, pero todos dolorosos porque, evidentemente, lo echaba mucho de menos. Entonces se dio cuenta de que no había perdido sólo a su marido, sino a su amigo, a su compañero de siempre. Y nada ni nadie podría jamás reemplazarlo.
Sus ojos se humedecieron cuando vio una fotografía de Jake vestido de uniforme, recién salido del campamento de instrucción.
Bella se secó las lágrimas con la mano y tomó otro chupito.
—Creo que estoy empezando a sentir el efecto del tequila. Debería comer algo. Tarta, voy a comer tarta.
—No sé si eso va a ayudarte —sonrió él.
—Es mejor que nada, ¿no? Aunque después de la tarta, el tequila sabrá más amargo.
—Desde luego.
—Bueno, pero al menos podré decir que he hecho algo arriesgado en el cumpleaños de Jake —suspiró ella.
—Y no has hecho nada realmente malo.
Aunque a él se le ocurrían algunas cosas...
Bella le puso una mano sobre la pierna. Seguramente, no se daba cuenta de que estaba tocándolo.
— ¿Qué habría sido realmente malo?
—Pues... por ejemplo, chupar la sal del cuerpo de otra persona...
— ¿La gente hace eso?
—Sí.
—Yo no lo he hecho nunca —murmuró Bella.
Tenía la misma expresión que cuando estaban bailando, cuando estuvo a punto de rendirse a la tentación. Pero se tragaría la lengua antes de...
Sin embargo, ella lo miraba, expectante. Había bebido suficiente alcohol como para olvidar las inhibiciones y eso era muy peligroso.
—No sé si algún día tendré otra oportunidad y sé que puedo confiar en ti. ¿Te importaría hacerlo conmigo, Edward?

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